PALABRAS PARA UN
JOVEN QUE LEE A SAVATER
- El cuerpo.
Nosotros
no tenemos cuerpo. No si entendemos que “tener” significa “poseer”. Muchos son
los que dicen: “mi cuerpo es mío, yo hago con él lo que quiero”. Hablan como si
su cuerpo fuera suyo. “Si me apetece emborracharme, me emborracho; si quiero
copular, copulo; si quiero matarme, me mato”: y se quedan tan tranquilos.
Hablan del cuerpo como si fuera una propiedad, una mercancía. Lo mismo que
cuando compro un libro lo puedo usar como pisapapeles, si ése es mi deseo: del
mismo modo cuando se trata de utilizar mi cuerpo también puedo estropearlo si
quiero. Punto y aparte.
Hablar
así es desconocer el significado de las palabras. Si le echamos un vistazo a un
diccionario (el que sea), encontraremos que el primer significado de la palabra
“tener” no es “poseer” (ése viene en sexto o séptimo lugar); antes que “poseer”
significa “asir”, “gozar”, “mantener”, “contener” o “dominar”; también
“guardar” y “hospedar”; de modo que “tener un cuerpo” no significa tenerlo en
propiedad, sino en custodia; yo no soy el propietario de mi cuerpo, sino su
guardián: él es mi huésped; a los huéspedes no se los mata ni se los estropea,
sino que se los cuida; y “cuidar” significa también “dominar”, “contener”; si
un niño se echa a correr cuesta abajo tendremos que contener sus bríos para que
no se caiga por el barranco; y si pide muchos caramelos habrá que dominar sus
deseos para evitar que le salgan caries en los dientes; el cuerpo se cuida, no
se usa como si fuera una herramienta; lejos de ser nuestra propiedad (es decir,
nuestro esclavo), el cuerpo es nuestro invitado; no hacemos con él lo que
queremos, hay que tratarlo bien; emborracharse, drogarse, abusar sexualmente de
él es la mejor forma de tratar mal al cuerpo; el cuerpo sólo nos proporciona un
auténtico placer si nos enamoramos de él, como un amigo sólo se comporta como
amigo si lo queremos de verdad; si nos dejamos ayudar por él, si lo ayudamos.
Además,
nuestro cuerpo nos ha sido dado por nuestros padres. Si nosotros lo maltratamos
ahora, no sólo nos maltrataremos a nosotros mismos, sino que también
maltrataremos a nuestros padres; maltrataremos a nuestros amigos, que nos
necesitan; y maltrataremos a cualquier desconocido, que a todos nos ofende y
nos hace sufrir ver cuerpos enfermos, borrachos, sumidos en el exceso,
mortecinos y débiles. El cuerpo no es una herramienta que usamos para gozar,
sino el protagonista de nuestro placer; es un amigo, no una propiedad; es un
ser íntimo que nos consuela, no un ser extraño.
¿Disfrutar?
Por supuesto. Disfrutar con nuestro cuerpo, no a costa de él. Que la vida, al
fin y al cabo, es alegría y la alegría es fuerza, salud que se consigue con el
placer. ¿No habéis visto las caras tristes que deja en nuestro rostro el placer
de la droga? El alcohol, cuyo exceso nos proporciona un falso placer, ¿no nos
hace comportarnos como monos?
- El placer.
Pero
lo que tenemos ahora no es una cultura del vino, sino un culto al vino. Lo
principal no es alegrarse, sino emborracharse. ¿Qué tal lo pasaste anoche?
¡Genial, me cogí una cogorza…! Genial, sí; es genial emborracharse a la media
hora de salir de casa y estar tirado en una esquina mientras tus amigos se
divierten; porque lo principal no es beber, sino presumir de que se bebe. Y
presumir de que se aguanta. Nos reímos de quienes no pueden beber más de dos
vasos sin emborracharse y no nos damos cuenta de que, si aguantamos seis, es porque
ya estamos alcoholizados: confundimos intoxicación con resistencia. Presumir de
borrachera es, entonces, una forma de sentirse fuerte; como si le echáramos un
pulso al vino y creyéramos vencerlo cuando en realidad es él el que nos está
venciendo.
Lo
mismo pasa con el sexo: ya no se trata de disfrutar, sino de presumir; presume
más quien antes empieza. ¿Lo has hecho?, te dicen a los trece años; y como
digas que no, ya están llamándote ignorante, pardillo, anticuado, frustrado y
hasta trastornado, si me apuras. Es como si el conocimiento estuviera dividido
en dos mitades: saber de sexo y probarlo antes de tiempo (eso da prestigio); y
saber latín y matemáticas (eso te lo quita). Es la antesala del maltrato para
quienes estudian; los nuevos héroes son quienes prueban las cosas antes de
estar preparados para probarlas: el alcohol, el sexo y el tabaco. Y hasta
probar cosas que no hay que probar nunca: las drogas. El consumo nos hace más
fuertes y más machos si somos chicos; más modernas y superadas si somos chicas.
Y
es que hay jóvenes que no usan el cuerpo para buscar placer, sino poder. El
poder nace cuando se muestra, y no hay
mejor forma de ser poderoso que aparentar serlo: hago como que domino el
alcohol, y mostrar aguante significa, en realidad, que mi cuerpo ya no aguanta;
hago como si el sexo para mí no tuviera secretos y cuanto más muestro mi
experiencia más se muestra mi ignorancia; voy por ahí presumiendo de ser
experto en drogas, hasta que me da una sobredosis y me mata.
Culto
al cuerpo. En el cuerpo buscamos placer y lo encontramos en el alcohol, el
tabaco, las drogas, el sexo y la comida rápida; pero también buscamos poder, y
lo logramos compitiendo para ver si descubrimos nuevas fuentes de placer antes,
mucho antes, que los demás; buscamos una imagen y la encontramos en el
gimnasio; en el peircing, en los tatuajes, en las modas, en los símbolos de la
tribu, en la ropa de marca. Placer, poder e imagen. En la imagen nos
reconocemos, como si tuviéramos miedo de no gustarnos, de no disfrutar de lo que
somos; le tenemos miedo al espejo; y, para no ver en él las miserias de nuestra
desnudez, nos ponemos máscaras: los peircings, los tatuajes, los músculos
hinchados en el gimnasio (aunque sea artificialmente, con anabolizantes), y los
símbolos y ropas son imágenes: nos gustan para cubrir con ellas nuestra propia
imagen, que no nos gusta. Así, presumimos de lo que no tenemos. No nos
mostramos ante los demás como somos, sino como los personajes que nos hemos
creado, con los disfraces que nos hemos puesto; cuando nos miramos al espejo no
vemos nuestro rostro verdadero, sino el rostro de la sociedad, que se ha
apoderado de nosotros; presumir de ser como quiere la moda es mostrar como
fuerza lo que nos hace débiles: porque ser como Lady Gaga es la mejor forma de no
ser ni ella, ni nosotros; esa manía de “ser como” es la mejor forma de no ser
nada. ¿Qué hay detrás de ese culto al cuerpo? Una tremenda insatisfacción.
Buscar
el placer, sí; es bueno, es bonito, pero tienen que ser placeres naturales
(comer, beber, leer y escribir, ver cuadros y pintarlos, conversar con los
amigos, pasear, escuchar música… buscando siempre la calidad, que nos llena por
dentro; nos llena de satisfacción, de intensidad, de plenitud, de vida); no se
trata de buscar placeres artificiales (alcohol, drogas, tabaco), que no nos
llenan por dentro y son un exceso en sí mismos. La vida placentera nos llena de
entusiasmo, de ganas de vivir, el trabajo se convierte en placer cuando lo
vives con salud; pero los placeres tóxicos nos ponen la cara triste cuando nos
reímos, la cara se nos queda demacrada a fuerza de disfrutarlos, nos quitan la
ilusión y se nos apaga la fuerza de la vida. Hay que vivirlos con autenticidad,
no imitando a los ídolos de los famosos; y ser auténticos es lo mismo que ser
libres; hacer lo que queremos y no lo que quiere la moda; hacer nuestra
voluntad y no nuestro capricho, porque el capricho no es más que la esclavitud
de estar pendientes de que dirán los demás, de qué dirán los amigos. Ser
auténtico es ser tú, con tus luces y tus sombras, tus virtudes y defectos, tus
potencias, tus debilidades, un tesoro que hay dormido dentro de ti y tienes que
despertarlo: no ser la cara que nos impone la sociedad y cuando la abres no hay
ningún tesoro, está vacía; el mayor tesoro que tienes es poder disfrutar de lo
que eres, disfrutar de tu imagen, tirando las máscaras pero sin olvidarte del
mundo en el que vives; disfrutar de los placeres del cuerpo y de los del alma,
sentirte fuerte porque no necesitas ninguna máscara, ningún tatuaje, ningún
peircing, porque no necesitas ser un anuncio, te basta con ser tú mismo. Ni
obedecer órdenes de la moda, ni dejarte arrastrar por los caprichos, ni ser
esclavo de las tentaciones, y que tus costumbres obedezcan al corazón: y no ser
un corazón encadenado a unas costumbres que te han dictado las máscaras de la
sociedad: a través de la televisión, de internet, de las redes sociales, del
móvil o del MP3, al servicio de los mitos. Si eres fuerte no necesitas presumir
de lo fuerte que te sientes. Si te quieres a ti mismo no necesitas cuidar tu
imagen, pues tu imagen se cuida sola. Y si sabes disfrutar no necesitas
tentaciones, pues tú mismo sabrás elegir con qué cosas vas a motivarte, sin
necesidad de que el mundo de la fama te diga lo que tienes que hacer: porque
los famosos viven en un mundo que no es verdad, y, aunque disfrutemos alguna
vez de ellos, no los necesitamos para vivir, necesitamos huir de sus mentiras.
Ya lo decía Quevedo: atavío y afeite cuesta caro y miente.
- Nuestro prójimo.
Hoy
en día utilizamos los móviles para comunicarnos (otros los llaman celulares,
todo depende: en cada país los llaman de una manera distinta); y muchas son las
personas que, teniendo amigos a su lado, no hablan con ellos sino con los
móviles; o sea, que preferimos hablar con las máquinas antes que con las
personas.
En
el siglo pasado aparecieron los medios electrónicos de comunicación. El
teléfono servía para hablar con las personas que estaban lejos; luego vino la
radio para escuchar y entretenernos, no para hablar; cuando ibas al peluquero
te callabas para escuchar la radio, o hablabas y la radio se convertía en un
rumor de fondo, un ruido al que nos fuimos acostumbrando. Cuando llegó la
televisión se convirtió en un huésped que rompió definitivamente todas nuestras
conversaciones; huésped, porque, cuando volvías de trabajar, siempre estaba
encendida, como un invitado más, aunque no la escucharas; plomo porque, como
pasaba con los cortocircuitos, siempre saltaban los plomos de la conversación,
y cuando estábamos todos a la mesa, la mirábamos y no hablaba nadie: pero al menos
estábamos juntos. Hoy ya no vemos juntos la televisión. En algunos hogares cada
uno tiene la suya y nos retiramos todos a nuestra habitación para verla: sin
hablar con nadie. En otros hogares sólo hay una televisión para todos: pero
entonces viene el móvil y cada uno está en lo suyo, sin interesarse por lo que
hacen los demás. Antes veíamos una película juntos y la comentábamos. Ahora
cada uno ve la suya y no comenta nada; nuestros cuerpos están juntos, pero
nuestras mentes se han separado; estamos uno al lado del otro pero no nos hablamos, preferimos hablar con las
máquinas. Todavía habrá quien diga: “no, si yo no hablo con el móvil, sino con
una persona que tengo al otro lado”. Y entonces nos preguntamos: “¿y qué tiene
esa persona que está lejos para que prefieras hablar con ella y no conmigo, que
estoy junto a ti?” Los medios de comunicación han nacido para incomunicarnos.
Ya no compartimos cosas con los que están presentes, sino sólo con los
ausentes, que no pueden acariciarnos, sonreírnos ni mirarnos; y el lugar donde
estamos juntos ya no es un hogar, sino una casa.
Vas
en el metro y la gente está leyendo. Pero lo que más ves es gente que usa el
móvil. En ambos casos nos aislamos de cuantos nos rodean, pero es que en la
parada del autobús, en el metro, en la calle, estamos rodeados de desconocidos;
no es lo mismo que cuando nos aislamos con los que viven en casa. Por otro
lado, los libros son comunicación con los ausentes, que son sus autores, sí:
pero comunicación de calidad, llena de matices que alimentan nuestra fantasía,
nuestra emoción, nuestro entendimiento; sin embargo pero los móviles wasapean
con frases cortas, descuidadas, llenas de imprecisiones, faltas de matices y
plagadas de faltas de ortografía, que nos introducen en conversaciones efímeras,
en intrascendencias y banalidades; al cambiar el libro por el móvil también
hemos salido perdiendo.
El
hogar y la amistad son calor de vida que se alimenta comunicando. Los japoneses
identifican al silencio con el diablo: de modo que, si seguimos esa forma
metafórica de hablar, al meter en casa esos medios de comunicación que nos
incomunican resultará que hemos metido en casa al diablo. Acordémonos de
Robinson: cuando, en lugar de hablar con las cosas, pudo hablar con un
semejante que compartía sus alegrías y sus tristezas, pudo darle a su vida un
salto de gigante. Yo creo que ese sentimiento lo podríamos compartir. Rescatar
a ese ángel que duerme dentro de nosotros, no al diablo del silencio, de la
insolidaridad y de la incomunicación que también tenemos dentro. Sería bueno
que el móvil nos ayudara a comunicarnos con los ausentes; no a sustituir a los
presentes que tenemos a nuestro lado.
- La felicidad.
Hay
placeres que vibran en el cuerpo. Hay otros que vibran en el corazón. El cuerpo
es un camino que lleva al corazón, y el temblor de la piel sólo es hermoso
cuando escucha sus voces. “Haz lo que quieras”, dice Savater: pero sólo si lo
haces por amor; porque, hagas lo que hagas, si es el amor el que te guía sólo
puede ser bueno. Y en otro momento dice Savater: “tendrás que pensártelo”; el
pensamiento sólo es bueno si late al unísono con el corazón. Yo puedo estudiar
la radiactividad, pero no es lo mismo estudiarla para fabricar bombas que para
combatir el cáncer. El corazón tiene que ponerse de acuerdo con la cabeza.
Quererte a ti mismo es lo mismo que querer a los demás, que el egoísmo, cuando
se transforma en empatía, no es más que generosidad. No es posible que una madre
que se odia a sí misma pueda querer de verdad a sus hijos. No olvides lo que
dice Frankestein cuando se encuentra con una niña; “¿por qué eres malo?”, le
pregunta la niña; y Frankestein le contesta: “porque no soy feliz”. ¡Qué fácil
es ser bueno! Basta solamente con ser feliz.
Toda
la ética se resume una sola palabra: felicidad. Las personas que son felices
nunca son malas, y para ser felices hay que disfrutar de los placeres (del
alma, por supuesto, pero si tu cuerpo no disfrutara sería muy difícil que tu
espíritu llegara también a disfrutar). Ni esclavizar el cuerpo con las cadenas
del alma, como hacían los antiguos, ni esclavizar el alma con las cadenas del
cuerpo, como algunos jóvenes lo están llegando a creer. El cuerpo y el alma
deben ser libres y deben quererse, del amor entre ambos sale la verdadera
felicidad. Y la felicidad, como todas las medallas, tiene dos caras: la otra es
la justicia. Si quieres ser justo debes ser feliz y sólo los jóvenes que se
realizan pueden ser felices de verdad. “¡Despierta, baby!”, dice Savater.
Despertar al mundo es abrirle los brazos, y en el abrazo que tú das está
también el abrazo que recibes: ser justo es ser feliz y si haces felices a los
otros ¿quién te quitará el placer de ser bueno? ¿Quién te quitará las ganas de
disfrutar?
Una hermosa reflexión para los jóvenes bachilleres que hoy estudian Ética para Amador y nuestra querida Lechuza Literaria nos regala lo que la ética debe condolidarse en estos alumnos, ávidos de vida para despertar. Gracias enormes querida Lechuza.
ResponderEliminarUna hermosa reflexión para los jóvenes bachilleres que hoy estudian Ética para Amador y nuestra querida Lechuza Literaria nos regala lo que la ética debe condolidarse en estos alumnos, ávidos de vida para despertar. Gracias enormes querida Lechuza.
ResponderEliminar"Despierta, baby!”, dice Savater. Despertar al mundo es abrirle los brazos, y en el abrazo que tú das está también el abrazo que recibes: ser justo es ser feliz y si haces felices a los otros ¿quién te quitará el placer de ser bueno? ¿Quién te quitará las ganas de disfrutar? Efectivo final para un joven de un mundo tan de vanguardia que se asombra con la palabra de Savater estimado Lechuza y que se va despabilando como dice Benedetti en " Despabílate amor que el horror amanece ".
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