LO QUE NO PODEMOS DECIR MEJOR CALLARLO
La
propuesta de Wittgenstein se puede interpretar de dos maneras. Veamos la primera:
si las palabras se refieren a las cosas y hay cosas que no se pueden decir,
entonces sólo podemos resignarnos a no decirlas. Podemos decir que un color es
una longitud de onda pero no podemos decir lo que es un color para un ciego. El
mundo se divide en dos regiones: la de lo que se puede decir y la de lo que no
se puede. Y como decir es lo mismo que conocer, el mundo contiene cosas que
podemos conocer y cosas que no conoceremos nunca. El conjunto de las cosas
accesibles al conocimiento son los hechos que percibimos, deducimos y
comunicamos: la ciencia; la ciencia está construida con hechos de los que salen
ideas y teorías que, a su vez, nos permiten descubrir otros hechos. Esta
concepción de la ciencia como conjunto de hechos observables recibe el nombre
de positivismo.
Pero
hay otra interpretación posible de la propuesta de Wittgenstein. Yo siento
mucho dolor y no puedo decir qué es el dolor, pero grito: entonces el médico
sabe que me tiene que poner un calmante. Anthony de Mello hablaba del canto del
pájaro: el pájaro no canta –decía- porque tenga nada que decir, sino porque
tiene algo que expresar. Lo que se expresa no se puede decir con palabras, pero
se transmite con gritos, gestos, risas, distancias, silencios. La música dice
sonidos, pero expresa sentimientos. Hay un territorio lleno de cosas que no se
pueden decir pero pueden expresarse. ¿Y qué es expresarse? Decir a medias.
Acercarse al significado de las cosas sin entrar en él, pero sin quedarse
fuera. Es como tener una palabra en la punta de la lengua, la sentimos pero no
llegamos a saberla. Pensar no es ahora decir cosas exactas que caben dentro de
una fórmula, sino moverse entre inexactitudes acercándonos siempre a la
precisión, pero sin llegar a ella. Ningún concepto puede decir lo que sentimos,
ni mucho menos expresarlo: entonces recurrimos a la imagen, a la comparación, a
la sinécdoque, a la metáfora; esto es como aquello pero no exactamente así, y
tiene un poco de lo otro. Y cuando, escuchando una metáfora, llegamos a sentir
cosas parecidas a las que siente quien la dice, entonces la metáfora ha
conseguido expresarse. El positivismo llega a todas esas realidades que se
pueden encerrar en las palabras, y construye telarañas muy complicadas con
conceptos muy simples; pero este otro tipo de realidad donde las cosas que no
se pueden decir, sin embargo, se expresan, nos permite acceder a otra forma de
conocimiento: la de las realidades que son tan complejas que no caben en
ninguna palabra, pero cuya relación es tan simple que hasta el más simple puede
captarlas; a esa forma de conocer no la llamamos entendimiento, sino sentimiento;
nadie puede saber lo que es un color más allá de su naturaleza electromagnética,
pero podemos sentirlo. El amor, la bondad, la pasión, la belleza, son cosas que
no se entienden; pero se sienten; se conocen, sí, pero de otra forma; esas cosas
las sabemos, como decía San Juan de la Cruz, “toda ciencia trascendiendo”.
Wittgenstein
tenía una palabra para nombrar ese tipo de realidades: lo místico. Pero como
era positivista, se pasó toda la vida sintiendo el universo místico sin
intentar expresarlo. Se lo prohibió a sí mismo, porque lo místico no se puede decir con palabras. Se condenó al
silencio. Pero callar es una forma dolorosa de sentir y sólo puede aliviarse
intentando expresar (aunque ya las palabras no sean conceptos) lo inefable. El
poeta es el que quiere expresar lo tremendo. Lo tremendo es resignarse a sentir
la vida sin poder expresarla. Pero podemos expresarla a medias. Renunciando a
conocer del todo. Por eso el poeta goza, y Wittgenstein, empeñado en no abrir
sus puertas, sufrió siempre; se quedó a este lado de la poesía sin conocer lo
que hay dentro, sin atreverse a mirar, sin pasar al otro lado.
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