A VUELTAS CON EL AMOR
No
es la primera vez que me acerco al significado de esta palabra. Tampoco será la
última. La psicología de Maslow me sugiere algunas ideas que pueden ser
fecundas y que intentaré desarrollar ahora, pero nunca he entendido bien lo que
Maslow quería decir aunque lo dijera de manera sugestiva; lo tomaré, pues, como
punto de partida y desarrollaré puntos de vista que sería injusto atribuirle a
él, aunque se le acerquen mucho; cuanto aquí se vierte es, pues, fruto de mi
propia reflexión; pero debo reconocerle a él la paternidad de las líneas
maestras.
Podría
decirse que el amor es un árbol cuya raíz es el cuerpo y cuyo follaje es el
espíritu. Por cuerpo entiendo materia bruta; por espíritu, materia elaborada;
el cuerpo tiende a conservarse encerrándose en la rigidez, que pesa; el alma
son las formas que, lejos de hacerse duras, se vuelven ligeras y vuelan. Pues
bien, las raíces donde crece el amor son nuestras necesidades primarias: comer,
beber, dormir, abrigarse, copular… ¿Se imagina alguien a dos enamorados que no
tengan abrigo ni pareja ni comida? No. Por eso dice el refrán: contigo pan y
cebolla. La palabra latina “amor” está relacionada con la raíz indoeuropea
“*amma” (en nuestro caso “mama”), que es la voz con que los niños llaman a la
madre; la madre da el alimento, el sueño, el calor, todo el sustrato material
que el bebé necesita para desarrollarse; de hecho, el vocablo “mater” significa
también materia y madera. Podríamos decir, pues, que donde no hay materia no
crece el espíritu, del mismo modo que donde no hay fuego no puede haber humo.
Dice el refrán popular: donde no hay mata no hay patata. La raíz le suministra
a la planta la sustancia nutricia para poder crecer, y amar, en ese primer
sentido, es satisfacer las necesidades biológicas más primitivas del ser
humano; hay padres cuya única forma de amar a sus hijos es darles comida, cama
y dinero; y darles todo lo que les piden es para ellos darles todo; no
entienden que querer a los hijos pueda ser algo más.
Pero
claro, no basta con que el alimento llegue hoy a la raíz: hace falta tener la
seguridad de que mañana también llegará. Sería difícil que fructificara el amor
en un lugar inseguro, y por tanto desprotegido, donde cada día es una incógnita
sobre lo que nos deparará el futuro. La seguridad de que comeremos mañana la da
el hogar: un hogar es ese sitio donde hay calor, descanso, protección y comida.
Dos amantes no cultivan su amor cuando les falta agua, comida o sexo, pues
donde no hay sexo no hay pareja que se ama (y entonces si se ama no es
precisamente como pareja): es que quien presume de amor platónico, puro y sin
sensualidad, muchas veces no quiere de verdad; el amor requiere contacto, siempre
he tenido la duda de qué clase de amor era el que sentía Pascal por su sobrina:
reprimido en una visión puritana de la religión, sin un beso, sin un
acercamiento, sin una caricia; aquí no estamos hablando de tocamientos
sexuales, que no vienen al caso, por supuesto, sino de caricias puras y
tiernas. En cierta ocasión un viejo militante materialista presumía de que en
su casa nadie se besuqueaba ni se andaba con zalamerías, pero todos se querían
mucho; siempre dudé del cariño que crece con miedo al cuerpo: ¿puede ser amor
verdadero? ¿Puede haber amor done no hay manifestaciones de cariño? También
entra en crisis el amor cuando el futuro se hace incierto porque nos han
quitado nuestra casa o nos hemos quedado en paro; o cuando vivimos amenazados
por las persecuciones, donde se arriesga nuestra vida, la de los seres que
queremos o, simplemente, nuestra supervivencia.
Lo
mismo que no hay edifico sin cimientos tampoco hay amor sin alimento; ni sin seguridad
ni sin estabilidad; pero, al igual que los cimientos no son todo el edificio,
tampoco podemos decir que el amor se reduzca solamente a comer y tener un
hogar; esas cosas son necesarias, pero no suficientes. ¿Qué cosas, pues, le
hacen falta al amor?
El
tronco del amor es el afecto. El bebé que mama, bebe, duerme, se siente seguro
y vive confortablemente, morirá con toda probabilidad si su madre o su familia
no le dan cariño. Y ¿qué es el cariño? Es el sentimiento de pertenecer a un
grupo del que podamos decir que es nuestro hogar. El niño es feliz con sus
padres, el joven con sus amigos y, como el adulto, también con su instituto, su
universidad, su pueblo, su barrio o su equipo de fútbol. Pocas cosas saben tan
mal como sentirse marginado. El ostracismo, la excomunión, el acoso, la
prisión, son experiencias desgraciadas. Hay una película que se titula “Solo en
casa” y otra cuyo título es “El niño rico”: en ambas se ve que los
protagonistas tienen de todo en lo material, pero les falta el cariño; y no son
niños felices; los niños pobres con casa y familia son más afortunados que los
niños ricos que tienen casa, pero no tienen familia. Por las mismas razones
solemos desplegar nuestras iras por defender lo nuestro. Amar es, así, arropar
a la tribu que nos arropa, aunque lo que estemos protegiendo sean abusos e
injusticias.
El
tronco es necesario, una persona satisfecha que no le tuviera apego a nada
viviría siempre en el desasosiego. Pero de él salen las ramas donde brotan las
hojas que corrigen sus defectos: en esas hojas está el valor de nuestras obras,
la fuerza de nuestro trabajo, el vigor de nuestro sacrificio, el mérito; el amor
a los nuestros se refuerza en el mérito que les reconocemos a todos, y entonces
ya es amor crítico; no es sólo afecto, es también la estima que tenemos de
nosotros mismos, pero no la que imponemos ni la que nos regalan sin merecerlo,
sino la que nosotros mismos hemos conquistado con nuestro esfuerzo. El honor
mal entendido es la fama, la soberbia, el orgullo, el miedo al qué dirán, la
presión del grupo; pero el verdadero honor es la satisfacción del deber
cumplido y el sentimiento de nuestra valía, y necesitamos que nos lo
reconozcan: de lo contrario nos sentiríamos devaluados y disminuidos, y mal
puede haber amor donde ha habido menosprecio. El amante que ignora a su amada
aun queriéndola con locura la podrá querer como se quiere a la tribu, pero
nunca como se quiere a las personas.
Los
pájaros alimentan a sus crías: quererlas es para ellos darles de comer.
Las
abejas viven seguras en el panal; nosotros, como ellas, vivimos tranquilos
cuando tenemos un trabajo fijo; y quererse así es protegerse el uno al otro,
pero poco más.
Los
animales viven arropados por la manada; y la manada no sólo les da comida y
estabilidad, sino también sentimiento de pertenecer a ella. Quererse así es
defender lo propio a costa de lo ajeno. Buscar la identidad del grupo sin
saberla valorar, y despreciar las identidades ajenas. El creyente lucha contra
los infieles (aunque los infieles tengan razón) porque no son de los suyos; el
hincha de un equipo insulta a los hinchas de los otros equipos solamente por
ser diferentes (porque no aman lo ajeno); y las naciones se combaten unas a
otras porque desprecian la diferencia, aunque tampoco sepan valorar su
identidad, si es mala o es buena. Es el espíritu
de la tribu, el del rebaño,
superior al de la colmena porque no
sólo el grupo nos da seguridad, sino también afecto.
Y
luego está el espíritu crítico; el
del mérito; el de quien no solamente
se siente a gusto sabiéndose querido en el grupo, sino que es capaz de criticar
al grupo (aunque no quiera) cuando no es justo con él o con los demás; cada uno
puede, no ya sacrificarse por el grupo como hacía en el rebaño, sino sacrificar
su pertenencia a él y separarse cuando el grupo no lo merece. No es lo mismo
ser excluido de la tribu que excluir a la tribu que no vale la pena; son dos formas
de marginación, las dos por amor: pero una es un amor gregario y la otra un amor
crítico; por eso San Agustín, cuando nos decía que había que amarse, no
decía “ama”, sino “dirige”, es decir, ama con conocimiento de causa. No es lo
mismo ser valorado por tus padres cuando no has hecho méritos que serlo y al
mismo tiempo merecerlo; hay quienes les consienten todo a sus seres queridos y
no se dan cuenta de que no deberían consentirlos; al menos no consentirlos sin
crítica.
Pero
verse reconocido en sus méritos significa haber hecho algo para merecerlos; y
cuando esos méritos corresponden a nuestra vocación, realizamos todas las cosas
de las que somos capaces y a veces nos da energías el amor, como también
nuestro amor le da energías al ser amado: entonces nos sentimos realizados. La autorrealización es a la vez el efecto
y la causa del amor; del amor creativo,
se entiende; por él trascendemos más allá de nuestras necesidades y trabajamos
por el puro placer de trabajar, un poco a la manera como los griegos apreciaban
el saber por el saber, practicaban
la ciencia por gusto sin buscarle aplicaciones técnicas, y era el amor al saber sin necesitarlo: la
búsqueda del saber gratuito.
Precisamente podemos llamarlo trascendencia
porque hacemos cosas que no necesitamos ni para vivir ni para crecer, pero que
nos llenan de gozo y siembran plenitud en nuestro espíritu. Es el pintor que ya
no necesita vender sus cuadros, y sin embargo sigue pintando.
Hay
padres que crían a sus hijos con un amor
biológico y no conciben que el amor sea algo más que darles de comer, y
atender con mimo sus necesidades básicas. (Amor que vemos en “Family life”, una
película donde Ken Loach nos muestra a una chica infeliz en una familia donde
la mayor felicidad, para la madre, es hacerle todos los domingos un pastel de
manzana sin preocuparse por su desgracia).
Otros los
crían con un amor servil, porque
creen que querer a sus hijos es darles seguridad en el hogar, estabilidad en el
empleo, brindarles protección; y se creen que los hijos, a cambio, tienen la
obligación de obedecerles como el siervo pagaba con su mansedumbre la
protección (por cierto interesada) que le daba el señor feudal. Es, por así
decirlo, el espíritu de la colmena.
El amor tribal o gregario es el de los
padres que sienten por sus hijos un afecto que va más allá de los cuidados que
les dan, y les prohíben salir con jóvenes que a ellos no les gustan.
Por último el amor crítico es el de los padres que
corrigen a sus hijos si hace falta y los elogian si lo merecen; el que no
tienen, precisamente, quienes por confundir el amor con la tribu confunden
también el honor con la reputación, con el miedo al qué dirán, y esconden sus
vergüenzas bajo las apariencias; amor crítico es el de los padres del joven
Billy Eliott, que le animan a dedicarse a la danza en contra de la opinión de
quienes piensan que la danza es cosa de niñas, sin miedo a la mala reputación
que les devolverá el entorno; y en contra de los padres del joven que, en “El
club de los poetas muertos”, se ve obligado por ellos a estudiar derecho o
medicina (no recuerdo ya), despreciando la vocación de actor que tenía el pobre
muchacho. Por último, la relación de Mozart con su padre puede ser un buen
ejemplo de amor creativo; o no.
También
podemos buscar ejemplos, no ya en la familia, sino en la pareja. Los instintos
de dos amantes obsesionados sólo con el sexo son un ejemplo de amor biológico. La sociedad que obliga
a la mujer a servir a su marido a cambio de que, con su sueldo, éste le dé
protección, es un ejemplo de amor servil;
por supuesto que el poder lo tiene quien lleva el sueldo a casa, y que la
protección que la mujer recibe a cambio, al privarla de iniciativa, la
convierte precisamente en desprotegida: en esa casa la mujer no tiene acceso a
la toma de decisiones. El amor de Tony por María en “West Side Story” es un
buen ejemplo de amor gregario, que intenta, sin éxito, escapar a la
influencia de la tribu, lo mismo que les pasaba a Romeo y Julieta. Y lo fue
también, quizá, la historia de Bonny y Clyde. Jimena, en “El Cid”, de
Corneille, consigue finalmente escapar al amor gregario cuando comprende que la
muerte de su padre a manos de su prometido no supone un obstáculo para que
Rodrigo y ella se quieran: entonces aparece el amor crítico; como el que se profesaron, probablemente (quién sabe,
acaso no), Darwin y su esposa, ella profundamente religiosa y él un ateo
convencido; y si no se respetaron, debieran haberlo hecho. Pero la relación
entre El Padrino con su hijo menor puede ser un buen ejemplo de amor crítico; y
conflictivo. Como lo fue también el amor de Frida Kahlo. Por último, María
Slodowska y Pierre Curie formaron una pareja donde el amor creativo unió sus vidas; lo mismo puede decirse de Carl Sagan
y Lynn Margulis. Obsérvese que el matrimonio Curie, al profesarse un amor
creativo, también sentían el uno por el otro amor crítico, gregario, servil y
biológico; pero la protagonista de “Historia de O” o de “El último tango en
París”, o quién sabe, tal vez de “Instinto básico”, al sentir un amor servil y
biológico se quedaron en él: su relación nunca pudo ser ni crítica ni creativa.
El todo incluye a la parte, pero en una parte no se contiene el todo; para
decirlo con otras palabras, quien puede lo más puede lo menos, pero nunca
sucede al revés.
¿Cuál
es el tipo de amor que hemos levantado en nuestra vida?
" Podría decirse que el amor es un árbol cuya raíz es el cuerpo y cuyo follaje es el espíritu. Por cuerpo entiendo materia bruta; por espíritu, materia elaborada; el cuerpo tiende a conservarse encerrándose en la rigidez, que pesa; el alma son las formas que, lejos de hacerse duras, se vuelven ligeras y vuelan. Pues bien, las raíces donde crece el amor son nuestras necesidades primarias: comer, beber, dormir, abrigarse, copular… ¿Se imagina alguien a dos enamorados que no tengan abrigo ni pareja ni comida? No." Una grata y reflexiva mirada al amor en esta humanidad. Pienso que debemos amar en una mixtura de amores, el crítico con el creativo con el gregario, tratando de dar equilibrio a este sentimiento que nos hace más humanos y menos " bestias" , porque en esta Tierra, el amor se olvida, se hunde en su raíz, no la dejan que corra, la cortan, dejan morir al,tronco y morir al otro. Nuestra 🦉 Lechuza hoy nos ha hecho pensar, pensar y permitir que fluya nuestro amor.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Aunque a veces, cuesta reconocer cada tipo de amor y llegar al todo aparece laboriosísimo.
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