LA MATRIOSCHKA
DEL MÉTODO “COCER” (2):
COMPRENDER
Saber lo que es un centauro no es
saber que existen los centauros. Y saber que el hígado es ese órgano que veo y
sitúo correctamente en el muñeco de anatomía es conocer el hígado, pero si sé
que sirve para convertir las grasas en hidratos de carbono lo conoceré algo
mejor; conocer sintiendo no es lo mismo que conocer comprendiendo, al menos si
descartamos la ontopatía: sentir no es lo mismo que pensar, y conocer no es lo
mismo que comprender; por otro lado, cuando memorizamos algo que previamente
hemos comprendido, puede ocurrir (y ocurre muchas veces) que nos olvidemos de
la explicación y dejemos de entender lo que entendimos en su día. El
aprendizaje memorístico puede asimilar cosas sin entenderlas, o asimilar cosas
que hemos dejado de entender.
Comprender las cosas es, además de
saber cómo son, saber qué son, y cómo funcionan; o para qué sirven. Comprender
es poner coherencia y verdad en el conocimiento alojado en la memoria. El pensamiento
es un artilugio del conocer: conocemos lo que vemos y sentimos, pero no siempre
lo comprendemos. La vieja escuela se ha esforzado en enseñar conocimientos, la
escuela nueva prefiere enseñar a pensar; y cuando sabemos sin comprender,
aprendemos de memoria; pero comprender sin conocer es imposible, porque siempre
hacen falta datos donde anclar el pensamiento. El conocimiento y la comprensión
son dos eslabones de una cadena; al primero se llega por la sensación, y se
mantiene en la memoria; pero porque el segundo contenga pensamientos no vamos a
decir que no se aloje en la memoria: también guardamos el recuerdo de nuestros
pensamientos y los ajenos. La vieja escuela, al centrarse en la memoria, se
olvidó de pensar; pero la escuela nueva, queriendo rescatar el pensamiento, se
ha olvidado de memorizar; no podemos deducir el clima que hay en un territorio
si no conocemos sus accidentes geográficos (proximidad al mar, altitud,
latitud, corrientes). Los conocimientos son las rocas donde echamos el ancla
del pensamiento; no pensamos verdaderamente si no hay cosas sobre las que
pensar.
La razón es el órgano del
pensamiento: un hilo que nos enseña a salir de los laberintos; y la vida es un
viaje que está lleno de laberintos; corporales y mentales. La razón piensa de
dos maneras: con la analogía, que trabaja con metáforas, y con la lógica, que
nos enseña a ir de lo general a lo particular, y de lo particular a lo general,
a través de un camino de experiencias y de ejemplos. Aprendemos con metáforas:
y así, los hematíes son camiones que transportan oxígeno, y los leucocitos
soldados que patrullan por las venas. Y aprendemos con razonamientos válidos,
que nos adentran en la crítica; identificar, incluir, condicionar, verificar,
todo eso es pensar; veremos lo oculto detrás de lo aparente; veremos el daño
detrás de la tentación, el daño con los ojos del alma (que ven el futuro) y la
tentación con los ojos del cuerpo (que sólo pueden ver lo que está presente).
Así, a partir del bien, que es un instinto, la inteligencia nos desvela lo que
es la justicia: una razón de intereses en juego cuando todos compiten entre sí;
una razón de instintos conviviendo por igual.
Comprendemos por analogía: y el
aparato locomotor nos aparece como un sistema de palancas donde los músculos
son potencias y resistencias y los puntos de apoyo son los huesos. Comprendemos
por deducción: si hallamos una mandíbula con dientes poderosos podemos suponer
que tenía una potente musculatura en la cara; y esto nos hace conjeturar, a su
vez, que tenía cresta sagital: estas conexiones lógicas nos hacen buscar, en el
mismo yacimiento, fragmentos de cráneo, a ver si alguno tiene la cresta que
buscamos. Al hallazgo, que hemos prolongado por la deducción, debe seguir una
nueva búsqueda, y a la búsqueda el análisis de los datos que encontremos.
Fijémonos nuevamente en una de nuestras deducciones:
(1)
Donde
hay dientes
fuertes hay fuertes músculos
masticadores.
(2)
Donde
hay fuertes músculos masticadores
hay cresta sagital.
(3)
Por
lo tanto, si hemos encontrado dientes
fuertes encontraremos una cresta
sagital.
En
ella hay tres términos en juego: los dientes, la musculatura y la cresta. Uno
de ellos (la musculatura facial) está repetido; sirve de cemento para unir a
los otros; y los otros (dientes, cresta) aparecen unidos en la conclusión: es
un silogismo.
Luego
seguimos haciendo más deducciones: si tiene dientes tan fuertes es que se
alimentaba de raíces; por lo tanto tenía un tubo digestivo muy largo; y esto
significa que no era demasiado inteligente (pues la energía que se invierte en
alimentar el tubo digestivo no se puede invertir en desarrollar el cerebro). En
otras palabras: de unos huesos que hemos encontrado podemos deducir cómo eran
algunas de sus partes blandas, que no se han conservado; y así, conoceremos más
cosas de las que hay en el hipodigma robustus; las conoceremos, no por
observación, sino por lógica; la lógica nos permite acceder al conocimiento de
las cosas que están ocultas.
También
la costumbre, y no sólo la lógica, nos permite relacionar cosas. Si yo he
descubierto un mamífero (en nuestro caso, un australopithecus) y sé, porque
estoy acostumbrado a verlo, que todos los mamíferos tienen pelo, entonces concluiré
que este australopithecus también lo tiene; esta conclusión no será deductiva,
sino empírica, pues estoy acostumbrado a asociar el pelo con los mamíferos, como
asocio las plumas con las aves y las escamas con los reptiles.
La
costumbre procede de la inducción. Después de haber visto muchos mamíferos
(perros, gatos, murciélagos, ratones) y de haber comprobado que todos ellos
tienen pelo, concluyo que cualquier otro mamífero que me encuentre por el mundo
también será peludo. Será una conclusión (inductiva) que elevaré a rango de
ley, y será una ley probable, muy probable quizá: pero no segura; será una ley
empírica. Así, si yo sé, por experiencia (es decir por la costumbre) que todos
los mamíferos tienen pelo, concluiré, por subalternación, que también las
ballenas deben tenerlo; busco una ballena, la analizo bien y compruebo que lo
tiene. Así es como procede el método inductivo de Aristóteles.
También podemos recurrir al método
de análisis y síntesis. Analizar es separar, dividir, fragmentar; sintetizar
elementos es unirlos en un todo coherente. Para analizar las cosas tenemos que
acercarnos a ellas, y veremos los detalles; pero las síntesis son alejamiento
de los detalles para poder ver el conjunto: zoom hacia adelante y hacia atrás, respectivamente. Llevo el coche al
taller. Digo que pierde agua. Entonces el mecánico desmonta las partes donde
puede estar la fuga y va descartando hipótesis: puede ser un manguito, lo ve a
simple vista, lo desmonta y sigue perdiendo agua con un manguito nuevo: ya sé
que el problema no está allí; sigo probando y al final tengo que desmontar la
junta de la culata, y por fin encuentro allí el problema; cambio la pieza
defectuosa, lo vuelvo a montar todo y el coche anda de nuevo: ya he dado con la
solución. Las hipótesis son conjeturas (posibilidades) que me van guiando para
desmontar unas piezas y no otras; si no contara con hipótesis (faros que me van
alumbrando), tendría que desmontar todo el coche para arreglar la avería más
aparente, más superficial y más nimia. ¿Y cómo descubro las hipótesis? Por la
costumbre. Yo ya sé, por experiencia, que si pierde agua puede ser por la
culata o por un manguito; que si no arranca puede ser la batería; que si se
para después de circular puede deberse a un fallo en el alternador. El
mecánico, como usuario, conoce las cosas por experiencia; el ingeniero las
conoce por lógica, por analogía, por deducción.
También en matemáticas puedo emplear
el método de análisis y síntesis. Ante un problema complicado, si no sé
resolverlo puedo pensar en dividirlo en partes más simples, resuelvo cada parte
por separado y luego las utilizo todas para resolver el conjunto.
La razón nos guía en nuestra vida.
El pensamiento, como uso de la razón en nuestra experiencia, puede ser
inconsciente o consciente: en el primer caso es intuición, y en el segundo
inteligencia. La razón hace análisis, síntesis y analogías. Los análisis y las
síntesis son pensamientos deductivos, pero también pueden ser inductivos. Las
analogías son deducciones parciales probables, no seguras; por ejemplo, Newton
definió la gravedad como el producto de las masas dividido por el cuadrado de
la distancia; análogamente, Faraday definió el campo eléctrico como el producto
de las cargas dividido por el cuadrado de la distancia; esa analogía funcionó;
también nos ha servido comparar músculos y huesos con palancas; y la palabra,
vehículo del concepto, con un camión que transporta una carga.
Conocemos objetos, pero también
ideas. Los objetos los conocemos por análisis (y los desmenuzamos para saber lo
que tienen dentro: cada análisis nos da una descripción más atinada y afinada
de lo que antes conocíamos menos); también los podemos conocer por síntesis (si
vemos muchos árboles juntos veremos, más que una suma, una totalidad: el
bosque): así, vemos individuos y agregados. Los agregados pueden ser conjuntos
(bosques, rebaños, nubes) o cantidades (que no son sino individuos de un
conjunto o de un fragmento). En resumen, que las descripciones se expresan con
palabras (letras) y las cantidades con números.
Además de los objetos, que captamos
sensorialmente, la razón conoce ideas. Las ideas son generalizaciones de nuestras
experiencias (inducciones) y abstracciones que toman en cuenta sólo lo que
tienen en común varios objetos. Si los objetos producen descripciones, las
ideas producen definiciones y se agrupan en teorías: una teoría no es un
agregado de ideas a la manera como un bosque es un agregado de árboles, sino
una estructura de ideas, lo mismo que un organismo es una estructura de
órganos, aparatos y sistemas.
La razón es, como hemos visto,
intuición e inteligencia. La inteligencia es lógica aplicada a los objetos que
conocemos; en un sentido amplio la lógica es deducción, inducción y analogía, y
en sentido restringido empleamos la palabra “lógica” como sinónimo de
deducción: pero es evidente que las analogías también tienen su lógica, aunque
no una lógica de identidades, sino de parecidos; la identidad, la
identificación que hacen las definiciones (a es b) se convierte en
identificación de fenómenos distintos (a es b como c es d). Si el corazón es a
la sangre lo que el sol a los planetas, podemos concluir, despejando, que el
sol es el corazón de los planetas; eso es una metáfora. Y si digo que el
corazón es la bomba que impulsa el riego sanguíneo lo estoy identificando: eso
es una definición. Pero las definiciones son, en el fondo, antiguas metáforas.
El corazón es a los vasos sanguíneos lo que la bomba es a la manguera.
Admitiremos que las intuiciones son
razonamientos (lógicos o analógicos) inconscientes. Una intuición puede ser la
conclusión de una cadena deductiva que ha hecho nuestro cerebro sin que nosotros
nos diéramos cuenta. O puede ser el resultado de una analogía que no ha
aflorado a la conciencia. Así, hay intuiciones certeras e intuiciones
aproximadas, según que su raíz escondida sea una deducción o una analogía. No
todas las intuiciones tienen la misma fuerza. Intuiciones, presentimientos,
premoniciones, corazonadas.
En el apartado anterior hemos visto
que podemos conocer con el alma o con el cuerpo. También podemos conocer desde
el cuerpo: que es cuando el alma se expresa a través de las profundidades
corporales. En ese caso las vivencias incrustadas en nuestro cuerpo serían
también las profundidades del alma. Nuestra mente tiene vocación racional
cuando piensa, y vocación espiritual cuando siente con los pensamientos. El
alma racional es en primer lugar un alma lógica, realista, inteligente; pero
también es intuitiva, cuando la razón es una lógica diluida en el sentimiento;
y esa lógica suele ser difusa, no sólo bivalente. La intuición, cuando conecta
con el cuerpo, se choca con el instinto: que está en las regiones abisales del
alma; un instinto donde se mezclan lo reptiliano (el hambre, la sed, el
territorio), lo mamífero (ternura, amor, instinto maternal) y lo humano
(admiración, razonamiento y sentimientos éticos): ahí es donde se mezcla el espíritu
con el cuerpo; donde el cuerpo es la puerta por donde sale el espíritu. Lo decía Jaime Gil de Biedma: el amor es cosa del
alma, pero el cuerpo es el libro donde se escribe. O San Juan de la Cruz: mira,
que esta dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura. Pero San
Juan de la Cruz, temiendo llegar a sus últimas consecuencias, exclama,
asustado: “apártalos, amado, que voy de vuelo”. El cuerpo es, inexorablemente,
una necesidad del alma.
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