sábado, 30 de julio de 2016

La Matrioschka del método "COCER" (2) Comprender




LA MATRIOSCHKA DEL MÉTODO “COCER” (2):
COMPRENDER

 

            Saber lo que es un centauro no es saber que existen los centauros. Y saber que el hígado es ese órgano que veo y sitúo correctamente en el muñeco de anatomía es conocer el hígado, pero si sé que sirve para convertir las grasas en hidratos de carbono lo conoceré algo mejor; conocer sintiendo no es lo mismo que conocer comprendiendo, al menos si descartamos la ontopatía: sentir no es lo mismo que pensar, y conocer no es lo mismo que comprender; por otro lado, cuando memorizamos algo que previamente hemos comprendido, puede ocurrir (y ocurre muchas veces) que nos olvidemos de la explicación y dejemos de entender lo que entendimos en su día. El aprendizaje memorístico puede asimilar cosas sin entenderlas, o asimilar cosas que hemos dejado de entender.
            Comprender las cosas es, además de saber cómo son, saber qué son, y cómo funcionan; o para qué sirven. Comprender es poner coherencia y verdad en el conocimiento alojado en la memoria. El pensamiento es un artilugio del conocer: conocemos lo que vemos y sentimos, pero no siempre lo comprendemos. La vieja escuela se ha esforzado en enseñar conocimientos, la escuela nueva prefiere enseñar a pensar; y cuando sabemos sin comprender, aprendemos de memoria; pero comprender sin conocer es imposible, porque siempre hacen falta datos donde anclar el pensamiento. El conocimiento y la comprensión son dos eslabones de una cadena; al primero se llega por la sensación, y se mantiene en la memoria; pero porque el segundo contenga pensamientos no vamos a decir que no se aloje en la memoria: también guardamos el recuerdo de nuestros pensamientos y los ajenos. La vieja escuela, al centrarse en la memoria, se olvidó de pensar; pero la escuela nueva, queriendo rescatar el pensamiento, se ha olvidado de memorizar; no podemos deducir el clima que hay en un territorio si no conocemos sus accidentes geográficos (proximidad al mar, altitud, latitud, corrientes). Los conocimientos son las rocas donde echamos el ancla del pensamiento; no pensamos verdaderamente si no hay cosas sobre las que pensar.
            La razón es el órgano del pensamiento: un hilo que nos enseña a salir de los laberintos; y la vida es un viaje que está lleno de laberintos; corporales y mentales. La razón piensa de dos maneras: con la analogía, que trabaja con metáforas, y con la lógica, que nos enseña a ir de lo general a lo particular, y de lo particular a lo general, a través de un camino de experiencias y de ejemplos. Aprendemos con metáforas: y así, los hematíes son camiones que transportan oxígeno, y los leucocitos soldados que patrullan por las venas. Y aprendemos con razonamientos válidos, que nos adentran en la crítica; identificar, incluir, condicionar, verificar, todo eso es pensar; veremos lo oculto detrás de lo aparente; veremos el daño detrás de la tentación, el daño con los ojos del alma (que ven el futuro) y la tentación con los ojos del cuerpo (que sólo pueden ver lo que está presente). Así, a partir del bien, que es un instinto, la inteligencia nos desvela lo que es la justicia: una razón de intereses en juego cuando todos compiten entre sí; una razón de instintos conviviendo por igual. 

 

            Comprendemos por analogía: y el aparato locomotor nos aparece como un sistema de palancas donde los músculos son potencias y resistencias y los puntos de apoyo son los huesos. Comprendemos por deducción: si hallamos una mandíbula con dientes poderosos podemos suponer que tenía una potente musculatura en la cara; y esto nos hace conjeturar, a su vez, que tenía cresta sagital: estas conexiones lógicas nos hacen buscar, en el mismo yacimiento, fragmentos de cráneo, a ver si alguno tiene la cresta que buscamos. Al hallazgo, que hemos prolongado por la deducción, debe seguir una nueva búsqueda, y a la búsqueda el análisis de los datos que encontremos. Fijémonos nuevamente en una de nuestras deducciones:
(1)   Donde  hay dientes fuertes hay fuertes músculos masticadores.
(2)   Donde hay fuertes músculos masticadores hay cresta sagital.
(3)   Por lo tanto, si hemos encontrado dientes fuertes encontraremos una cresta sagital.
En ella hay tres términos en juego: los dientes, la musculatura y la cresta. Uno de ellos (la musculatura facial) está repetido; sirve de cemento para unir a los otros; y los otros (dientes, cresta) aparecen unidos en la conclusión: es un silogismo.
Luego seguimos haciendo más deducciones: si tiene dientes tan fuertes es que se alimentaba de raíces; por lo tanto tenía un tubo digestivo muy largo; y esto significa que no era demasiado inteligente (pues la energía que se invierte en alimentar el tubo digestivo no se puede invertir en desarrollar el cerebro). En otras palabras: de unos huesos que hemos encontrado podemos deducir cómo eran algunas de sus partes blandas, que no se han conservado; y así, conoceremos más cosas de las que hay en el hipodigma robustus; las conoceremos, no por observación, sino por lógica; la lógica nos permite acceder al conocimiento de las cosas que están ocultas.
También la costumbre, y no sólo la lógica, nos permite relacionar cosas. Si yo he descubierto un mamífero (en nuestro caso, un australopithecus) y sé, porque estoy acostumbrado a verlo, que todos los mamíferos tienen pelo, entonces concluiré que este australopithecus también lo tiene; esta conclusión no será deductiva, sino empírica, pues estoy acostumbrado a asociar el pelo con los mamíferos, como asocio las plumas con las aves y las escamas con los reptiles.
La costumbre procede de la inducción. Después de haber visto muchos mamíferos (perros, gatos, murciélagos, ratones) y de haber comprobado que todos ellos tienen pelo, concluyo que cualquier otro mamífero que me encuentre por el mundo también será peludo. Será una conclusión (inductiva) que elevaré a rango de ley, y será una ley probable, muy probable quizá: pero no segura; será una ley empírica. Así, si yo sé, por experiencia (es decir por la costumbre) que todos los mamíferos tienen pelo, concluiré, por subalternación, que también las ballenas deben tenerlo; busco una ballena, la analizo bien y compruebo que lo tiene. Así es como procede el método inductivo de Aristóteles.
            También podemos recurrir al método de análisis y síntesis. Analizar es separar, dividir, fragmentar; sintetizar elementos es unirlos en un todo coherente. Para analizar las cosas tenemos que acercarnos a ellas, y veremos los detalles; pero las síntesis son alejamiento de los detalles para poder ver el conjunto: zoom hacia adelante y hacia  atrás, respectivamente. Llevo el coche al taller. Digo que pierde agua. Entonces el mecánico desmonta las partes donde puede estar la fuga y va descartando hipótesis: puede ser un manguito, lo ve a simple vista, lo desmonta y sigue perdiendo agua con un manguito nuevo: ya sé que el problema no está allí; sigo probando y al final tengo que desmontar la junta de la culata, y por fin encuentro allí el problema; cambio la pieza defectuosa, lo vuelvo a montar todo y el coche anda de nuevo: ya he dado con la solución. Las hipótesis son conjeturas (posibilidades) que me van guiando para desmontar unas piezas y no otras; si no contara con hipótesis (faros que me van alumbrando), tendría que desmontar todo el coche para arreglar la avería más aparente, más superficial y más nimia. ¿Y cómo descubro las hipótesis? Por la costumbre. Yo ya sé, por experiencia, que si pierde agua puede ser por la culata o por un manguito; que si no arranca puede ser la batería; que si se para después de circular puede deberse a un fallo en el alternador. El mecánico, como usuario, conoce las cosas por experiencia; el ingeniero las conoce por lógica, por analogía, por deducción. 

 

            También en matemáticas puedo emplear el método de análisis y síntesis. Ante un problema complicado, si no sé resolverlo puedo pensar en dividirlo en partes más simples, resuelvo cada parte por separado y luego las utilizo todas para resolver el conjunto.
            La razón nos guía en nuestra vida. El pensamiento, como uso de la razón en nuestra experiencia, puede ser inconsciente o consciente: en el primer caso es intuición, y en el segundo inteligencia. La razón hace análisis, síntesis y analogías. Los análisis y las síntesis son pensamientos deductivos, pero también pueden ser inductivos. Las analogías son deducciones parciales probables, no seguras; por ejemplo, Newton definió la gravedad como el producto de las masas dividido por el cuadrado de la distancia; análogamente, Faraday definió el campo eléctrico como el producto de las cargas dividido por el cuadrado de la distancia; esa analogía funcionó; también nos ha servido comparar músculos y huesos con palancas; y la palabra, vehículo del concepto, con un camión que transporta una carga.
            Conocemos objetos, pero también ideas. Los objetos los conocemos por análisis (y los desmenuzamos para saber lo que tienen dentro: cada análisis nos da una descripción más atinada y afinada de lo que antes conocíamos menos); también los podemos conocer por síntesis (si vemos muchos árboles juntos veremos, más que una suma, una totalidad: el bosque): así, vemos individuos y agregados. Los agregados pueden ser conjuntos (bosques, rebaños, nubes) o cantidades (que no son sino individuos de un conjunto o de un fragmento). En resumen, que las descripciones se expresan con palabras (letras) y las cantidades con números.
            Además de los objetos, que captamos sensorialmente, la razón conoce ideas. Las ideas son generalizaciones de nuestras experiencias (inducciones) y abstracciones que toman en cuenta sólo lo que tienen en común varios objetos. Si los objetos producen descripciones, las ideas producen definiciones y se agrupan en teorías: una teoría no es un agregado de ideas a la manera como un bosque es un agregado de árboles, sino una estructura de ideas, lo mismo que un organismo es una estructura de órganos, aparatos y sistemas.
            La razón es, como hemos visto, intuición e inteligencia. La inteligencia es lógica aplicada a los objetos que conocemos; en un sentido amplio la lógica es deducción, inducción y analogía, y en sentido restringido empleamos la palabra “lógica” como sinónimo de deducción: pero es evidente que las analogías también tienen su lógica, aunque no una lógica de identidades, sino de parecidos; la identidad, la identificación que hacen las definiciones (a es b) se convierte en identificación de fenómenos distintos (a es b como c es d). Si el corazón es a la sangre lo que el sol a los planetas, podemos concluir, despejando, que el sol es el corazón de los planetas; eso es una metáfora. Y si digo que el corazón es la bomba que impulsa el riego sanguíneo lo estoy identificando: eso es una definición. Pero las definiciones son, en el fondo, antiguas metáforas. El corazón es a los vasos sanguíneos lo que la bomba es a la manguera. 

 

            Admitiremos que las intuiciones son razonamientos (lógicos o analógicos) inconscientes. Una intuición puede ser la conclusión de una cadena deductiva que ha hecho nuestro cerebro sin que nosotros nos diéramos cuenta. O puede ser el resultado de una analogía que no ha aflorado a la conciencia. Así, hay intuiciones certeras e intuiciones aproximadas, según que su raíz escondida sea una deducción o una analogía. No todas las intuiciones tienen la misma fuerza. Intuiciones, presentimientos, premoniciones, corazonadas.
            En el apartado anterior hemos visto que podemos conocer con el alma o con el cuerpo. También podemos conocer desde el cuerpo: que es cuando el alma se expresa a través de las profundidades corporales. En ese caso las vivencias incrustadas en nuestro cuerpo serían también las profundidades del alma. Nuestra mente tiene vocación racional cuando piensa, y vocación espiritual cuando siente con los pensamientos. El alma racional es en primer lugar un alma lógica, realista, inteligente; pero también es intuitiva, cuando la razón es una lógica diluida en el sentimiento; y esa lógica suele ser difusa, no sólo bivalente. La intuición, cuando conecta con el cuerpo, se choca con el instinto: que está en las regiones abisales del alma; un instinto donde se mezclan lo reptiliano (el hambre, la sed, el territorio), lo mamífero (ternura, amor, instinto maternal) y lo humano (admiración, razonamiento y sentimientos éticos): ahí es donde se mezcla el espíritu con el cuerpo; donde el cuerpo es la puerta por donde sale el espíritu. Lo decía Jaime Gil de Biedma: el amor es cosa del alma, pero el cuerpo es el libro donde se escribe. O San Juan de la Cruz: mira, que esta dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura. Pero San Juan de la Cruz, temiendo llegar a sus últimas consecuencias, exclama, asustado: “apártalos, amado, que voy de vuelo”. El cuerpo es, inexorablemente, una necesidad del alma.

 


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