sábado, 6 de agosto de 2016

El pensamiento y sus evidencias




EL PENSAMIENTO Y SUS EVIDENCIAS  

 

I.
PREÁMBULO.
(Recuento de algunas cosas que nos sabemos ya).

1. El pensamiento y la razón.
            El pensamiento es el ejercicio de la razón sobre la experiencia. La razón es la capacidad de sacar conocimientos nuevos a partir de conocimientos viejos. Los conocimientos viejos son la experiencia acumulada que llamamos cultura, y es conciencia muchas veces latente en el subconsciente; los conocimientos nuevos son contenidos implícitos de la cultura, que sabemos sin saber que los sabemos, porque todavía no los hemos buscado en el inconsciente; son, por lo tanto, latidos ocultos de la cultura, que todavía no hemos llevado a la conciencia. Los contenidos de la cultura que empleamos en los razonamientos son premisas, porque los ponemos por delante; y a los que sacamos de las premisas los llamamos conclusiones. La razón es la capacidad de sacar conclusiones de las premisas. El razonamiento es el ejercicio de la razón.

2. La intuición y el razonamiento.
            La intuición es un razonamiento inconsciente; una conclusión que sentimos aparecer en nuestro conocimiento sin conocer las premisas de donde ha salido. Las conclusiones que aparecen en nuestra conciencia a partir de premisas de las que también somos conscientes proceden de eso que en adelante llamaremos razonamiento: a secas; y que pueden ser lógicos y analógicos; los primeros pueden ser, a su vez, inductivos y deductivos. Las dos formas de la razón son, por lo tanto, la intuición y el razonamiento.

3. Las evidencias o los aprioris.
            Pero hay otra forma de intuición que es luz inteligente que alumbra conocimientos sin sacarlos de ninguna premisa. Podemos considerarla conocimiento a priori, y hay dos tipos de aprioris: los de la naturaleza y los de la cultura. Los aprioris culturales son evidencias adquiridas que nosotros solemos creer innatas: el principio de contradicción puede ser una de ellas; en las lógicas no aristotélicas se acepta la contradicción, que Aristóteles rechazaba; las lógicas de Lorenzo Peña, Lesniewski o Newton da Costa reposan sobre un a priori cultural no aristotélico: la contradictorialiedad y el rechazo de la bivalencia; son lógicas paraconsistentes, producto del siglo XX y no de la antigüedad clásica.
            El principio de identidad también se ha confundido siempre con un a priori natural, cuando la realidad es que sólo procedía de la cultura. La observación más sencilla me muestra que yo, a los sesenta años, y más aún a los noventa, no soy el mismo que era a los dos meses, aunque me empeñe en inventar un fondo común que concibo como la misma persona que varía a lo largo del tiempo. ¿Qué es lo más natural? ¿Pensar que soy el mismo o pensar que he cambiado? La historia se ha agarrado al primer pensamiento, pero el segundo no es menos natural que el primero. El principio de no contradicción se ha impuesto como un universal de la naturaleza, excluyendo al de contradicción, que no es tampoco menos universal; si el uno no se hubiera impuesto a costa del otro habría sido, seguramente, un a priori de la naturaleza; pero como lo ha excluido no ha pasado de ser un a priori de la cultura; un a priori histórico.
            ¿Existen los aprioris de la naturaleza? ¿Aquellos que son tan universales que ninguna cultura puede poner en duda? ¡Quién sabe! En el conocimiento del ser se pueden postular esas evidencias. De momento podemos admitir que existen las evidencias naturales; aquellas intuiciones que no se nos ocurren porque nos parecen incuestionables, y ese prejuicio latente nos prohíbe ponerlas en duda. Quizá existan tales evidencias en el terreno moral. En el terreno teórico hay que buscarlas. Y en el de la belleza es muy posible que sean culturales los cánones estéticos que siempre hemos creído naturales; las diversas culturas no tienen el mismo sentido de la belleza.

4. La inteligencia.
            La inteligencia sería el conjunto de la razón y la evidencia. Si existieran las evidencias naturales seríamos aristotélicos, platónicos o cartesianos. Si no existieran no le quedaría más remedio a nuestro pensamiento que ser hipotético-deductivo. Pero siempre cabe la posibilidad de descubrir, un día, que existe el pensamiento categórico-deductivo; que nuestras deducciones reposan sobre evidencias de la naturaleza. 

 

5. La conciencia y el inconsciente de la cultura.
            Mientras no aparezcan tales evidencias (que podemos llamar universales del pensamiento, trascendentes a toda cultura), podemos considerar que la razón es lo mismo que la inteligencia; las intuiciones serían razonamientos inconscientes, y la inteligencia, razonamientos de la conciencia. Pero si un día aparecen tendríamos que distinguirlas: la inteligencia sería la razón emanando de la evidencia, y la razón se escindiría en intuición e inteligencia. De momento, mientras no se descubran esas evidencias de la razón (que serán evidencias prerracionales, no irracionales: requisitos previos a toda razón); mientras no se descubran, pues, tendremos que admitir que las evidencias son contenidos de la cultura que han podido colocarse en el punto de partida de la razón (axiomas); frente a esos otros contenidos (teoremas) que son los eslabones de la cadena deductiva, y que un día fueron puntos de llegada de anteriores deducciones, de anteriores cadenas.

6. Lógica y experiencia.
            El pensamiento abarca la lógica, la experiencia, la ética y la estética. En lógica utilizamos evidencias culturales (los primeros principios de los que ya hemos hablado). Nuestra experiencia utiliza evidencias que están cambiando (antes parecía natural distinguir entre materia y energía, ahora hablamos de campo; Aristóteles hablaba de seres, y los estoicos, y después el propio Einstein, de sucesos; las sustancias se van convirtiendo en los accidentes; como decía Mach, la materia desaparece).

7. Estética y moral.
            Las evidencias estéticas son los cánones de belleza; que, lejos de ser universales, ya vamos sospechando que cada cultura tiene las suyas. Y las primeras evidencias éticas son las intuiciones del bien y de la justicia: cada sociedad, y dentro de cada sociedad, cada clase, y por encima de todas las clases, cada persona, y dentro del paso del tiempo, cada época, tiene las suyas. ¿Existe un sentimiento del bien, más que una idea, que podamos decir que trasciende a todas las sociedades y todas las épocas? Probablemente sí; pero de existir ¿sería una evidencia universal, o solamente un postulado de nuestra época? 


 
 
II.
LAS INTUICIONES.

1. La intuición intelectual. (Acerca de si es posible estar seguro de la verdad: las evidencias intelectuales).
            Evidencia es lo que se ve sin necesidad de dar explicaciones; se ve por sí solo, sin intermediarios, como el amor a primera vista. Un intermediario es una razón o argumento, pues bien: es evidente lo que se entiende sin argumentar. Nadie me tiene que explicar por qué la puerta abierta no está cerrada, por qué la distancia más corta entre dos puntos es la recta ni por qué el rojo despierta pasión.
            La razón funciona por evidencia y por demostración. La evidencia es una iluminación (San Agustín), una bombilla que se enciende (metáfora del cómic), un Eureka (Arquímedes), una comprensión súbita (psicología de la Gestalt). Y una demostración es una búsqueda de intermediarios para comprender lo que a primera vista no hemos entendido. Ejemplo de evidencia: que cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo. Ejemplo de demostración: que si los mamíferos tienen pelo y las ballenas son mamíferos, entonces las ballenas tienen que tener pelo. Siempre me he preguntado si el cogito cartesiano del “pienso, luego existo” es una evidencia o una demostración.
            La razón piensa en la demostración, pero siente en la evidencia; por eso son tan racionales el pensar como el sentir. (A menudo las evidencias son corazonadas, certezas, presentimientos; siento que fulanito está en lo cierto, pero no sé decir por qué; y siento que puede ponerse a llover de un momento a otro por razones evidentes que no me han llegado a la conciencia, pero mi inconsciente lo sabe y no sabe por qué; sin embargo no siento que sea verdad el teorema de Pitágoras: me lo tienen que demostrar). 

 
 2. La intuición artística. (Acerca de si son posibles las evidencias estéticas).
            Intuir es leer dentro de las cosas como inteligir es leer entre ellas. Captar de un plumazo la realidad. Son las luces de la razón convertidas en sentimiento, que no otra cosa es la intuición; la evidencia. ¿Existen evidencias estéticas? ¿Hay un concepto universal de belleza? Los griegos creían que sí: cuando sentían armonía en las cosas las analizaban y resulta que encontraban ángulos rectos, el canon de Policleto, la sección áurea. ¿Por qué es armonioso el Partenón? Por su geometría; y la geometría es universal; un ángulo recto es recto para todos.
            Pero no siempre ha sido así. Yo veo una mujer guapa: para otro es fea. A mí me gusta por ser rubia: él la prefiere morena. A mí me gusta la piel pálida: a otro le gusta bronceada. ¿Existe una belleza universal? ¿Que sea bella para todos? No: los latinos las prefieren morenas, los anglosajones de piel clara. Tenemos una idea de lo que es bello y creemos que es la misma para todos, pero cada pueblo, cada sociedad, cada época tiene sus modelos; sus modelos y sus modas; y cada uno cree que lo suyo es lo perfecto y los demás han elegido lo imperfecto; o sea lo feo, y a eso lo llamamos mal gusto: ¿el mal gusto es una bofetada a la belleza o es una belleza distinta de la que me gusta a mí?
            Si hubiera una belleza universal sería la misma para todos; y al coincidir todos en el mismo gusto sería un a priori de la razón, una intuición estética. Pero si cada uno tenemos nuestro gusto particular y al mismo tiempo todos apreciamos lo que compartimos con los demás, será que compartimos los mismos aprioris sociales, que son las costumbres comunes que nos han inculcado desde que nacimos; y así, a unos les gustan las chilabas y a otros las americanas y a otros los chándals y las deportivas. Esos gustos ya no son racionales, porque no nos ponemos de acuerdo en ellos, porque no los podemos compartir de manera incondicional. El gusto universal es un a priori de la razón, una evidencia estética. ¿Existe? ¿No es un ideal que buscamos detrás de las costumbres de nuestro pueblo, un ideal inalcanzable, una utopía? 

 
 3. La intuición moral. (Acerca de si son posibles las evidencias morales).
            ¿Intuimos todos lo que está bien y lo que está mal? ¿Podemos ponernos de acuerdo en ello? ¿Hay evidencia de lo bueno en los corazones de todo el mundo? Las evidencias de la moral, iguales para todas las personas y para todos los pueblos, serían evidencias de la razón. Pero si cada uno cree buenas cosas diferentes unas de otras, dependiendo de la educación que le hayan dado en el país donde ha nacido, entonces la moral no procede de la razón, sino de la costumbre; y eso no se puede aceptar (David Hume lo llamaba falacia naturalista).
            Si yo creo que es bueno someter a las mujeres es porque el pueblo donde nací lo considera normal; un ideal de conducta, vamos. Si tú crees que las mujeres deben vivir libres porque así es como te han educado, tampoco será un ideal de todos: sino solamente de tu pueblo. ¿Cuál de los dos ideales es preferible? ¿Hay algún concepto de bien, algún ideal de justicia, que sea preferible a todos los demás?
            El ideal moral, que es lo que entendemos por bien, no procede de la razón, dice Hume: sino del sentimiento. Pero hemos visto que la razón ve las cosas sintiendo o las ve pensando: a lo primero lo llamábamos intuición; a lo segundo, argumento. El bien moral probablemente no es algo que se pueda argumentar, pero lo intuimos sin excepción, o sea que lo sentimos de la misma forma todos los seres humanos: es una convicción profunda, no una demostración rmediada. El bien moral es una intuición de la razón; como el ideal de belleza; como las evidencias lógicas.
            Descartes no consiguió encontrar ninguna evidencia moral que pudiera fundamentar nuestras acciones; por eso se contentó con una moral provisional. Pero Kant sí lo consiguió: la encontró en el imperativo categórico, que es algo así como el principio de empatía intelectual. Y también la encontró Sócrates: la encontró en el intelectualismo moral. Así, cuando defendemos la libertad de las mujeres frente a aquellos que creen natural y lógico que vivan sometidas, no estamos imponiendo los valores europeos frente a los valores del islam (por poner un ejemplo); no estamos imponiendo los valores de una cultura sobre los valores de otra (lo que sería etnocentrismo); sino que imponemos, lisa y llanamente, a la visión estrecha de una cultura, la visión amplia, universal y necesaria, de toda la humanidad.

III.
CONCLUSIÓN.
            El relativismo moral no sería aceptable. ¿Lo sería el relativismo estético? ¿Lo sería el relativismo intelectual? ¿Existe una verdad para todos, o cada pueblo tiene su propia verdad? Que el corazón hable: frente a los argumentos racionales, compartimos todos las mismas intuiciones de la misma racionalidad. Podemos equivocarnos al pensar con razones; pero al sentirlas, no. 
 






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