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viernes, 24 de mayo de 2019

CATALUÑA, PROBABLEMENTE, NO PUEDE SEPARARSE DE ESPAÑA




CATALUÑA, PROBABLEMENTE, NO PUEDE SEPARARSE DE ESPAÑA


1.

Alquilar una casa es dejar que alguien viva en ella a cambio de dinero. Un alquiler es un contrato: tú aceptas dejarme tu piso y yo acepto pagarte una cuota mensual. Si un día decido marcharme te lo tengo que decir con antelación (normalmente un mes); luego me voy y ya está.
Supongamos ahora que estoy construyendo un barco. Cada uno de nosotros tiene una pieza (uno tiene la hélice, otro la quilla, otro la borda, otro el motor…) y decidimos ponernos de acuerdo para juntar todas las piezas y hacer el barco. Materializamos nuestro acuerdo en un contrato y en él decimos: que el barco lo vamos a usar entre todos; que navegaremos por los mares que convengan a  todos, en orden sucesivo, y que si alguien quiere llevarse su pieza no puede hacerlo unilateralmente porque dejaríamos sin barco a los demás: tendrían que ponerse todos de acuerdo para que el dueño del motor se lo llevara sin que el barco dejara de funcionar.
Cataluña quiere independizarse de España. No puede hacerlo unilateralmente. España no es una casa alquilada de la que uno se va cuando quiere, sino un barco compartido del que uno no se puede bajar sin hacer daño a los demás. También puede compararse a un solar: el dueño del solar no tiene derecho a llevárselo cuando hay casas construidas, levantadas sobre él; tendrá que contar con los dueños de las casas y con las personas que viven en ellas.
Si Cataluña no es dueña de marcharse cuando quiere, es porque su destino está unido al del resto de los españoles; no puede marcharse sin hacer daño a los demás; cuando firmó la constitución (y la firmó hace cuarenta años) aceptó contar siempre con el resto de los españoles. Puede romper ese contrato, eso es cierto, pero necesita contar con los dos tercios del resto de los españoles y si esos dos tercios no quieren, será porque su marcha rompería gravemente la vida de todos y se quebraría la convivencia. Hay contratos que no valen para dos días. No basta con que lo vote una mayoría, hay que consensuarlo. Y si el consenso no es posible, será porque quien se marcha busca una prosperidad que se asienta sobre el perjuicio de la mayoría; sería como comprarse un campo de golf en el terreno donde vivimos y echar a la gente para que yo pueda jugar los domingos.
¿Se puede romper el contrato? Sí, pero con tiempo suficiente; y con el consentimiento de una amplia mayoría (no solamente la mitad más uno). La política es el arte de lo posible, ¿se puede cambiar la constitución? Sí. ¿Se puede independizar Cataluña? Sí, pero hay que meterse una cosa en la cabeza: que la independencia de Cataluña es cosa de todos, no solamente de los catalanes; y si la mayoría no quiere, no hay independencia. Se pueden buscar otras formulas: ¿por qué no un Estado federal? Estados Unidos lo tiene y eso no ha dañado su integridad (ex pluribus unum). Y lo tiene Alemania. Dar poder a las partes no es quitarle al conjunto el poder de decidir unitariamente sobre las cosas que afectan a todos; cada vecino  tiene derecho a hacer obras en su casa, pero nadie puede quitar una columna; y no puede porque, por mucho que esa columna esté en su casa, si desaparece se puede venir abajo el edificio; de modo que hay cosas que están en nuestra casa pero no nos pertenecen a nosotros sólo, sino que les pertenecen igualmente a todos los vecinos. Lo mismo pasa con Cataluña y con España.
La vida es tiempo (o, cuando menos, se desarrolla en el tiempo). El tiempo que necesita una leona para parir no es el mismo que necesita una nutria; cada cosa a su tiempo, y si plantamos patatas y tomates no tardarán lo mismo en crecer unos que otros, y sería absurdo aplicarles a las zanahorias el mismo plazo de recolección que al trigo.
Las sociedades humanas también tienen su tiempo. No dura lo mismo la amistad de quienes se conocen en un viaje que la de unos colegas de trabajo, o unos compañeros de clase. Un gobierno no dura lo mismo que un Estado. Ni un colegio de abogados lo mismo que un parlamento. Las sociedades se juntan y separan respetando los ritmos de cada uno, o de lo  contrario las separaciones no serían espontáneas y no se harían de modo natural. Cuando una sociedad quiere ser rota por una de sus partes debe ajustarse el ritmo del conjunto, y si no, la ruptura sería traumática. Traumática. Forzada. Violenta. Antinatural. Y puede suceder que los mismos que querían separarse con tanto ahínco se den cuenta después de que se equivocaban y quieran volver a unirse, después de haberse separado.


2.

            Volvamos al principio: ¿qué es la política? El arte de la toma de decisiones. Cuando una empresa decide en qué sector invertir y para qué consumidores, cuando un colegio decide para quién enseñar, cuando un gobierno decide a quién favorecer: aprender no es lo mismo que dirigir, y la teoría no es lo mismo que la praxis.
            Según otra definición, la política es el arte de lo posible. Entre las decisiones que se toman, unas son realistas y otras no. La política que se está haciendo en Cataluña, entre quienes buscan la independencia, peca de fantasiosa porque se piden cosas imposibles, como cuando un niño quiere ir a la luna y sus padres le hacen razonar y el niño persiste: “pero es que yo quiero”. Podemos decidir cosas que nos convienen (como se hace en economía); o que nos interesan, ilusionan o apetecen (como se hace en política); pero si lo que queremos hacer es imposible estaremos persiguiendo quimeras, y las quimeras chocan con la realidad, y nos romperemos las narices porque la realidad es tozuda.
            Según un tercer criterio, unos dicen que la política debe perseguir la justicia, ajustándose a criterios éticos, y otros que no; entre los segundos está Maquiavelo. Si algunos catalanes quieren la independencia, y si la independencia no es posible respetando a los demás y para conseguirla hay que faltarles al respeto, entonces nos internaremos en los recovecos del maquiavelismo; si hay que poner unos cuantos muertos sobre la mesa (cien mejor que diez, y, si hace falta, mejor que diez, diez mil, como algunos han dicho), estaremos haciendo una política inmoral; y si, al correr del tiempo, se consigue la independencia a costa de muerte y destrucción, ¿habrá valido la pena? ¿Será sensato perder la paz y el entendimiento para conseguir una quimera de Maquiavelo? ¿Habrán hecho falta esas alforjas para hacer este viaje?


3.

            No es fácil separarse sin romperse la cabeza. Los ingleses llevan tres años queriendo materializar el bréxit y todavía están en el punto de partida; hasta muchos piden votar otra vez para ver si de verdad quieren separarse del resto de Europa. Supongamos que yo tengo un motor y me he puesto de acuerdo con otros para ponerlo en un barco. Supongamos que el día de mañana quiero llevarme el motor a casa: tendría que darles a mis socios otro barco para poderme llevar mi motor a casa con barco y todo; lo que no puedo hacer es dejarles el barco sin motor; porque cuando me comprometí a compartirlo con ellos me comprometí a no dejarlos unilateralmente con el culo al aire. Es como el mercader de Venecia: no puedes arrancar el corazón que te han prometido sin derramar una gota de sangre porque cuando en el contrato el otro se comprometía a darte su corazón, en ningún momento te autorizaba a derramar su sangre. Y si yo quiero llevarme a casa una columna del edificio porque en ella he puesto cantidades de oro que quiero recuperar, lo que debo hacer es comprarles el edificio a los vecinos y llevarme mi columna con edificio y todo; o comprarles otro edificio si yo me llevo el que tienen; lo que no puedo hacer es arrancarles la columna y dejarles el edificio dañado. Cataluña no puede marcharse de España porque con ello haría daño el resto de los españoles; es muy fácil abandonar un edificio dejándolo inhabitable para irse a una casa nueva que uno ha ido preparándose poco a poco.
            Y no puede porque se comprometió en 1978 firmando la constitución. Ese compromiso era solidario, es decir que no podía romper el contrato si los que firmaron en él no querían romperlo. Hay que tener la mente lúcida y distinguir cuándo alquilar una casa, firmar un contrato de trabajo o construir entre todos una casa en la que quepan todos; en los dos primeros casos puedes romper el contrato sin hacerle daño a nadie; en el último sólo puedes dejar el barco haciendo que se hunda con todos dentro, y nadie tiene derecho a buscar la ruina de otros como moneda de cambio para pagar su propia prosperidad; no sin ser perverso, insolidario y maquiavélico. Cataluña es una de las columnas que sostienen el edificio de España, pero ahora resulta que algunos catalanes han construido otra Cataluña nueva y quieren mudarse de casa. No, Cataluña no puede destruir un país entero para construirse otro, como nadie tiene derecho a demoler un templo románico para coger las piedras y hacerse una casa. Cataluña no puede marcharse de España. 




viernes, 29 de diciembre de 2017

ANTES DEL SORTEO DE NAVIDAD


ANTES DEL SORTEO DE NAVIDAD



1.

            Elecciones autonómicas en Cataluña. Vísperas del sorteo de navidad. Es el día 21 de diciembre de 2017 y han ganado las fuerzas de la independencia. Pero en la misma victoria tienen su derrota porque han hecho campaña contra una España franquista que les ha permitido votar limpiamente y esa misma España ha reconocido, democráticamente, su derrota. ¿No quedamos en que España era franquista? ¿No era Franco un dictador, un enemigo de la democracia? Nos habían estado engañando.
Más bien los dictadores serían los políticos de la independencia, que habían dicho que, si ganaban, las elecciones serían limpias y en caso contrario todo habría sido un pucherazo. Curiosa forma de respetar la voluntad popular, como había hecho un año atrás Donald Trump, otro unilateralista.
            Los electores se han equivocado de partido, como si hubieran ido a jugar al rugby mientras nos decían que era fútbol; y lo peor es que todavía querían que dijéramos que era fútbol. No ha vencido la democracia contra la dictadura, sino la mentira contra la decencia. Los electores, libremente, han votado contra la libertad. Por unos partidos despóticos que les han vendido despotismo envuelto en independencia. Pero han perdido. Con su triunfo, muy a pesar de ellos (y esto seguro que les duele), lo que ha triunfado ha sido la realidad de una España esencialmente antifranquista. Irónicamente parece que hubiera vencido Hobbes.

2.

            El bloque constitucionalista ha ganado en votos, pero perdido en escaños. Dicho de otro modo, se ha rebelado el campo contra la ciudad. Porque el campo necesita muchos menos votos para conseguir un diputado y en las ciudades los votos salen más caros.  Por lo tanto, con más votos en ellas salen menos diputados. La ciudad debe pagar caro su derecho a la palabra.


            También en Yugoslavia se rebeló el campo contra la ciudad. Los campesinos serbios se levantaron en armas contra Sarajevo: que, como era una población culta, estaba desarmada. Y fue una masacre. En Francia también se levantó el campo contra la ciudad. La Iglesia contra el pensamiento laico. Y Trump, en Estados Unidos, con muchos menos votos, se alzó también con el triunfo; le había votado el campo contra California, contra Nueva York. La ciudad se desdibuja cuando se nominaliza la cultura, cuando las palabras derrotan a las ideas, cuando la inteligencia se sacraliza y el arte se transforma en postureo. Frente a ella, el campo vive un arte y una literatura más vistosos que reales, más intensos y auténticos, sí, pero más que de cultura, de culto: más de consigna que de ideas, más de refranes que de inteligencia; en el campo se vota a la apariencia que te llena, mientras que en la ciudad, que contiene realidades profundas, éstas se cubren de un halo de apariencias vacías. En el triunfo del campo aplasta el corazón vacío a los corazones llenos, el humo dulzón a los vapores sosos, la superficie intolerante se yergue sobre la superficie de la humanidad: y la llaman la América profunda porque en el campo se puede amar profundamente la falta de ideas, se prefiere el rito a la técnica, el mito a la ciencia, la fe a la duda, lo fácil a lo que cuesta, la tradición a la crítica, la intolerancia nos hace más seguros porque no es fácil ponerse en lugar del otro; y confunden la ignorancia con la profundidad. Ha ganado la América profunda.
            Lo dijo Marx y luego Unamuno: la cultura está en las ciudades (el campo inculto prefiere el culto), en la cultura está la civilización. De “civis”, que significa “ciudad” en latín, viene la palabra “civilizado”. En el campo confunden el gobierno con la sencillez, pero las cosas del gobierno son complicadas. En el campo se suelen arreglar las cosas de un plumazo y las estropean más todavía: eso sí, el campesino nunca reconocerá que se ha equivocado. Ha ganado la obsesión. El empecinamiento. La tozudez. Confunden la tenacidad con la testarudez. Tener constancia es para el campesino ser cabezota. El único campesino culto fue Sancho Panza, que escuchaba humildemente los consejos de ese viejo al que llamaban loco porque tenía razón; y tan culto era Sancho que supo meter cordura en las locuras de don Quijote, pero no lo hizo con su discurso dogmático, sino con su ejemplo: el ejemplo de un aldeano sencillo cuya profundidad no estaba en ser ignorante, sino en vivir sus convicciones íntimas desde la raíz.
            Ése es el campo que puede redimir a las ciudades. El que escucha la voz de la tradición sometiéndola a crítica. El de Sancho Panza. No el de los cabezotas de Cataluña. Ni el de un inexistente buen salvaje. Ni tampoco el de Donald Trump. 

3.

            Los hijos van creciendo en casa de sus padres y cuando se hacen mayores se independizan; nadie va a guardarles rencor por haberse separado: es ley de vida, lo anómalo sería lo contrario. Pero ni España es la madre de Cataluña ni Cataluña es una hija de España. Son dos comunidades que han crecido al mismo tiempo y la llegada de la madurez para nada supone que se tengan que separar; semejante a los esposos que, cuando más viejos se hacen, más quieren estar juntos.


Podría ser una fábrica de cerveza que se ha asociado con unos campos de cereales; campos que, además, tienen yacimientos de sílice de la que se fabrican las botellas con las que hacen los envases. Si un día esos campos dejaran de producir o se agotara el silicio, la fábrica de cerveza querría romper la asociación que la une a ellos y se declararía independiente para sentirse libre. Pero Cataluña no es así con el resto de España. Lo que la une a ella no son sólo unos intereses económicos, sino una historia común que les hace tener a veces los mismos recuerdos; y esa memoria compartida les aumenta las ganas de seguir viviendo juntos.
O podría ser como dos coches en una misma carretera, uno de los cuales avanza más rápido que el otro. Si Cataluña avanzase a un ritmo más rápido que el resto de España, se comprende que quisiera separarse de ella para no ser frenada en su ímpetu. ¿Es eso lo que sucede?
O como un colegio donde los alumnos más aventajados reclaman que los junten a ellos solos en una misma clase. O como los menos aventajados cuando piden que los separen para poder recibir atenciones adaptadas a sus necesidades. En el primer caso sería la rebelión de los ricos. En el segundo, la rebelión de los pobres. Parece que Cataluña podría estar entre las primeras. Querría separarse del resto para no ocuparse de los menos aventajados y que ellos se las apañaran solos; sería, en suma, una forma de insolidaridad y de egoísmo.
Pero ocurre que Cataluña y España no son empresas que se reúnen sólo para formar una empresa mayor. Son una convivencia entre pueblos que se comprenden y se ayudan, y si uno tiene más de unas cosas el otro tiene más de lo que al primero le falta, allí están para ayudarse en su desarrollo: no para rivalizar. Ayudarse no es estar siempre pendientes el uno del otro sino, como decía Kalil Gibrán, ser como las columnas del templo: que están lo suficientemente juntas para sujetar el techo y lo suficientemente lejos como para no estorbarse. Ese tipo de asociación es una fraternidad, no un comercio. Y si uno adelanta y el otro atrasa, el más lento debe ser generoso en dejar libre al rápido y el rápido no desentenderse nunca de los problemas del lento; ayudarse en los tiempos oportunos y no sacrificar su desarrollo para construir el desarrollo ajeno, y que el otro lo comprenda: eso es amistad y compartir los buenos tiempos. En unas cosas aprovechan los unos y los otros aprovechan en otras, y hasta el más desprotegido le da una nota de humanidad a la deshumanización del que lo tiene todo y por eso todo le falta. 
Los hijos se separan de los padres y se hacen independientes: eso es ley de vida. Una empresa se separa de otra porque ya no le interesa: eso es egoísmo. El listo se separa del torpe porque quiere ir más rápido y el torpe ya ha dejado de servirle: eso es falta de generosidad. La independencia de Cataluña ¿es natural, es egoísta o es insolidaria? Acaso sea corta de miras porque no vea en su retrato la riqueza que le aportan los otros. Acaso cometa la soberbia de creer que todo lo que tiene lo ha conseguido sola sin depender de los méritos de nadie. Quizá un día se lamente por haberse podado las ramas para que le crecieran mejor, pues en esa amputación habrá perdido algo de la esencia que latía en sus raíces; y lo habrá pagado con el porte y la presencia, renunciando, a cambio, al vigor que le daba su autenticidad.


4.

            Es un edificio de varios pisos. En cada piso hay varias casas. Allí viven varias familias cada una en su casa respectiva: pero cuanto tenemos problemas se reúne la junta de vecinos para conversar.
            Hay un vecino que no quiere reunirse con nadie. Dice que prefiere arreglar sus problemas solo y, claro, no pueden caerle goteras porque precisamente vive en el último piso. Lo encontramos por el pasillo y no nos dirige la palabra.
            Ese edificio es España. Cada casa es una comunidad autónoma. El que no nos habla no quiere cuentas con nadie porque se basta a sí mismo y su deporte favorito es pelearse con todos; sobre todo con la comunidad, a la que odia. Se cree independiente porque está solo y, porque odia al mundo, también se cree que es libre: pero lo único que ha conseguido es no querer a nadie y que nadie lo quiera; en los pasillos y escaleras la gente se da la vuelta para no saludar.

5.

            Han defendido su libertad con el voto. Peleando por su gobierno en el exilio. Por sus ministros encarcelados. Por sus apóstoles maniatados. Por sus presos políticos. Han luchado subidos al carro de los mitos. A la escena épica de la historia. A los mundos grandilocuentes de los pueblos tiranizados. A los grandes frescos históricos donde ingentes masas humanas, guiadas por Delacroix, se sacuden el despotismo entregando su vida, paladines de la justicia, de la libertad que los guía por el destino, de los momentos irrepetibles y grandiosos, pueblo desnudo de Madrid alzado contra Napoleón, débil pastor de cabras derrotando a Goliath.
            Pero se levanta el telón y la realidad cruda aflora: naciendo de la rotura del vientre como la verdad, el telón rompe el vientre de las apariencias. Detrás del gobierno en el exilio no hay más que delincuentes que se han fugado. En los presos políticos sólo hay políticos presos. Los ministros no están en la cárcel por ser ministros, sino por violar la ley. El pueblo que arriesga su vida cifra su valor en que delante no tiene a un enemigo que quiera matarlo. La libertad que los guía es un cuadro de Delacroix en donde los patriotas han sido sustituidos por traidores. La grandeza se ha transformado en grandilocuencia. La sordidez del solidario está disfrazada de generosidad. El triunfo de la mentira se viste de honradez. La ausencia de épica se tapa con épicas batallas. Y el vacío de ideas nos aparece como una idea arrollando clamorosamente las malvadas armas del enemigo.
            Nada era verdad. Todo estaba en un teatro. Se había alzado el telón y había aparecido un escenario, pero ahora, en el camerino, sólo estaban las ropas de los actores, colgadas en el armario, después de que los actores se las quitaran por haber terminado la función. ¿Cuándo terminarán esta función en Cataluña? ¿Cuándo se cansarán de hacer teatro? ¿Cuándo se hartarán de engañarnos? Cuando el pueblo entero de Cataluña oiga, como Sancho Panza, la voz de don Quijote dispuesto a escucharlo. Cuando Sancho reconozca que sólo se manda en las ínsulas para alumbrar justicia, no para reinar en ellas: entonces reconocerá don Quijote que aquello no era un ejército sino un rebaño. Cuando media Cataluña escuche a la otra media podrá la otra media renovarle su abrazo. Cuando media Cataluña se canse de mentir encontrará, con la verdad, su destino en España. Pero, ¡ay!, que para eso tendrá que caer el telón. Tendrán que dejar de confundir la realidad con el teatro. Y tendrán que aprender a convivir con los otros catalanes que hicieron de Cataluña una ciudad culta impregnada de su campo.




viernes, 3 de noviembre de 2017

REFLEXIONES A VUELAPLUMA SOBRE LA REPÚBLICA CATALANA




REFLEXIONES A VUELAPLUMA
SOBRE LA REPÚBLICA CATALANA
  

            Un contrato es un conjunto de obligaciones libremente aceptadas por quienes lo firman. Firmar es comprometerse. Una promesa es un compromiso, nadie nos obliga cuando prometemos algo, nadie más que uno mismo. En un contrato de arrendamiento los firmantes se comprometen a ocupar una casa a cambio de dinero. Un préstamo es un compromiso mutuo de dar dinero a cambio de devolverlo con interés en un plazo fijado. El matrimonio es un contrato en el que los esposos se obligan a respetarse y ayudarse, en principio porque se quieren, pero aunque no se quieran sigue siendo ésa su obligación. Un contrato de compraventa es un compromiso de dar algo a cambio de dinero. 

            Los contratos se pueden romper: el arrendamiento cesa cuando el inquilino quiere irse, el préstamo se acaba cuando se salda, el divorcio pone punto y final al matrimonio, el contrato de trabajo concluye en renuncia o en despido, y la compraventa termina cuando hemos pagado o cuando hemos devuelto lo que hemos comprado.
            Pero no se pueden romper unilateralmente los contratos: hace falta consenso entre los contratantes. El contrato de arrendamiento estipula, de común acuerdo, las condiciones de ruptura: normalmente suele ser que el inquilino avise al dueño, o el dueño al inquilino, al menos con uno o dos meses de antelación; y la fianza se usará, de común acuerdo, para reparar los desperfectos que haya sufrido la casa; en caso contrario se devuelve. Un inquilino no puede decir, de la noche a la mañana, que se va; eso sería deslealtad, falta de respeto.
            Para interrumpir el préstamo hace falta, o bien saldar la deuda hasta el último mes del plazo, o bien devolver, con intereses, lo que ha sido prestado. Nadie puede romper el contrato antes de que venza el plazo y marcharse (porque ya no le gusta) sin pagar lo que debe; su obligación es pagar la deuda.
            El divorcio puede interrumpir el matrimonio, sí, pero de común acuerdo entre los esposos. Uno de ellos no puede marcharse de repente, sin avisar ni dar explicaciones, sólo porque ya se ha cansado de vivir con el otro; hace falta decir las cosas, hablar, buscar una solución (y, si no es posible, separarse): pero no sin llegar a un consenso sobre el reparto de bienes y, si llega el caso, sobre el cuidado de los hijos; no es lo mismo divorciarse que abandonar el hogar.
            Un contrato de trabajo se rompe también de común acuerdo. Si el trabajador ha encontrado un trabajo mejor, debe decírselo al patrono en las condiciones libremente establecidas entre ellos en el contrato; si es el patrono quien ya no necesita al empleado le debe avisar con tiempo e indemnizarlo: lo contrario sería un despido improcedente o, en el otro caso, un abandono de trabajo; denunciable y punible.
            En fin, la compraventa de un bien o de un servicio concluye en los términos similares al préstamo: no se puede dar por concluido antes de terminar de pagar lo que se ha comprado; sería muy fácil romper el contrato antes de saldar la deuda y marcharse como si nada.
            Irse de una casa no es abandonarla sin avisar; cancelar un préstamo no es irse sin pagar; divorciarse no es abandonar al cónyuge; cambiar de trabajo no es abandonarlo como un ladrón; y cancelar una compra no es tampoco quedarse con lo que hemos comprado sin terminar de pagarlo. Los contratos deben romperse sin faltar a los compromisos. Sin lesionar los derechos de las personas que los han firmado.


            Cataluña ha firmado un contrato con el resto de los españoles. Ese contrato es la constitución. Libremente se comprometió con ella, votándola en un referéndum. Ha adquirido un compromiso con el resto de los españoles y lo debe cumplir. Cuando se canse de pertenecer a España puede romper el contrato, puede divorciarse, pero en los términos en los que ella misma se comprometió, y saldando su deuda. ¿Cuáles son esos términos? Que para cambiar la constitución, es decir el contrato, y redactar otra sin los catalanes, hace falta que lo pidan las tres quintas partes de los españoles; de todos los españoles, no sólo de los catalanes; porque ese contrato constitucional, que vale como contrato social, no lo firmó sólo una parte, lo firmaron todos; por lo tanto esa parte no se puede ir si no están de acuerdo los demás. Y luego hay que hacer el reparto. Una secesión unilateral de Cataluña sería desobediencia a la ley (la misma ley que firmaron los mismos catalanes); y utilizar las instituciones catalanas para desobedecer al gobierno de Madrid sería deslealtad, y por lo tanto traición; sería como si el esposo rompiera su matrimonio metiéndole miedo a la esposa para obligarla a firmar; o como si le leyera el acta matrimonial interpretándola a su antojo para engañar a la esposa, y lograr confundirla utilizando la ley según le convenga; haciendo que, lejos de protegerlos a los dos, la ley lo proteja a él solo. Eso es lo que está haciendo el desafío catalán: utilizar las leyes, no para el beneficio común, sino para que beneficien sólo a una parte; la parte que se quiere marchar; abandonando el hogar en el que tiene a su familia; y odiando a las personas a las que quería hace cuarenta años.
            Un rey francés se endeudó con un banquero para financiar sus guerras. Al volver a casa no tenía dinero para pagar esas deudas: entonces acusó al banquero de alta traición, lo mandó ejecutar y se quedó con su dinero. ¿No será que en Cataluña algunos han contraído deudas que no quieren pagar? ¿O que han robado mucho y no quieren rendir cuentas? La mejor forma de no someterse al veredicto de los jueces españoles es separarse de España; así, como el rey francés, se marcha sin pagar; sin matar a su acreedor, eso sí, porque de momento no puede; y azuza a los ciudadanos de a pie haciéndoles creer que los intereses de los ladrones son los de toda Cataluña. Quizá hay entre quienes mandan muchos Pujol-Ferrusola. Y la gente de a pie, cayendo en el engaño, combate por los opresores de casa creyendo que luchan contra los opresores de fuera. Juegan muy bien el papel de chivos expiatorios, quieren ser carne de cañón y desean ser miembros del rebaño: para salvar a los carneros. Cataluña convertida en una gran mentira, el parlament transformado en un circo, la política en una farsa; y, como toda ceremonia religiosa, necesita un ídolo al que adorar: el fantasma de la elecciones; las suyas, las que ellos quieren imponer a los demás; porque si las proponen otros, ya se sabe, si peligra su mayoría, no son más que opresión del imperialismo ibérico, de los malvados charnegos, de la canalla castellana.


2.
         Quieren elecciones ilegales y se quejan de que se las prohíban. Les proponen elecciones legales y las rechazan. El derecho a votar es, para algunos catalanes, derecho a que todo el mundo haga lo que ellos mandan; porque los temas de los que hay que hablar están sobre la mesa cuando ellos dicen, no cuando lo dicen los otros. Quieren ir al senado pero tiene que ser el miércoles; les dicen que el jueves o el viernes, pero eso ya no vale; en Madrid, decididamente, les ponen las cosas imposibles; con España no se puede hablar; no les dejan otra opción que la independencia. Cuánto odio, cuánta pasión por arrinconar a España, cuánto deseo de hacerle daño, cuánta ira, cuánta ignorancia, cuánta ceguera, cuánta ilusión por adorar a los fantasmas. ¡Pobre Cataluña! ¿Sentirse oprimidos cuando habéis vivido con nosotros los mejores años de nuestra historia? Pobres enjambres de avispas, aburridas de vivir en paz y con ganas de crear violencia, de levantar barricadas, pobre Cataluña, ¿adónde queréis llevar a España?
3.
         España no les deja votar. Han llenado las paredes y los periódicos de grandes carteles que decían: “queremos votar”. Han llenado las fotos de heridos sacados de Chile y de Ucrania, pero tienen que ser catalanes; no eran de España, pero los pies de foto decían que eran de España. Han llenado los hospitales de heridos que no había en las calles. Han convertido en heridos a los pacientes de las consultas de urgencias, sólo porque han ido a consulta el día de las cargas policiales. Las unidades se han convertido en centenas, han cambiado las matemáticas. Han sacado por televisión los dedos vendados que le rompieron uno a uno a una mujer, los despiadados policías, sin darse cuenta de que en otra grabación la misma mujer había denunciado que le habían roto los dedos… de la otra mano; y en otra, además, se vio que en la carga policial era sacada a rastras, sin que nadie le quebrara nada. ¡Tenemos presos políticos! No, hay políticos que están presos, que a Hitler no lo persiguieron por político, sino por asesino, ni a Noriega lo apresaron por presidente, sino por narcotraficante; ni tampoco juzgaron a Luis Roldán por ser un alto cargo, sino por ladrón. Cataluña se ha convertido en una gran mentira. Ofensiva. Deliberada. El himno catalán ha sido la canción de vamos a contar mentiras. La policía persiguiendo a la población, y lo que muestran las fotos es a la población agrediendo a la policía. La policía acosando a la gente, y es la gente la que acosa a los policías en los hoteles donde duermen, en los barcos donde se alojan, gritando para no dejarles dormir, arrinconándolos para no dejarles salir, prisioneros en sus casas, sin usar la fuerza para defenderse de ese mundo al revés donde los perseguidores son los perseguidos: porque, ya se sabe, España es mala. Y mientras tanto, las paredes llenas de letreros que denuncian la crueldad de los policías; las torturas, dicen. El yugo del imperialismo. La opresión de España. ¡Que se entere el mundo de la tiranía extrema en la que viven los catalanes! Eso sí, en inglés. En el parlamento hablan catalán, para que no los entiendan. El español ni lo usan, aunque lo conozcan. Porque con los españoles ellos no quieren hablar nada.
4.
         He visto una fotografía en los periódicos. Unos jóvenes envueltos en esteladas. Llenos de pancartas con la palabra “independencia”. Con la boca tapada por dos trozos de papel celo (de color, por favor, para que se vea): dos trozos cruzados sobre los labios. No tienen libertad de expresión. Los oprime España.
         Con la estelada expresan su deseo de una república catalana. Con las pancartas expresan su deseo de independencia. Con los labios tapados expresan que no pueden expresarse. Es una manifestación autorizada. No hay coches en la calle (para que puedan manifestarse libremente; para que expresen sus ideas, sus opiniones). No hay policías que les impidan hablar. Pero tienen la boca tapada porque el gobierno de Madrid les ha quitado el derecho a la palabra. Todo es cuestión de interpretación, ya se sabe. Todo el mundo puede decir libremente que no tiene libertad para decir nada.




viernes, 6 de octubre de 2017

CATALUÑA ANTE EL ESPEJO DE LA HISTORIA




CATALUÑA ANTE EL ESPEJO DE LA HISTORIA


            El día que se celebró el referéndum de autodeterminación el presidente catalán llamaba a la calma. Cataluña era un escaparate, y si los independentistas se comportaban como buenos chicos, cualquier altercado podría ser atribuido a la policía y, por extensión, al resto de los españoles. Pero detrás del escaparate hay una trastienda; y en esa trastienda, lejos de la mirada del público, ellos mismos no habían dejado antes de provocar, insultar, vociferar, menospreciar, atacar y degradar a quienes no pensaban como ellos. Su objetivo estaba claro: que la realidad quedara escondida en la trastienda y que en el escaparate sólo se viera una ficción, una apariencia, una imagen deformada, un esperpento: en suma, una representación interesada; así, el mundo enfocaría sus cámaras sobre el escaparate y vería a un pueblo catalán que quería votar (pero nadie podría ver al otro pueblo catalán que se sentía vapuleado por lo que se votaba); vería a policías robando las urnas (pero no vería al gobierno autonómico robándoles la libertad, imponiéndoles las urnas, a quienes eran pisoteados por un simulacro de democracia); verían cargas policiales con sangre aparatosa de heridas sin aparato (pero no verían el ataque a la democracia de medio pueblo empeñado en sojuzgar al otro medio); y verían, en fin, al pueblo catalán acosado por el español (cuando en la trastienda sólo había medio pueblo catalán vapuleado por el otro medio que se presentaba a sí mismo como si ellos fueran todos). Y así, el escaparate sería una ficción mientras que la realidad se ocultaría en la trastienda. Esa media Cataluña soliviantada contra la otra media la pisotearía y, además, le echaría la culpa de ser pisoteada; como cuando Matterazzi ofendió a Zidane diciéndole algo al oído y Zidane fue castigado por responderle (y responderle mal en este caso): la provocación de Matterazzi quedó oculta en la trastienda porque nadie la vio; pero la reacción de Zidane la vio todo el mundo porque ella sí se produjo en el escaparate. Algo parecido está pasando en Cataluña: quienes gritan democracia son quienes actúan de manera antidemocrática, que una cosa es adorar a una palabra en el altar y otra realizar lo que dice su significado, una cosa es decir y otra es hacer; no es lo mismo predicar que dar trigo.


            Lluis Llac dice que Cataluña está postrada. Pep Guardiola dice que Cataluña vive oprimida por España. Josep María Bartomeu habla de lo mucho que sufren los catalanes. Pero a mí me gustaría saber dónde están los catalanes arrodillados, lo único que veo es que hay unas leyes que reconocen sus derechos fundamentales como personas y nadie los persigue, nadie les prohíbe decir lo que piensan, hacer lo que dicen, reunirse entre ellos y hablar en catalán (si quieren evitar que les entienda el resto de los españoles); nadie les ha impuesto su gobierno, que yo sepa lo han votado ellos mismos y nadie les ha prohibido que se reúna y decida su parlamento, aunque tome decisiones contrarias a la mitad de sus miembros que no se siente identificada con su gobierno; nadie les impide trabajar en lo que quieran, leer sus periódicos, ver sus programas de radio y televisión, no hay censura, no hay tutela, no hay límites a la libertad más que el respeto a la libertad de unos y otros; no ha habido nunca presos políticos y sus dirigentes, aunque han saqueado las arcas públicas, no están teniendo juicios sin garantías. ¿Qué clase de postración es ésta? ¿Qué clase de yugo opresor, qué clase de sufrimiento, qué clase de vida sojuzgada? ¿Es que Llac, Guardiola y Bartomeu, cuando abren los ojos, no ven lo que tienen delante sino lo que tienen dentro? ¿Y qué tienen dentro sus ojos? Visiones. Prejuicios. Telarañas. ¿Cuánto sufren los catalanes? Lo mismo que el resto de los españoles que han sido azotados por la crisis: ni más ni menos. Pretender que ese sufrimiento ha sido provocado por España ya es rayar en el delirio, la ignorancia, la paranoia, la alucinación y el despropósito. El problema es que hay mucha gente honrada y sensata que piensa dejándose llevar por esas paranoias. Los bulos que han sembrado sus gobernantes. Ficciones y mentiras que ellos toman por realidades, aun cuando delante tienen la realidad para mirarla y no la miran: porque prefieren mirar sus falsedades; porque no miramos lo que tenemos delante, sino lo que queremos mirar, y sólo queremos mirar lo que nos gusta; de modo que lo que no nos gusta, aunque sea verdad, no lo vemos, y aunque lo veamos no lo creemos, porque sólo creemos en nuestras ideologías, que son ficciones que nos mantienen suspendidos en un paraíso feliz, no en la realidad: que, como es dura, nos choca y nos hace desgraciados. Llac, Guardiola y Bartomeu prefieren una ficción feliz a una realidad desgraciada, un esperpento a un espejo que muestra sin deformar: el problema es que la ficción es una nube que se condensará algún día, y entonces sus gotas se estrellarán contra la tierra; o una pompa de jabón que estallará también, y si no se estrella se disolverá en el aire: no será nada. ¿Cómo es posible que gentes sensatas y buenas lleguen a creerse las mentiras que, simplemente con abrir los ojos, se deshacen al contacto con la realidad? ¿Cómo es posible que unos cuantos mentirosos puedan engañar a grandes cantidades de gente buena que quiere y necesita ser engañada? ¿Y cómo es posible que la bondad llegue un día a transformarse en maldad porque acabe creyéndose sus propias maldades? La verdad de los ideólogos, y suelen ser sinvergüenzas, es como un molde, y la mente de la gente es como una masa: con miles de moldes iguales podemos hacer miles de madalenas como ésa; idénticas, calcadas. El problema es que la identidad de ese grupo, creada por cuatro ideólogos, basada en oscuros intereses y apoyada en interpretaciones fraudulentas de la historia, rápidamente se vuelve intransigencia; y el intransigente no quiere escuchar lo que oye sino lo que le apetece oír; y así, por encima de la realidad, se crea sus propias historias, que extienden en oleadas cada vez mayores las falsedades de los moldes. Llegará un momento en que la realidad será derrotada por sus esperpentos; y entonces la felicidad de los ideales se romperá en realidades desgraciadas; y nos acordaremos entonces de lo felices que éramos cuando nos creíamos desgraciados; y echaremos de menos el mundo que teníamos, después de que lo hayamos destruido con las armas que cargábamos con nuestros esperpentos. Pero será tarde. Seremos como el aprendiz de brujo, que quiso jugar a la alquimia y acabó quemándose con sus ácidos.


            Hay otra verdad que está oculta. En el escaparate tenemos ahora masas de catalanes reclamando la independencia, pero ¿qué hay en la trastienda del pasado? Hay un estatuto de autonomía, promovido por el gobierno de España, que fue votado por la gran mayoría de los catalanes; y un jefe de la oposición que judicializó la política llevando sus principales artículos ante los tribunales, y consiguiendo mediante interpretaciones torticeras que el tribunal constitucional los invalidara: aquello sí que fue una bofetada a la voluntad del pueblo catalán, libremente expresada; aquello sí que fue un golpe de mano contra la democracia, dentro de la ley, es verdad, pero estirándola en sus interpretaciones hasta tensiones dolorosas y situaciones límite, hasta casi romperla. Entonces sí que pudieron los catalanes sentirse vilipendiados; incluso hubo campañas orquestadas contra los productos de Cataluña, para que ningún español fuera a comprarlos, empezando por el cava. Años después Cataluña se toma la revancha: pero en vez de pelearse contra aquellos políticos se pelea ahora contra toda España, confundiendo a los ciudadanos con sus representantes, y a todos sus representantes con una parte de ellos, precisamente la que era minoritaria.
            Aquellos catalanes ocuparon el sitio de Zidane; aquel jefe de la oposición, el de Matterazzi; en el escaparate se vio lo contrario de lo que había pasado en la trastienda, y el resultado fue que se culpó al que no tenía la culpa, y al que la tenía lo ensalzaron. Tiene razón Cataluña al rebelarse contra aquella afrenta, y Llac, Guardiola o Bartomeu acertarían si dijeran que en aquella ocasión fueron sojuzgados; pero no la tienen hoy cuando siguen pensando lo mismo en un momento en que la mayoría de las fuerzas políticas (con exclusión de aquel jefe de la oposición) opta por el diálogo; hoy hay muchas manos tendidas y Cataluña las rechaza; ayer se rebelaron contra algunos políticos, pero hoy se rebelan contra toda España; y convierten en culpables, en su delirio, a las víctimas no catalanas de aquellos atropellos de antaño; el espíritu de independencia, larvado en el ADN de muchos catalanes, ha empezado a hervir, so pretexto de amenazas ficticias y peligros inexistentes, de la mano de algunas mentes iluminadas; que pueden volverse incendiarias si consiguen que sus desvaríos lleguen a las manos. Hay mucha gente que se cree que está viviendo momentos históricos, impulsos trascendentes donde brilla entre las estrellas la hermosa nación catalana; y hasta se les escapa, entre emociones, una lágrima; pero no se dan cuenta de lo mezquina que se vuelve su pasada grandeza y de cómo a un gran país lo están volviendo estrecho y provinciano.


            Frente a esta estrechez de miras está la otra, la de enfrente; la que responde con banderas de España a la bandera catalana; la que no se da cuenta de que no hay que luchar por una bandera, sino por una constitución. En la constitución española (artículo 4) caben todas las banderas de España, incluida la catalana. Caben todas las lenguas del país (artículo 7), todos los gobiernos españoles (artículo 2); no cabe la república, pero cabe la posibilidad de cambiarla (título X). Pero la ley, en lo que atañe a la constitución (artículo 9), debe ser respetada; porque es la ley que se dieron a sí mismos los españoles, y fue votada en 1978 por una gran mayoría de ciudadanos; y también fue votada por una amplia mayoría de catalanes (los mismos que, al empeñarse en desobedecerla, se desobedecen a sí mismos sin que eso les cree, aparentemente, problemas de conciencia de ninguna clase); y en su redacción Cataluña tuvo un peso decisivo, pues dos de los padres de la patria (Miquel Roca Junyent y Jordi Solé Tura) eran catalanes. Ellos mismos plantearon en el artículo 2 la unidad dentro de la diversidad, e introdujeron los valores supremos de libertad, justicia, igualdad y pluralismo (artículo 1). Todo el título I es un amplio catálogo de derechos y libertades de los que gozan todos los españoles, incluidos los catalanes; y quien no los respete será llamado al orden, también los ciudadanos de Cataluña y su gobierno (artículo 155). De modo que no existe ninguna tiranía de España contra Cataluña. Existe, por el contrario, un intento de Cataluña de tiranizar al resto de España, y lo que es peor, de imponer sus mentiras a Europa; Europa, que empieza a resquebrajarse con los populismos (el catalán es uno de ellos) en un momento en que intentamos emerger tímidamente de la tremenda crisis económica que estamos sufriendo. Si esos esfuerzos no dieran resultado y la causa fuera la intransigencia catalana, los delirios independistas contraerían una gravísima responsabilidad ante la historia. Por la ceguera de su odio hacia España, en primer lugar; por la ceguera de sus entendederas hacia Europa, a la que mirarían mediocremente; y por la ceguera de su visión del mundo, cuando la libertad libra contra la tiranía la más descomunal de las batallas.





sábado, 1 de noviembre de 2014

Cataluña.




CATALUÑA


             Imaginad que tenéis en vuestra mente una gran empresa. Y que para llevarla a cabo os ponéis a trabajar como locos. Y que con el dinero ganado hacéis realidad vuestros sueños. Imaginad, también, que en mitad del  camino os distraéis con bagatelas; y os gastáis el dinero en unas minucias.
            Imaginad ahora que esa empresa es colectiva. Vuestro pueblo no tiene agua y, con la inversión de todos, podéis pagar una gran obra de ingeniería. Pero antes de hacerlo empezáis a gastar en el alumbrado, en el pilón de la plaza, en mejorar las fiestas o en quién sabe cuántas cosas que teníais pendientes. Y cuando abrís los ojos comprendéis, abatidos, que ya no os queda dinero para el abastecimiento de agua.
            Traer agua es la voluntad del pueblo. Y también arreglar la plaza. Pero el agua es necesaria y urgente y la plaza no es urgente, aunque sea necesaria. Además, el problema del agua ha traído un esfuerzo que ha canalizado durante largos años la voluntad de la gente; y la plaza la hemos arreglado por impulso. Y cuando acaba la fiesta comprendemos que nos hemos comprado ropas buenas, pero no tenemos con qué comer; ni con qué beber. En la vieja canción Juan Comodoro buscando agua encontró petróleo; pero se murió de sed.
            Cuando la gente se moviliza por miles sus representantes dicen que ésa es la voluntad popular; y tienen razón. Y te la restregan por la cara. Y dicen que contra la voluntad popular no puede levantarse la ley. Y se olvidan de que la ley también es la voluntad del pueblo. La voluntad expresada en la calle contra la voluntad expresada en la ley viene a ser, simplemente, la lucha del pueblo contra el pueblo. La ley es voluntad largamente meditada. La calle es voluntad expresada por impulso. La ley es una voluntad de fondo que quiere resolver el problema del agua; una voluntad de largo alcance. La calle a lo mejor es voluntad de alcance estrecho. O tal vez no, quién sabe. Pero deslumbrarse por las masas que gritan al unísono puede ser oír al corazón antes que a la cabeza, o ni siquiera el corazón: a lo mejor lo que ruge son las tripas. Oír el clamor de la calle condenando la ley puede ser tan peligroso como dejarse llevar por los cantos de sirena. Además, la calle también puede equivocarse. Entre un inocente y un culpable, la gente prefirió crucificar al inocente.
            Puede suceder que la ley ya no exprese la voluntad del pueblo: pero eso debe decidirlo la cabeza de común acuerdo con el corazón; de ninguna manera las tripas. Porque si el pueblo prefiere arreglar la plaza y se queda sin agua, se morirá de sed como Juan Comodoro; inmensa será la responsabilidad de los gobernantes que los han azuzado.
            Quizá Cataluña puede ir más de prisa y España es un lastre: hay que oírla; hay que hablar con ella para ser compañeros de viaje; no parásitos. Pero también puede ser que el rico se haya olvidado de que en algún momento fue pobre; ahora quiere ser insolidario; el fulgor del corazón es el que hay que escuchar, hablando con la cabeza: no el de las tripas. Quizá las cosas han cambiado desde que votamos la constitución. Tal vez el clamor de Cataluña no sea la expresión de un capricho, sino un mar de fondo: esas cosas hay que hablarlas; como se habla de los problemas que surgen en la familia. Pero ignorar la voz de la ley puede ser tan peligroso como ignorar la voz de la calle. Sería azuzar al pueblo para que luche contra el pueblo.
            Además, ya no sé lo que es el pueblo. Es un concepto árido, una abstracción, un esqueleto sin carne, un artilugio matemático, una entelequia. ¿Es mi vecino, que nació en Barcelona y sus padres venían de Lérida? ¿O es mi colega que viene de Aragón? ¿Acaso mi profesor andaluz no forma parte del pueblo? Cuando hay una gotera en el último piso, ¿tiene que arreglarla el que la tiene? ¿O deben colaborar todos los vecinos del edificio? ¿La gotera es un problema público, o un problema privado? ¿El futuro de los catalanes lo deben resolver los catalanes, o el resto de España tiene algo que decir? ¿Se puede trazar una frontera entre los de dentro y los de fuera? ¿Como en Yugoslavia? 


            Unos acudirán a la historia para encontrar razones; y según el año en que se detengan, la historia justificará una cosa o su contraria. Otros recurrirán a la economía y, según donde se paren, Cataluña será dadora o receptora. Otros se agarrarán al presente y harán de su país un tronco sin raíces; como los que buscaron en la historia hicieron un suelo de raíces sin troncos y sin hojas; y sin flores. Cada cual hará un país a su medida dependiendo del mito con que lo corte. Y se olvidará de que su sustancia está hecha de carne y hueso, de gentes que sienten y que piensan, y que les duele, cuando sufren los recortes. Pero es que recortes hay en toda España. Y no ganaremos nada con hacernos los agraviados. Un día caminaba un profesor de historia por la meseta castellana. Hablaba con otro profesor de Barcelona. Vieron a un hombre encorvado, vencido por la edad, y por el cansancio; quemado por el sol, con el rostro cosido de arrugas, sin afeitar, erizado, la mirada perdida, vacía de ilusión, mirando al suelo, en una tierra donde no había horizontes que buscar. Tenía el cuerpo sudoroso y llevaba una azada al hombro. Mi amigo señaló al hombre y le dijo a su amigo de Barcelona: “mira, ahí tienes un imperialista castellano”.
            Los estereotipos no nos llevan a ningún lado. Ni el tiempo corto. Son momentos de crisis, tiempos de arrimar el hombro, no de apartarnos para que la casa se caiga. Salvarse unos aunque se hundan otros. ¡Qué nos importa! Lo que hay que hacer es lograr que nos escuche el otro, abrirle los ojos, que se limpie las orejas, y que deje de vernos como una sombra de sus orejeras. Y viceversa.
            Nos decían en la escuela que no había que comprar por impulso. Había que ir con una lista de compra. Oír la voz de la calle es comprar por impulso. Escuchar la  voz de la ley es ir con lista de compra. Pero a lo mejor en la lista nos hemos olvidado de algo que necesitábamos; y sólo nos acordamos de ello cuando estamos en la tienda. A lo mejor la ley no lo tiene todo. A lo mejor le conviene mirar a la calle. Porque si la ignora, la calle le puede pasar por encima y entonces será el reino del capricho, de la improvisación, del impulso ciego. Sólo la ley le da ojos al instinto, pero no a costa de cegarlo: pues el instinto le dio vida; y la sociedad es, seguramente, un cauce por dende pasan los instintos; por donde discurren las aguas naturales y juveniles; no un corsé que las ahoga.
            Bien está oír el sonido de la calle. Pero ignorando el ruido, quedarse sólo con la música. La música de los grandes proyectos, de las altas empresas. No perderse en melodías leves que sólo proceden del impulso. Porque entonces ya no será la voz del pueblo, su corazón razonable, el espíritu templado, la voluntad, el seny: serán sólo cantos de sirena.