ANTES DEL SORTEO DE
NAVIDAD
1.
Elecciones
autonómicas en Cataluña. Vísperas del sorteo de navidad. Es el día 21 de
diciembre de 2017 y han ganado las fuerzas de la independencia. Pero en la misma
victoria tienen su derrota porque han hecho campaña contra una España
franquista que les ha permitido votar limpiamente y esa misma España ha
reconocido, democráticamente, su derrota. ¿No quedamos en que España era
franquista? ¿No era Franco un dictador, un enemigo de la democracia? Nos habían
estado engañando.
Más bien los
dictadores serían los políticos de la independencia, que habían dicho que, si
ganaban, las elecciones serían limpias y en caso contrario todo habría sido un
pucherazo. Curiosa forma de respetar la voluntad popular, como había hecho un
año atrás Donald Trump, otro unilateralista.
Los
electores se han equivocado de partido, como si hubieran ido a jugar al rugby
mientras nos decían que era fútbol; y lo peor es que todavía querían que
dijéramos que era fútbol. No ha vencido la democracia contra la dictadura, sino
la mentira contra la decencia. Los electores, libremente, han votado contra la
libertad. Por unos partidos despóticos que les han vendido despotismo envuelto
en independencia. Pero han perdido. Con su triunfo, muy a pesar de ellos (y
esto seguro que les duele), lo que ha triunfado ha sido la realidad de una
España esencialmente antifranquista. Irónicamente parece que hubiera vencido
Hobbes.
2.
El
bloque constitucionalista ha ganado en votos, pero perdido en escaños. Dicho de
otro modo, se ha rebelado el campo contra la ciudad. Porque el campo necesita
muchos menos votos para conseguir un diputado y en las ciudades los votos salen
más caros. Por lo tanto, con más votos en
ellas salen menos diputados. La ciudad debe pagar caro su derecho a la palabra.
También
en Yugoslavia se rebeló el campo contra la ciudad. Los campesinos serbios se
levantaron en armas contra Sarajevo: que, como era una población culta, estaba
desarmada. Y fue una masacre. En Francia también se levantó el campo contra la
ciudad. La Iglesia contra el pensamiento laico. Y Trump, en Estados Unidos, con
muchos menos votos, se alzó también con el triunfo; le había votado el campo
contra California, contra Nueva York. La ciudad se desdibuja cuando se
nominaliza la cultura, cuando las palabras derrotan a las ideas, cuando la
inteligencia se sacraliza y el arte se transforma en postureo. Frente a ella,
el campo vive un arte y una literatura más vistosos que reales, más intensos y
auténticos, sí, pero más que de cultura, de culto: más de consigna que de
ideas, más de refranes que de inteligencia; en el campo se vota a la apariencia
que te llena, mientras que en la ciudad, que contiene realidades profundas,
éstas se cubren de un halo de apariencias vacías. En el triunfo del campo
aplasta el corazón vacío a los corazones llenos, el humo dulzón a los vapores
sosos, la superficie intolerante se yergue sobre la superficie de la humanidad:
y la llaman la América profunda porque en el campo se puede amar profundamente
la falta de ideas, se prefiere el rito a la técnica, el mito a la ciencia, la
fe a la duda, lo fácil a lo que cuesta, la tradición a la crítica, la
intolerancia nos hace más seguros porque no es fácil ponerse en lugar del otro;
y confunden la ignorancia con la profundidad. Ha ganado la América profunda.
Lo
dijo Marx y luego Unamuno: la cultura está en las ciudades (el campo inculto
prefiere el culto), en la cultura está la civilización. De “civis”, que
significa “ciudad” en latín, viene la palabra “civilizado”. En el campo
confunden el gobierno con la sencillez, pero las cosas del gobierno son complicadas.
En el campo se suelen arreglar las cosas de un plumazo y las estropean más
todavía: eso sí, el campesino nunca reconocerá que se ha equivocado. Ha ganado
la obsesión. El empecinamiento. La tozudez. Confunden la tenacidad con la testarudez.
Tener constancia es para el campesino ser cabezota. El único campesino culto
fue Sancho Panza, que escuchaba humildemente los consejos de ese viejo al que
llamaban loco porque tenía razón; y tan culto era Sancho que supo meter cordura
en las locuras de don Quijote, pero no lo hizo con su discurso dogmático, sino
con su ejemplo: el ejemplo de un aldeano sencillo cuya profundidad no estaba en
ser ignorante, sino en vivir sus convicciones íntimas desde la raíz.
Ése
es el campo que puede redimir a las ciudades. El que escucha la voz de la
tradición sometiéndola a crítica. El de Sancho Panza. No el de los cabezotas de
Cataluña. Ni el de un inexistente buen salvaje. Ni tampoco el de Donald
Trump.
3.
Los
hijos van creciendo en casa de sus padres y cuando se hacen mayores se
independizan; nadie va a guardarles rencor por haberse separado: es ley de
vida, lo anómalo sería lo contrario. Pero ni España es la madre de Cataluña ni
Cataluña es una hija de España. Son dos comunidades que han crecido al mismo
tiempo y la llegada de la madurez para nada supone que se tengan que separar; semejante
a los esposos que, cuando más viejos se hacen, más quieren estar juntos.
Podría ser una
fábrica de cerveza que se ha asociado con unos campos de cereales; campos que,
además, tienen yacimientos de sílice de la que se fabrican las botellas con las
que hacen los envases. Si un día esos campos dejaran de producir o se agotara
el silicio, la fábrica de cerveza querría romper la asociación que la une a
ellos y se declararía independiente para sentirse libre. Pero Cataluña no es
así con el resto de España. Lo que la une a ella no son sólo unos intereses
económicos, sino una historia común que les hace tener a veces los mismos
recuerdos; y esa memoria compartida les aumenta las ganas de seguir viviendo juntos.
O podría ser
como dos coches en una misma carretera, uno de los cuales avanza más rápido que
el otro. Si Cataluña avanzase a un ritmo más rápido que el resto de España, se
comprende que quisiera separarse de ella para no ser frenada en su ímpetu. ¿Es
eso lo que sucede?
O como un
colegio donde los alumnos más aventajados reclaman que los junten a ellos solos
en una misma clase. O como los menos aventajados cuando piden que los separen
para poder recibir atenciones adaptadas a sus necesidades. En el primer caso
sería la rebelión de los ricos. En el segundo, la rebelión de los pobres.
Parece que Cataluña podría estar entre las primeras. Querría separarse del resto
para no ocuparse de los menos aventajados y que ellos se las apañaran solos;
sería, en suma, una forma de insolidaridad y de egoísmo.
Pero ocurre
que Cataluña y España no son empresas que se reúnen sólo para formar una
empresa mayor. Son una convivencia entre pueblos que se comprenden y se ayudan,
y si uno tiene más de unas cosas el otro tiene más de lo que al primero le
falta, allí están para ayudarse en su desarrollo: no para rivalizar. Ayudarse
no es estar siempre pendientes el uno del otro sino, como decía Kalil Gibrán,
ser como las columnas del templo: que están lo suficientemente juntas para
sujetar el techo y lo suficientemente lejos como para no estorbarse. Ese tipo
de asociación es una fraternidad, no un comercio. Y si uno adelanta y el otro atrasa,
el más lento debe ser generoso en dejar libre al rápido y el rápido no
desentenderse nunca de los problemas del lento; ayudarse en los tiempos
oportunos y no sacrificar su desarrollo para construir el desarrollo ajeno, y
que el otro lo comprenda: eso es amistad y compartir los buenos tiempos. En
unas cosas aprovechan los unos y los otros aprovechan en otras, y hasta el más
desprotegido le da una nota de humanidad a la deshumanización del que lo tiene
todo y por eso todo le falta.
Los hijos se
separan de los padres y se hacen independientes: eso es ley de vida. Una
empresa se separa de otra porque ya no le interesa: eso es egoísmo. El listo se
separa del torpe porque quiere ir más rápido y el torpe ya ha dejado de
servirle: eso es falta de generosidad. La independencia de Cataluña ¿es
natural, es egoísta o es insolidaria? Acaso sea corta de miras porque no vea en
su retrato la riqueza que le aportan los otros. Acaso cometa la soberbia de
creer que todo lo que tiene lo ha conseguido sola sin depender de los méritos
de nadie. Quizá un día se lamente por haberse podado las ramas para que le
crecieran mejor, pues en esa amputación habrá perdido algo de la esencia que
latía en sus raíces; y lo habrá pagado con el porte y la presencia,
renunciando, a cambio, al vigor que le daba su autenticidad.
4.
Es
un edificio de varios pisos. En cada piso hay varias casas. Allí viven varias
familias cada una en su casa respectiva: pero cuanto tenemos problemas se reúne
la junta de vecinos para conversar.
Hay
un vecino que no quiere reunirse con nadie. Dice que prefiere arreglar sus
problemas solo y, claro, no pueden caerle goteras porque precisamente vive en
el último piso. Lo encontramos por el pasillo y no nos dirige la palabra.
Ese
edificio es España. Cada casa es una comunidad autónoma. El que no nos habla no
quiere cuentas con nadie porque se basta a sí mismo y su deporte favorito es
pelearse con todos; sobre todo con la comunidad, a la que odia. Se cree
independiente porque está solo y, porque odia al mundo, también se cree que es libre:
pero lo único que ha conseguido es no querer a nadie y que nadie lo quiera; en
los pasillos y escaleras la gente se da la vuelta para no saludar.
5.
Han
defendido su libertad con el voto. Peleando por su gobierno en el exilio. Por
sus ministros encarcelados. Por sus apóstoles maniatados. Por sus presos
políticos. Han luchado subidos al carro de los mitos. A la escena épica de la
historia. A los mundos grandilocuentes de los pueblos tiranizados. A los
grandes frescos históricos donde ingentes masas humanas, guiadas por Delacroix,
se sacuden el despotismo entregando su vida, paladines de la justicia, de la
libertad que los guía por el destino, de los momentos irrepetibles y
grandiosos, pueblo desnudo de Madrid alzado contra Napoleón, débil pastor de
cabras derrotando a Goliath.
Pero
se levanta el telón y la realidad cruda aflora: naciendo de la rotura del
vientre como la verdad, el telón rompe el vientre de las apariencias. Detrás
del gobierno en el exilio no hay más que delincuentes que se han fugado. En los
presos políticos sólo hay políticos presos. Los ministros no están en la cárcel
por ser ministros, sino por violar la ley. El pueblo que arriesga su vida cifra
su valor en que delante no tiene a un enemigo que quiera matarlo. La libertad
que los guía es un cuadro de Delacroix en donde los patriotas han sido
sustituidos por traidores. La grandeza se ha transformado en grandilocuencia.
La sordidez del solidario está disfrazada de generosidad. El triunfo de la
mentira se viste de honradez. La ausencia de épica se tapa con épicas batallas.
Y el vacío de ideas nos aparece como una idea arrollando clamorosamente las
malvadas armas del enemigo.
Nada
era verdad. Todo estaba en un teatro. Se había alzado el telón y había aparecido
un escenario, pero ahora, en el camerino, sólo estaban las ropas de los
actores, colgadas en el armario, después de que los actores se las quitaran por
haber terminado la función. ¿Cuándo terminarán esta función en Cataluña?
¿Cuándo se cansarán de hacer teatro? ¿Cuándo se hartarán de engañarnos? Cuando
el pueblo entero de Cataluña oiga, como Sancho Panza, la voz de don Quijote
dispuesto a escucharlo. Cuando Sancho reconozca que sólo se manda en las
ínsulas para alumbrar justicia, no para reinar en ellas: entonces reconocerá
don Quijote que aquello no era un ejército sino un rebaño. Cuando media
Cataluña escuche a la otra media podrá la otra media renovarle su abrazo.
Cuando media Cataluña se canse de mentir encontrará, con la verdad, su destino
en España. Pero, ¡ay!, que para eso tendrá que caer el telón. Tendrán que dejar
de confundir la realidad con el teatro. Y tendrán que aprender a convivir con
los otros catalanes que hicieron de Cataluña una ciudad culta impregnada de su
campo.
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