CATALUÑA ANTE EL
ESPEJO DE LA HISTORIA
El día
que se celebró el referéndum de autodeterminación el presidente catalán llamaba
a la calma. Cataluña era un escaparate, y si los independentistas se
comportaban como buenos chicos, cualquier altercado podría ser atribuido a la
policía y, por extensión, al resto de los españoles. Pero detrás del escaparate
hay una trastienda; y en esa trastienda, lejos de la mirada del público, ellos
mismos no habían dejado antes de provocar, insultar, vociferar, menospreciar,
atacar y degradar a quienes no pensaban como ellos. Su objetivo estaba claro:
que la realidad quedara escondida en la trastienda y que en el escaparate sólo
se viera una ficción, una apariencia, una imagen deformada, un esperpento: en
suma, una representación interesada; así, el mundo enfocaría sus cámaras sobre
el escaparate y vería a un pueblo catalán que quería votar (pero nadie podría
ver al otro pueblo catalán que se sentía vapuleado por lo que se votaba); vería
a policías robando las urnas (pero no vería al gobierno autonómico robándoles
la libertad, imponiéndoles las urnas, a quienes eran pisoteados por un
simulacro de democracia); verían cargas policiales con sangre aparatosa de
heridas sin aparato (pero no verían el ataque a la democracia de medio pueblo
empeñado en sojuzgar al otro medio); y verían, en fin, al pueblo catalán
acosado por el español (cuando en la trastienda sólo había medio pueblo catalán
vapuleado por el otro medio que se presentaba a sí mismo como si ellos fueran
todos). Y así, el escaparate sería una ficción mientras que la realidad se
ocultaría en la trastienda. Esa media Cataluña soliviantada contra la otra
media la pisotearía y, además, le echaría la culpa de ser pisoteada; como
cuando Matterazzi ofendió a Zidane diciéndole algo al oído y Zidane fue
castigado por responderle (y responderle mal en este caso): la provocación de
Matterazzi quedó oculta en la trastienda porque nadie la vio; pero la reacción
de Zidane la vio todo el mundo porque ella sí se produjo en el escaparate. Algo
parecido está pasando en Cataluña: quienes gritan democracia son quienes actúan
de manera antidemocrática, que una cosa es adorar a una palabra en el altar y
otra realizar lo que dice su significado, una cosa es decir y otra es hacer; no
es lo mismo predicar que dar trigo.
Lluis
Llac dice que Cataluña está postrada. Pep Guardiola dice que Cataluña vive oprimida
por España. Josep María Bartomeu habla de lo mucho que sufren los catalanes.
Pero a mí me gustaría saber dónde están los catalanes arrodillados, lo único
que veo es que hay unas leyes que reconocen sus derechos fundamentales como
personas y nadie los persigue, nadie les prohíbe decir lo que piensan, hacer lo
que dicen, reunirse entre ellos y hablar en catalán (si quieren evitar que les
entienda el resto de los españoles); nadie les ha impuesto su gobierno, que yo
sepa lo han votado ellos mismos y nadie les ha prohibido que se reúna y decida
su parlamento, aunque tome decisiones contrarias a la mitad de sus miembros que
no se siente identificada con su gobierno; nadie les impide trabajar en lo que
quieran, leer sus periódicos, ver sus programas de radio y televisión, no hay
censura, no hay tutela, no hay límites a la libertad más que el respeto a la
libertad de unos y otros; no ha habido nunca presos políticos y sus dirigentes,
aunque han saqueado las arcas públicas, no están teniendo juicios sin
garantías. ¿Qué clase de postración es ésta? ¿Qué clase de yugo opresor, qué
clase de sufrimiento, qué clase de vida sojuzgada? ¿Es que Llac, Guardiola y
Bartomeu, cuando abren los ojos, no ven lo que tienen delante sino lo que
tienen dentro? ¿Y qué tienen dentro sus ojos? Visiones. Prejuicios. Telarañas.
¿Cuánto sufren los catalanes? Lo mismo que el resto de los españoles que han
sido azotados por la crisis: ni más ni menos. Pretender que ese sufrimiento ha
sido provocado por España ya es rayar en el delirio, la ignorancia, la
paranoia, la alucinación y el despropósito. El problema es que hay mucha gente
honrada y sensata que piensa dejándose llevar por esas paranoias. Los bulos que
han sembrado sus gobernantes. Ficciones y mentiras que ellos toman por
realidades, aun cuando delante tienen la realidad para mirarla y no la miran:
porque prefieren mirar sus falsedades; porque no miramos lo que tenemos delante,
sino lo que queremos mirar, y sólo queremos mirar lo que nos gusta; de modo que
lo que no nos gusta, aunque sea verdad, no lo vemos, y aunque lo veamos no lo
creemos, porque sólo creemos en nuestras ideologías, que son ficciones que nos
mantienen suspendidos en un paraíso feliz, no en la realidad: que, como es
dura, nos choca y nos hace desgraciados. Llac, Guardiola y Bartomeu prefieren
una ficción feliz a una realidad desgraciada, un esperpento a un espejo que
muestra sin deformar: el problema es que la ficción es una nube que se
condensará algún día, y entonces sus gotas se estrellarán contra la tierra; o
una pompa de jabón que estallará también, y si no se estrella se disolverá en
el aire: no será nada. ¿Cómo es posible que gentes sensatas y buenas lleguen a
creerse las mentiras que, simplemente con abrir los ojos, se deshacen al
contacto con la realidad? ¿Cómo es posible que unos cuantos mentirosos puedan
engañar a grandes cantidades de gente buena que quiere y necesita ser engañada?
¿Y cómo es posible que la bondad llegue un día a transformarse en maldad porque
acabe creyéndose sus propias maldades? La verdad de los ideólogos, y suelen ser
sinvergüenzas, es como un molde, y la mente de la gente es como una masa: con miles
de moldes iguales podemos hacer miles de madalenas como ésa; idénticas,
calcadas. El problema es que la identidad de ese grupo, creada por cuatro
ideólogos, basada en oscuros intereses y apoyada en interpretaciones
fraudulentas de la historia, rápidamente se vuelve intransigencia; y el
intransigente no quiere escuchar lo que oye sino lo que le apetece oír; y así,
por encima de la realidad, se crea sus propias historias, que extienden en
oleadas cada vez mayores las falsedades de los moldes. Llegará un momento en
que la realidad será derrotada por sus esperpentos; y entonces la felicidad de
los ideales se romperá en realidades desgraciadas; y nos acordaremos entonces
de lo felices que éramos cuando nos creíamos desgraciados; y echaremos de menos
el mundo que teníamos, después de que lo hayamos destruido con las armas que
cargábamos con nuestros esperpentos. Pero será tarde. Seremos como el aprendiz
de brujo, que quiso jugar a la alquimia y acabó quemándose con sus ácidos.
Hay otra
verdad que está oculta. En el escaparate tenemos ahora masas de catalanes
reclamando la independencia, pero ¿qué hay en la trastienda del pasado? Hay un
estatuto de autonomía, promovido por el gobierno de España, que fue votado por
la gran mayoría de los catalanes; y un jefe de la oposición que judicializó la
política llevando sus principales artículos ante los tribunales, y consiguiendo
mediante interpretaciones torticeras que el tribunal constitucional los
invalidara: aquello sí que fue una bofetada a la voluntad del pueblo catalán,
libremente expresada; aquello sí que fue un golpe de mano contra la democracia,
dentro de la ley, es verdad, pero estirándola en sus interpretaciones hasta
tensiones dolorosas y situaciones límite, hasta casi romperla. Entonces sí que
pudieron los catalanes sentirse vilipendiados; incluso hubo campañas
orquestadas contra los productos de Cataluña, para que ningún español fuera a
comprarlos, empezando por el cava. Años después Cataluña se toma la revancha:
pero en vez de pelearse contra aquellos políticos se pelea ahora contra toda España,
confundiendo a los ciudadanos con sus representantes, y a todos sus
representantes con una parte de ellos, precisamente la que era minoritaria.
Aquellos catalanes
ocuparon el sitio de Zidane; aquel jefe de la oposición, el de Matterazzi; en
el escaparate se vio lo contrario de lo que había pasado en la trastienda, y el
resultado fue que se culpó al que no tenía la culpa, y al que la tenía lo
ensalzaron. Tiene razón Cataluña al rebelarse contra aquella afrenta, y Llac,
Guardiola o Bartomeu acertarían si dijeran que en aquella ocasión fueron
sojuzgados; pero no la tienen hoy cuando siguen pensando lo mismo en un momento
en que la mayoría de las fuerzas políticas (con exclusión de aquel jefe de la
oposición) opta por el diálogo; hoy hay muchas manos tendidas y Cataluña las
rechaza; ayer se rebelaron contra algunos políticos, pero hoy se rebelan contra
toda España; y convierten en culpables, en su delirio, a las víctimas no
catalanas de aquellos atropellos de antaño; el espíritu de independencia,
larvado en el ADN de muchos catalanes, ha empezado a hervir, so pretexto de
amenazas ficticias y peligros inexistentes, de la mano de algunas mentes
iluminadas; que pueden volverse incendiarias si consiguen que sus desvaríos
lleguen a las manos. Hay mucha gente que se cree que está viviendo momentos
históricos, impulsos trascendentes donde brilla entre las estrellas la hermosa
nación catalana; y hasta se les escapa, entre emociones, una lágrima; pero no
se dan cuenta de lo mezquina que se vuelve su pasada grandeza y de cómo a un
gran país lo están volviendo estrecho y provinciano.
Frente a
esta estrechez de miras está la otra, la de enfrente; la que responde con
banderas de España a la bandera catalana; la que no se da cuenta de que no hay
que luchar por una bandera, sino por una constitución. En la constitución
española (artículo 4) caben todas las banderas de España, incluida la catalana.
Caben todas las lenguas del país (artículo 7), todos los gobiernos españoles
(artículo 2); no cabe la república, pero cabe la posibilidad de cambiarla
(título X). Pero la ley, en lo que atañe a la constitución (artículo 9), debe
ser respetada; porque es la ley que se dieron a sí mismos los españoles, y fue
votada en 1978 por una gran mayoría de ciudadanos; y también fue votada por una
amplia mayoría de catalanes (los mismos que, al empeñarse en desobedecerla, se
desobedecen a sí mismos sin que eso les cree, aparentemente, problemas de
conciencia de ninguna clase); y en su redacción Cataluña tuvo un peso decisivo,
pues dos de los padres de la patria (Miquel Roca Junyent y Jordi Solé Tura)
eran catalanes. Ellos mismos plantearon en el artículo 2 la unidad dentro de la
diversidad, e introdujeron los valores supremos de libertad, justicia, igualdad
y pluralismo (artículo 1). Todo el título I es un amplio catálogo de derechos y
libertades de los que gozan todos los españoles, incluidos los catalanes; y
quien no los respete será llamado al orden, también los ciudadanos de Cataluña y
su gobierno (artículo 155). De modo que no existe ninguna tiranía de España
contra Cataluña. Existe, por el contrario, un intento de Cataluña de tiranizar
al resto de España, y lo que es peor, de imponer sus mentiras a Europa; Europa,
que empieza a resquebrajarse con los populismos (el catalán es uno de ellos) en
un momento en que intentamos emerger tímidamente de la tremenda crisis
económica que estamos sufriendo. Si esos esfuerzos no dieran resultado y la
causa fuera la intransigencia catalana, los delirios independistas contraerían
una gravísima responsabilidad ante la historia. Por la ceguera de su odio hacia
España, en primer lugar; por la ceguera de sus entendederas hacia Europa, a la
que mirarían mediocremente; y por la ceguera de su visión del mundo, cuando la
libertad libra contra la tiranía la más descomunal de las batallas.
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