CATALUÑA
Imaginad
que tenéis en vuestra mente una gran empresa. Y que para llevarla a cabo os
ponéis a trabajar como locos. Y que con el dinero ganado hacéis realidad
vuestros sueños. Imaginad, también, que en mitad del camino os distraéis con bagatelas; y os
gastáis el dinero en unas minucias.
Imaginad
ahora que esa empresa es colectiva. Vuestro pueblo no tiene agua y, con la
inversión de todos, podéis pagar una gran obra de ingeniería. Pero antes de
hacerlo empezáis a gastar en el alumbrado, en el pilón de la plaza, en mejorar
las fiestas o en quién sabe cuántas cosas que teníais pendientes. Y cuando
abrís los ojos comprendéis, abatidos, que ya no os queda dinero para el
abastecimiento de agua.
Traer
agua es la voluntad del pueblo. Y también arreglar la plaza. Pero el agua es
necesaria y urgente y la plaza no es urgente, aunque sea necesaria. Además, el
problema del agua ha traído un esfuerzo que ha canalizado durante largos años
la voluntad de la gente; y la plaza la hemos arreglado por impulso. Y cuando
acaba la fiesta comprendemos que nos hemos comprado ropas buenas, pero no
tenemos con qué comer; ni con qué beber. En la vieja canción Juan Comodoro
buscando agua encontró petróleo; pero se murió de sed.
Cuando
la gente se moviliza por miles sus representantes dicen que ésa es la voluntad
popular; y tienen razón. Y te la restregan por la cara. Y dicen que contra la
voluntad popular no puede levantarse la ley. Y se olvidan de que la ley también
es la voluntad del pueblo. La voluntad expresada en la calle contra la voluntad
expresada en la ley viene a ser, simplemente, la lucha del pueblo contra el
pueblo. La ley es voluntad largamente meditada. La calle es voluntad expresada
por impulso. La ley es una voluntad de fondo que quiere resolver el problema
del agua; una voluntad de largo alcance. La calle a lo mejor es voluntad de
alcance estrecho. O tal vez no, quién sabe. Pero deslumbrarse por las masas que
gritan al unísono puede ser oír al corazón antes que a la cabeza, o ni siquiera
el corazón: a lo mejor lo que ruge son las tripas. Oír el clamor de la calle
condenando la ley puede ser tan peligroso como dejarse llevar por los cantos de
sirena. Además, la calle también puede equivocarse. Entre un inocente y un
culpable, la gente prefirió crucificar al inocente.
Puede
suceder que la ley ya no exprese la voluntad del pueblo: pero eso debe
decidirlo la cabeza de común acuerdo con el corazón; de ninguna manera las
tripas. Porque si el pueblo prefiere arreglar la plaza y se queda sin agua, se
morirá de sed como Juan Comodoro; inmensa será la responsabilidad de los
gobernantes que los han azuzado.
Quizá
Cataluña puede ir más de prisa y España es un lastre: hay que oírla; hay que
hablar con ella para ser compañeros de viaje; no parásitos. Pero también puede
ser que el rico se haya olvidado de que en algún momento fue pobre; ahora quiere
ser insolidario; el fulgor del corazón es el que hay que escuchar, hablando con
la cabeza: no el de las tripas. Quizá las cosas han cambiado desde que votamos
la constitución. Tal vez el clamor de Cataluña no sea la expresión de un
capricho, sino un mar de fondo: esas cosas hay que hablarlas; como se habla de
los problemas que surgen en la familia. Pero ignorar la voz de la ley puede ser
tan peligroso como ignorar la voz de la calle. Sería azuzar al pueblo para que
luche contra el pueblo.
Además,
ya no sé lo que es el pueblo. Es un concepto árido, una abstracción, un
esqueleto sin carne, un artilugio matemático, una entelequia. ¿Es mi vecino,
que nació en Barcelona y sus padres venían de Lérida? ¿O es mi colega que viene
de Aragón? ¿Acaso mi profesor andaluz no forma parte del pueblo? Cuando hay una
gotera en el último piso, ¿tiene que arreglarla el que la tiene? ¿O deben
colaborar todos los vecinos del edificio? ¿La gotera es un problema público, o
un problema privado? ¿El futuro de los catalanes lo deben resolver los
catalanes, o el resto de España tiene algo que decir? ¿Se puede trazar una
frontera entre los de dentro y los de fuera? ¿Como en Yugoslavia?
Unos
acudirán a la historia para encontrar razones; y según el año en que se
detengan, la historia justificará una cosa o su contraria. Otros recurrirán a
la economía y, según donde se paren, Cataluña será dadora o receptora. Otros se
agarrarán al presente y harán de su país un tronco sin raíces; como los que
buscaron en la historia hicieron un suelo de raíces sin troncos y sin hojas; y
sin flores. Cada cual hará un país a su medida dependiendo del mito con que lo
corte. Y se olvidará de que su sustancia está hecha de carne y hueso, de gentes
que sienten y que piensan, y que les duele, cuando sufren los recortes. Pero es
que recortes hay en toda España. Y no ganaremos nada con hacernos los
agraviados. Un día caminaba un profesor de historia por la meseta castellana.
Hablaba con otro profesor de Barcelona. Vieron a un hombre encorvado, vencido
por la edad, y por el cansancio; quemado por el sol, con el rostro cosido de
arrugas, sin afeitar, erizado, la mirada perdida, vacía de ilusión, mirando al
suelo, en una tierra donde no había horizontes que buscar. Tenía el cuerpo
sudoroso y llevaba una azada al hombro. Mi amigo señaló al hombre y le dijo a
su amigo de Barcelona: “mira, ahí tienes un imperialista castellano”.
Los
estereotipos no nos llevan a ningún lado. Ni el tiempo corto. Son momentos de
crisis, tiempos de arrimar el hombro, no de apartarnos para que la casa se
caiga. Salvarse unos aunque se hundan otros. ¡Qué nos importa! Lo que hay que
hacer es lograr que nos escuche el otro, abrirle los ojos, que se limpie las
orejas, y que deje de vernos como una sombra de sus orejeras. Y viceversa.
Nos
decían en la escuela que no había que comprar por impulso. Había que ir con una
lista de compra. Oír la voz de la calle es comprar por impulso. Escuchar
la voz de la ley es ir con lista de
compra. Pero a lo mejor en la lista nos hemos olvidado de algo que
necesitábamos; y sólo nos acordamos de ello cuando estamos en la tienda. A lo
mejor la ley no lo tiene todo. A lo mejor le conviene mirar a la calle. Porque
si la ignora, la calle le puede pasar por encima y entonces será el reino del
capricho, de la improvisación, del impulso ciego. Sólo la ley le da ojos al
instinto, pero no a costa de cegarlo: pues el instinto le dio vida; y la
sociedad es, seguramente, un cauce por dende pasan los instintos; por donde
discurren las aguas naturales y juveniles; no un corsé que las ahoga.
Bien
está oír el sonido de la calle. Pero ignorando el ruido, quedarse sólo con la
música. La música de los grandes proyectos, de las altas empresas. No perderse
en melodías leves que sólo proceden del impulso. Porque entonces ya no será la
voz del pueblo, su corazón razonable, el espíritu templado, la voluntad, el
seny: serán sólo cantos de sirena.
Me quito el sombrero ante semejante reflexión!!!
ResponderEliminarMuchas gracias. He intentado ser objetivo, pero siempre puede uno equivocarse. Sí es cierto que en este texto he intentado despojarme de perspectivas sesgadas, procurando que lo que en él se dice pueda ser asumido por un habitante de Castilla, de Andalucía, de Madrid... o de Cataluña. Gracias por darme ánimos.
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