viernes, 6 de agosto de 2021

PENSAMIENTOS (3)

 

 

PENSAMIENTOS (3)

 


1. Ocio.

 

            Ocio era para los romanos el tiempo libre, mientras que el tiempo que se dedicaba a las tareas obligatorias era la negación del ocio (negotium, de donde deriva “negocio”). Aristóteles concibió el ocio como cultivo del espíritu; un tiempo en el que, disfrutando de libertad, se descansaba aprendiendo; hoy llamamos aburrimiento, más que ocio, a la ociosidad; el tiempo en el que se descansa sin aprender nada, con lo que ni somos verdaderamente libres ni tenemos un descanso verdadero.

            Solemos contraponer el ocio al trabajo. Trabajar es hacer cosas (en física llaman trabajo al movimiento causado por una fuerza); el trabajo, en sentido amplio, puede ser obligatorio o libre; llamamos “trabajo” en sentido estricto al trabajo obligatorio; y al trabajo libre lo llamamos “afición”, “hobby” o, simplemente, “ocio”.

 

2. Placer.

 

            Es una sensación de bienestar; es decir de estar bien, de encontrarse uno a gusto donde está y como está. No se puede explicar con palabras. Pero si no se puede decir qué es el placer, sí se pueden describir sus efectos, y es que se abre nuestro cuerpo; abrimos la boca, abrimos los brazos, las piernas, nos dan ganas de saltar, correr, reír, el resultado es que nos sentimos cargados de energía, que es lo mismo que sentirse pletóricos.

            Hay dos momentos cruciales en el placer: la concentración y la relajación. Cuando bebemos un buen vino inspiramos profundamente y cerramos los ojos, como si necesitáramos aislarnos del mundo para concentrarnos sólo en nuestro placer; y luego chasqueamos los labios, abrimos la boca, abrimos los ojos y hasta extendemos los brazos.

            Cuando llegamos al orgasmo nos concentramos en dejar fluir el placer y cerramos los ojos, para que entre bien dentro de nosotros y explote y se expanda; y cuando crispamos los miembros, tensándolos mucho para llenarnos de placer durante el tiempo que dure; luego se relajan nuestros miembros y abrimos los ojos para soltar la paz que se nos ha metido dentro.

            El placer tiene, como mínimo, tres fases o momentos: concentración (nos aislamos mientras el cuerpo busca); explosión (nos encerramos profundamente para sentirnos estallar olvidándonos de todo); y relajación (nos invade una paz que irradia de dentro como si la energía que hemos absorbido en esa súbita descarga nos alimentara poco a poco). Concentrarse es aislarse de lo que no es la tarea de buscar placer, aunque todavía podemos sentir lo que pasa alrededor; la concentración es un crescendo que alcanza un clímax: ese clímax es el orgasmo, el estallido, el punto de máxima fruición. Explotar es cargarse súbitamente de energía olvidando completamente lo que pasa a nuestro alrededor. Y relajarse es consumir poco a poco ese chorro de energía que hemos producido, y que hemos almacenado dentro, en una sensación de paz que es plenitud, y que produce ensoñación; uno también se siente pletórico de fuerzas, que mientras la plenitud las siente lentamente hacia adentro, el aliento pletórico las descarga hacia afuera de manera rápida y expansiva.

            La tensión que se concentra se rompe bruscamente si, cuando uno inicia el crescendo, alguien rompe la fijación destruyéndola con bromas extemporáneas, como cuando nos cortan un bostezo. 



            El clímax, una vez iniciado, ya no se puede romper. Es una descarga tan fuerte que ya nada la distrae desde el mundo exterior.

            La relajación es más fuerte que todos los estímulos mundanos; aunque si éstos son fuertes y se prolongan, la pueden romper y entonces su magia desaparece, o se debilita.

            Una persona expansiva se siente pletórica después del clímax; una persona contenida se siente plena y se abandona, como cuando la música pone sordina en los momentos fuertes y convierte los gritos en lamentos. La felicidad pletórica es muy distinta de la felicidad plena: la primera es un alarde de fuerza, la segunda de delicadeza; la delicadeza es la fuerza contenida en el recuerdo; el frenesí, fuerza que se despliega en el instante.

            Probar una comida es concentrarse en el sabor, dejarse subyugar por la expresión que se produce en el paladar y espirar soltando el placer; saborear, transportarse y volver.

            Puede suceder con la lectura de un libro. Con la audición de una sinfonía. Con la contemplación de un cuadro, una escultura, un edificio, un ballet, con el embrujo de una conversación, disfrutando de una buena película o creando una obra de arte. Algunos dicen que lo sienten cuando hace estragos en ellos el aliento de dios (y es la mística). Y otros dicen que el éxtasis les sobreviene cuando los abruma la naturaleza, exaltación increíble, cuando los posee, o es poseída por ellos, una fuerza inspiradora: el entusiasmo de la creación.

 

3. Dolor.

 

            El dolor es el extremo de un continuo que empieza en el disgusto o simple desagrado; tampoco lo podemos definir con palabras. Nos duele algo cuando no  nos encontramos bien.

            O sea cuando estamos mal. En Francia al sentir dolor lo llaman “tener mal”. En España al daño lo llaman “mal”, que se usa como sinónimo de enfermedad: “el mal ha avanzado mucho”, decimos a veces, por ejemplo cuando empeora o aumenta una infección, cuando el veneno de una mordedura sube por la sangre, o cuando los tumores se extienden por el cuerpo. Aunque solemos distinguir entre el mal y el dolor: el mal, los tejidos dañados, o la parte del cuerpo que no funciona bien, es la causa del dolor, aunque a veces hay males o daños que no duelen.

            El dolor es una pena, un pesar. Puede ser físico o psicológico. También se da por grados, desde un simple malestar hasta el tormento más terrible, pasando por diversidades que van del malestar o desagrado al pesar, el dolor o el daño, la mortificación… El mal psicológico es un pesar, una pena, una tristeza que va en aumento hasta la rabia, el miedo, el asco o la desesperación.

            Al contrario de lo que sucede con el placer, en el dolor no nos concentramos sino que nos desconcentra; nos distrae de las cosas placenteras. Es quien nos inflige dolor quien debe concentrarse en saber dónde nos duele más. El dolor aumenta por grados hasta llegar al clímax o punto máximo, y entonces se hace insoportable. 




 

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