viernes, 20 de agosto de 2021

IDEAS QUE PARECEN DISPARATES

 

 

IDEAS QUE PARECEN DISPARATES

 


1. El hincha.

 

La hinchada es un reparto de tareas; unos ponen el trabajo, otros se alegran del éxito.

La hinchada se parece a la explotación; el éxito lo celebra el amo, pero el trabajo lo pone el siervo.

La diferencia entre la hinchada y la tiranía es que la segunda se alegra por un éxito que le da ganancias, y la primera no; lo único que el hincha gana con alegrarse es disfrutar del buen humor.

El hincha no disfruta de su buen humor, porque el humor se lo da el equipo que pierde o gana; y así, el hincha siente por lo que otros viven. Sólo quien juega vive el partido; el espectador, al vivir el éxito del equipo, vive la vida de otros; y si su equipo representa a su país, vive las alegrías y tristezas de su país sin hacer nada por lograrlas; el espectador sólo es un consumidor; el que produce es quien juega.

Cuando el aficionado ve a su equipo se está viendo a sí mismo, como si los méritos del equipo fueran propios; así, cuando gana el equipo no han ganado ellos: hemos ganado nosotros.

Ellos son los adversarios. La identificación del público con el protagonista hace que todos asumamos los aciertos y los errores de algunos; y eso ni es bueno ni es justo. Se parece a los problemas étnicos en que los errores de uno se los imputan a la etnia a la que pertenece.

Así surge la enemistad. En el deporte luchan los adversarios, pero los espectadores se enfrentan como enemigos. Ser enemigo de alguien es estar dispuesto a reconocerle los errores, pero no los aciertos. Si yo fallo es mi pueblo el que falla, pero mis aciertos son simplemente una cosa personal. Inversamente, los fallos de mi pueblo me los endosan a mí: pero no sus aciertos.

El individuo carga con los pecados de la colectividad, y la colectividad carga con los pecados del individuo. Pero las virtudes de los individuos y de su pueblo no se trasvasan entre sí; se pierden.

Ser enemigo es estar condenado a ser malo. Malo para la persona que nos mira, si esa persona es enemiga.

Ser enemigo de alguien es quedarse ciego para media realidad: la mitad de la realidad que no se quiere ver. Si hacen algo malo a uno de los nuestros nos indignamos; si se lo hacen a ellos miramos para otro lado. Y así anda el hincha, tuerto pero no ciego.

 


2. ¿Enseñar o educar?

 

Josemari se movía en su asiento con aire satisfecho. Vivía y respiraba por todos sus poros la sensación de estar en lo cierto.

-El profesor debe limitarse a transmitir conocimientos. La educación es cosa de los padres.

Y todo porque estaban comentando un texto sobre Sócrates. En el aire estaba si Sócrates, que presumía de no enseñar nada, realmente enseñaba; si se limitaba sólo a hacer preguntas; si el discípulo encontraba solo las respuestas conducido por las preguntas del maestro, como el gobernalle dirige el curso de los barcos sobre el mar.

Juan Luis inquirió entonces:

-¿Verdaderamente Sócrates no enseñaba nada?

Hubo un entrecruce de ideas y hubo controversia, pero el debate no acababa de centrarse. Entonces Juan Luis sintió la necesidad de precisar:

-¿Enseñaba Sócrates sólo con sus palabras? ¿O también enseñaba con su presencia?

Siguió habiendo intercambios, pero ninguno conclusivo. Y volvió a precisar su idea:

-¿Los maestros enseñan con lo que dicen o con lo que hacen?

-Con ambas cosas –respondió Jorge.

-¿No dura más en el recuerdo –habló Juan Luis- ver a un maestro fumando que su prohibición de fumar? Cuando un maestro no hace lo que dice, pierde autoridad ante los discípulos.

-No tiene por qué –interrumpió Josemari-. Mi madre fuma y dos de mis hermanos no han fumado nunca.

-Bueno –replicó Juan Luis-. Pero ahora no hablamos de cómo aprenden los discípulos, sino de cómo enseñan los maestros; ése es el tema que estamos debatiendo con Platón. ¿Qué pensáis que deja más huella? ¿Lo que dice el maestro o lo que hace cuando lo dice?

-Es lo que hace –contestó Juana-. Poco importa lo que digas: lo que me va a marcar es cómo lo digas.

-Y eso es educar –concluyó Juan Luis.

-¡No! -objetó Josemari-. Los profesores no tienen por qué educar, que para eso están los padres; los profesores deben limitarse a enseñar.

Aquello sonó a doctrina bien aprendida. Aquello sonó a consigna. De alguna manera intuía que los hijos eran el escenario de una batalla campal que se libraban los padres entre sí. Y él, como profesor de filosofía, debía combatir con razones los sectarismos de todas las capillas.

  -Está bien –terció Juan Luis-. ¿Un padre alcohólico tiene más derecho que un maestro cuerdo a educar a su hijo?

-¡Eso es una exageración! –protestó Josemari.

 -Precisamente, la técnica del debate consiste en el contraejemplo. Si yo pongo un solo ejemplo que contradiga lo que tú dices, te verás obligado a contestarme. Y el debate se enriquecerá analizando los casos extremos.                                                                                                                                                                   

-¡Pero las cosas no son así! –contestó Josemari, incómodo.

-Sí que lo son. Como lo es también el derecho de un padre a educar a su hijo, a su hija, cuando ese padre está dispuesto a matarla para salvar su honra, si la chica no actúa de acuerdo con las normas que él trata de imponer.

-¡Pero no exageres! Eso son unos casos extremos; en la mayoría de los casos no sucede así.

 -Sucede muchas veces. Más de lo que crees. Y cuando sucede, la chica está desprotegida frente a un padre abusivo si le niegas al maestro el derecho de educarla.

-La educación sólo les corresponde a los padres, no a los maestros; para eso han querido tener a sus hijos y se han sacrificado por ellos.

No siempre. Recuerda que se dan muchos casos de relaciones amorosas en las que el niño viene al mundo por accidente, por pura casualidad; y en muchos de esos casos es un niño no deseado, o no querido.

Josemari objetó que eso era porque nuestro mundo carece de valores y bla, bla... Frente a aquella moralina Juan Luis sintió la necesidad de ser contundente.

-Está bien –dijo-. Los profesores sólo podemos transmitir conocimientos. Ni ejercer de animadores, ni ser guías, ni cosas por el estilo; sólo tenemos derecho a enseñar. Está bien. Yo ahora os enseño el temario de filosofía. Si en mitad de la clase se produce un atropello, una falta de respeto, una agresión, yo no intervengo; mi misión no es educar.

-No es así. Los profesores nos podéis sancionar. Además, eso lo hace el consejo escolar, en el que han votado los padres. Y la disciplina sanciona conductas, no creencias.

-Falso. Una conducta es punible cuando manifiesta un hábito, y los hábitos reflejan actitudes, y las actitudes reflejan creencias. Recurrir a la disciplina adquirida equivale, a fin de cuentas, a modificar creencias. Yo como profesor debo conseguir que los alumnos crean que es preferible respetar al prójimo. Y eso, mi querido Josemari, es educar. –Se sentía marejada y había oleaje de fondo, y el timbre iba a sonar. Juan Luis zanjó la polémica remitiéndolos al texto-. Pero lo que estamos haciendo aquí es comentar las palabras de Sócrates. Recordad lo que estábamos debatiendo: ¿enseñaba Sócrates sólo con sus palabras, o con su presencia enseñaba también?

Cuando sonó el timbre ya Luis había dicho:

-Sócrates no enseñaba cosas, porque presumía de no saberlas. ¿Qué conocimientos podía transmitir si, por muchos que tuviera, no estaba seguro de ninguno? Él enseñaba a aprender. Y mientras lo hacía enseñaba a escuchar, a respetar las razones del adversario, a amar la fuerza de la razón, a ser firme en sus convicciones, a hablar cuando hace falta y cuando hace falta callar. Y eso, por encima de todo, es educar.

Y sonó el timbre. Se fueron todos. Y no hubo más.

 


3. Somanoética.  

 

            Se le ocurrió crear una pedagogía psicosomática. Sus dos pilares serían la somítica y la somética (la primera tendría por objeto la somanoesis, y la segunda el somanoeto).

            La somítica es una mítica somática; el mythos es a la vez historia y palabra, relato surgido del fondo de la experiencia del cuerpo; y como hay que saber pensar desde el cuerpo, no está claro en qué medida esta mítica debe ser completada por una lógica: por un análisis del sentido de las cosas, con un análisis del significado de las palabras.

            De la experiencia somítica emergerá la somética: la ética somática. El sentimiento de la vida, emanado del cuerpo, pensado somáticamente, da lugar al descubrimiento del sentido; del sentido de la vida. Los valores, antes de ser pensados, deben ser sentidos; sólo entonces es posible la valoración; una valoración psicosomática en donde el cuerpo es el vehículo de la mente, y en los estratos más profundos llega a confundirse con la mente misma.

            Habría que crear un centro de pedagogía psicosomática. Que podría estar al lado de una sociedad de filosofía (Sofía) y de otras asociaciones parecidas. Todas ellas cabrían en un centro global de investigaciones sociales: el Centro de Investigaciones del Duero; el Cid.

 


 

 

 

1 comentario:

  1. Para pensar cuánto rueda con la filosofía y con la educación, rescato: " Falso. Una conducta es punible cuando manifiesta un hábito, y los hábitos reflejan actitudes, y las actitudes reflejan creencias. Recurrir a la disciplina adquirida equivale, a fin de cuentas, a modificar creencias. Yo como profesor debo conseguir que los alumnos crean que es preferible respetar al prójimo. Y eso, mi querido Josemari, es educar. –Se sentía marejada y había oleaje de fondo, y el timbre iba a sonar. "

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