viernes, 30 de octubre de 2020

 

 

 

 

DICCIONARIO DE FILOSOFÍA 

FILOSOFÍA 

            El alma. ¿Qué es el alma? Algunos dicen que es el conjunto de todo lo que pensamos, sentimos o recordamos. Pero no, dirán otros. Mis pensamientos están en el alma, pero no son el alma. Mis sentimientos están en el alma, pero no son el alma. Mis recuerdos están en el alma, pero no son el alma. Mis pensamientos son como las guindas de un pastel; mis sentimientos son los trozos de piña; mis recuerdos, pepitas de chocolate; si quito las guindas, la piña y el chocolate, debajo está el bizcocho, que es la base del pastel; y si quito los pensamientos, los sentimientos y los recuerdos debajo está el alma, que es la base de lo que soy. Pero hay una diferencia: el bizcocho lo podemos ver; el alma, no. El alma no es más que una hipótesis cuya presencia no se puede materializar en algo que podamos ver, oler, oír y tocar. El alma no es más que una conjetura que no forma parte de nuestra experiencia, sino de nuestra imaginación; yo no percibo el alma, sino que la imagino; o la pienso y la deduzco, pero no puedo verla. Las cosas que no se pueden ver, oler, probar, oír ni tocar no pueden ser estudiadas por la ciencia, porque no podemos hacer experimentos con ellas: decimos que forman parte de la filosofía. Si nos atenemos al método hipotético-racional, podemos observar cosas animadas y explorarlas, podemos especular sobre ellas iluminándolas con nuestras conjeturas para enfocar nuestros pensamientos con ellas, pero no podemos comprobar si esos pensamientos nuestros corresponden a cosas que estén en la realidad; es decir podemos tener experiencias de las cosas, pero no podemos experimentar con ellas; podemos observar indicios pero no podemos hacer observaciones controladas. No podemos meter el alma en un laboratorio para estudiarla bien, porque el alma no es observable.

            Lo mismo pasa con la muerte. ¿Qué es la muerte? Epicuro decía que es la ausencia de toda sensación; cuando dejamos de ver, oler, gustar, oír y tocar, y sentir placer y dolor y miedo y sentirnos en equilibrio, es que estamos muertos; pero un sordomudo que además haya nacido ciego, y que, por causa de una gripe, haya perdido los sentidos del gusto y del olfato y que además haya sufrido lesiones en el oído interno ¿tendríamos derecho a decir que está muerto? Más tarde se pensó que sólo se podría certificar la muerte mediante un electrocardiograma plano: pero hubo fenómenos catalépticos que incitaron a dar por muertas a personas que luego resucitaron en el momento en que las iban a enterrar. Por eso hoy se piensa que la muerte es un electroencefalograma plano, que sólo se ha producido la muerte de alguien cuando hemos podido constatar que hay muerte cerebral. Pero podríamos seguir pensando que hay algo de nosotros que sigue vivo aunque el cerebro estuviera muerto, algo que sería el alma; y que no dejaría de existir aunque no detectáramos su presencia lo mismo que existe la torre Eiffel aunque yo no la haya visto. Los científicos dirían que esto son cosas de charlatanes, pero los filósofos se seguirían preguntando: ¿y por qué? ¿No hay cosas que existen más allá de los sentidos? ¿Existen percepciones extrasensoriales? ¿Qué es la telepatía? ¿Existen realmente las fuerzas a distancia, como las que postuló, pero no demostró, Newton? 

            Las cuerdas. Hoy día se está intentando unificar la relatividad con los fenómenos cuánticos y lo hacemos con una teoría de cuerdas, pero ¿existen las cuerdas? ¿Alguien las ha visto, oído o tocado? Las partículas subatómicas dejan rastros en las placas fotográficas de los grandes aceleradores, pero ¿alguien ha visto rastros fotográficos, sonoros o de otro tipo dejados por las cuerdas (o, para ser más precisos, las supercuerdas)? No. Las supercuerdas son objetos teóricos forjados por los cálculos, no por la observación; y sirven para iluminar nuevos cálculos que explicarán otras partes de la realidad, pero ningún experimento puede detectarlas hoy. ¿Quizá en el futuro podríamos diseñar experimentos para detectar supercuerdas, aunque fuera de manera indirecta? Es posible. O no. Pero mientras eso ocurra las supercuerdas son entes que no hemos sacado de la experiencia, sino de la especulación matemática; pero de unas matemáticas alejadas de la experiencia, que no son euclídeas, ni tampoco riemannianas, y por tanto podríamos preguntarnos si esas matemáticas tan alejadas de nuestra experiencia sirven para explicar fenómenos empíricos. Mientras tanto los físicos que se ocupan de la teoría de cuerdas serán tachados de charlatanes por los otros físicos, o lo que es lo mismo de teóricos, de metafísicos. Para decirlo con otras palabras: la teoría de cuerdas es hoy filosofía, no ciencia.

            ¿Y qué decir de dios? Hay una canción de Violeta Parra que habla de Valentina Tereshkova, la primera mujer astronauta. Dice que si dios está en el cielo, y si ella viajó al cielo, tendría que haber visto a dios: pero no lo vio; por lo tanto dios no existe. Lo que podría haber sido una prueba irrefutable de que dios no existe no es ni siquiera una broma, porque ¿cómo explicarlo? Si yo llego a Segovia y sólo veo los arrabales no puedo volver a Madrid diciendo que no existe el acueducto; tendría que venir a Segovia otra vez y penetrar en su interior hasta dar con él. Del mismo modo Valentina Tereshkova no puede decir que dios no existe cuando sólo exploró un trozo de espacio que no llega ni a la luna; tendría que ir más lejos: a Saturno, a Plutón, fuera del sistema solar, al ojo de la galaxia, más allá de la Vía Láctea, fuera de nuestro cúmulo de galaxias… ¿hasta dónde? Si el universo fuera finito se tardaría mucho en recorrerlo pero al final tal vez podríamos decir que dios no existe si no lo vemos: a menos que estuviera jugando al escondite con nosotros; pero si fuera infinito nunca terminaríamos de recorrerlo, y por lo tanto nunca lo podríamos demostrar. La cuestión de dios no pertenece a la ciencia porque está fuera de nuestra experiencia, y por tanto nunca podríamos hacer experimentos con él. Pertenece a la filosofía. Ni siquiera a la religión, porque la religión nos obliga a creer en él y con la fe no podemos hacernos preguntas; pero la filosofía (que, al igual que la religión, empieza con el asombro) avanza gracias a la duda, y la duda es esa sed de preguntar que no se sacia.

            ¿Y de la justicia? ¿Qué podríamos decir? Que queda fuera de nuestra experiencia, porque no hay ni un solo juzgado, ni una teoría, ni una experiencia donde podamos observarla. Se ha dicho que justicia es dar a cada uno lo suyo, pero ¿cómo saber lo que es suyo? ¿Nos pertenece lo que ganamos, o también lo que hemos heredado de nuestros padres? Y en este segundo caso ¿es justo que herede el hijo mayor y los menores se queden sin nada? ¿O es más justo que hereden todos a partes iguales? Y si es así, ¿hay que vender la casa para repartirnos su valor? Pero entonces nos quedamos sin casa. Si un alumno hace el vago pero aprieta en el último mes ¿es justo que apruebe? Y si otro alumno con dificultades, pero con tenacidad, consigue aprobar al final pero siempre antes ha estado suspendiendo ¿merece el aprobado? Y si nos atenemos a los hechos, ¿no es lo mismo su expediente que el del alumno vago del que hemos hablado antes? ¿No contienen los dos las mismas notas? Aprobar a uno y suspender al otro ¿sería justo? ¿No sería un agravio comparativo? Una vez más, no parece posible diseñar un experimento con el que podamos comprobar la existencia de la justicia. El derecho no es una ciencia porque la justicia no es observable: sería filosofía; filosofía práctica, porque no se ocupa de lo que son las cosas sino de cómo deben ser. 

            El alma, la muerte, las supercuerdas, dios o la justicia son entes inobservables. No pueden ser estudiados por la ciencia, puesto que de las  cuatro partes del método hipotético-racional (observación, hipótesis, predicciones y contrastación) le falta la última: este método amputado de su último paso da lugar a la filosofía; la filosofía es el estudio de todo lo inobservable y es, por tanto, una actividad especulativa: la que piensa a partir de la realidad pero no puede ver realidad en sus pensamientos; aunque siempre es posible conjeturar si podemos hacerlos realidad; no podemos ver si nuestros pensamientos sobre el alma corresponden a la realidad del mundo, pero sí podemos intentar hacer realidad nuestros pensamientos, nuestros ideales, nuestras utopías; aunque todos los ideales hasta la fecha (Platón, Jesucristo, Don quijote, Marx) hayan fracasado.

            Ya sabemos lo que es la filosofía. La podemos definir por su método y por su objeto de estudio; su método es el de una ciencia sin experimento, y su estudio se ocupa de lo inobservable. ¿Podemos observar el fuego y experimentar con él? Eso es ciencia. ¿Podemos observar el alma y experimentar con ella? Eso es filosofía. Todo lo que hace la ciencia le sirve a la filosofía, pero parece que la filosofía no le sirve a la ciencia para nada. ¿O sí? Lo que hicieron Einstein, Heisenberg, Schrödinger, y hasta el propio Newton ¿no es también filosofía? Todas las ciencias ¿no contienen partes empíricas, propias de la ciencia, y partes inobservables, propias de la filosofía? Es una cuestión de proporción. Podríamos decir a primera vista que en Newton hay más ciencia que filosofía, pero en Einstein la cosa no parece tan clara; la parte especulativa de Einstein probablemente sea mucho mayor, pero sigue siendo una parcela pequeña en comparación con su contenido científico.  

            La filosofía es necesaria para darle ideas a la ciencia. Para darle alas. Cuando la abstracción provocada por la ciencia traspasa la barrera de lo observable debe encomendarse a la filosofía. Y lo que hoy es filosofía puede mañana convertirse en ciencia: o seguir siendo filosofía si su contenido es tan profundo que no hay ciencia que pueda abarcarlo. Los tres rasgos de la filosofía son, de momento, la especulación, lo inobservable y la profundidad. La especulación hace referencia al método; lo inobservable tiene que ver con la naturaleza; y la profundidad es una mezcla de los dos. Donde se ve bien esto es en la filosofía de María Zambrano.

            Los primeros filósofos pensaron que detrás de las apariencias de la naturaleza y dentro de ella hay una naturaleza inobservable. Es como el bizcocho del pastel. La naturaleza está hecha de cosas que se pueden observar (los fenómenos) y cosas que no aparecen en la experiencia (los inobservables). Los mitos ponían todo lo inobservable fuera de la naturaleza, en manos de los dioses: eran cosas sobrenaturales. Pero cuando empezamos a pensar que lo inobservable no era sobrenatural sino que estaba dentro de la naturaleza, entonces empezó la filosofía. La filosofía prescindió de los dioses. Y cuando Tales de Mileto decía que la naturaleza está hecha de dioses lo que quería decir es que se mueve sola: era sólo una metáfora. La naturaleza (physis) está hecha de materia (hylé) dotada de movimiento (zoon): hilozoísmo decimos hoy, y no animismo; porque el animismo da a entender que las fuerzas que hay en las cosas son sobrenaturales; el hilozoísmo no. 

            Los fenómenos de la naturaleza están hechos de partes que se pueden dividir en otras partes. Pero debe llegar un momento en que las partes más pequeñas ya no se pueden dividir más: son los elementos. Hoy sabemos que hay muchos elementos y los hemos identificado en la tabla de Mendeleiev. Pero Tales pensaba que sólo había uno: el agua. ¿Por qué lo pensaba? Porque lo sacó de la experiencia; Tales vivía en Mileto, que era puerto de mar; si se los saca del agua los peces mueren; acaso observó también que envejecer es deshidratarse, porque nos salen arrugas y nos secamos, y los cadáveres al final son cuerpos totalmente secos; además, Tales entró en contacto con Mesopotamia, donde conoció la tradición legendaria del diluvio. Tales se equivocó, porque el agua no es un elemento, sino un compuesto de hidrogeno y oxígeno; pero también nos equivocamos nosotros: porque llamamos elementos a los átomos que se pueden dividir en partes (“a” en griego significa “no”, y “tomos” quiere decir “partes”, como cuando una enciclopedia la dividimos en partes y cada una es un tomo; pues bien, “átomo” quiere decir que no tiene partes, que no se puede dividir; sin embargo los átomos de Mendeleiev los podemos dividir  en electrones, protones y neutrones, y éstos a su vez los dividimos en quarks). De modo que si Tales se equivocó llamando elemento a un compuesto, tampoco nosotros hemos avanzado mucho, porque llamamos átomos a unos trozos de materia que siguen siendo divisibles.

            El agua de Tales no es el agua del mar, ni la que hay en nuestras lágrimas, ni la que tienen los peces; es una naturaleza que hay dentro de nosotros, como la sustancia de la que está hecho nuestro cuerpo, aunque cuando miramos cuerpos no la veamos. El agua de Tales se puede ver en los ríos, mares y lagos, y también en las lluvias, pero es invisible cuando la buscamos dentro de los cuerpos; a este nivel el concepto de agua es una abstracción, casi una metáfora; el pensamiento de Tales dio un salto de gigante al fabricar un concepto con las apariencias. Y eso es la filosofía. Es filosofía porque el concepto de agua surgió de la observación de los fenómenos del agua, pero no dio lugar a otros conceptos que a su vez se pudieran observar: le faltaba, pues, el experimento; por eso no era ciencia.

            Hoy tenemos aparatos para observar lo que en tiempos de Tales era invisible: tenemos microscopios, espectrógrafos, máquinas electrolíticas; Tales no tenía nada de eso. En su caso llamamos filosofía al estudio no científico de las proposiciones científicas, pero en realidad lo que hacía Tales era ciencia sin aparatos; sin los aparatos adecuados; del mismo modo a la técnica rudimentaria la llamaban magia.

            Anaximandro dio un paso al frente y fue más lejos que Tales. Pensó que si el agua que había en los cuerpos era inobservable, no tenía sentido llamarla agua; la llamó naturaleza indefinible (en griego, “ápeiron”; ya hemos visto que “a” significa “no” y “péras” quiere decir “límite”, “fin”; el ápeiron es lo ilimitado, lo indefinible). De modo que la naturaleza tiene dos niveles: por un lado están los fenómenos aparentes y observables (el agua está entre ellos) y por otro lo que no se puede observar (el ápeiron, al que Tales llamaba “agua”). En consecuencia, Tales imaginaba el mundo como una corteza flotando en un mar de agua, y Anaximandro como una esfera flotando en un mar de ápeiron (que no era exactamente el vacío, sino una sustancia sutil parecida al aire; al ápeiron, Anaxímenes lo llamaría aire). Pues bien, el pensamiento de Anaximandro contiene partes científicas y partes que no lo son; es científica su concepción del mundo como una esfera porque hoy podemos mandar naves al espacio y comprobarlo; pero no lo es su conjetura sobre el ápeiron, porque ni los mejores microscopios electrónicos son capaces ce ver ápeiron en los cuerpos). A ambos aspectos de su pensamiento, tanto la ciencia sin aparatos imprescindibles como la parte no científica, nosotros los llamamos filosofía.

            Así se fueron construyendo los primeros sistemas filosóficos, las primeras explicaciones del mundo, las primeras cosmologías: las que habían dejado ya de ser mitológicas, pero tenían, flotando en un mar especulativo, semillas de ciencia que todavía no podían fructificar. Se ha dicho que cuando salgan todos los gérmenes científicos que hay en la filosofía la filosofía dejará de existir: no; porque junto a esos gérmenes hay problemas inexplicables que la ciencia es incapaz de resolver; problemas como el alma, la materia, el infinito, dios, la justicia, la belleza, el universo, la materia, el infinito, la naturaleza oscura… Misterios insondables que van más allá de la ciencia, y que conforman una sabiduría que se construye “toda ciencia trascendiendo”, para decirlo con palabras de San Juan de la Cruz. Dolencias de amor que no se curan sino con la presencia y la figura, pero “apártalas, amor, que voy de vuelo”. Allí nos encontramos con las razones del corazón que la razón no entiende, y nos topamos con Pascal; y con conatos o impulsos o instintos que se juegan en la frontera de lo inexplicable, y nos encontramos con Spinoza, Nietzsche, Schopenhauer y hasta el mismísimo Kant; y si nos acercamos a la comprensión de la naturaleza también nos toparemos con cosas incomprensibles que no pueden explicar ni las fuerzas distantes de Newton, ni los campos de fuerza, ni las discontinuidades cuánticas, ni siquiera la teoría de la relatividad.


                                            

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