EL ARTE (2)
LA ELABORACIÓN EN EL ARTE
1. La técnica.
El
ejercicio aristónico es como un parto, es un esfuerzo del artista por sacar a
la luz todo lo que tiene dormido en las cavernas del espíritu; es una lucha
contra la resistencia de la materia; lucha por vencer las rigideces de lo
inanimado, de la inercia, y transformar en potencial expresivo la falta de
flexibilidad de la naturaleza mineral. El pintor trabaja con los colores, a los
que debe domar; debe aprender a mezclarlos para atrapar matices que no se
encuentran en estado puro en la naturaleza. Debe dominar, con la técnica del
claroscuro, el arte del encuadre, el valor expresivo de las líneas según las
direcciones del espacio, la creación de volúmenes en la superficie, el escorzo.
Sólo cuando ha derrotado las limitaciones de la materia el artista puede
proyectar el espíritu en sus infinitas posibilidades, y transformarla;
convertir en sustancia maleable, y por tanto expresiva, las durezas
inexpresivas de la materia mineral.
El
músico trabaja con sonidos. Y con silencios. Su arte es hacer hablar al ruido,
convertirlo en un medio de expresión, transformarlo en música. Su esencia está
hecha también de tiempo, a diferencia de la pintura, que está hecha de espacio.
Una misma secuencia sonora expresa cosas diferentes según se distribuya el
tiempo entre las notas. Puede haber sonidos breves y silencios largos. O al
revés. Tras notas pueden ser lamento descriptivo o convertirse en un trino. Hay
que domar el ritmo contenido en el compás, y reservarse unos sonidos y usar
otros según la escala que estemos manejando, y luego domar la materia para
sacar de ella los sonidos que queremos; fabricar instrumentos; y construir
claves en el pentagrama para tocar con unos instrumentos y con otros. Una vez
que maneja con maestría los materiales sonoros, el músico puede convertir en
expresión las energías inexpresivas y dejar fluir, entre ellas, la inspiración,
la fantasía de su espíritu que se desliza entre las notas, penetrándolas a
todas, para hacerlas hablar y decir con ellas lo que quiere.
El
escritor trabaja con palabras. Tiene que aprender a domar sus sonoridades, a
manejar sus significados, para que la rima no sea ripio ni los conceptos
yuxtaposiciones inexpresivas y mecánicas. Tiene que conseguir que en cada
sílaba, y en cada pausa, suene el pulso de la sangre, el latido de la
respiración, la tensión de las venas, la presión de los ojos, el aleteo del
vientre, el pálpito de las sienes, la relajación de la cara, o, según lo que
esté escribiendo, la fuerza de la mandíbula mientras aprieta los dientes. El
escritor no se deja mandar por las palabras, por sus sonidos y sus ritmos, sus
silencios y sus significados; el poeta no escribe una rima porque se lo mandan
las palabras, sino al revés: ordena a las palabras que se amolden a la rima que
está buscando, que expresen los sentimientos que tiene dentro de su alma, y que
buscan expresarse, y que no pueden salir si no convierte a la palabra en su
vehículo, domándola y respetándola, obligándola y mimándola al mismo tiempo. El
poeta, el dramaturgo, el novelista, no elige las palabras que se imponen a él
en detrimento del sentimiento que quiere expresar, sino al revés: es el
sentimiento el que se impone a las palabras, y si no valen unas se buscan
otras, pero la creación brota como un flujo del escritor que ha sido atrapado
por la musa, y lo exprime, soltando de sí un aliento que lamina las palabras
como el agua arranca la arena del cauce, y por eso las palabras, tierra y arena
erosionada del río, brotan por sí solas sin que apenas el poeta tenga necesidad
de buscarlas.
El
bailarín trabaja con el cuerpo. Y sus músculos, pesos que se oponen al
movimiento, deben convertirse en velas que el viento arrastra arrastrando con
ellas los barcos en los que están plantadas; o como alas que baten el aire a
veces y a veces se dejan llevar por la corriente, venciendo su resistencia o
entregándose a ella, pues el baile es victoria y derrota al mismo tiempo,
atleta que obedece a las olas para vencerlas en su tabla hawaiana, y es una
obediencia rectora, una obediencia creadora, una obediencia que manda. Pero el
bailarín no flota en el aire por sí solo, primero ha de vencer la resistencia
de sus músculos; y transformarlos, de cuerpos pesados que se oponen al
movimiento (inercias que lo lastran como piedras en las piernas), en catapultas
que lo impulsan a la velocidad del rayo, o en la lentitud de la alondra que
parece, más que volar, que flota. Vemos un bailarín y parece aire que fluye
dentro del aire como una corriente dentro de otra. Lo vemos de cerca y vemos
sus músculos tensados, sus nervios de acero, toda una maquinaria que tensa su
anatomía como el arco y la ballesta, como la catapulta, dispuesta para lanzarla.
El baile es libertad, pero para ser libre hay que dominar el cuerpo y eso
requiere una técnica ciclópea, dolorosa, tenaz, constante y espartana; también
el escritor debe, para volar en libertad, someterse a disciplina y domar las
palabras; el músico no puede saltarse las reglas si no las aprende primero, si no
se pliega a ellas, si no es humilde antes de que venga la arrogancia; ni puede
el arquitecto plasmar en la materia las creaciones de su espíritu si no conoce primero
la resistencia de los materiales: para burlarla después y construir esas catedrales
aéreas cuyas ojivas, ligeras, están hechas con materiales pesados y parece que
desafiaran la ley de la gravedad.
Sí:
el arte es técnica. Ningún artista puede expresar lo que tiene dentro si no
domina las técnicas expresivas, si no conoce los materiales con los que tiene
que trabajar. Donde hay arte hay ciencia, lo que no quiere decir que sólo con
conocer tu ciencia ya seas artista. Donde hay arte hay esfuerzo, pero tampoco
basta con el esfuerzo para ser artista: hay dibujantes que han aprendido todas
las técnicas de la academia y saben hacer dibujos académicos, pero sin alma. El
arte requiere dominio de la técnica, sí, pero además requiere un escalofrío
interior, una suerte de respiración recóndita, un misterioso suspiro del alma.
El alma que respira es inspiración: soplo que viene de dentro como si un
espíritu le hablara al oído, el poeta inspirado escribe como si escuchara una
voz interior, o más bien, como si en su propio interior hubiese voces que se
atropellaran luchando denodadamente por salir. El arte es, a un tiempo,
inspiración y técnica. Técnica: cuando los Beatles saltaron a la fama lo
primero que hicieron fue aprender música, porque se dieron cuenta de que con
sus limitaciones sonoras no podían subir un peldaño más allá de su fama.
Inspiración: cualquiera no puede aprender a escribir en un taller literario si
no siente en sus entrañas el aliento de la creación. Una técnica no inspirada
está vacía, y una inspiración no adiestrada está ciega; de nada sirve saber
expresarse si no se tiene nada que expresar, y poco puede quien tiene mucho que
decir y no sabe expresarlo; el técnico puede hacer cosas bonitas, pero sin
alma; el artista, si no está preparado, puede fluir en el verso, pero fluiría
mejor si supiera escribir, y su poesía alcanzaría entonces cotas más altas. Ya
decía Bécquer que el genio poético debe saber atar a un mismo yugo la razón y
la inspiración, y Edgar Allan Poe, cuando escribió “El cuervo”, contó de qué
manera el genio creativo requirió de un control técnico, de una laboriosa
preparación, antes de poder plasmarlo con palabras.
2. El boceto.
El
pintor debe sentir la llamada de la musa. Debe conocer la técnica de la
pintura. Pero también debe tener una idea de cómo es el cuadro que quiere
pintar, qué composición quiere hacer, cómo quiere distribuir la luz, qué cosas
quiere expresar y a partir de qué recursos; en suma, debe hacer un boceto antes
de pintar el cuadro; o tres, o veinte, los que sean. Picasso hizo muchos
estudios antes de tener claro cómo quería pintar el Guernica. En el boceto el
pintor va estudiando cómo perfila el cuadro definitivo y va desarrollando la
idea inicial, añadiéndole detalles a la visión de conjunto; a través del cuadro
la primera visión nebulosa va saliendo a la luz, emergiendo lentamente entre
la bruma, definiéndose poco a poco,
perfilándose cada vez más.
Un
edificio no se puede construir sin andamio. Un boceto funciona como un andamio.
El arquitecto hace los planos de la casa, el músico analiza, antes de crearla,
la música que tiene en su mente, para poderla alumbrar, y el escritor (poeta,
dramaturgo, novelista) suele diseñar un plan de trabajo para que no queden
cabos sueltos. La elaboración tiene dos fases: primero, hay un boceto que marca
las líneas maestras de lo que vamos a construir, dividiéndolo, a ser posible,
en partes (escenas, capítulos, estrofas, dejando en cada una de ellas los
ganchos por medio de los cuales se va a conectar con las otras); y luego se construye,
una por una, cada parte, cada capítulo, cada escena, y en esta segunda
elaboración aflora, con todo su dramatismo (el dramatismo de la inspiración,
que lucha contra los obstáculos), el aliento del poeta. Un flujo que nos lleva
puede construir unas páginas hermosas; pero para que sea hermosa toda la obra
hay que construir una estructura, quizá más compleja cuanto más simple sea lo
que queremos escribir, y que sirva de cauce para que se derramen ordenadamente
todos los flujos que nos mande la inspiración, y se repartan por la obra
procurando recorrerla toda, como los canales de riego deben repartirse, sin
olvidarse de ninguno, por todos los lugares de la huerta.
El Arte... maravilla en el ser humano... de todas las artes Dios me dio el de la palabra poética, por eso rescato:"El poeta , el dramaturgo, el novelista, no elige las palabras que se imponen a él en detrimento del sentimiento que quiere expresar, sino al revés: es el sentimiento el que se impone a las palabras, y si no valen unas se buscan otras, pero la creación brota como un flujo del escritor que ha sido atrapado por la musa, y lo exprime, soltando de sí un aliento que lamina las palabras como el agua arranca la arena del cauce, y por eso las palabras, tierra y arena erosionada del río, brotan por sí solas sin que apenas el poeta tenga necesidad de buscarlas."
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