viernes, 8 de noviembre de 2019

LA AVARICIA COMO ADICCIÓN



LA AVARICIA COMO ADICCIÓN


             La avaricia rompe el saco. A veces queremos más cosas de las que podemos conseguir, y quererlas todas es la mejor forma de no obtener ninguna; por ejemplo si estoy en una mina de oro y sólo tengo mis bolsillos para llevarme el mineral, tengo dos opciones: o me llevo sólo lo que cabe en los bolsillos o los lleno hasta que se rompan, y entonces me quedaré sin bolsillos para llevarme nada. Quien quiere más de lo que puede puede menos de lo que tiene.

Deseo.

            Querer cosas que no tenemos es de lo más sano que hay en la vida. Si no tengo comida y quiero comer, lo normal es buscarla: entonces el deseo se identifica con la necesidad; si, por el contrario, deseo cosas que no necesito estoy buscando placeres superfluos, y todo lo superfluo suele ser nocivo (pues tan pernicioso como el defecto es el exceso); morir de hambre no es menos malo que morir de obesidad.

Aspiración.

            Cuando lo que deseamos es más bien espiritual, a los deseos los llamamos aspiraciones. Querer bien es aspirar a una vida mejor. Desear cosas cuerdas y justas es tener ambición, y ser ambicioso, tener aspiraciones, no sólo no es malo sino que es un signo de vida, de fuerza, de salud. Pero cuando queremos más cosas de las razonables caemos en la codicia, y cuando, además de codiciar las cosas, no nos preocupa hacer daño a los demás por quitarles lo que queremos, lo llamamos avaricia; la codicia es exceso en el deseo y la avaricia es un deseo injusto que con frecuencia conduce al robo. La ambición, cuando no es avariciosa ni codiciosa, es sana.

Ambición.

            Vamos a hacer una pequeña recapitulación terminológica. Querer es desear o ambicionar; lo lamamos deseo cuando busca satisfacciones inmediatas, y cuando es capaz de esperar la llegada del placer esforzándose por conseguirlo y merecerlo, lo llamamos ambición.

Gana.

            Hay un segundo sentido en que usamos ambas palabras: cuando buscan cosas exageradas o injustas constituyen esa enfermedad del deseo que llamamos gana: no en el sentido de tener gana de algo (que es lo mismo que tener apetito o sentir necesidad), sino de darle a uno la (real) gana, salirle a uno de las narices (o de las pelotas); ese deseo en sentido estricto es una forma irracional de querer; diríamos que al querer sano o llamamos apetito y al querer enfermo lo llamamos capricho o gana; esta última forma de querer, cuando no tiene límites, es la codicia, y cuando es injusto la llamamos avaricia; a la avaricia y la codicia también las llamamos ambición


            Pero ambicionar una cosa, cuando esa cosa es buena, también es aspirar a ella; la aspiración es, como hemos visto, un deseo sano, que sabe esperar y que trabaja por conseguirse; eso era lo que queríamos decir cuando lo llamábamos deseo “espiritual”.
            El querer inmediato es el deseo, el apetito, la gana, que cuando está enfermo lo llamamos capricho (avaricia, codicia) y cuando es sano coincide con la necesidad.
            El querer diferido es la ambición en sentido amplio, que cuando está enferma la llamamos, en sentido estricto, ambición, y cuando es sana la llamamos aspiración; también podemos aspirar a cosas que no merecemos, y esta forma de ambición también se confunde con la codicia y la avaricia.
            Las mismas palabras  se usan en sentido distinto, tanto positiva como negativamente. Veámoslo con algunos ejemplos:
            Cuando llevo tiempo sin comer se me despierta el apetito, y eso es lo mismo que tener ganas: siento muchos deseos de comer y es que tengo hambre; quiero y busco la comida que necesito, sentir deseos es lo mismo que sentir (o padecer) necesidad.
            Cuando ya he comido y veo pasteles en el escaparate se me despiertan las ganas de comer, pero ese deseo, ese apetito, ahora ya no es necesario porque tengo el estómago lleno: es un capricho, sí, y si me aprieta de manera incontrolada, casi adictiva, se convierte en codicia, y si no me importa robárselo al tendero con tal de llevármelo a la boca seré avaricioso.

Del deseo a la obsesión.

            Cuando ambiciono cosas que no tengo (un vestido, un coche, una casa) aspiro a hacerme con ellas, de modo que ese tipo de ambición, en principi,o no es malo; lo malo es obsesionarse uno con ellas, que es esa enfermedad que llamamos codicia: y me vuelvo avaricioso. 
            Si, por el contrario, ambiciono alcanzar cualidades que no tengo (generosidad, sensibilidad, empatía, eficiencia), ya no aspiro a tener mejores cosas, sino a  ser mejor persona; ésa es la ambición que deberíamos tener todos. La ambición nos despierta el ánimo, nos hace ver posibilidades, es un deseo de ser más, no de tener más, y es el motor de la plenitud, que es la vida sana.
            De modo que no es malo querer, desear, apetecer, ambicionar, aspirar, tener ganas; lo malo es sentirlo en exceso y obsesionarse con ello, que eso ya es adicción y dependencia, pérdida de libertad, y someterse a pasiones incontrolables; que las pasiones suelen ser indomables cuando la persona que las padece, atrapada en ellas como si estuviera en una cárcel, está domada: y no es libre. Es el caso del drogadicto, del ludópata, del obseso, del envidioso, del glotón, del ninfómano; y de quien sólo piensa en amasar fortunas sin saber en qué gastarlas, y hasta sufre por no gastar: el avaro.


El ahorro como avaricia.

            Molière dejó una pintura patética del avaro. Y Balzac: papá Goriot lo tenía todo y no gastaba nada, y su hija, que era rica, llevaba una existencia miserable. Stephan Zweig, y Dostoieski, dejaron retratos estremecedores del ludópata: cegados por la pasión del juego, y de la ganancia, arruinaron sus vidas cuando la obsesión de la ruleta borró los mejores sentimientos de sus vidas, los llevó a incumplir sus promesas más nobles, a olvidar sus aspiraciones y compromisos, incapaces de decidir, dejándose llevar por el juego como quien se siente arrastrado por las olas, como un autómata.

La avaricia rompe el saco.

            La codicia es una ambición sin límites. Iñaki Urdangarín tenía un brillante futuro como deportista, su familia no sufría privaciones, se casó con la hija del rey, su porvenir era boyante… pero la ambición le pudo; el deseo de tener cada vez más lo llevó a negocios turbios, perdió su posición, sus títulos nobiliarios, se le cerraron las puertas de la familia real, su esposa también se distanció, pidiendo el divorcio: acabó siendo un apestado. La ambición desmedida, ese deseo de tener más y más, le hizo perder lo que tenía y acabó en la cárcel, fracasado.
            James Maddoz tenía suficiente dinero para vivir en el lujo pero jugó sucio, hundió la bolsa, lo condenaron a la cárcel y acabó suicidándose. La ambición desmedida es una psicodependencia: uno queda atrapado en una pasión, con las manos atadas, y acaba perdiendo el control de sí mismo.                                                                                                                                                                                                                                                           

EL SACO DE LOS VIENTOS

            Eolo era el dios que controlaba todos los vientos; de él dependía que fueran fuertes o suaves, cortos o duraderos, rápidos o lentos. Un día Eolo quiso ayudar a Ulises a volver a Ítaca, donde lo esperaban su mujer y su hijo. Ulises no podía poner rumbo a su tierra porque lo perseguía Poseidón, que estaba enfadado con él y le reservaba su cólera destructiva. Eolo no dio a Ulises los vientos favorables, pero sí accedió a darle todos los vientos adversos; se los dio metidos en un saco para que nunca le pudieran atacar, y desde aquel día Ulises no se separaba del saco, asiéndolo fuertemente para que los vientos estuvieran siempre bien atados.
            Pero los compañeros de Ulises miraban aquel saco con envidia. Se pensaban que estaba lleno de tesoros y que Ulises no los quería compartir con ellos. Y un día que Ulises se quedó dormido, se lo arrebataron y lo abrieron, buscando en su interior los tesoros que les pintaba su insaciable imaginación; pero, lejos de ver tesoros, lo que salió del saco fueron unos vientos terribles que los azotaron sin piedad e hicieron zozobrar la nave. Tres días duró la tormenta, y fue terrible. Cuando volvió la calma se hallaron perdidos en el mar, muy lejos ya de su amada Ítaca. La codicia los había alejado del hogar, que tardarían muchos años en volver a encontrar, y en el camino murieron todos menos Ulises.
          La codicia rompió el saco. El saco de los vientos, donde se encerraba la adversidad y terminaba la aventura de volver a Ítaca.




2 comentarios:

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  2. "Si, por el contrario, ambiciono alcanzar cualidades que no tengo (generosidad, sensibilidad, empatía, eficiencia), ya no aspiro a tener mejores cosas, sino a ser mejor persona;", grato artículo y muy claro, en la vida aspiro a la vida que me suma generosidad.

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