LA TRAMPA DE LAS METÁFORAS
La semana pasada publiqué un artículo sobre Miguel Hernández. Su objetivo era comparar sus metáforas con las que Nietzsche había utilizado en su obra magna, Así habló Zaratustra. El bestiario de ambos autores tiene puntos en común, pero diverge también en algunos aspectos. El artículo de esta semana intenta explicar, en cada uno de esos autores, el simbolismo de los animales.
1. Nietzsche.
El camello representa la sumisión; el espíritu que tiene miedo a la libertad y prefiere someterse a lo que le digan que piense o que haga. Contrariamente a las apariencias, es muy cómodo ser esclavo. Pero se puede ser esclavo de dos maneras: o perdiendo la libertad después de haber luchado o entregándola sin lucha; en el primer caso se trata de gente deseosa de ser libre, y en el segundo de gente que prefiere no tener responsabilidades; los negros que fueron arrancados de África para trabajar en las plantaciones son gente libre, sometida por otra gente que tiene más armas que ellos; y los capataces que les dan latigazos en las plantaciones suelen ser negros al servicio de los negreros, han comprado la libertad de moverse sirviendo a los amos que esclavizan a los otros negros. Llamaremos esclavos vencidos a los primeros y esclavos vendidos a los segundos.
Los soldados derrotados en las batallas, los cautivos atormentados y deportados, los autóctonos encadenados por los colonos, los leones cazados en lucha agónica, los niños maltratados por sus padres, los obreros explotados en la revolución industrial, los ciudadanos chantajeados por las maffias, los seres libres que no pueden con la ley del más fuerte, los estudiantes que luchan contra el fracaso aunque suspendan los exámenes: todos esos son los esclavos vencidos.
Quienes se rinden sin luchar en las batallas, quienes se venden al amo para ser cautivos ricos antes que pobres y libres, quienes traicionan a los amigos para obtener un beneficio, quienes se dejan cazar para no meterse en líos, quienes obedecen a sus padres cuando les mandan hacer cosas indignas, quienes (como los asesinos de Viriato o como Judas) traicionan a sus amigos por unas cuantas monedas, quienes resisten al chantaje y pierden la partida, quienes pisan al débil para servir al fuerte, quienes se rinden al fracaso y renuncian a seguir, sólo porque han suspendido un examen, y quienes, en fin, prefieren ser mayores en casa de sus padres antes que salir al mundo para ganarse la vida, quienes viven a costa de otros y se someten antes que tomar las riendas y salir adelante: ésos son los esclavos vendidos.
Nietzsche utiliza la figura del camello para representar a los esclavos vendidos. A todos aquellos que prefieren depender de la pereza antes que liberarse son su esfuerzo. A quienes están más cómodos chateando que conversando, copiando en el examen antes que estudiando, viendo la televisión antes que leyendo un libro, viendo una mala película antes que una buena, a quienes prefieren acosar a un amigo débil antes que enfrentarse al fuerte, a quienes prefieren pensar como los demás antes que tener criterio propio y a quienes, en fin, prefieren ser veleta que mueve el viento antes que torre que se le resiste: a todos esos Nietzsche los llama camellos. El camello es el que dobla el espinazo y se inclina, servil, a que le pongan encima las cargas más pesadas, que él puede con todas; que resulta más fácil, aunque cueste más, cargar con lo que nos mandan que mandarse a uno mismo, ser capitán de nuestra alma, como decía William Henley, ser dueño de nuestro propio destino. Muchos prefieren seguir los caminos trillados antes que abrirse camino: abrir trocha, como se dice, y vencer al follaje con el machete; o, como decía Antonio Machado, hacer camino al andar.
El león representa el espíritu indomable, infatigable y libre. Puede ser indómito cuando nadie le vence; pero, cuando no ha podido alzarse con la victoria, nunca será un arrastrado sino solamente un esclavo vencido: que perder una batalla no es perder la dignidad, sino solamente dar un paso atrás antes de saltar de nuevo; coger impulso. Nadal ha perdido algunas batallas pero ha ganado muchas; y ha sido tan indómito en las derrotas como generoso en el triunfo. Rafa Nadal es un león esforzado, un corazón agónico, un espíritu libre. El león representa para Nietzsche, más que la libertad, la liberación: la vida que se enfrenta a la muerte con valentía, el brío que no se rinde ante las adversidades y lucha, el espíritu que no baja la guardia y, como sucede en tiempos de pandemia, acepta al coronavirus como única forma de combatirlo: los negacionistas no son unos leones, sino unos camellos; son, como el avestruz, gentes que piensan que enterrando la cabeza para no ver el peligro desaparece, con la cabeza, el peligro.
Pero Nietzsche nos advierte de un problema: que el león está tan empeñado en luchar que no sabe qué hacer con la victoria cuando la consigue. Hay locos que, como Nerón, quieren destruir el viejo mundo para construir un mundo nuevo y una vez que lo han destruido ya no saben qué hacer; han empleado sus energías en luchar y quemar y cuando han conquistado la libertad no saben usarla; por eso dice Nietzsche que el león es un señor, sí, pero un señor en su propio desierto; está solo y no tiene mundo en el que mandar, en el que ser su propio señor sin que nadie mande en él, pero sin que él tenga tampoco necesidad de mandar en nadie: eso sólo lo puede hacer un espíritu inocente que vea al mundo como un juego, que sepa crear, una mente limpia, enérgica, generosa y fuerte y al mismo tiempo delicada; que sepa amar sin odiar, corazón que diga sí a la vida y la convierta en obra de arte: un niño.
Por eso Nietzsche nos dice que el espíritu fue primero un camello, rendido y traidor, y después fue un león liberándose de sus cadenas antes de convertirse al final, con la fuerza de la inocencia, en un niño.
2. Miguel Hernández.
El gran poeta español tiene un poema en el que pinta el espíritu indómito y libre a través de la figura de los animales: se llama “Vientos del pueblo”. En un principio se ve que el buey incorpora el simbolismo del camello:
Los bueyes doblan la frente
impotentemente mansa;
delante de los castigos
los leones la levantan.
Está claro que para hablar del espíritu libre utiliza al león: la sintonía con Nietzsche es absoluta. Esto le da pie para sentenciar:
No soy de un pueblo de bueyes,
sino de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Ahora la libertad se encarna en el león, el águila y el toro. Sólo que el águila, además de ser un animal libre, es un animal rapaz; y la rapacidad es un rasgo moral que asocia la libertad del vuelo (enseñoreándose majestuosamente de los desfiladeros) con la avaricia, la codicia, la ambición desmedida, y el robo. Hay aquí un desliz semántico por el que el poeta, sin darse cuenta, ensalza a un pueblo libre y sin escrúpulos. El águila también es un símbolo en Nietzsche. Y la serpiente, que representa la astucia. Y si en un principio nos sentíamos identificados con las palabras de Miguel Hernández, ahora sentimos que no es eso, no es eso. El significado se ha deslizado hacia asociaciones caprichosas que dicen cosas contrarias a las que queremos decir. Si seguimos leyendo el poema aparecerán otras cosas extrañas.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
Hasta ahí, todo bien: el buey ara los campos en parejas uncidas por un yugo; en la medida en que está asociado al yugo, el buey representa la esclavitud del camello y se opone a su versión libre de yugos: al toro. Pero resulta que el toro es un animal esclavo destinado por su dueño a morir en la plaza en agonía trágica; el toro representa, pues, una versión del camello transida de patetismo, que si se manifiesta como buey aparece asociado a los yugos (es decir, a las cadenas) y si se manifiesta como toro, a las picas, estoques y banderillas (es decir a la muerte). Apelar al toro bravo es reivindicar la esclavitud hecha tragedia. España tiene forma de toro y su destino es glosado así por Rafael Alberti: “a aquel país se lo venían diciendo desde hace tanto tiempo… Tienes forma de toro, de piel de toro abierto, tenido sobre el mar”. Miguel Hernández prosigue con su alegoría:
Crepúsculo de los bueyes,
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
De humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
La cualidad propia del buey es la humildad; la del toro, la arrogancia. Al asociar humildad con esclavitud el poeta identifica libertad con arrogancia y previamente había dicho que España era el “crepúsculo de los bueyes”, cuando acaba diciendo lo contrario de lo que quiere decir: las metáforas lo han traicionado. Quería decir que prefiere la libertad a la esclavitud y dice, por el contrario, que prefiere la arrogancia a la humildad; siendo la arrogancia un vicio, como sabemos (la soberbia: un pecado capital) y la humildad una virtud, la virtud de no creerse más que los demás, la virtud de no ser arrogante; pero como resulta que a veces llamamos humildes a los que no se atreven (es decir a los cobardes) y arrogantes a los valientes, el buey, en tanto que humilde, puede parecer un esclavo vendido cuando es en realidad un esclavo vencido: lo mismo que el toro; la alegoría del poeta se derrumba como un castillo de naipes.
Pero hay más. El poeta identifica a las águilas, los leones y los toros (que representan la fuerza y la valentía) con el animal varón; con lo que se supone que el buey (es decir la sumisión y la cobardía) pasa a ocupar el campo semántico referido a la mujer: la que sufre, la que llora, la que aguanta, la que esgrime, contrariamente a la lucha, la virtud de la mansedumbre (entendida ésta como claudicación) y la paciencia. Un sesgo sexista en línea con buena parte de la literatura, en este caso española; no olvidemos lo que se le dice a Boabdil cuando pierde Granada a manos de los Reyes Católicos: “no llores como mujer lo que no has sabido defender como hombre”. Está claro: la naturaleza del hombre es ser valiente; la de la mujer, ser cobarde. Esto no lo piensa, pero lo dice, Miguel Hernández; el poeta se halla cogido en su propia trampa.
Matiza, claro; pero no puede evitar contradecirse. Admira las lágrimas entre los andaluces, pero son torrenciales; rechaza la cuadra donde viven los bueyes, pero representan la paz mientras que los leones y los toros encarnan la guerra; ensalza la braveza de los asturianos, la piedra blindada de la que están hechos los vascos, el relámpago de los andaluces, la firmeza de los catalanes, la casta de los aragoneses, la dinamita de los murcianos: todos ellos valores varoniles, fuertes, valientes y libres.
Pero también ensalza la alegría de los valencianos, el alma, la tierra y las alas de los castellanos, las guitarras de los andaluces, y las lágrimas; el centeno (la labranza) de los extremeños, y la lluvia, la calma de los gallegos, cualidades femeninas en lo que tienen de sensibilidad y delicadeza, pero se pueden volver masculinas si las asociamos con la fuerza: las alas de los castellanos se vuelven fuertes en el águila, las lágrimas, ya lo hemos visto, pueden ser torrenciales, la alegría puede ser eufórica, la calma de los gallegos puede llegar a ser firmeza… Pero hay una cualidad que le falta a la mujer: la fuerza; como si ser sensible fuera lo mismo que no ser fuerte. Aunque Miguel Hernández, atrapado en la trampa de sus metáforas, la ensalza en otro de sus poemas: “Rosario la dinamitera”.
Pero lo que no admite el poeta es la esclavitud:
Yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Y aquí está el simbolismo del buey: el yugo. Sin embargo hay un doble campo semántico asociado al buey: el del yugo, claro está, que representa la mansedumbre entendida como cobardía, el vivir arrastrado; pero también está el de la humildad, el de la cuadra, el de la vida pacífica y sin violencias, sin claudicaciones; y está en el alma de los castellanos, “airosos como las alas”: que no son las alas del águila (cualquiera diría que del buitre), sino del ruiseñor:
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
No lo dice Miguel Hernández, pero así lo entendemos nosotros: el ruiseñor vendrá después del águila, como en Nietzsche al león le sucedía el niño; en los dos casos a la guerra le seguirá la paz, al no a la esclavitud le seguirá el sí a la vida, y la creación, y la libertad del artista, reinarán después de que reinara el león, en su desierto, solo. Miguel Hernández está diciendo lo mismo que Nietzsche: sólo le han traicionado las metáforas.
Hermoso artículo, querida Lechuza Literaria, rescato una idea tan cierta y que invita a una apasionada reflexión: "Por eso Nietzsche nos dice que el espíritu fue primero un camello, rendido y traidor, y después fue un león liberándose de sus cadenas antes de convertirse al final, con la fuerza de la inocencia, en un niño."
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