viernes, 5 de febrero de 2021

DEL DESCONFINAMIENTO

  

 

DEL DESCONFINAMIENTO


Primera ola de la pandemia.

            Después de haber confinado a la gente en sus casas, hay señales de que estamos venciendo a la enfermedad. La crisis del coronavirus ha obligado a aislar a la población, a confinarnos sin salir de casa, y hemos dejado de ir al trabajo: los hoteles, los bares y restaurantes han cerrado, lo mismo que las peluquerías, las librerías, las tiendas de ropa, los transportes por tierra, mar y aire, las oficinas, las escuelas, todo lo que no es esencial para la vida: y esenciales son las tiendas que venden las cosas que comemos. Quien ha podido, se ha apuntado al trabajo telemático y quien no, está en paro. Hay que pagar a los parados, ayudar a las empresas con pérdidas, lograr que cobren los acreedores, ¿y quién lo hará? No la empresa privada. Porque el interés privado se mueve por codicia, no por solidaridad, ya a lo dijo Adam Smith; y en la crisis actual la economía se hundirá si no nos ayudamos entre todos, si no somos solidarios. No son tiempos para el liberalismo. Son los tiempos de Keynes, de la socialdemocracia, o si no, lo serán de la dictadura, de la xenofobia, de las imposibles soluciones fáciles: y acabaremos hundiéndonos más. Luego, cuando esto acabe, volverán otra vez los liberales a decirnos que les estorba el mismo Estado que nos habrá salvado: cuando no lo quiera ya la iniciativa privada.

            El caso es que en lo más profundo de la crisis debemos encerrarnos en casa. Pero cuando empecemos a salir de ella podremos volver a la calle, eso sí: no todos están de acuerdo sobre el ritmo que debemos llevar; si en una pareja de baile cada uno baila a su ritmo lo que hay no será baile, sino cacofonía y caos. Salir de casa para volver al trabajo es lo que se ha dado en llamar desconfinamiento. Si seguimos confinados la economía se hundirá todavía más, y por eso algunos tienen mucha prisa por volver al trabajo. Pero si volvemos antes de haber vencido al virus podríamos infectarnos de nuevo y tendríamos que volver a confinarnos: el impacto sobre la economía sería entonces más terrible de lo que ya lo es.

            Las prisas son malas consejeras. La disyuntiva es: o curar la enfermedad dejando enferma la economía, o curar la economía dejando que vuelva la enfermedad: los dos términos del dilema son inaceptables pues la salvación de uno conlleva la destrucción del otro. Hay que buscar soluciones intermedias que permitan curar la economía al mismo tiempo que curamos la enfermedad; mas para hacer compatibles cosas incompatibles es necesaria la paciencia. Frente a los rupturistas, Adolfo Suárez tuvo que construir una democracia sin haber demolido la dictadura; que era, según metáfora que él mismo acuñó, lo mismo que cambiar las cañerías sin cortar el agua: lo consiguió. Si hubieran vencido los rupturistas, los impacientes, los puristas, es muy posible que el país se hubiera venido abajo. Y si él lo consiguió entonces, ¿por qué no lo vamos a conseguir nosotros ahora? Si se logró un consenso para que remáramos todos en la misma dirección, ¿por qué vamos a remar ahora cada uno por su lado? Quien quería república aceptó la monarquía. Quien quería monarquía aceptó la democracia. Así cedieron todos y cada uno aceptó perder un poco de lo que era para que, entre todos, tuviéramos todos mucho que ganar. 



            Hay que luchar contra la impaciencia. Si tú, espejo o ventana, fueras una bola de cristal, no te miraría para ver el presente sino el futuro. Pero ni tú eres bola de cristal ni yo soy pitoniso ni mago. El futuro no está escrito, el futuro es enigmático; es imprevisible y, más que certezas, tenemos probabilidades. ¡Si pudiéramos tener alguna seguridad! No nos queda más remedio que ir tanteando. Hacer como hace el alpinista que tantea en la roca para encontrar puntos seguros a los que agarrarse: que no es tantear a ciegas sino con conocimiento de causa. La paciencia nos da seguridad en el agarre y la intuición, que es una forma de inteligencia, nos marca el camino: igual que un faro. El camino que nos lleva a la meta pasa por arreglar las tuberías y la paciencia es el gobierno del flujo del agua (porque no olvidemos que el agua no la hemos cortado). El camino, todos estamos de acuerdo, es el desconfinamiento: la paciencia es el control del virus cuando salimos de casa. Tenemos que volver a la economía sin dejar que vuelva el virus, porque si nos juntamos en el trabajo quienes están enfermos pueden contagiárselo a los sanos, y podría crecer de nuevo el virus de manera salvaje. ¿Quién nos salvaría entonces de la muerte? ¿Quién salvaría la economía si volvemos a confinarnos?

            Por eso no hay otro camino, el desconfinamiento debe ser suave, lento, gradual. Hay que salir poco a poco escalonando sabiamente la vuelta al trabajo; controlar al virus controlando al trabajo, usar mascarillas y respetar la distancia social de seguridad; limitar los contagios para que no haya más enfermos graves que camas en el hospital, ni menos respiradores que enfermos que no respiran. Eso requiere tacto, cuidado, lentitud. ¿Se le ocurriría a alguien correr mientras cruza un río de cuyo lecho no sabemos nada? ¿Sabemos si hay pozas, corrientes, arenas corredizas, bestias peligrosas, piedras que resbalan? No: debe ir metiendo un pie detrás de otro, despacio, con cuidado, tantear el suelo con cada pie antes de apoyarlo como el alpinista asegura sus apoyos en la roca antes de agarrarse. Buscar seguridad en la mano, para de subir. Asegurar el pie antes de pensar en seguir avanzando. Sería de locos correr en el río y caer: o agarrarse a las peñas sin comprobar si son sólidas: nos ahogaríamos sin escalar el río, nos despeñaríamos sin vadear la roca. Y ¿cuál es el antídoto contra el fracaso? La paciencia. Huir de las prisas. Ya decía Descartes que llega más lejos quien avanza seguro, aunque vaya despacio, que quien se da prisa corriendo a ciegas. El reto de salvar dos cosas que no pueden salvarse juntas, de unir cosas que se excluyen, es lo mismo que hacer magia; y el único truco que tiene el mago, su única varita, es la paciencia. Y no nos engañemos: se trata de buscar un truco, no de hacer magia.

            Fijémonos en lo que pasó con la generación espontánea. Decía Aristóteles que del agua de lluvia nacían las ranas y gusanos, y que la materia viva nace de la materia inerte, y eso no era verdad: lo demostraron Redi y Pasteur. Pero no era verdad si queremos que se haga en el momento, como cuando Pouchet pretendía sacar gusanos poniendo en un frasco ropa sucia y esperar unos días. Pero si dejamos correr mucho tiempo entre la materia inerte y la vida (digamos millones de años), entonces el milagro es posible: del metano y del rayo salieron unos aminoácidos y de los aminoácidos salieron los primeros seres vivos. No basta con esperar unos días, hay que esperar más. El único truco es el tiempo, la paciencia es la única varita mágica que tenemos, la única que puede convertir la naturaleza en magia. Los gusanos no salían del agua inmediatamente después de la lluvia, tuvieron que pasar millones de años. Tampoco del desconfinamiento saldrá de golpe y porrazo la solución de la crisis económica. Habrá que tener paciencia. Así se llegó a la evolución desde la generación espontánea. Mas para pasar de la recesión al crecimiento sólo nos llevará unos meses poner a punto la maquinaria. No tendremos que esperar millones de años. Ésa es nuestra suerte. Y ése es nuestro reto. Aunque si nos precipitamos todo se puede ir al garete: todo se puede derrumbar de golpe como cuando rozamos una carta con otra mientras levantamos un castillo de naipes.

            Esto también vale para la tercera ola. Y estamos en la misma pandemia.

 


 

1 comentario:

  1. Tan cierto tu comentario querida Lechuza.En Perú vivimos lo que pintas, si, en Perú y rescato:" La paciencia nos da seguridad en el agarre y la intuición, que es una forma de inteligencia, nos marca el camino: igual que un faro."

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