ELEGÍA
Aún me aprieta el corazón, partido
de tanta mísera luz, que sueña;
y así, cegado entre sus dedos blancos,
mirar quisiera.
Hay una niebla que me envuelve todo,
mísera, triste, renegado y frío;
y álgidas sombras el pasado muerto
trajeron de ella.
Murió. Me fui de Grazalema ahíto
de vino malo, de veneno: muerto.
Vinieron luego los recuerdos trágicos
del nacimiento.
Se oyeron voces en aquel cortijo,
disparos, vientos dando a luz María;
moría al par que lo rompieron todo
los migueletes.
¡Cómo salté sobre el caballo bayo!
Como un relámpago abrasado y muerto.
¡De allí arranqué sobre la grupa en llamas
al niño vivo!
Llevé al pequeño entre mis brazos rudos,
cogí a la madre que ya estaba muerta,
al niño puse en la fajita triste
que lo envolviera.
¡Qué duro fue, qué tempestad terrible!
¡Qué sufrimiento! En el pueblo fue, en
Torre Alhaquime: donde vino al mundo
mi fiel María.
¡Aún recuerdo en Grazalema el viento,
viento terrible que sonaba un día,
lúcido aliento que envolvió la noche,
la serranía!
La iglesia estaba contemplando a un niño:
era hijo mío; y yo estaba enhiesto;
fue bautizado sin que allí vinieran
los migueletes.
¡Cómo resuenan en el cerebro mío!
¡Cómo machaca el pertinaz martillo!
¡Parece que alguien maltratar quisiera
la nostalgia mía!
¡Ay, cuánto estuvieron las tristezas llenas,
cuánta desgracia, pero cuánta pena!
Aún resuenan mis entrañas rotas
en Grazalema.
¡Adiós, campiñas, pueblos blancos, llenos
de tanto trágico suceso, muertos!
¡Cádiz! ¡Nostálgico camino abierto
en las marismas!
¡Oh, Cádiz, Cádiz, desterrado lejos,
mar que se asusta con la brisa fría.
Cádiz del alma, Grazalema, ¡hijo,
mi amor, María!
¡Cómo recuerdo los momentos ciegos,
momentos tristes que seré vencido!
Seré enterrado en la que fue parroquia
de mi Alameda.
¿Quién se detiene a visitar la iglesia?
Casi a la entrada pisará una losa,
bajo esa losa dormirán los restos
del bandolero.
Sólo le muestra lealtad, cariño,
ése que viene, su caballo bayo;
le sigue al paso, las colgantes bridas
apenas vivas.
Yo soy aquél que manejó la brida
del noble bruto que lloró en silencio:
él me acompaña y mi cadáver oye
tantos relinchos.
Me acuerdo de ella. Que murió en el pueblo,
el pueblo fue, en Grazalema. ¡Viento!
¡Montaña, furia, huracanes, mares!
¡La serranía!
¡Aún me aprieta el corazón perdido
de tanta luz que soñarán mis sueños:
y así, cegado con la sombra eterna,
será la vida!
Hay una niebla que lo envuelve todo,
míseros, tristes huracanes, fríos,
y álgidas sombras del pasado incierto
vendrán con ella.
Murió. Me fui de aquella tierra envuelto
en aires trágicos y ¡oh!, terribles.
Quieran los mares que la vida nunca
se vuelva negra.
Yo fui un árbol que nació torcido,
o quién sabe, se torció muy pronto;
yo fui la víctima que hizo víctimas,
un bandolero.
¡Oh, Cádiz, Cádiz, desterrado lejos,
mar que se asusta con la brisa fría!
Seré enterrado en la que fue parroquia
de la Alameda.
Quien se detenga a visitar la iglesia
verá la entrada y pisará una losa;
bajo esa losa dormirán los restos
del bandolero.
Una elegía sentida y ENORME, rescato:"Aún me aprieta el corazón perdido
ResponderEliminarde tanta luz que soñarán mis sueños:
y así, cegado con la sombra eterna,
será la vida!"
¡Ah, tu querido bandolero! Muerto viviente en la historia y la memoria de la serranía, del bandolerismo, la invasión y la tiranía. ¿Una España que despareció? ¡Quién lo diria!
ResponderEliminarExactamente, una España que desapareció. Por eso el ideal suena más puro, porque no se tiene que enfrentar con las realidades. La realidad, más prosaica, no es materia para la poesía, a menos que se la contemple desde lejos, cuando las cosas han pasado y se ha alejado lo malo para que lo bueno pueda decantarse.
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