viernes, 8 de enero de 2021

LA VERDAD SOSPECHOSA

 

 

LA VERDAD SOSPECHOSA

 


            ¿Hasta dónde es sensato fiarse de lo que oímos? Antes de dar respuesta a esta pregunta vamos a estudiar el significado de las palabras con que se formula.

            “Hasta” marca un límite.

“Sensatez” se opone a “irreflexión” como “cordura” a “locura”, y “cordura” viene de “cordis”, que significa “corazón”; ser sensato es tener juicio, estar en su sano juicio, saber y querer razonar, pensar desde el corazón (porque cuando las personas están de acuerdo parece que sus corazones laten al unísono, acompasados, acordes o concordantes, al contrario que la “discordia”; de “cor, cordis”, palabra latina que significa “corazón”, también viene “recordar”, que se refiere al conocimiento o experiencia del pasado que regresa de las profundidades de la mente, es decir del corazón, del alma; de esa misma palabra viene “coraje”, que designa al mismo tiempo el esfuerzo, el valor y la ira; y “cordial” significa “afectuoso”).

“Fiarse” significa confiar, creer, dar crédito, que es lo mismo que dar por buenas (por verdaderas, por ciertas) las cosas que oímos.

            Y “oír” significa captar o recibir sonidos, sea de manera intencionada (que es lo que significa “escuchar”) o espontánea.

            Volvamos ahora a nuestra pregunta. ¿Hasta dónde es sensato fiarse de lo que oímos? ¿Cuál es el límite para aceptar como ciertas las cosas? Hay que distinguir entre los ignorantes (que aceptan a ciegas lo que les parece verosímil aunque sea insensato), los incondicionales (que creen lo que dicen quienes son tenidos por ellos por sensatos o, aunque no lo sean, creen a las personas cuyos deseos aparentes comparten) y los sensatos (que necesitan pruebas y razones para creer). Vayamos por partes y razonemos a partir de un ejemplo.

            En las elecciones de 2020 en los Estados Unidos de América se ha proclamado oficialmente a Joe Biden como presidente electo. El candidato saliente, Donald Trump, no acepta ese resultado porque, según él, esas elecciones han sido un fraude. Inmediatamente se plantea la pregunta: ¿a quién creer? ¿Hasta dónde es más sensato creer en la validez de las elecciones que en el fraude?

            Supongamos que la mitad del país cree que ha habido fraude y la otra mitad no. De entre quienes lo creen, hay que descartar a los ignorantes, que se fían sólo de las apariencias y por tanto su testimonio no tiene ningún valor. Descartaremos también a los incondicionales que, sólo por serlo, aceptan cualquier cosa que el presidente les diga sin cuestionar nada por ser él. Quedan los críticos; la mitad de su propio partido (el partido republicano) le da la espalda a Trump por considerar que sus argumentos no se sostienen. Sólo le sostienen en un apoyo con garantías quienes dudan porque tienen motivos para dudar: fijémonos en éstos. 



            Creen que han votado por Biden muchos ciudadanos que no tenían derecho a votar. Que mucha gente haya votado en masa por correos es interpretado por ellos como un fraude organizado a gran escala; suponiendo que votar por correos sea fraudulento. Ellos argumentan que muchos de esos votos han llegado fuera de plazo, a lo que se les responde que el sello de correos estaba puesto en el sobre dentro del plazo convenido en el momento en que se enviaron, aunque la llegada de tales cartas se produjera pasada la fecha límite. Se suele admitir que lo importante es la fecha de salida, no la de llegada, y en todo caso se trata de una formalidad anecdótica, no de una falsedad producida por votantes que no estuvieran censados o ya hubieran fallecido. La explicación de tal cantidad de votos emitida por correo es que, en situación de pandemia, amenazados por el coronavirus, muchos prefirieron no ir a los colegios electorales por miedo a infectarse.

            Dejemos ahora de lado las cuestiones de legitimidad. Centrémonos en el criterio del consenso. Casi toda la prensa escrita, incluida la prensa conservadora, tradicionalmente favorable a Trump, le ha dado la espalda. Y todas las denuncias por fraude presentadas por el presidente perdedor (unas cincuenta) han sido desestimadas. En el tribunal supremo, donde hay una mayoría absoluta favorable al presidente perdedor, tampoco le han dado la razón. Rechazando la opinión de la prensa, los jueces y los políticos, incluida la mitad de su propio partido, sólo sostienen al presidente los tweets presidenciales… que manda él mismo; o sea, que él se sostiene a sí mismo. Concluyendo: estamos ante una situación en la que una persona pretende tener razón frente a todas las demás; si, como decía Aristóteles, es más fácil que se equivoque una persona que no muchas, lo más probable es que al presidente no le asista la razón, sea porque se equivoca o sea porque quiere imponerse a todos mediante mentiras.

            Acudamos ahora al criterio de autoridad. El intento de conseguir que las autoridades no voten al candidato ganador, es decir al que ha recibido mayor número de sufragios, ha fracasado; las autoridades presionadas por Trump no han cedido; pero si hubieran cedido tampoco habrían sido válidas, como no vale el testimonio de quien niega que ha habido un terremoto después de haberlo presenciado con sus propios ojos; decir lo contrario de lo que se ve es mentir y viola el principio de correspondencia, pero aquí no se trata de eso: se trata de si la gente se lo va a creer o no; desgraciadamente, lo que la gente cree no es la verdad que parece mentira, sino la mentira que se disfraza de verdad.

            Decía Berkeley que lo que existe es lo que percibimos; pero los esquizofrénicos y paranoicos perciben cosas que no existen y Berkeley, intuyendo el problema, cambió de criterio y dijo: lo que existe es lo que es percibido por los demás; de modo que si veo monstruos que los otros no ven seguro que esos monstruos no existen, pero si yo, que los percibo, soy percibido por los demás, entonces será verdad que yo existo. Si los votos fraudulentos que denuncia Trump no son vistos por nadie, será que no existen; quienes han sido testigos de ello han visto votos, pero no han visto fraude (lo que no impide que a veces haya habido errores irrelevantes). Este criterio, no obstante, no es definitivo porque se ha dado el caso de que mucha gente viera cosas en el aire que resultaron no ser más que imágenes holográficas.

            Recapitulemos. Ni el criterio de coherencia (y legitimidad), ni el de consenso, ni el de autoridad, ni el de experiencia parecen avalar las denuncias de fraude. Pero supongamos que, a pesar de todo, nos equivocamos. Como don Quijote que, rindiéndose ante la evidencia de que lo que tenían delante no eran gigantes sino molinos, todavía le decía a Sancho para no rendirse que hay un mago que nos hace ver a todos molinos donde hay gigantes; y bien que puede ser, pero entonces sólo una persona conocería la verdad y no podría convencer al mundo entero de que se equivoca; como tampoco podría convencer a nadie de que esa luz es roja el único vidente sano en un mundo de daltónicos. ¿No podría suceder que, creyendo nosotros conocer la verdad, estuviéramos engañados y sólo una persona en el mundo entero la conocería y nosotros la declaráramos unánimemente como falsa? Puede ocurrir, pero es poco probable; es tan poco probable que su grado de verdad infinitamente pequeño sería equivalente a considerarlo como falso. Aunque sí: si todos veían en el mundo antiguo que el sol giraba alrededor de la tierra sólo Aristarco, que decía la verdad, pasaba por embustero ante todos. 



            Pero  hay una diferencia. Aristarco podía demostrar de forma coherente que tenía razón, y lo demostraba invocando la experiencia que hemos tenido todos de que, cuando nos subimos a un vehículo giratorio, vemos girar el mundo cuando los únicos que giramos en realidad somos nosotros. A Aristarco le asistían la coherencia, la experiencia y el consenso, pero no la autoridad (la autoridad la tenía Aristóteles, que se equivocaba diciendo lo contrario). Sus adversarios, entre ellos Aristóteles, lo negaban imponiendo el consenso, la experiencia y la autoridad. Si descartamos lo que ambos tienen en común, ¿qué le queda a Aristarco? La coherencia. ¿Y qué le queda a Aristóteles? La autoridad. Entre la autoridad y la coherencia ya sabemos que la ciencia prefiere coherencia: luego Aristarco tenía razón.

            Trump, sin embargo, no puede imponerse mediante el consenso porque ni siquiera lo apoya buena parte de sus partidarios. Tampoco puede esgrimir la coherencia de lo que dice, porque ésta se ha sometido cincuenta veces a juicio y las cincuenta ha sido derrotada. En cuanto a la experiencia, se reparte entre una multitud de observadores en cada colegio electoral y no la podemos ratificar al cien por cien. Sólo le queda la autoridad. Frente a ella, Biden esgrime coherencias y consensos y, como Aristóteles frente a Aristarco, Trump también sale derrotado.

Conclusión: es altamente improbable que a Trump le asista la razón; también podría ocurrir lo contrario, pero las posibilidades son tan escasas que podríamos considerarlas inexistentes; sobre todo después de haber visto su molesta tendencia a persistir en el error, a favorecer sólo a los suyos, a oponer la ira a las razones y a demostrar falta de compasión o, lo que es lo mismo, de empatía. Porque no se trata sólo de pensar; se trata de pensar desde el corazón y ahí es donde la razón se transforma en cordura.

 


 

 

 

2 comentarios:

  1. Un texto brillante y muy claro, rescato lo último, tan hermosa reflexión:"Porque no se trata sólo de pensar; se trata de pensar desde el corazón y ahí es donde la razón se transforma en cordura."

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  2. Un texto brillante y muy claro, rescato lo último, tan hermosa reflexión:"Porque no se trata sólo de pensar; se trata de pensar desde el corazón y ahí es donde la razón se transforma en cordura."

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