viernes, 26 de octubre de 2018

A VUELTAS CON OCCAM: LAS IDENTIDADES COLECTIVAS





A VUELTAS CON OCCAM:
LAS IDENTIDADES COLECTIVAS

    
            Eso de las identidades colectivas es una tontería. Las identidades no existen. El principio de identidad sólo sirve para la lógica, y la lógica no trabaja con realidades; sus sujetos y sus predicados son realidades vacías; no son ni conceptos siquiera, sólo lugares que pueden ser ocupados por conceptos o individuos, y que son designados por nombres arbitrarios. La realidad es cambiante. La realidad es poliédrica. Tiene mil caras.

            La policía quiere que me identifique. Para ello le doy mi documento de identidad. En él hay una foto: la mía. Pero yo he tenido muchas caras que no se parecen a la de la foto; por ejemplo, la que tuve a los tres meses de nacer. ¿Existe una cara que pueda decir que es mía? Todas las que he tenido. ¿Y cuál de ellas es “mi” cara? Ninguna. Ninguna me identifica con exclusión de las otras. Eso de tener una cara que te identifique de modo definitivo es una quimera. Yo no tengo una cara que me caracterice a través de los años, mi cara es una realidad cambiante; quien vea mi rostro a los ochenta años es muy probable que no reconozca en él la cara que tenía cuando nací. Y lo mismo que le pasa a mi cara le pasa a mi carácter; mi persona no es una naturaleza ya hecha, sino una naturaleza cambiante; mi identidad es la historia de la naturaleza que tenía cuando nací. La historia de mis potencialidades.
            Por eso los documentos de identidad se renuevan cada varios años: para actualizar la imagen de mi cara a medida que cambia. Miremos la que tengo ahora: ¿es ésa mi cara de verdad? Tampoco podemos decirlo. Sí estoy de frente no estoy de perfil, y según la iluminación que tenga aparecerán unos rasgos u otros; pero nunca aparecerán en la foto todos mis rasgos. La realidad es poliédrica. Tiene mil caras. Lo único que hay entre ellas es cierto aire de familia.
            Y lo mismo que no existen las identidades individuales, tampoco existen las identidades colectivas ¿Qué es Grecia? ¿La mesura del doríforo, o el Laoconte y la desmesura? ¿El equilibrio de la época clásica o las figuras retorcidas del arte helenístico? Nietzsche no reconoció a Grecia en el clasicismo de Apolo, sino en el arcaismo de Dionysos. Si alguien decide que Grecia es el siglo de Pericles le estará prohibiendo reconocerse en la época arcaica, y en el helenismo. Forjar una ideología identitaria es escoger por modelo una de las mil caras que tiene un país y obligar a todo el mundo a reconocerse en ella, olvidándose de las otras; reduciendo a una cara esquemática las muchas caras que tiene la riqueza de la vida.
            Y lo que es más grave, la ideología identitaria nos impide evolucionar. Nos obliga a parecernos eternamente a lo que hemos decidido que sea la identidad de nuestra cultura. Grecia cambió al pasar del arcaísmo al helenismo. Si la hubieran obligado a detenerse en el siglo de Pericles, Grecia nunca habría sido helenística. Si me hubieran impedido crecer cuando tenía cuatro años, jamás habría sido un adolescente. Y si me obligan a vivir en la época de los reyes católicos, jamás habría vivido en el siglo veinte.
            La identidad no existe, porque el tiempo la disuelve; como sostenía Heráclito, todo fluye; y no nos bañamos dos veces en  el mismo río. Pero es que la identidad tampoco existe en el espacio, en el momento presente, fuera del tiempo. El presente es una suma de contradicciones tensadas en lucha y la imagen que tenemos es una imagen que de momento ha triunfado sobre las miles de imágenes que luchan entre sí; pero posiblemente mañana triunfará otra; y mañana cambie la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nuestra identidad tiene mil caras, y no somos idénticos a nosotros mismos, cada una de nuestras caras es distinta a las demás.
            ¿Significa eso que no podemos defender nuestras identidades? En absoluto. Mi identidad es mi rostro en el momento presente, en mi tiempo. Si alguien atenta contra ella me estará prohibiendo evolucionar a mi ritmo, obligándome a hacerlo al ritmo suyo; o lo que es lo mismo, somete mi sensibilidad, mi voluntad y mi inteligencia a su voluntad y a su sentimiento; quiere que sienta y piense como él. Contra el nacionalismo que me impone su identidad, la identidad se afirma en continuo cambio. Cuando un vasco o un catalán defienden su identidad colectiva, frecuentemente defienden su derecho a dejar de ser dinámicos; y lo que deberían hacer es rescatar el dinamismo que tuvieron frente a las prohibiciones del franquismo, aquel dinamismo que han perdido después a manos de las prohibiciones de su nacionalismo propio. Defender una identidad colectiva suele ser el intercambio de un nacionalismo por otro; el nacionalismo foráneo es sustituido por el endógeno: y da pena ver cómo viejos y jóvenes gastan sus energías luchando por parecer siempre los mismos, por no cambiar de aspecto, por no poder ser de otra manera y no ser copias de lo que hemos sido hasta ahora, luchando por perder la libertad, luchando contra las cadenas extrañas mientras reclaman sin darse cuenta sus propias cadenas; lo que deberían hacer es romperlas. Pero ellos gritan: ¡que vivan las cadenas!
            Yo ya no soy el que era. Y no seré tampoco el que soy. Entre lo que soy ahora y lo que seré algún día, de todas formas ya he dejado de ser el que fui.






viernes, 19 de octubre de 2018

PERSEVERANCIA




            PERSEVERANCIA


            Ser constante es seguir esforzándose sin desfallecer. Hay quien, de manera decidida, emprende una tarea y al poco tiempo se ha cansado. Uno puede ser decidido sin perseverar, y hay quien no se decide y es flojo; pero el más flojo de todos es quien no termina las cosas que empieza.
            Ser capaz de hacer las cosas hasta el final es tener tesón, pues el mero hecho de perseverar requiere una fuerza que muchas veces no tenemos; pero quien, terminando todo lo que empieza, lo hace sin ganas, no lo tiene. Hay dos formas de tener tesón: una consiste en no abandonar la tarea, la segunda en hacerla con empeño. Se puede empeñar uno en hacer las cosas porque se siente ilusionado, pero también por disciplina: surge la disciplina cuando uno siente la obligación de trabajar y es capaz de cumplir aunque no le ilusione.
Procedamos, según esto, a precisar nuestras definiciones:
Constancia es mantener el esfuerzo.
Perseverancia es mantenerlo cuando nos tenemos que esforzar más.
Tesón es persistir en el empeño con una fuerza mucho mayor; entre la constancia, la perseverancia y el tesón habría una diferencia de grado, de menor a mayor.
El empeño son las ganas que tenemos de terminar una tarea, aunque no nos guste; el empeño puede ser constante, perseverante o hacerse con tesón, y puede estar motivado por la ilusión o por la disciplina.
Ilusión es la energía que evita que el esfuerzo se haga pesado; por el contrario, lo vuelve alegre, agradable y ligero.
Disciplina es la energía que nos mueve a terminar las cosas aunque no disfrutemos con ellas; la disciplina es una forma de sacrificio.
Sacrificio es renunciar a una cosa que nos gusta por otra que nos conviene, o que vale más, aunque no nos guste o nos guste menos.


Ejemplo 1. La inactividad. La abulia. El nihilismo.

            Hay quien empieza a leer una novela y, como no se siente enganchado por ella, la abandona: ha tomado la decisión de leerla, con lo que estaba decidido; pero no ha sido constante porque no ha podido seguir leyendo si la novela no lo cautivaba, si no lo atrapaba en sus redes como atrapan las arañas a la mosca; esa persona no puede hacer las cosas que no le ilusionan, incapaz de obligarse si no siente placer, y no puede someterse a disciplina. Algunos psicólogos dirán que es una persona inactiva; las personas no activas no paran cuando hacen cosas que las apasionan, pero demoran siempre la tarea si tienen que hacer algo que no les gusta; un alumno apasionado por la biología puede sacar sobresaliente en biología y suspender en todo lo demás.

Ejemplo 2. El tedio, el hastío. El spleen.

            Después de una arenga puede uno sentirse arrastrado a trabajar, pero en menos de un día pierde la energía acumulada y se esfuman las ganas; y lo que tan apasionadamente ha empezado cae en la inactividad y degenera en abulia; y en aburrimiento, que es el tono anímico que tenemos cuando no queremos hacer nada.

Ejemplo 3. Dueños de nuestro destino.

            Final de la champions. El Real Madrid perdía por uno a cero: faltaban tres minutos para terminar. Si hubieran dado el partido por perdido lo habrían perdido. Pero no se rindieron: y empataron en el tiempo de descuento. Forzaron la prórroga y se hundió el Atlético de Madrid y el Real Madrid se alzó con el triunfo.
            “Hasta el rabo todo es toro”, dice el refrán popular. Si nos rendimos antes de que acabe la batalla renunciamos a vencer. Si abandonamos, podremos achacar la derrota a nuestra mala suerte, pero perderemos, en realidad, porque no hemos querido seguir luchando; en el último minuto podemos cambiarlo todo aunque todo parezca perdido, sólo hay que persistir en el empeño: sólo tenemos que perseverar.

Ejemplo 4. El abandono.

            Hay alumnos que estudian y suspenden y eso sucede montones de veces. Y algunos que piensan que si, después de estudiar, han suspendido, entonces ¿para qué estudiar? Sucede sin embargo que el estudio no te garantiza el aprobado, pero la falta de estudio sí te asegura el suspenso: con total seguridad.
            Si el estudio no te garantiza el éxito al menos te lo hace más probable; y si persistes es más probable todavía que acabes aprobando, sólo tienes que ser constante; si de tanto ir el cántaro a la fuente se acaba rompiendo, también es cierto que de tanto esperar en la cola tiene que llegar el momento en que te toque. Es, simplemente, una cuestión de paciencia: de no abandonar nunca por mucho que tarde en llegar el éxito; mantenerse en la lucha es el único secreto, a veces la lucha ha de ser paciente: y perseverar.



viernes, 12 de octubre de 2018



EL LLANTO DEL LOBO


                                                           Lejos.

Brisa de azabache
y cielo entre colinas.

Muy lejos.

Lobo entre la noche
y solo por el día.

                                                           Llanto.

Luna que se para
y cielo que te mira,  
donde aúlla contra el viento
el joven lobo que camina.

                                                           Lobo.

Lobo lastimero
que en el viento loco aúlla.

                                                           Luna.

Lobo que a la loba
con las lágrimas decía:

                                                    -Dime, loba: tú que miras dentro
de las cosas de la vida,
¿qué ves en el pecho
de este lobo que te mira?

                                                    ¿Qué ves en la frente
si las lágrimas titilan
y te dejan en recuerdos
los temblores de la luna?

                                                    Pues yo, loba, loba,
que te quiero con locura,
tengo en mi pecho aradas
las semillas de la duda.

                                                    ¿Cuál es el desasosiego
que alborota mis heridas
sin saber por qué no puede
suspirar cuando me miras?

                                                    Este lobo está perdido
en la noche que te mira
sin poderte contemplar
porque el viento lo domina.

                                                    ¿Por qué no puedo quererte,
por qué la duda me grita?
Corazón, quieres quedarte,
y la frente andar perdida.  



                                                    ¿Por qué tengo tormentas
en el pecho de mi vida,
por qué los vendavales
no me dejan que te diga:

                                               que te quiero con el alma,
que me muero por tu vida,
pero el viento que me azota
me destroza y me domina?

                                                    ¿Por qué los latigazos
me sacuden con la duda,
por qué no me permiten
que te quiera con cordura?

                                                    Dime: ¿qué es el viento triste
que en sus ráfagas me mira
y me cruza a latigazos
el fragor del alma mía?

                                                    ¿Por qué no puedo quererte
si es la cosa más sencilla,
y te alejan de mi lado
las tormentas que me nublan?

                                                           Lejos.
                                                           Muy lejos.
Llanto, lobo, luna.

                                                    Este lobo enamorado
que en el alma tiene heridas.
¡Ven, mi loba, ven,
ven, abrázame,
caliéntame en los fríos  
de mi vida!

                                                           Lejos.
                                                           Muy lejos.
Llanto, lobo, luna.
Muy lejos, que te marchas,
yo te quiero:
                                                           furia.
Llanto, lobo, luna.


Brisa de azabache
y cielo entre colinas,
lobo entre la noche
que navega por el día.

     Luna que se para
en un cielo que te mira 
donde aúlla contra el viento
el joven lobo que camina.

     Lobo lastimero
que en el viento sólo aúlla.

                                                           Luna.




viernes, 5 de octubre de 2018



La impertinencia de la lechuza.  
Esta vez le toca el turno a Tomás de Aquino, que, como veremos, también se equivocó.


LAS VÍAS TOMISTAS
O LOS CAMINOS SIN SALIDA DE SANTO TOMÁS


1. Las evidencias.

            Una proposición es una oración que puede ser verdadera o falsa: llueve, tengo hambre, hace frío… Hay una clase especial de proposiciones que son las que se construyen con el verbo ser y emparentadas: soy estudiante, me siento triste, estoy cansado… Son las oraciones atributivas. Esas oraciones, cuando el predicado está incluido en el sujeto, decimos que son evidentes; y por extensión lo son el resto de oraciones predicativas. Es evidente que cuando suba la temperatura se fundirá la nieve convirtiéndose en agua, porque la nieve es agua semicongelada; que cuando se produce un impulso nervioso hay desplazamiento de iones, porque el impulso tiene naturaleza eléctrica; que el ATP contiene fósforo, porque es adenosín trifostafo; que Cataluña es España, porque España es el conjunto de sus regiones y entre ellas se encuentra Cataluña; o que el Cid vivió en la Edad Media porque la Edad Media se extiende entre el siglo V y el XV, y el Cid vivió en el siglo X.
            Ya lo decía Santo Tomás: una proposición es evidente cuando el predicado está incluido en el sujeto. Si conocemos el sujeto seremos capaces de comprender esa evidencia, y si sabemos que la sangre es un compuesto de plasma, leucocitos, hematíes y plaquetas, nos parecerá obvio que contiene plaquetas; eso será evidente para nosotros porque lo habíamos estudiado ya, porque las plaquetas están en la definición misma de sangre; pero para quien no sepa lo que es la sangre no será obvio que contiene plaquetas. Para cada uno será evidente lo que ha aprendido, porque reconocerá en el predicado lo mismo que habíamos puesto en la definición del sujeto.
            Pero hay evidencias que no hemos tenido que aprender nunca. Es evidente que todos los puntos de una circunferencia equidistan del centro porque así es como concebimos la circunferencia; es, intuitivamente, lo que todos entendemos por circunferencia, aunque no hayamos ido a la escuela para aprenderlo. Si acudimos a la experiencia, quienes hayan visto una rueda lo pueden confirmar, porque tiene los radios siempre a la misma distancia del eje; si una rueda tuviera los radios más largos por un lado que por otro no sería una rueda, no rodaría: se frenaría en el suelo.
            Hay, pues, evidencias innatas y evidencias aprendidas. Entre las primeras se encuentra el axioma de que el todo es mayor que las partes; entre las segundas, que los ácidos tienen un pH negativo, porque lo sabemos medir con papel de tornasol. Si definimos algo de cierta manera, a todos nos parecerá que el sujeto contendrá alguno de los rasgos que hemos metido en la definición; si definimos el cocido como algo que contiene garbanzos y carne nos parecerá evidente que tiene garbanzos (y carne también, por supuesto, pero no le faltarán nunca los garbanzos). Nuestras evidencias son el conjunto de cosas que hemos aprendido; lo que nos queda por aprender no será evidente por más que en sí mismo lo sea, por más que todas esas cosas sean evidentes en sí mismas; aunque eran obvias las retrogradaciones de Marte para quien las había visto, no lo eran para quienes no habían vivido esa experiencia.
            Las cosas que nos parecen evidentes porque así las hemos visto son, para nosotros, conocimientos a posteriori (pues dependen de la experiencia). Las que no proceden de la experiencia son evidencias innatas, conocimientos a priori, sean afectivos o intelectuales; por ejemplo, que cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo; que si tuerzo una barra de hierro ya no estará derecha; o que la luz del sol no se puede ver de noche (porque sabemos que la noche es precisamente la falta de sol). Todas las evidencias, sean a priori o a posteriori, pueden ser descubiertas por análisis; analizar las cosas es descomponerlas en partes y descubrir entre ellas la que estábamos buscando; o descomponer el sujeto para encontrar en él lo que pusimos en el predicado.


            Sea, por ejemplo, la proposición “dios es su existencia”; si la analizo veo en seguida que necesariamente dios tiene que existir, porque es así como lo hemos definido. El problema es saber si tienen que existir las cosas que definimos. Si digo que un dragón es una cabeza de lagarto, un cuerpo de serpiente, una cresta de dinosaurio y una boca que echa fuego, es evidente (o lo que es lo mismo: está claro) que ese dragón tiene que existir en mi cabeza. Pero si digo que dios es su existencia fuera de mi pensamiento, ¿tiene dios que tener esa existencia extramental que mi mente ha pensado? ¿Puede pensar mi mente una existencia extramental? ¿Tiene derecho mi pensamiento a pensar cosas que existen fuera de él? Si la respuesta a esta pregunta fuera positiva, habríamos demostrado la existencia de dios; o más bien habríamos demostrado la existencia de lo designado por la palabra “dios”, en la que no tenemos derecho a asociar la existencia extramental de otros contenidos mentales como el dios de la Biblia, que ya no son contenidos lógicos, sino representaciones psicológicas y culturales. Existe, pues, algo que es su propia existencia, pero no sabemos qué es. Su naturaleza es un enigma. Estamos hablando de evidencias intelectuales.
            ¿Existen también las evidencias afectivas? Es evidente que nadie se quiere morir. Y que la muerte, como fin de la vida, es al mismo tiempo el fin de la existencia. Si el fin de la vida nos da pena, la vida, evidentemente, no puede ser sino alegría. La alegría es una evidencia afectiva, y en este caso es una alegría vital. Siento, luego existo. Sentir es sentirse impulsado hacia la existencia como pensar es sentirse vivo, permanecer en la existencia, existir.  Pienso, luego existo: pensar es sentir que uno está en el mundo, es evidente. Pero sentir es buscar el mundo, ansiarlo, anhelarlo, apegarse a él. Saber que existo porque pienso no es más que sentir que el pensamiento me tiene anclado en la existencia: esa evidencia es el sentimiento (sentimiento de certeza, convicción espontánea, intuición, evidencia intelectual, absolutamente indubitable) de que estoy vivo; de que existo. Y sentir es la evidencia intuitiva del corazón de que soy un anhelo enganchado a la existencia, porque me aferro a ella con todas las fuerzas de mi ser. ¿Qué soy yo? Un ser pensante, decía Descartes; un ser sintiente, digo yo. ¿Y qué es dios? La existencia del dios bíblico, dijeron los teólogos; la existencia de un ser misterioso, digo yo. Pues bien, cada vez que analizamos ideas innatas que tienen una evidencia a priori estamos haciendo demostraciones de un tipo muy preciso; Santo Tomás las llamaba demostraciones propter quid.


2. Las demostraciones.

            También (nos dice Santo Tomás) existen las demostraciones quia; son las que no se centran en las definiciones, sino en la experiencia; las definiciones son, en cierto modo, experiencias mentales; lo que llamamos “experiencia” a secas son en realidad experiencias sensoriales interpretadas, y transportadas, por la mente; en suma, proposiciones sintéticas (donde el predicado no está incluido, por lo menos todavía, en el sujeto). Sé lo que es un neandertal, pero no sé todavía si los neandertales  hablaban; el predicado “hablar” no sabemos si formaba parte, o no, del sujeto “neandertal”. A las “demostraciones propter quid” nosotros podemos llamarlas “demostraciones lógicas” o “demostraciones por definición”; y a las “demostraciones quia” las llamaremos, en cambio, “demostraciones empíricas” (sería más correcto decir “lingüísticas”, en la medida en que nuestras percepciones no se transmiten por símbolos vacíos de significado, como son las variables de la lógica, sino con palabras con contenido sensorial, denotativo); o incluso “demostraciones por descubrimiento”; y evitaremos la utilización de términos confusos como “analítico” (el análisis puede ser de proposiciones a priori o a posteriori) y “sintético” (puesto que también hay síntesis lógicas, no sólo de observación mundana y extramental). Analizar definiciones no es lo mismo que analizar percepciones: en eso se distinguen estas dos formas de investigación.

3. Las vías tomistas.

            Santo Tomás intentó demostrar la existencia de dios a partir de la experiencia. Por varios caminos. En uno de ellos constata (todos lo podemos constatar) que no hay nada que se mueva sin una causa que lo empuje. Toda causa tiene su efecto, el cual a su vez causa otros efectos en el mundo: el aire es la causa de que vivan los hongos, los cuales son la causa, a su vez, de que fermente la leche. Podemos concluir que todos los fenómenos son causas intermedias entre una causa que les precede y otra que les sucede; como el rayo causante de la muerte del árbol ha sido causado, a su vez, por el choque de dos nubes de distinta carga eléctrica.
            Toda causa es anterior a su efecto, pues no sucede nunca que una bola de billar salga disparada antes de que otra bola choque contra ella. Y por eso no hay nada que sea causa de sí mismo, pues entonces sería anterior a sí mismo y eso sería imposible; una mano (como en el grabado de Escher) no puede dibujarse a sí misma porque entonces tendría que existir antes de dibujarse, es decir antes de darse la existencia: o sea, estar presente antes de hacerse presente; yo no puedo ser mi propio padre porque tendría que existir para engendrarme (para darme la vida) antes de cobrar vida en la existencia; se daría el absurdo de que tendría que existir antes de existir.
            También rechaza Santo Tomás que la cadena de las causas intermedias pueda ser infinita. Tiene que haber una causa primera porque sin ella no habría una causa segunda, ni tercera ni cuarta, ni existencia ninguna de las causas siguientes. El error de Santo Tomás es confundir la causa primera con la causa anterior. Todas las causas intermedias tienen que tener una causa que las preceda en el tiempo, de modo que todas tienen una causa anterior; pero como la cadena causal es infinita, nunca llegamos a una causa primera; de modo que todas las causas son producidas por una causa anterior pero ninguna tiene una causa primera, por la definición misma de infinito: una cadena causal es infinita cuando no tiene principio, ni tampoco final; que no existe ninguna causa primera lo hemos demostrado por definición, no por experiencia; y la demostración de Santo Tomás, que pretendía ser a posteriori (yendo de lo visible a lo invisible) se ha transformado, sin que santo Tomás se diera cuenta, en una demostración a priori (yendo de la definición a sus consecuencias); con ello cae en el platonismo al que combate, creyendo ser aristotélico en sus demostraciones: lo cual es, para él de una enorme inconsecuencia; aparte de perder también su coherencia. Pues del infinito no podemos tener experiencia alguna y no cabe ninguna demostración a posteriori sobre una experiencia que está fuera de la experiencia: Santo Tomás ha dado el salto de “muchos” a “todos” incurriendo, al contradecirse, en la eterna paradoja de la inducción. Y es que, como verá Kant, el universo es infinito y va más allá del conjunto de nuestras experiencias; contiene experiencias que no viviremos jamás, porque la muerte se encargará de que no podamos vivirlo todo.