La impertinencia de la lechuza.
Esta vez le toca el turno a Tomás de Aquino, que, como veremos, también
se equivocó.
LAS VÍAS TOMISTAS
O LOS CAMINOS SIN SALIDA DE SANTO TOMÁS
1. Las evidencias.
Una
proposición es una oración que puede ser verdadera o falsa: llueve, tengo
hambre, hace frío… Hay una clase especial de proposiciones que son las que se
construyen con el verbo ser y emparentadas: soy estudiante, me siento triste,
estoy cansado… Son las oraciones atributivas. Esas oraciones, cuando el predicado
está incluido en el sujeto, decimos que son evidentes; y por extensión lo son
el resto de oraciones predicativas. Es evidente que cuando suba la temperatura
se fundirá la nieve convirtiéndose en agua, porque la nieve es agua
semicongelada; que cuando se produce un impulso nervioso hay desplazamiento de
iones, porque el impulso tiene naturaleza eléctrica; que el ATP contiene
fósforo, porque es adenosín trifostafo; que Cataluña es España, porque España
es el conjunto de sus regiones y entre ellas se encuentra Cataluña; o que el
Cid vivió en la Edad Media porque la Edad Media se extiende entre el siglo V y
el XV, y el Cid vivió en el siglo X.
Ya
lo decía Santo Tomás: una proposición es evidente cuando el predicado está
incluido en el sujeto. Si conocemos el sujeto seremos capaces de comprender esa
evidencia, y si sabemos que la sangre es un compuesto de plasma, leucocitos,
hematíes y plaquetas, nos parecerá obvio que contiene plaquetas; eso será
evidente para nosotros porque lo habíamos estudiado ya, porque las plaquetas
están en la definición misma de sangre; pero para quien no sepa lo que es la
sangre no será obvio que contiene plaquetas. Para cada uno será evidente lo que
ha aprendido, porque reconocerá en el predicado lo mismo que habíamos puesto en
la definición del sujeto.
Pero
hay evidencias que no hemos tenido que aprender nunca. Es evidente que todos
los puntos de una circunferencia equidistan del centro porque así es como
concebimos la circunferencia; es, intuitivamente, lo que todos entendemos por
circunferencia, aunque no hayamos ido a la escuela para aprenderlo. Si acudimos
a la experiencia, quienes hayan visto una rueda lo pueden confirmar, porque
tiene los radios siempre a la misma distancia del eje; si una rueda tuviera los
radios más largos por un lado que por otro no sería una rueda, no rodaría: se
frenaría en el suelo.
Hay,
pues, evidencias innatas y evidencias aprendidas. Entre las primeras se
encuentra el axioma de que el todo es mayor que las partes; entre las segundas,
que los ácidos tienen un pH negativo, porque lo sabemos medir con papel de
tornasol. Si definimos algo de cierta manera, a todos nos parecerá que el
sujeto contendrá alguno de los rasgos que hemos metido en la definición; si
definimos el cocido como algo que contiene garbanzos y carne nos parecerá
evidente que tiene garbanzos (y carne también, por supuesto, pero no le
faltarán nunca los garbanzos). Nuestras evidencias son el conjunto de cosas que
hemos aprendido; lo que nos queda por aprender no será evidente por más que en
sí mismo lo sea, por más que todas esas cosas sean evidentes en sí mismas;
aunque eran obvias las retrogradaciones de Marte para quien las había visto, no
lo eran para quienes no habían vivido esa experiencia.
Las
cosas que nos parecen evidentes porque así las hemos visto son, para nosotros,
conocimientos a posteriori (pues
dependen de la experiencia). Las que no proceden de la experiencia son
evidencias innatas, conocimientos a
priori, sean afectivos o intelectuales; por ejemplo, que cinco minutos
antes de morir todavía estaré vivo; que si tuerzo una barra de hierro ya no
estará derecha; o que la luz del sol no se puede ver de noche (porque sabemos
que la noche es precisamente la falta de sol). Todas las evidencias, sean a
priori o a posteriori, pueden ser descubiertas por análisis; analizar las cosas es descomponerlas en partes y
descubrir entre ellas la que estábamos buscando; o descomponer el sujeto para
encontrar en él lo que pusimos en el predicado.
Sea,
por ejemplo, la proposición “dios es su existencia”; si la analizo veo en
seguida que necesariamente dios tiene que existir, porque es así como lo hemos
definido. El problema es saber si tienen que existir las cosas que definimos.
Si digo que un dragón es una cabeza de lagarto, un cuerpo de serpiente, una
cresta de dinosaurio y una boca que echa fuego, es evidente (o lo que es lo
mismo: está claro) que ese dragón tiene que existir en mi cabeza. Pero si digo
que dios es su existencia fuera de mi pensamiento, ¿tiene dios que tener esa
existencia extramental que mi mente ha pensado? ¿Puede pensar mi mente una
existencia extramental? ¿Tiene derecho mi pensamiento a pensar cosas que
existen fuera de él? Si la respuesta a esta pregunta fuera positiva, habríamos
demostrado la existencia de dios; o más bien habríamos demostrado la existencia
de lo designado por la palabra “dios”, en la que no tenemos derecho a asociar
la existencia extramental de otros contenidos mentales como el dios de la Biblia,
que ya no son contenidos lógicos, sino representaciones psicológicas y
culturales. Existe, pues, algo que es su propia existencia, pero no sabemos qué
es. Su naturaleza es un enigma. Estamos hablando de evidencias intelectuales.
¿Existen
también las evidencias afectivas? Es evidente que nadie se quiere morir. Y que
la muerte, como fin de la vida, es al mismo tiempo el fin de la existencia. Si
el fin de la vida nos da pena, la vida, evidentemente, no puede ser sino
alegría. La alegría es una evidencia afectiva, y en este caso es una alegría
vital. Siento, luego existo. Sentir es sentirse impulsado hacia la existencia
como pensar es sentirse vivo, permanecer en la existencia, existir. Pienso, luego existo: pensar es sentir que uno
está en el mundo, es evidente. Pero sentir es buscar el mundo, ansiarlo, anhelarlo,
apegarse a él. Saber que existo porque pienso no es más que sentir que el
pensamiento me tiene anclado en la existencia: esa evidencia es el sentimiento (sentimiento
de certeza, convicción espontánea, intuición, evidencia intelectual,
absolutamente indubitable) de que estoy vivo; de que existo. Y sentir es la
evidencia intuitiva del corazón de que soy un anhelo enganchado a la
existencia, porque me aferro a ella con todas las fuerzas de mi ser. ¿Qué soy
yo? Un ser pensante, decía Descartes; un ser sintiente, digo yo. ¿Y qué es
dios? La existencia del dios bíblico, dijeron los teólogos; la existencia de un
ser misterioso, digo yo. Pues bien, cada vez que analizamos ideas innatas que
tienen una evidencia a priori estamos haciendo demostraciones de un tipo muy
preciso; Santo Tomás las llamaba demostraciones
propter quid.
2. Las demostraciones.
También
(nos dice Santo Tomás) existen las demostraciones
quia; son las que no se centran en las definiciones, sino en la
experiencia; las definiciones son, en cierto modo, experiencias mentales; lo que llamamos “experiencia” a secas son en
realidad experiencias sensoriales interpretadas,
y transportadas, por la mente; en suma, proposiciones
sintéticas (donde el predicado no está incluido, por lo menos todavía, en
el sujeto). Sé lo que es un neandertal, pero no sé todavía si los
neandertales hablaban; el predicado
“hablar” no sabemos si formaba parte, o no, del sujeto “neandertal”. A las
“demostraciones propter quid” nosotros podemos llamarlas “demostraciones lógicas”
o “demostraciones por definición”; y
a las “demostraciones quia” las llamaremos, en cambio, “demostraciones
empíricas” (sería más correcto decir “lingüísticas”, en la medida en que
nuestras percepciones no se transmiten por símbolos vacíos de significado, como
son las variables de la lógica, sino con palabras con contenido sensorial, denotativo);
o incluso “demostraciones por
descubrimiento”; y evitaremos la utilización de términos confusos como “analítico”
(el análisis puede ser de proposiciones a priori o a posteriori) y “sintético”
(puesto que también hay síntesis lógicas, no sólo de observación mundana y
extramental). Analizar definiciones no
es lo mismo que analizar percepciones:
en eso se distinguen estas dos formas de investigación.
3. Las vías tomistas.
Santo
Tomás intentó demostrar la existencia de dios a partir de la experiencia. Por
varios caminos. En uno de ellos constata (todos lo podemos constatar) que no
hay nada que se mueva sin una causa que lo empuje. Toda causa tiene su efecto,
el cual a su vez causa otros efectos en el mundo: el aire es la causa de que
vivan los hongos, los cuales son la causa, a su vez, de que fermente la leche.
Podemos concluir que todos los fenómenos son causas intermedias entre una causa
que les precede y otra que les sucede; como el rayo causante de la muerte del
árbol ha sido causado, a su vez, por el choque de dos nubes de distinta carga
eléctrica.
Toda
causa es anterior a su efecto, pues no sucede nunca que una bola de billar
salga disparada antes de que otra bola choque contra ella. Y por eso no hay
nada que sea causa de sí mismo, pues entonces sería anterior a sí mismo y eso
sería imposible; una mano (como en el grabado de Escher) no puede dibujarse a
sí misma porque entonces tendría que existir antes de dibujarse, es decir antes
de darse la existencia: o sea, estar presente antes de hacerse presente; yo no
puedo ser mi propio padre porque tendría que existir para engendrarme (para
darme la vida) antes de cobrar vida en la existencia; se daría el absurdo de
que tendría que existir antes de existir.
También
rechaza Santo Tomás que la cadena de las causas intermedias pueda ser infinita.
Tiene que haber una causa primera porque sin ella no habría una causa segunda,
ni tercera ni cuarta, ni existencia ninguna de las causas siguientes. El error
de Santo Tomás es confundir la causa primera con la causa anterior. Todas las
causas intermedias tienen que tener una causa que las preceda en el tiempo, de
modo que todas tienen una causa anterior; pero como la cadena causal es infinita,
nunca llegamos a una causa primera; de modo que todas las causas son producidas
por una causa anterior pero ninguna tiene una causa primera, por la definición
misma de infinito: una cadena causal es infinita cuando no tiene principio, ni
tampoco final; que no existe ninguna causa primera lo hemos demostrado por
definición, no por experiencia; y la demostración de Santo Tomás, que pretendía
ser a posteriori (yendo de lo visible a lo invisible) se ha transformado, sin
que santo Tomás se diera cuenta, en una demostración a priori (yendo de la
definición a sus consecuencias); con ello cae en el platonismo al que combate,
creyendo ser aristotélico en sus demostraciones: lo cual es, para él de una
enorme inconsecuencia; aparte de perder también su coherencia. Pues del
infinito no podemos tener experiencia alguna y no cabe ninguna demostración a
posteriori sobre una experiencia que está fuera de la experiencia: Santo Tomás
ha dado el salto de “muchos” a “todos” incurriendo, al contradecirse, en la eterna
paradoja de la inducción. Y es que, como verá Kant, el universo es infinito y
va más allá del conjunto de nuestras experiencias; contiene experiencias que no
viviremos jamás, porque la muerte se encargará de que no podamos vivirlo todo.