A VUELTAS CON OCCAM:
LAS IDENTIDADES
COLECTIVAS
Eso
de las identidades colectivas es una tontería. Las identidades no existen. El
principio de identidad sólo sirve para la lógica, y la lógica no trabaja con
realidades; sus sujetos y sus predicados son realidades vacías; no son ni
conceptos siquiera, sólo lugares que pueden ser ocupados por conceptos o
individuos, y que son designados por nombres arbitrarios. La realidad es
cambiante. La realidad es poliédrica. Tiene mil caras.
La
policía quiere que me identifique. Para ello le doy mi documento de identidad.
En él hay una foto: la mía. Pero yo he tenido muchas caras que no se parecen a
la de la foto; por ejemplo, la que tuve a los tres meses de nacer. ¿Existe una
cara que pueda decir que es mía? Todas las que he tenido. ¿Y cuál de ellas es
“mi” cara? Ninguna. Ninguna me identifica con exclusión de las otras. Eso de
tener una cara que te identifique de modo definitivo es una quimera. Yo no
tengo una cara que me caracterice a través de los años, mi cara es una realidad
cambiante; quien vea mi rostro a los ochenta años es muy probable que no
reconozca en él la cara que tenía cuando nací. Y lo mismo que le pasa a mi cara
le pasa a mi carácter; mi persona no es una naturaleza ya hecha, sino una
naturaleza cambiante; mi identidad es la historia de la naturaleza que tenía
cuando nací. La historia de mis potencialidades.
Por
eso los documentos de identidad se renuevan cada varios años: para actualizar
la imagen de mi cara a medida que cambia. Miremos la que tengo ahora: ¿es ésa
mi cara de verdad? Tampoco podemos decirlo. Sí estoy de frente no estoy de
perfil, y según la iluminación que tenga aparecerán unos rasgos u otros; pero
nunca aparecerán en la foto todos mis rasgos. La realidad es poliédrica. Tiene
mil caras. Lo único que hay entre ellas es cierto aire de familia.
Y
lo mismo que no existen las identidades individuales, tampoco existen las
identidades colectivas ¿Qué es Grecia? ¿La mesura del doríforo, o el Laoconte y
la desmesura? ¿El equilibrio de la época clásica o las figuras retorcidas del
arte helenístico? Nietzsche no reconoció a Grecia en el clasicismo de Apolo,
sino en el arcaismo de Dionysos. Si alguien decide que Grecia es el siglo de
Pericles le estará prohibiendo reconocerse en la época arcaica, y en el
helenismo. Forjar una ideología identitaria es escoger por modelo una de las
mil caras que tiene un país y obligar a todo el mundo a reconocerse en ella,
olvidándose de las otras; reduciendo a una cara esquemática las muchas caras
que tiene la riqueza de la vida.
Y
lo que es más grave, la ideología identitaria nos impide evolucionar. Nos
obliga a parecernos eternamente a lo que hemos decidido que sea la identidad de
nuestra cultura. Grecia cambió al pasar del arcaísmo al helenismo. Si la hubieran
obligado a detenerse en el siglo de Pericles, Grecia nunca habría sido
helenística. Si me hubieran impedido crecer cuando tenía cuatro años, jamás
habría sido un adolescente. Y si me obligan a vivir en la época de los reyes
católicos, jamás habría vivido en el siglo veinte.
La
identidad no existe, porque el tiempo la disuelve; como sostenía Heráclito,
todo fluye; y no nos bañamos dos veces en
el mismo río. Pero es que la identidad tampoco existe en el espacio, en
el momento presente, fuera del tiempo. El presente es una suma de
contradicciones tensadas en lucha y la imagen que tenemos es una imagen que de
momento ha triunfado sobre las miles de imágenes que luchan entre sí; pero
posiblemente mañana triunfará otra; y mañana cambie la imagen que tenemos de
nosotros mismos. Nuestra identidad tiene mil caras, y no somos idénticos a
nosotros mismos, cada una de nuestras caras es distinta a las demás.
¿Significa
eso que no podemos defender nuestras identidades? En absoluto. Mi identidad es
mi rostro en el momento presente, en mi tiempo. Si alguien atenta contra ella
me estará prohibiendo evolucionar a mi ritmo, obligándome a hacerlo al ritmo
suyo; o lo que es lo mismo, somete mi sensibilidad, mi voluntad y mi
inteligencia a su voluntad y a su sentimiento; quiere que sienta y piense como
él. Contra el nacionalismo que me impone su identidad, la identidad se afirma
en continuo cambio. Cuando un vasco o un catalán defienden su identidad
colectiva, frecuentemente defienden su derecho a dejar de ser dinámicos; y lo
que deberían hacer es rescatar el dinamismo que tuvieron frente a las
prohibiciones del franquismo, aquel dinamismo que han perdido después a manos
de las prohibiciones de su nacionalismo propio. Defender una identidad
colectiva suele ser el intercambio de un nacionalismo por otro; el nacionalismo
foráneo es sustituido por el endógeno: y da pena ver cómo viejos y jóvenes
gastan sus energías luchando por parecer siempre los mismos, por no cambiar de
aspecto, por no poder ser de otra manera y no ser copias de lo que hemos sido
hasta ahora, luchando por perder la libertad, luchando contra las cadenas
extrañas mientras reclaman sin darse cuenta sus propias cadenas; lo que
deberían hacer es romperlas. Pero ellos gritan: ¡que vivan las cadenas!
Yo
ya no soy el que era. Y no seré tampoco el que soy. Entre lo que soy ahora y lo
que seré algún día, de todas formas ya he dejado de ser el que fui.
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