sábado, 5 de noviembre de 2016

Los dilemas morales





LOS DILEMAS MORALES

 

1. El razonamiento moral.
            Hacen falta unas virtudes básicas en la toma de decisiones; para ello es preciso que las tentaciones y los instintos dejen hablar a la razón en aras de los instintos superiores. El razonamiento moral consta de tres pasos: estudio de la realidad, búsqueda de ideales (a la que Aristóteles llamaba “representación de los fines”) y deliberación. Luego, para llevar a cabo lo que hemos elegido, nos decidimos por fin y nos sometemos a nuestra propia disciplina. Vamos a exponer estos cinco pasos uno por uno.
1.1. Análisis de la situación. Lo primero que hay que hacer, antes de tomar cualquier decisión en la vida, es saber lo que pasa; asegurarnos bien de que conocemos el terreno, conocer las cosas: ése es el paso previo a cualquier transformación que queramos hacer; no podemos castigar a un chico por estar fuera de su clase si su profesor lo ha mandado a hacer un recado.
            El estudio de la realidad nos ayuda a plantear los problemas y resolverlos. Para hacerlo hay que comprender y comprobar lo que pasa. Comprender es observar y explicar; observamos los hechos cuando, al ver un conjunto de cosas, nos centramos uno por uno en los detalles para estudiarlos mejor, como un zoom hacia adelante (a eso lo llamamos análisis); y después volvemos a insertar el detalle en su conjunto para ver  si lo que zoom hacia atrás). Luego, si fuera necesario, volvemos a analizar más detalles, y los volvemos a insertar en su conjunto para entenderlos mejor; el proceso de análisis y síntesis puede durar tantas veces como sea necesario. La observación nos da una descripción de los fenómenos o hechos que estamos estudiando (describir las cosas es decir cómo son).
            La observación nos muestra como son las cosas; después hay que explicarlas, saber cómo son como son, y para eso hay que buscar las causas, las circunstancias y los motivos que han hecho que las cosas sean como son y no de otro modo. La explicación es la búsqueda del porqué de lo que estamos observando.
            Así pues, comprender es observar y penetrar, describir y explicar. Después de que hemos entendido las cosas hay que ver si nuestra interpretación es la correcta: hay que comprobar si lo que hemos pensado ha sucedido realmente; hay que ver si nuestras ideas encajan con los hechos; no basta con que tengamos una explicación, necesitamos también una prueba; necesitamos saber si nuestras explicaciones (nuestras hipótesis) encajan verdaderamente en la realidad, y que no son figuraciones y fantasías. 

 

1.2. Búsqueda de ideales. Una vez que comprendemos lo que ha sucedido, y que estamos ya con los pies en tierra, hay que buscar los ideales que ayudarían a resolver el problema que estamos estudiando: muchos los llaman valores; un ideal, o un valor, es la creencia de que una forma de ser es mejor que otra para llenar de sentido y satisfacción nuestra vida. ¿De dónde vienen esos ideales? ¿Del mundo? ¿De nosotros? ¿Quién manda en nosotros? ¿Quién tiene autoridad para decirnos lo que debemos hacer?
            Puede ser el mundo que nos rodea; el mundo que nos provoca tentándonos con una multitud de estímulos que excitan nuestros deseos: nosotros los llamamos tentaciones.
            Pueden ser nuestros caprichos: esos impulsos que nos vienen de las tripas (podemos llamarlos instintos). Nuestro instinto cede a las tentaciones de una manera irracional, acrítica; como cuando los marinos de Ulises se dejaban llevar por el atractivo de Circe sin saber que los convertiría en cerdos. También dispara impulsos que vienen de dentro de nosotros y que son independientes del medio en que vivimos; impulsos que, por estar desligados de la razón, son ciegos; como el impulso de correr sin mirar si lo que tenemos delante es un precipicio o un camino. Un capricho puede ser, o bien un impulso despertado por una tentación, o un impulso que se despierta solo sin necesidad de ser tentado.
            También puede ser que quien nos diga lo que hacer sea nuestra razón: hay razón en la lógica, motivos que surgen, no ya de los impulsos, sino de la conclusión de un razonamiento; nuestra mente nos obliga al razonamiento, no a los impulsos; como cuando decidimos usar botas si comprendemos que va a llover, aunque el cuerpo nos pida ir con un calzado más ligero. Dejarse llevar por la razón es ser capaz de ver las consecuencias de nuestros actos, anticiparnos a ellas, y abstenerse de hacer algo bueno cuando sus consecuencias pueden ser malas (incluso peores que el mal que intentan resolver): esta capacidad de ver más allá del presente y del lugar donde estamos, en el pasado y en el futuro y en otro espacio, con la razón y no con los sentidos, es lo que llamamos prudencia.
            Pero la razón también se expresa mediante la intuición: una intuición intelectual, no sentimental o afectiva; por ejemplo, puedo calcular la distancia del coche que tengo delante y el tiempo de frenada para no chocar con él si ese coche se para; y puedo hacerlo intuitivamente, con bastante aproximación, sin hacer cálculos; también puedo saber que si es de día no es de noche, sin que nadie me tenga que explicar el principio de no contradicción; ese principio se intuye, no podemos demostrarlo.
            También podemos dejarnos llevar por nuestro corazón: es una sensibilidad cordial; aquí somos sensibles a los sentimientos, no a las sensaciones como cuando hablábamos de los caprichos. Lo mismo que los caprichos son impulsos despertados y cegados por las tentaciones (podríamos hablar de pasiones sensoriales y viscerales), así también los impulsos del corazón tienen sus propias tentaciones (las pasiones cordiales, que se despiertan cuando vemos a una persona a la que queremos, odiamos, envidiamos o admiramos); pero también hay impulsos del corazón que no necesitan, para despertarse, ser tentados por la presencia de personas por las que sentimos cosas: por ejemplo sentimos la amistad, no al amigo: ésos son los sentimientos morales; un tipo de pasiones a las que Scheler llamaba valores.

 

            ¿Y qué es, entonces, la conciencia moral? Conciencia es darse cuenta de las cosas, cuando estamos despiertos (no dormidos, ni drogados, ni ebrios, ni inconscientes). Y conciencia moral es darse cuenta del bien y del mal, porque el bien nos obliga y el mal nos prohíbe, sentimos el deber de hacer el bien y la prohibición de hacer cosas malas. Pues bien: la razón moral nos protege contra las consecuencias adversas de nuestros actos (es la prudencia); el sentimiento moral nos obliga a cumplir con nuestro deber, aunque no nos apetezca (hay personas en quienes el impulso moral es más fuerte que el del capricho, aunque lo más frecuente es que suceda lo contrario): ésa es la justicia; un instinto moral emanado del corazón, no como los impulsos viscerales, que arrancan de las tripas. La conciencia moral es darse cuenta de lo que debemos hacer, que es cuando la justicia y la prudencia se hacen conscientes (¿quizá era eso lo que suponía el intelectualismo moral cuando lo vislumbraba Sócrates?). La conciencia moral selecciona, entre lo que más nos apetece (y a veces entre lo que menos) lo que es mejor para nosotros; para nosotros y para todo el mundo. Llamaremos cordura a la síntesis de la prudencia y la justicia; de la razón y el corazón; de las razones para actuar y los sentimientos entrañables que actúan.
            1.3. Deliberación. Hemos seleccionado unos fines para realizar los ideales que nos hemos marcado; ahora se trata de buscar los mejores medios para conseguir esos fines, y a eso es a lo que llamamos deliberación. Primero buscamos todos los medios que se nos ocurren para conseguir un fin: por ejemplo, para aprobar un examen podemos estudiar, hacer chuletas, pedirle a un compañero estudioso que se presenten en nuestro lugar o cualquier otra cosa semejante. Luego los comparamos entre sí, sopesando los pros y los contras de cada opción, como hemos hecho en el apartado 2: o sea, midiendo las consecuencias; por ejemplo, si hago chuletas aprobaré acumulando una ignorancia que, como una bola de nieve, se me echará encima impidiéndome afrontar con éxito exámenes futuros; la chuleta, pues, no es una buena opción. Por último, y después de haber sopesado todos los medios alternativos que hemos descubierto, elegimos los más adecuados.
            1.4. Decisión. Hacemos acopio de energía para atrevernos a hacer lo que hemos elegido; en eso consiste el valor; los griegos también lo llaman fortaleza. Siguiendo con nuestro ejemplo, hay gente que ha elegido estudiar para aprobar un examen; sabe lo que tiene que hacer, pero no acaba de decidirse a hacerlo.
            1.5. Ejecución. Y entonces viene el último paso: hacemos un despliegue de energía para mantener nuestra decisión; es la tenacidad, el espíritu de sacrificio, la constancia. No todo el mundo tiene fuerza para materializar en un horario, bien calculado y con unas rutinas razonables, el resultado de su decisión; es lo que llamamos disciplina

 
 
2. El dilema moral.
            Un dilema moral es un caso en que dos ideales entran en conflicto: ¿cuál de ellos debemos elegir? ¿Podemos elegir entre una novia y un amigo, entre el amor y la amistad? Para intentar entenderlo vamos a analizar el caso que exponemos a continuación:
            Pedro es muy amigo de Juan; ambos comparten gustos, diversiones y confidencias; confían plenamente el uno en el otro, se ayudan cuando hace falta, y si algo tienen claro es que el cemento de su amistad es siempre el respeto. Pedro sale con Lucía y ambos se quieren; sin embargo, en algún momento Lucía se acaba enamorando de Juan. Juan, al principio, la ignora por respeto a su amigo, pero poco a poco también se va enamorando de ella. Un día se da cuenta de que se encuentra desgarrado entre el amor de Lucía, a la que adora, y la amistad de Juan, al que quiere como si fuera su hermano. La situación se va volviendo insostenible y Juan no sabe qué hacer. Por más que lo piensa está hecho un lío, y tarde o temprano tendrá que tomar una decisión. ¿Qué debería hacer?
            Procederemos de la siguiente manera: primero analizaremos los hechos; luego buscaremos los valores en conflicto y los ordenaremos en una jerarquía; después tomaremos una decisión y, por último, comprobaremos si es la más adecuada. (La fase de ejecución no tiene lugar aquí, porque se trata de decidirse, no de realizar lo que hemos decidido; se trata de estudiar un dilema moral, no de realizar la acción moral sobre la que hemos decidido en el dilema. Veamos.
            2.1. Analizaremos la situación para mejor resolver el conflicto. Y como para resolver un conflicto primero tenemos que conocerlo bien, analizaremos los tres ejes que tiene el caso que nos ocupa:
a) Pedro y Juan son muy amigos. Comparten gustos, diversiones y confidencias; se ayudan y se respetan.
            b) Pedro y Lucía se quieren y salen juntos.
            c) Juan y Lucía rompen las dos relaciones anteriores: Lucía se enamora de Juan y Juan la ignora por respeto a su amigo Pedro, pero, al correr el tiempo, también acaba enamorándose de ella: entonces se siente desgarrado entre el amor por Lucía (a la que adora) y la amistad por Pedro (al que quiere como a un hermano); entre esos dos amores incompatibles Juan no sabe qué hacer.
            2.2. Valores en conflicto. En la relación entre Pedro y Juan, como hemos visto, sólo hay solidaridad (esto es, ayuda) y respeto; y en la relación entre Juan y Lucía hay amor y amistad; sólo hay estos cuatro valores: todo lo demás son hechos.
            2.3. Jerarquía de valores. Respeto, amor y amistad: por ese orden; no hay respeto sin amor ni amor sin amistad; estos dos últimos requieren solidaridad; puede haber solidaridad sin amor, pero no puede haber amor sin solidaridad. Ésta es, pues, la jerarquía que buscamos.
1. Respeto.
2. Amor.
3. Amistad.
4. Solidaridad.
            Aunque, según se dice, cada cual puede tener su propia jerarquía de valores, está por ver si eso es cierto. Lo importante es que al hacerlo no nos dejemos llevar ni por el mundo (que nos tapa los ojos del instinto moral con sus normas, sus costumbres y sus modas, con el velo del prejuicio inmovilizando nuestro juicio), ni por el capricho (que son esos instintos premorales despertados, a veces, también por las tentaciones del mundo); sino sólo por la cordura, que es armonía ritmada en un concierto a dos voces: la voz del corazón (cuando la escuchamos sentimos que detrás de las sensaciones, ordenando sus impulsos, nos guía el sentimiento); y la voz de la razón (que, cuando mis sentimientos son confusos, por ejemplo si hay conflicto de valores, también me ayuda a decidir, y cuando he decidido me ayuda a mantenerme firme en mi decisión). 

 

            2.4. Tomamos una decisión. En el caso que estamos estudiando yo, personalmente, elegiría el amor de Lucía, pero no a costa de la amistad de Pedro; amar a Lucía significa respetarla en su propia  toma de decisiones (que, si son contrarias a las mías, deben ser discutidas escuchando sus razones y las mías, y, si las mías no son más poderosas, debo sacrificar mi amor por ella en aras del respeto). Mi decisión tampoco debe tomarse a costa de la amistad que tengo hacia Pedro, que implica respeto hacia él, es decir que tengo la obligación de no traicionarlo; pero que lo obliga a él a respetar mi amor por Lucía si ha surgido de la espontaneidad, no de un plan deliberado por arrebatársela.
            Sería necesario, pues, que Lucía y yo nos quisiéramos noblemente (lo que, de hecho, sucede); que ambos habláramos con Pedro para explicarle la situación (la situación es que nos hemos querido muy a pesar nuestro; que no somos culpables de nuestro amor, sino más bien sus víctimas, puesto que ninguno de los dos lo hemos querido; y que le faltaríamos al respeto si se lo ocultáramos aunque fuera renunciando a nuestro amor, separándome de Lucía: pues entonces Lucía seguiría a su lado sin quererle, y eso sí que sería desleal). En fin, habría que velar por que esta situación dramática no suprimiera nuestra solidaridad recíproca, porque, aunque a partir de ahora, y para evitar sufrir y hacernos daño unos a otros, dejáramos de salir juntos, eso no significa que hubiera desaparecido nuestra amistad; en un futuro, cuando las heridas se hubiesen cerrado, ningún falso orgullo impediría que volviéramos a cultivarla de nuevo.
            2.5. Comprobamos si hemos elegido de acuerdo con nuestros ideales. Y sí: la decisión es coherente con la jerarquía de valores que hemos establecido. He tenido que sacrificar, muy a pesar mío, la amistad de Pedro, pero era necesario: no había otra salida. A veces hay que sufrir cuando se preserva el sentimiento de humanidad.
            Se puede admitir comúnmente que cada uno tiene su propia jerarquía de valores; y que cada uno toma decisiones diferentes según cuál sea esa jerarquía: no creo que sea acertado hablar así. Los valores morales son universales, y por tanto son los mismos para todos; no me vale decir que si tú pones el dinero por encima del amor tienes derecho a sacrificar el amor para conseguir riquezas, porque el amor nunca valdrá menos que el dinero; ni el respeto; ni la salud; ni la vida. Los valores morales están ordenados en una jerarquía que no depende de nosotros; de nuestros gustos, de nuestra voluntad, mucho menos de nuestra mentalidad o nuestro capricho. Si me he criado en un lugar donde el poder es un ideal más fuerte que el respeto, eso no significa que el poderío valga más.
            ¿Qué hacemos, entonces? ¿Negamos que cada uno pueda tener su propia jerarquía de valores? Por supuesto que lo negamos, si estamos hablando de valores morales; nadie está por encima der los derechos de los demás, porque esos derechos valen más que nuestra voluntad, aunque sea la voluntad de todos. Sí podemos jerarquizar esos valores, esos ideales, que dependen de nuestra naturaleza personal, no los que dependen de la naturaleza de todos; mis gustos, mis preferencias, mis instintos premorales, sí que se pueden jerarquizar a criterio de cada cual; pero no los instintos morales, que son intocables y que ninguna voluntad puede cambiar. Cada uno podrá tener sus propios valores estéticos, pero los valores morales son los mismos para todos; lo mismo cabe decir de la jerarquía en la que están ordenados.
            Por lo tanto el dilema moral que hemos dilucidado en este ejercicio no tiene tantas soluciones como personas intenten resolverlo. La solución para todos es la misma. Sólo podemos admitir diferencias de orden psicológico, de ninguna manera diferentes éticas; por ejemplo, si Pedro es una persona tan sensible que no podría estar junto a su amigo y su novia después de que su novio se hubiese ido con su amigo, habría que respetar su derecho a no verlos más; pero eso no significa que dejasen de ser amigos; otro carácter más fuerte, menos sensible a esas cosas, aceptaría sólo una separación temporal, como dicen que sucede en Islandia; su ruptura transitoria tampoco supondría la ruptura de su amistad.
3. Epílogo.
            Una última precisión de orden metodológico. Todo lo que precede puede considerarse una aplicación, e incluso una extensión, del método “cocer”; la “e” que viene después del conocimiento (“co”) comprensivo (“c”) es una comprobación de la existencia de lo que estamos investigando (algo que en el método hipotético-deductivo equivale al experimento); la búsqueda de la garantía de que lo que estamos observando son realidades y no visiones, existencias y no especulaciones, presencias y no castillos en el aire; el análisis de la situación, como primer paso de la resolución de un dilema moral, corresponde, pues, a la afirmación de que los conocimientos comprensivos que hemos adquirido se refieren a cosas que existen realmente. Pero la “e” tiene un doble significado: aparte de existencia indica también elección; aquí intervienen el segundo paso de la resolución de los dilemas morales (identificación de los valores en conflicto), el tercero (su organización jerárquica) y el cuarto (elección del que más importa entre todos ellos); la “r” final del método “cocer” nos advierte de que todas nuestras elecciones deben ser guiadas por el respeto, como si el respeto fuese el faro que ilumina el instinto moral que late dentro de nuestra conciencia. Para analizar la realidad (primer paso) es necesaria la metáfora; para identificar el ideal (en los tres pasos siguientes) necesitamos el ejemplo; el quinto y último paso nos obligan a comprender si la decisión que hemos tomado (cuarto paso) es coherente con la jerarquía de valores; teniendo en cuenta que esa jerarquía también es coherente (porque emana de ella) con la realidad del caso que hemos estudiado.

 


                                                                                                                                                                                                                                            


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