DICCIONARIO DE FILOSOFÍA:
A PRIORI Y A POSTERIORI
Los
sofistas eran personas que habían estudiado mucho y sabían, por consiguiente,
muchas cosas; su erudición hacía de ellos unos auténticos ilustrados; a los
sofistas les debemos la expansión cultural de Atenas durante el siglo de
Pericles, aunque ya enseñaban sus conocimientos durante el siglo –VI; porque
eran extranjeros y careciendo, por tanto, de derechos políticos, se ganaban la
vida dando clases; los sofistas cobraban por enseñar.
¿Y
qué es enseñar? Meter cosas en la cabeza de los alumnos, llenarla de
conocimientos, como el minero llena las vagonetas con el carbón que extrae de
las minas. Y eso es lo que hacen los profesores hoy: sueltan sus conocimientos
para que los aprendan los alumnos, o, como los alumnos dicen, “sueltan el
rollo”; cuando habla uno para que escuchen los demás se dice que está dando un
discurso: eso es lo que hacen los profesores de geografía, de historia, de
literatura, de biología o de química. El discurso era la herramienta con la que
trabajaban los sofistas. Pero ellos, además de enseñar cosas, enseñaban a
hablar en público; y también enseñaban cuestiones de moral: hoy decimos que la
degeneración de la moral (la moralina) convierte los discursos en sermones o
monsergas, y las monsergas, unidas a los discursos aburridos, son rollos. Pues
bien, los sofistas procuraban enseñar bien sin soltar rollos. Enseñaban
conocimientos, procedimientos y valores.
Sin
embargo Sócrates enseñaba de otra forma. Decía que la mente no era un almacén
que teníamos que llenar, sino una facultad dormida que había que despertar;
enseñar no era meter conocimientos en la mente de los alumnos sino sacarlos de
ella; y lo demostró logrando que un esclavo al que nadie había enseñado nada
resolviera por sí solo un problema de geometría; Sócrates, preguntándole cosas,
iba guiando su pensamiento hasta que el esclavo solo encontró la respuesta; no
se trata de enseñar cosas sino de enseñar a pensar, y eso es lo que hacen los
profesores de matemáticas: que en lugar de demostrar teoremas les piden a los
alumnos que los demuestren ellos. Esto tiene mucho que ver con el aprendizaje
por descubrimiento: en lugar de enseñarles cosas a los alumnos ellos las tienen
ellos que descubrir; el profesor ya no es una enciclopedia ambulante que nos
enseña lo que sabe: sino un animador y un guía que nos ayuda a aprender. El
profesor tiene que hacer las preguntas adecuadas para que el alumno descubra lo
que sabe, no confundirlos con sus preguntas (que es lo que hacen quienes “van a
pillar”). El arte del maestro ya no es el discurso, como en los sofistas, sino
el diálogo; en el diálogo socrático (que se llama mayéutica) el maestro
pregunta y el discípulo, después de unas cuantas preguntas, encuentra la
respuesta.
Platón
hacía lo mismo que Sócrates: la dialéctica (o arte del diálogo) pretendía que
el discípulo aprendiera solo (eso sí, guiado por el maestro): por eso no
escribía tratados, sino diálogos. Aristóteles, por el contrario, hacía lo mismo
que los sofistas: era un erudito y enseñaba todo lo que sabía, y lo hacía
escribiendo tratados; los tratados son discursos escritos. En matemáticas se
enseña a pensar, en geografía se enseñan conocimientos, y la física tiene una
parte que es discurso (pues hay que conocer las características de la materia y
las leyes que rigen su comportamiento) y otra parte que es mayéutica (cuando el
profesor nos pide que deduzcamos fórmulas nuevas de las viejas fórmulas que ya
conocemos). La química, la biología, pero también la historia, la geografía o
la literatura tienen, junto a los conocimientos que adquirimos, una parte de
mayéutica, pues las cosas que aprendemos nos ayudan también a pensar; por ejemplo,
conociendo los factores del clima y el lugar donde se encuentra cada pueblo,
podemos deducir el clima que hará en cualquier parte del mundo; conociendo los
estilos literarios, el lector podrá descubrir la estructura de una novela y la
época en que ha sido escrita; y la historia no se conforma con enseñar hechos,
también nos pide que entendamos sus causas y consecuencias.
Empeñado
en enseñar cosas, Aristóteles era un observador, y se pasaba la vida estudiando
animales, plantas, estrellas y constituciones; Aristóteles era médico. Pero
Platón era matemático. ¿Cómo podemos estudiar la zoología? Abriendo puertas y
ventanas, abriéndose al mundo, saliendo a la calle, abriendo los ojos y empapándose
de lo que vemos. ¿Cómo podemos estudiar matemáticas? Cerrando las ventanas,
aislándose uno del mundo, buscar en la mente y ver lo que tiene uno en ella.
Aristóteles estudiaba lo que hay fuera, lo que formaba parte de su experiencia,
y como “experiencia” se dice en griego “empiría”, lo que descubrimos observando
el mundo se dice que son conocimientos empíricos. Pero Platón estudiaba lo que
tenemos en la cabeza, esos conocimientos con los que hemos nacido sin que nos
los haya enseñado nadie: los conocimientos matemáticos, que sabemos antes de
nacer, pero los tenemos dormidos y ahora toca despertarlos, como el gallo nos
despierta con su canto: los descubrimientos matemáticos son conocimientos
innatos. Si Platón se preocupa por lo innato, Aristóteles se preocupa por lo
aprendido. Es la diferencia que hay entre lo que llamamos hoy ciencias formales
(matemáticas y lógica) y lo que llamamos ciencias empíricas (todas las demás).
En
la Edad Media la principal preocupación de los estudiosos era demostrar que
Dios existe. Unos decían que teníamos a dios dentro de la cabeza y que nadie
nos la había enseñado, habíamos nacido con ella; demostrar la existencia de
dios no era más que sacarla de nuestro pensamiento, despertarla como nos
despierta el gallo, hacerla hablar, como Sócrates hacía hablar a nuestra mente
dormida: es lo que hacían Agustín de Hipona y Anselmo de Canterbury,
vulgarmente conocidos como San Anselmo y San Agustín.
Tomás
de Aquino, por el contrario, quería llegar a dios por medio de la observación
de la naturaleza (y seguía, al hacerlo, el camino de Aristóteles). Tener a dios
en la cabeza no era saber que dios existe, como saber que alguien llama a la
puerta no es saber que quien llama es Pedro. Y si no podemos sacarlo de nuestra
cabeza aunque lo tengamos dentro, el único camino que nos queda es observar el
mundo y sacar de él al ser que lo había hecho; al mundo se le llamaba
“creación” en la Edad Media, y a dios, el creador; nosotros, que formamos parte
del mundo, somos sus criaturas. La mayéutica socrática pasa ahora a llamarse
demostración propter quid, y la observación aristotélica demostración quia;
aunque más lejos que los aristotélicos fueron, en su afán por observarlo todo,
los nominalistas; nosotros conocemos a un nominalista famoso: Guillermo de
Occam, el protagonista de El nombre de la
rosa (pero Umberto Eco le cambió el nombre por el de Guillermo de
Barkerville).
Ya
en el siglo XVII la mayéutica socrática, o dialéctica platónica, que no es otra
cosa que el método propter quid de Santo Tomás, la volvemos a encontrar en
Descartes; curiosamente Descartes, como Platón, es un amante de las
matemáticas; inventó las coordenadas que llevan su nombre, descubrió la
geometría analítica y se dedicó a deducir las leyes de la naturaleza en vez de
observarlas; pero como este método, que vale para las matemáticas, no vale para
la física, se equivocó en casi todo. Los conocimientos innatos a partir de
entonces se llamaron a priori, es
decir que son anteriores a toda experiencia, los que teníamos ya en la mente
antes de que empezáramos a aprender nada: como el principio del tercio excluso.
Y
en el siglo XVIII, con el desarrollo del empirismo inglés (cuyos principales
representantes son Locke y Hume), los conocimientos que aprendemos por
observación, pasarán a llamarse conocimientos a posteriori: y es que los adquirimos después de nacer,
“posteriormente” al nacimiento, en contacto con la experiencia: son los viejos
conocimientos empíricos de Aristóteles. Si para el racionalismo cartesiano nuestra mente nace con conocimientos que no
pueden venir de ninguna experiencia previa puesto que todavía no hemos nacido,
para el empirismo inglés en nuestra mente
no hay nada que no hayamos aprendido; y como sólo podemos aprender por los
sentidos, un niño que hubiera nacido sin ellos (ciego, sordo, mudo, sin olfato,
sin gusto y sin tacto) tendría la mente vacía; esa mente que, según los
empiristas, no viene al mundo con ideas anteriores al nacimiento sino que es
una tabula rasa, una pizarra vacía, y en ella no hay nada más que lo que vamos
escribiendo a lo largo de nuestra vida con la tiza de la experiencia. A
diferencia de Descartes, Newton descubrió las leyes de la naturaleza
observando, inquiriendo, experimentando: y acertó.
Ésta
es la diferencia que hay entre lo a priori y lo a posteriori: lo innato y lo
aprendido, lo pensado y lo memorizado, lo formal y lo empírico, lo platónico y
lo aristotélico. Todos los filósofos y científicos se siguen escindiendo entre
estas dos corrientes. A título de ejemplo, podemos decir que en la órbita de
Platón, y por lo tanto del pensamiento a
priori, no encontramos solamente matemáticos sino también científicos;
científicos que, o bien hacen experimentos ideales sólo matematizando el mundo,
o bien se ven obligados a prescindir de la experiencia porque la parte de la
naturaleza que ellos estudian no se puede observar; es lo que pasa con la
física cuántica o la teoría de cuerdas, cuyas únicas herramientas son las
matemáticas, a falta de poder hacer experimentos; otros científicos platónicos
son Copérnico, Kepler, Giordano Bruno, Chomsky o Galileo.
En
cambio Skinner, Pavlov, Bacon, Mendeleiev o Darwin se pueden clasificar como
empíricos preocupados por los conocimientos a posteriori, en la medida en que no creen que podamos saber nada
acerca del mundo si no es experimentando con él; son, por lo tanto, empíricos
aristotélicos y hasta nominalistas. Bertrand Russell, que en una etapa de su
vida había sido platónico, acabó sus días abandonando el platonismo. Y buena
parte de la física cuántica abrazó un pitagorismo emparentado con Platón. Aunque
en Newton el ideal platónico no tuvo más remedio que plegarse, a través del
experimento, a la realidad empírica de los hechos, que son tozudos. También le
había pasado a Galileo unos años atrás.
Muy ilustrativo y lleno de filosofía que engrandece el aprendizaje día a día, rescato querida Lechuza Literaria:"Esto tiene mucho que ver con el aprendizaje por descubrimiento: en lugar de enseñarles cosas a los alumnos ellos las tienen ellos que descubrir; el profesor ya no es una enciclopedia ambulante que nos enseña lo que sabe: sino un animador y un guía que nos ayuda a aprender. El profesor tiene que hacer las preguntas adecuadas para que el alumno descubra lo que sabe, no confundirlos con sus preguntas (que es lo que hacen quienes “van a pillar”). El arte del maestro ya no es el discurso, como en los sofistas, sino el diálogo; en el diálogo socrático (que se llama mayéutica) el maestro pregunta y el discípulo, después de unas cuantas preguntas, encuentra la respuesta."
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