viernes, 8 de mayo de 2020

LA PEREZA




LA PEREZA           


1. Primeras definiciones.

1.1.  El vigor.

El vigor son las ganas de trabajar y a la falta de ganas la llamamos pereza. Hay gente que viene al mundo dotada de una gran cantidad de energía y es gente laboriosa; otras, en cambio, nacen con muy poca fuerza en la reserva y les cuesta mucho trabajar. No es que unos sean esforzados y otros no se esfuercen, sino que unos tienen fuerza y otros no la tienen, unos son fuertes y otros flojos; o sea, la persona esforzada no lo es por un esfuerzo de la voluntad, sino porque padece de su debilidad; la persona trabajadora no tienen ningún mérito en serlo, sino que se esfuerza porque es así; y el vago no es culpable de su pereza, sino víctima de su falta de fuerza.
Entonces ¿qué es el esfuerzo? El esfuerzo es el ánimo que nos da la fuerza con la que hemos nacido. A mí me gusta la filosofía y si he nacido vigoroso me empeño en filosofar y estudio y escribo y el esfuerzo, más que costarme trabajo, me da placer: disfruto trabajando; lo que no le pasa a la persona floja que, aunque disfrute con lo que hace, no le echa horas de trabajo. Fijémonos en un deportista: si, además del gusto por el ejercicio físico, es una persona enérgica, será un deportista sacrificado que goza y sufre en los entrenamientos, sacándoles rendimiento a las fuerzas que tiene; si, por el contrario, es flojo, sólo jugará para pasárselo bien, y maldecirá siempre el momento en que tenga que entrenar, esforzarse y superarse, cuando tiene que sacar fuerzas de dentro para ser mejor, no para disfrutar. En el fútbol hay gente que tiene cualidades y las desarrolla y gente que sólo las utiliza para divertirse; gentes, como Messi y Ronaldo, que son jugadores sacrificados cuya pasión es trabajar siempre para ser mejores, y otros, como Ronaldinho, que estropean siempre todo su potencial pensando sólo en ir de fiesta.

1.2.  La fuerza y el valor.

Tampoco hay que confundir ser esforzado con ser valiente. La persona esforzada tiene espíritu de sacrificio, ganas de trabajar, porque ha nacido motivada para hacer lo que le gusta (al revés de lo que le pasa al vago). Pero la persona valiente tiene espíritu de lucha, ganas de vencer a la adversidad, de superar las dificultades. Nos puede gustar la guitarra y pasar muchas horas tocando, pero a la menor dificultad nos venimos abajo. Hércules es esforzado porque no repara en gastos, tanto físicos como mentales, a la hora de trabajar; pero Héctor es valiente, porque está dispuesto a desplegar toda la fuerza que tiene (que es menor que la de Aquiles y él lo sabe) para pelear con Aquiles; a sabiendas de que no podrá derrotarlo.
Hay que distinguir, pues, entre dos formas de fuerza: la que tenemos almacenada en el cuerpo y la que tenemos almacenada en el ánimo; Aquiles tiene más fuerza que nadie y por eso es invencible; Héctor tiene más capacidad de aceptar retos, aunque sean imposibles, y por eso es valiente; Aquiles es fuerte y Héctor valiente; el valor, como fuerza del ánimo, es la capacidad de cumplir con nuestro deber aunque al hacerlo estemos abocados a la derrota. Aquiles es fuerte pero se comporta como un cobarde, y su fuerza moral es la de una persona poco recomendable; Héctor, en cambio, es un modelo de virtud; Aquiles es capaz de poner en peligro la guerra de Troya por no saber frenar su cólera; Héctor, en cambio, está dispuesto al sacrificio con tal de cumplir con su deber.
Hay que distinguir, pues, entre fuerza y valor. Fuerza es la cantidad de energía que tenemos dentro. Valor es la capacidad de enfrentarnos a la adversidad, independientemente de nuestras posibilidades de éxito. Y si el cuerpo es un almacén de fuerza, el ánimo es un almacén de sacrificio; y el sacrificio es la capacidad de emplear la fuerza no en beneficio propio, ni siquiera en beneficio de los demás, sino en beneficio de todos, que es cuando cumplimos con nuestro deber. El desánimo es la debilidad moral, y se ha visto a gente tener un ataque de cólera porque no ha tenido fuerza suficiente para cumplir con su deber.


1.3.  Resistencia y fuerza.

Fijémonos en cómo funciona un coche. Un coche puede tener más fuerza porque tiene más gasolina que otro; pero también porque tiene un motor más potente, con mayor capacidad de crear fuerza; y así, el que tiene más gasolina tiene menos fuerza que el que tiene más caballos de vapor; la gasolina te asegura que vas a sostener tu esfuerzo por más tiempo, pero tu potencia te garantiza que tu esfuerzo va a tener más intensidad, y la fuerza que despliegas va a ser mucho mayor; es más, la potencia suele ir en relación inversa de la duración, porque los motores potentes gastan más gasolina que los que son más débiles y flojos. Consideraciones parecidas podemos hacer en lo que respecta a la fuerza moral.
            Podemos decir, así, que la resistencia es la capacidad de persistir en el esfuerzo, sea porque nuestro esfuerzo dura más en el tiempo o porque, consumiéndose en menos tiempo, es capaz de contrarrestar una fuerza mayor.

2. Hacia una definición de la pereza.

2.1. Sacrificio.

            Llamamos vigor a la fuerza. Fuerza física es la capacidad de acción que hay en  nosotros. Fuerza anímica es el deseo de acción que tenemos dentro, que es, en tanto que deseo, búsqueda de placer, y en tanto que despliegue de fuerza, esfuerzo o sacrificio; es, por tanto, espíritu de superación en el que se sufre al mismo tiempo que se disfruta. Este deseo de enriquecerse aunque cueste sacrificio es la ambición de verdad, es anhelo de plenitud, de ser cada vez más uno mismo.

2.2. Pereza.

            La ausencia de fuerza física es debilidad, escasez de capacidad de acción. Pero esa otra forma de debilidad en que consiste la debilidad moral (a la que también podríamos llamar debilidad anímica) es la pereza: búsqueda de placer sin esfuerzo o sacrificio, que es falta de ambición; mediocridad, justamente lo contrario del espíritu de superación.

2.3. Potencia.

            Podemos distinguir entre potencia y duración. La potencia de un coche es la cantidad de fuerza que puede desplegar, concentrándola en cada segundo, y se mide en caballos de vapor; la potencia es, entonces, acción sobre el mundo; acción: capacidad de cambiar las cosas y capacidad de iniciar ese cambio. Así, ese vigor al que hemos caracterizado como fuerza anímica, ambición esencial, deseo de plenitud o búsqueda de superación, puede ser más potente si puede hacer más cosas en menos tiempo; y en todo caso lo hace por propia iniciativa, por deseo de ser cada vez más y mejor.


2.4. Inteligencia.

            La duración del esfuerzo es la cantidad de tiempo que podemos mantener desplegada nuestra potencia; en un coche corresponde a la cantidad de gasolina que tiene, a la cantidad de combustible. A mayor potencia menor duración, porque consumimos nuestras energías en menos tiempo: como le pasa al guepardo, que es capaz de correr a cien kilómetros por hora pero si, en poco tiempo, no es capaz de cazar una presa, se queda agotado y tiene que resignarse a pasar hambre. Una persona dotada de gran fuerza moral y de una gran potencia debe tener la inteligencia de dosificar su fuerza, so pena de perecer consumido por el despliegue de su propio esfuerzo.

2.5. Reacción.

            Pero la potencia no se opone solamente a la persistencia, es decir a la duración. También es lo contrario de la resistencia, es decir de la reacción; la reacción es lo contrario de la iniciativa, a la que solemos llamar a veces (de modo incorrecto) acción; incorrecto, porque la reacción es también una forma de acción (precisamente la que no ha llevado la iniciativa).
            Pues bien, la reacción es la forma de vida que tiene la persona no vigorosa, es decir inerte (que lo mismo es no hacer nada como ser un peso muerto): la que pone inercia donde debía poner iniciativa, y se limita a responder a las preguntas del entorno en lugar de hacer ella sus propias preguntas.
            Resumiendo: vamos a condensar la diferencia entre vigor y pereza.

A. Vigor. Una persona vigorosa es la que, independientemente de que tenga fuerza física o no, disfruta superándose, se supera esforzándose, y esa forma de plenitud es el motor de sí misma: la ambición de ser, no de estar, y por lo tanto el espíritu de iniciativa; y tiene la inteligencia (la llamaríamos prudencia) de dosificar su esfuerzo para no romperse en el empeño de ser más y mejor. A eso es a lo que llamamos echarle ganas a la vida, y, en tanto que vida con iniciativa, disfruta del esfuerzo sin dejarse llevar por el viento: porque él mismo se mueve gracias al motor interior.

B. Pereza. El perezoso es un abandonado. Una persona de ánimo débil y poca entereza moral: que vive de forma mediocre porque se empeña en disfrutar sin esforzarse, huyendo siempre del sacrificio y dejándose llevar en todo momento por la falta de ambición; puede tener potencia de acción, pero, carente de iniciativa, emplea toda su vida en reaccionar frente a los ataques del mundo sin afán de hacerse mejor en la resistencia; sino conformándose con poco, que es la vida cómoda, y para ello escatima esfuerzos y busca continuamente la forma en que pueda lo más pronto posible dejar de resistir.


3. Ejemplos.

3.1. La cigarra y la hormiga.

            La cigarra se pasa el día cantando, tumbada en su rama, disfrutando del momento y  olvidándose del mañana. Sólo le interesa disfrutar, dejarse llevar, vivir sin esfuerzo y no hacer nada, si por no hacer nada entendemos hacer sólo lo que le apetece.
            La hormiga se pasa el verano trabajando, esforzándose siempre y empeñándose en pensar en el mañana; su meta no es disfrutar, sino acumular alimento para tener qué comer cuando llegue el otoño. Sólo piensa en el futuro, y por preparar el futuro se olvida del presente; y se pasa la vida haciendo lo que no le gusta sin dejar de sacrificarse; pues sacrificar es renunciar al placer por asegurarse la supervivencia; y para sobrevivir mañana hay que dejar de vivir hoy, si por vivir entendemos algo más que sobrevivir: disfrutar.
            La cigarra hace sin esfuerzo lo que le gusta, disfruta, porque disfrutar es dejarse llevar por la naturaleza, haciendo lo que le sale solo.
            La hormiga se esfuerza en hacer lo que no le gusta, empeñada, no ya en vivir, sino en durar; pero ni disfruta mientras se prepara para el invierno, perdiendo la alegría del verano, ni cuando ya ha pasado el verano, empeñada en un invierno reducido a la supervivencia, donde la vida no tiene alegría ni placer.
            La cigarra es alegría. La hormiga es sacrificio. La fábula nos obliga a elegir entre trabajar sin disfrutar o disfrutar sin trabajar; como si la ambición de la hormiga no tuviese plenitud y la alegría de la cigarra estuviera vacía de ambición.
            No existe el placer sacrificado. Sólo existe el placer sin esfuerzo y el sacrificio sin placer. Y gozar, para la fabula, es lo mismo que ser perezoso; mediocridad, inercia, falta de vigor y de fuerza, un ser disminuido y carente de naturaleza, confundir el dejarse ser con el dejarse llevar.
            La fábula confunde el placer con la pereza, la vida con la supervivencia, la alegría con la inercia, el goce con la desgana y con el deseo de no hacer nada: eso representa la cigarra. Y la hormiga representa otro tipo nefasto de confusión: el trabajo con el sufrimiento, la iniciativa con la tristeza, el sacrificio con la renuncia y el hastío, y la inercia con el instinto de hacer sin disfrutar.
            Pero hay una alternativa para el trabajo bíblico. Para el trabajo concebido como una cadena, una condena, una prisión. Se puede trabajar sin sufrir y se puede desfrutar sin ser vago. Gozar, vivir y cantar no tiene que ser verse convertido en cigarra perezosa, sino esforzada en disfrutar. Y trabajar, sobrevivir y sacrificarse no tiene por qué convertirnos en hormigas sufridas que se han olvidado de disfrutar.
            El placer no es lo mismo que la pereza. El trabajo no es lo mismo que el sacrificio. Entre la cigarra y la hormiga hay una tercera forma de vivir.


3.2. Los tres cerditos.

            Tres cerditos se querían construir una casa. Uno, tocando el violín, junta unas pocas ramas que se lleva el viento por no dejar nunca de tocar. Otro, disfrutando con la flauta, trabaja un poco más aunque toque menos, y a cambio le dedica más tiempo a la casa, y la construye juntando piedras y troncos que resisten más. El tercero se la construye con argamasa y ladrillo, juntando cemento, yeso, materiales duros y utilizando la paleta, la llana, el nivel, la plomada y la técnica del albañil: pero no tiene tiempo de disfrutar de la música; se pasa la vida construyendo su casa sin pensar en nada más.
            Luego viene el lobo y sopla sobre las ramas del primer cerdito, que tiene que salir corriendo a refugiarse en casa de su hermano mayor; desbarata a golpes y patadas las piedras y los troncos del segundo, que tiene que salir corriendo también; pero cuando llega a casa del albañil ni los soplidos ni las patadas del lobo consiguen derribar una casa tan bien construida. La moraleja es que si te pasas la vida divirtiéndote no trabajas y  te quedas sin casa; tienes que elegir entre ser vago o trabajador.
            Pero el cerdito trabajador no disfruta de la vida. Se pasa todo el tiempo trabajando como un esclavo, y nunca tuvo tiempo de deleitarse con la música. Como una hormiga.
            El cerdito perezoso nunca tuvo casa. Se pasó las horas muertas tocando y disfrutando y nunca hizo nada por construir su seguridad. Como una cigarra.
            La solución está aquí en el cerdito de en medio: pero la historia está mal desarrollada, como si los dos primeros cerditos representaran grados distintos de pereza y sólo el tercero fuera el cerdito trabajador. Visto así, cualquier grado que adoptemos en la escalada de la pereza estará mal elegido; sólo elegiremos bien cuando nos decantemos por trabajar, y no por pasarlo bien.
            La salvación está aquí en el cerdito de en medio, pero hay que cambiar la historia para hacerla hablar mejor. Ni cerdito que se divierte sin trabajar como la cigarra perezosa que nunca tendrá una casa; ni cerdito que trabaja sin divertirse como la hormiga que se construye una casa envidiable pero nunca tuvo tiempo para disfrutar; sino cerdito que se construye una casa sólida trabajando con sacrificio pero sin perder la ocasión de tocar en ella y disfrutarla. Entre la hormiga sacrificada y la cigarra perezosa el cerdito de en medio nunca confunde el placer con la pereza. El placer es una forma de trabajo en la que nos dejamos llevar, y el sacrificio es esa otra forma de trabajo con la que guiamos nuestro esfuerzo, y que nos lleva.
            La vida está hecha de placer perezoso que nos arrastra a lo que nos gusta. Y de trabajo sacrificado con el que debemos combatir nuestras inercias, siempre que sean inercias peligrosas para la supervivencia. Debemos ser cigarras y hormigas a la vez. Seres sacrificados capaces de disfrutar. No seres condenados al sacrificio ni vagos prisioneros del placer, como la hormiga que nunca fue cigarra ni la cigarra que supo ser hormiga para sobrevivir. No hay que elegir entre el trabajo y el placer, como si el placer fuera lo mismo que la pereza. Hay un trabajo placentero que riega nuestras aficiones y nuestros gustos y un trabajo esclavo que nos impide disfrutar. La vida es una urdimbre de aficiones y sacrificios en la que nos vamos construyendo: como una tela de hermosos colores que debe someterse a una regla para lanzar su libertad al viento, o como la melodía que se construye libremente sometiéndose a la disciplina del compás.


3.3. ¿Qué hacemos con la pereza?

            Nosotros utilizamos la palabra “pereza” en dos sentidos: por un lado la concebimos como creatividad, o más bien libertad, pues no puede crear nada la persona que no se siente libre; y por otro lado significa desgana, falta de energía, inactividad. En el primer sentido confundimos la pereza con la libertad. En el segundo la utilizamos como sinónimo de falta de vigor. La libertad, que es, por definición, trabajadora, nos satisface y enriquece, nos llena de plenitud. La pereza, que es falta de ganas de trabajar cuando sentimos la necesidad y el instinto de hacer cosas, nos hunde en el hastío, en el aburrimiento. O hay que confundir la energía libre con la desgana y la creación con la falta de energía, como ya lo decía Quevedo: la libertad ha engendrado en mi pereza la pobreza.
            Hemos nacido para ser libres.
            Y hemos nacido para el sacrificio.
            Pero no hemos nacido para aburrirnos.
            La ley del mínimo esfuerzo nos hace libres. La necesidad y el instinto de apasionarnos en la construcción de nosotros mismos nos hace amar el sacrificio. Sólo el perezoso deja de apasionarse en la pereza de no hacer nada porque, como un día recordaba Savater, aburrirse viene de burro. Sólo se aburre quien no hace nada porque le da pereza, porque no quiere hacer ningún esfuerzo por divertirse. Y ser un burro, ya lo sabemos, significa dos cosas: por un lado es ser tonto; por otro es ser vago; y al vago, ya lo sabemos, no le interesa a zanahoria: sólo sabe trabajar con el palo.
  



1 comentario:

  1. Qué artículo más entrañable, me ha permitido, en esta cuarentena, reflexionar sobreesobre esfuerzo. También ,pensar en el disfrute haciendo lo que me gusta; rescato " La vida está hecha de placer perezoso que nos arrastra a lo que nos gusta. Y de trabajo sacrificado con el que debemos combatir nuestras inercias, siempre que sean inercias peligrosas para la supervivencia."

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