A VUELTAS CON SÓCRATES
Para
obrar bien hay que conocer el bien. “Conocer” significa varias cosas:
a)
Saber lo que pasa: a eso lo llamamos tener conciencia.
Si yo me doy cuenta de que estoy en clase puedo decir que tengo conciencia de
dónde estoy; si por el contrario no me doy cuenta de nada es porque estoy inconsciente (me he dormido, estoy
bebido o me he mareado).
b)
Saber lo que debo hacer: a eso lo
llamamos tener conciencia moral. Si
me doy cuenta de que estoy copiando en un examen y sé que no debo hacerlo,
tengo conciencia de dónde estoy pero también tengo conciencia moral; y si robo
pero no sé que robar es malo es porque soy un inocente; y si sé que robar es malo y a pesar de todo robo soy un inconsciente. Somos inconscientes
porque estamos enfermos (por ejemplo, porque somos psicópatas), o porque nos
hemos distraído, o porque nos han educado mal o porque estamos mal
acostumbrados.
Sócrates
seguramente se refería a lo segundo: conocer el bien es tener conciencia moral.
Aunque también puede entenderse en dos sentidos:
(1) Saber
hacer las cosas: son las destrezas adquiridas;
saber montar en bicicleta, saber construir un puente, saber escribir. Se trata
de conocer los medios necesarios para alcanzar el fin que buscamos (como saber
leer y escribir para entender las cartas que nos manda nuestra familia).
(2) Saber qué
cosas tenemos que hacer: éste es el conocimiento
moral o, como diríamos igualmente, la conciencia
moral. Todos tenemos este tipo de conocimiento pero a veces nos distraemos
y no nos fijamos cuando hacemos las cosas, por eso Sócrates también decía:
No
existe gente malvada, sino gente ignorante.
Ser
malvado es olvidarse de pensar las cosas antes de hacerlas, perder la costumbre
de pensarlas, o no haber sido enseñado de niños para reflexionar sobre todo; tener
conciencia moral es sentir en nuestro fuero interno lo bueno y lo malo, con lo
que darse cuenta de lo que está bien no es otra cosa que experimentar el goce
de hacer el bien o el remordimiento (el arrepentimiento) que sentimos cuando
hacemos cosas malas. Conocer es sentir.
2. Agustín de Hipona.
Para
obrar bien no basta con conocer el bien: además hay que quererlo.
a)
La conciencia puede ser de dos tipos:
conciencia de lo que pasa y de lo que hacemos (por ejemplo, que estoy
fumando) o conciencia de lo que puede
pasar (por ejemplo, que si sigo fumando puedo enfermar de los pulmones; a
esto último lo llamamos conocer las consecuencias
de nuestros actos). Puede
ocurrir que yo no conozca esas consecuencias (entonces si fumo es por
ignorancia); y que, conociéndolas, siga fumando (porque me parecen tan lejanas
que piense que nunca me van a pasar: “¡tan largo me lo fiáis!”, que dice Tirso
de Molina): comportarse así es ser
inconsciente.
b) La conciencia moral la tenemos cuando
tenemos uso de razón; los niños pequeños parece que son inconscientes. Pero también hay inconscientes entre los adultos
porque se han acostumbrado a hacer las cosas sin pensarlas, y son brutos;
porque no sienten la diferencia entre el bien y el mal, y están enfermos. Hasta
los brutos que tienen pocas luces tienen sentimiento moral, y son buenos.
Podemos
distinguir, así, entre la inconsciencia
perezosa (propia de quien sigue fumando aunque conozca los efectos del
tabaco, sólo porque le da pereza dejar de fumar); y la inconsciencia afectiva (propia de quien no siente que algunas cosas
están mal, como matar para el psicópata).
¿De cuál de
estas dos formas de inconsciencia hablaba Agustín de Hipona? Tener conciencia
afectiva es lo mismo que sentir el impulso de hacer el bien, como decía
Sócrates: entonces con sólo conocerlo ya tenemos ganas de hacerlo, en eso
consiste el instinto de hacer el
bien, el instinto moral. Pero la conciencia perezosa no es un instinto,
por eso conocer las consecuencias de las cosas no nos da un deseo irrefrenable
de obrar bien; y fumamos aunque sepamos que no nos va a hacer bien.
¿De cuál de
estas cosas hablaba Agustín de Hipona: de la conciencia perezosa o del instinto
moral?
3. La conciencia.
En
resumen, podemos tener conciencia:
1. De lo que
pasa (es decir, de los hechos).
Estamos conscientes cuando nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro
alrededor; de lo contrario nos habremos desmayado, o estaremos borrachos, con
fiebre, o drogados… en una palabra: estaremos inconscientes.
2. De lo que
hacemos (o sea, de nuestros actos). Se
trata de todo lo que hacemos de manera consciente: comer, estudiar, pasear,
ducharnos, ir al teatro… Como en el caso anterior, estar consciente y sobrio es
lo contrario de perder conciencia.
3. De lo que debe
pasar (o sea, de las consecuencias de
lo que nos pasa y de lo que hacemos). Consecuencias de los hechos: si hay actividad volcánica es señal de que temblará la
tierra; si cae algo en un vaso de ácido sulfúrico se disolverá; si llueve olerá
después a tierra mojada. Consecuencias de nuestros actos: si nos acostamos tarde nos levantaremos tarde; si le
dedicamos demasiado tiempo a los juegos electrónicos no nos quedará tiempo para
leer; si cenamos tarde tendremos el sueño pesado; si no miramos donde pisamos
nos caeremos. No pensar en las consecuencias es propio de la inconsciencia perezosa: nos resulta más cómodo no pensar.
4. De lo que
sabemos hacer (es decir de nuestras capacidades y destrezas). Si somos conscientes de nuestra pericia o nuestra
torpeza sabremos en todo momento lo que podemos intentar o no; si no sé que
debo protegerme las manos con guantes o quitar los plomos, no será prudente
empalmar dos cables para que haya corriente eléctrica; si no sé conducir no
será prudente ponerme al volante; si no sé cantar no tendrá sentido meterme en
un coro.
5. De lo que
debemos hacer (es decir tener conciencia de nuestro deber). Todos tenemos el instinto de hacer las cosas buenas, el
instinto de hacer el bien: ayudar al
necesitado, desarrollar nuestro potencial, ser felices, llevar una vida
placentera sin dejarnos dominar por el placer, ser los dueños de nuestras
vidas: a eso lo llamamos tener conciencia
moral.
Cuando alguien
hace las cosas sin medir sus consecuencias, o hace cosas que no sabe hacer o
cosas que no debe, decimos que es un inconsciente; el inconsciente se mete a
hacer mal las cosas o a hacer cosas malas; tampoco es previsor, porque no tiene
costumbre de ver las cosas antes de que se produzcan (sobre todo cuando esas
cosas son consecuencia de sus actos). No es lo mismo estar inconsciente que ser
un inconsciente; en el primer caso no nos damos cuenta de las cosas que
hacemos ni de las que nos pasan; y en el
segundo no nos damos cuenta de lo que puede ocurrir, ni de que no sabemos hacer
bien las cosas ni que no sabemos hacer cosas buenas. Los inconscientes no deben confundirse con los dormidos; y estar dormido es lo mismo que desorientarse,
delirar, estar desvanecido o haberse desmayado.
4. Ejemplos.
Vivimos
una época de crisis: crisis económica (desde 2008); crisis política (desde hace
unas décadas); crisis cultural y crisis social (sobre todo en los últimos
años). Podemos pensar que la razón de la crisis es nuestra inconsciencia;
veámoslo con algunos ejemplos.
James
Maddoz estaba consciente y en sus cabales; conocía perfectamente el mundo de la
bolsa y se daba cuenta de lo que hacía, pero no midió sus consecuencias; sabía,
sí, que ganaría un dinero considerable y eso fue lo que sucedió; sabía también
que se hundiría la economía del mundo y eso no le importó: porque le faltaba el
instinto moral (actuó, aquí, como el ser inconsciente que era); pero no supo
prever que lo encarcelarían ni que acabaría suicidándose, dejándoles a sus
hijos una herencia bien penosa; por quererlo todo se quedó sin nada y por
perder habrá perdido hasta la vida (y, por supuesto, hasta el honor).
Donald
Trump es consciente de lo que hace y a veces de las consecuencias de sus actos;
actúa como si conociera toda la realidad y sólo conoce una mínima parte, y por
esa fisura se le escapa buena parte de las consecuencias de lo que hace; sabe
también cuáles son las destrezas que maneja y conoce sus capacidades, pero le
falta el instinto moral; no tiene olfato, no tiene buen gusto, no tiene el sentimiento
de su deber aunque sí lo tiene en lo referido a sus deseos y a su actos; es un
egoísta en quien los niveles éticos están muy por debajo de lo que necesita la
realidad.
La
gente que no tiene trabajo tiende a pensar que es por culpa del extranjero. Le
gustaría cerrar sus fronteras y que no pasara nadie. Ve al de fuera como un
enemigo, alguien que va a allanar su morada, que le va a robar en la calle, a quitarle
su trabajo, y por quitar, le quita hasta el seguro de desempleo y la asistencia
sanitaria. Si viviéramos aislados, si no pasara nadie, si las puertas
estuvieran cerradas y nos quedáramos solos: entonces estaríamos protegidos de
los de fuera.
Vienen
entonces políticos que levantan vallas. Construyen muros para que no se pueda
pasar, alambradas de espino, patrullas de policía, y volvemos a la gran
muralla. No nos damos cuenta de que los mismos muros que les impiden a ellos
entrar nos impiden salir a nosotros; y nos quedamos solos, sin vecinos y sin
amigos, sin poder salir de casa, encerrados entre nuestras cuatro paredes,
aislados del mundo, sin poder viajar, cautivos de las puertas que les poníamos
a los demás; porque mientras protegíamos nuestro hogar no nos dábamos cuenta de
que con tanto muro lo estábamos convirtiendo en nuestra cárcel.
Vivir
seguros, aislados de todos; o vivir comunicados y por consiguiente libres. Ser
libre no es ponerse vallas para que no pasen los que, amenazándote, nos van a
quitar la libertad. Ser libre es diluir las fronteras para que pasen nuestros
vecinos: porque si ven que les damos confianza, lo más normal es que nos la
devuelvan; sólo nos quieren atacar quienes se sienten rechazados; aunque
también hay, por desgracia, gentes rechazadas por otras y que nos atacan a
nosotros; pero si acabamos rechazando a todo el mundo resultará que al final no
nos atacarán de vez en cuando unos pocos: nos acabarán atacando todos. Si vamos
por el mundo tratando a los demás como malvaos, todos los demás acabarán
tratándonos como malvados también; no es lo mismo encerrar los brotes malvados
en un mundo de bondad que construir un mundo malo donde quedarán atrapados
algunos brotes buenos.
La
gente siente temor en tiempos de crisis. Sus buenos instintos conviven en su
alma con el temor de los peligros que producen los tiempos malos. En medio de
la gente que siente las cosas sin decidirse entre ellas, hay gente que decide
sin sentir o, peor aún, decide habiendo sentido en su vida cosas malas; unos
pocos deciden habiendo sentido también cosas buenas: son los líderes; los
caudillos, los jefes, los que saben mandar; son las voluntades que guían a
quien no tiene mucha voluntad, los guías.
Los
guías pueden movilizar los sentimientos buenos que hay en nosotros: son los buenos
líderes, los que tienen conciencia del deber. También los hay que movilizan los
bajos instintos que duermen entre la población y son líderes que carecen de
conciencia del deber: los que ponen su voluntad al servicio de su pasiones
brutas; brutas y, las más de las veces, brutales; esos líderes conectan su sed
de poder con el hambre que tienen los pueblos de ser guiados; Atila, Hitler, Moussolini,
Lundendorff, Borgia, Almanzor, Calvino, Puigdemont, Trump, Boris Johnson… o
Salvini. O Stalin. Muchos de ellos sufrieron de niños y aprendieron a llenar el
mundo con los abusos que ellos mismos padecieron: Saddam Husein, el propio
Hitler, Franco. El dolor sufrido por culpa ajena lo riegan entre los demás
porque es lo único que tienen, lo único que les enseñaron. “Por qué acusarme?”,
dice Bécquer; “¿puedo dar más de lo que a mí me dieron?”
5. Hacer bien las cosas y hacer cosas buenas.
Cuando
dice Sócrates que para obrar bien hay que conocer el bien ¿a qué tipo de
cocimiento se refiere? ¿Es un conocimiento teórico? (No hay que tocar el
enchufe con las manos mojadas porque las sales del agua son buenas conductoras
de la electricidad). ¿Técnicos? (Para cortar los racimos de uvas hay que tirar
del pedúnculo hacia arriba). ¿Se trata, por el contrario, de conocer los
principios éticos? (No está bien matar). Los conocimientos teóricos y técnicos
se adquieren estudiando, pero los principios éticos se aprenden sin estudio,
solo como mirar dentro de sí y ver lo que tenemos escrito dentro. La ciencia y
la técnica se aprenden mirando fuera; los principios éticos, mirando dentro; la
experiencia como fuente de conocimiento debe ser completada con la conciencia.
Ahora bien, la teoría y la técnica se aprenden en la escuela, pero la ética
¿puede también aprenderse en la escuela? No, si lo que se aprende en la escuela
procede del mundo exterior.
Muchos
estudiantes están sensibilizados con los problemas medioambientales: y muchos
de ellos se olvidan de vivir de acuerdo con esta sensibilidad. Todos sabemos
buscar la papelera, pero a la entrada de las escuelas hay muchas papeleras
vacías y papeles en el suelo. Hay técnicas para dejar de fumar, pero aunque
conocemos los efectos del tabaco, nos falta fuerza de voluntad para usarlas. Y
sabemos también que copiar en los exámenes es desleal e insolidario, pero
resulta más cómodo copiar que estudiar. El mundo no echará a andar correctamente
mientras no aprendamos a comportarnos con corrección; es decir según nuestros
principios, no según nuestros deseos (los principios son los deseos del
espíritu; los llamados deseos, deseos del cuerpo; los primeros son en sí mismos
fuerza de voluntad; los segundos, voluntad dormida cuando vislumbramos la
sombra de los primeros); el desarrollo sostenible viene de quienes, pensando
globalmente, son capaces de actuar localmente; y esa capacidad sólo la tienen
quienes saben lo que está escrito en su corazón, lo mismo que en su cerebro; y
quienes, sabiéndolo, saben también cómo hay que hacerlo; pero saber cómo hay
que hacer las cosas no sirve de nada si no sabemos qué cosas tenemos que hacer;
y eso es imposible sin mirar dentro de nosotros, puesto que hay gente que no
puede mirar porque tiene tapados los orificios por donde salen las cosas buenas
que tenemos dentro.
6. Consecuencias para la enseñanza de la moral.
Para
estar consciente hace falta estar
despierto; despierto de cuerpo (que es lo que comúnmente se entiende por estado
de vigilia); y despierto mentalmente (o sea, aparte de no estar dormido, eso
significa no estar alterado, drogado ni bebido). A eso lo llamamos tener conciencia, y es necesario para
tener conciencia moral, pero no es
suficiente; tener conciencia moral es otra cosa.
Ser un inconsciente es lo contrario de ser responsable. Una persona
responsable se adelanta a los acontecimientos leyéndolos antes de que ocurran;
ve en las cosas que ocurren (nubes bajas, viento, pájaros que vuelan bajo)
signos de lo que va a suceder (lluvia). Pero también se preocupa de prever las
consecuencias de sus actos (si robo, violo los derechos de otro y me pueden
meter en la cárcel). Y le preocupa sobre todo si sus propios actos son buenos o
malos (es decir, le debería preocupar más faltarles al respeto a los demás que
ir a la cárcel).
Uno
aprende a leer en la naturaleza conociéndola y estudiándola; nos sirven para
ello la experiencia y la enseñanza; es necesaria la enseñanza para ampliar
nuestra experiencia, como un buen complemento del aprendizaje.
Uno
aprende a cambiar la naturaleza teniendo ideas propias y aprendiendo tecnología
y matemáticas; la creatividad se desarrolla hasta que se topa con unos límites;
para desarrollarla más hacen falta las escuelas técnicas, aunque ya se empiezan
a aprender cosas en la enseñanza general, tanto en la escuela media como en la
escuela secundaria.
Pero
es más difícil aprender en la escuela el sentido del deber. El deber es un sentimiento
que procede, en parte, de las cosas que sabemos, pero sobre todo de nuestros
sentimientos anteriores; la conciencia moral es semejante a un átomo cuya
atmósfera electrónica se configura en sociedad, pero su núcleo está en el
corazón, y ese corazón viene ya prefigurado antes de ir a la escuela; Hitler
aprendió a pintar, pero el escaso valor que les dieron en Viena a sus pinturas
no hizo de él un ser rencoroso, sino el
sufrimiento que había vivido en su casa, lo mismo que le pasaba a Franco;
los sucesivos dictadores norcoreanos se volvieron implacables porque los
acostumbraron desde niños a que era bueno imponer su voluntad sagrada; los
incas creían natural matar a toda la familia de su adversario, como hizo
Atahualpa con Huáscar, eliminando a las más de mil personas que constituían su
panaca y bebiendo, sin ningún tipo de remordimiento, en el cráneo vaciado de su
hermano. Octavio Augusto tampoco tuvo remordimiento en sembrar de crucificados
los caminos que llevaban a Roma; y los talibanes más crueles fueron aquellos
niños desamparados, huérfanos de la guerra, que habían sido recogidos en las
madrasas; los mismos que, en manos de maestros fanáticos (niños desamparados
igual que ellos), comieron un trozo de pan y tuvieron un sitio donde dormir a
cambio de aprender el Corán y perforar con dios su corazón vacío: vaciándolo de
cualquier sentimiento de compasión o misericordia.
La
educación moral puede dar forma al sentimiento del deber, pero no puede crear
ese sentimiento. Ese sentimiento germina en el corazón de los niños que han
sufrido privaciones y excesos; la privación del abandono y la desolación; el
exceso de poder que han recibido desde que nacieron, y que tapó, probablemente
para siempre, su capacidad de amar y respetar a sus semejantes.
En
otras palabras, la conciencia moral no se crea, pero se desarrolla. La escuela
puede esculpirla con bellas formas en quienes ya la tienen, pero no puede
inocularla en quienes carecen de ella: unos porque están enfermos (como los que
son psicópatas) y otros porque han
cegado sus sentimientos desde su más tierna infancia (ya sabemos que lo primero
que aprendemos queda grabado en nuestro corazón con tinta indeleble: como los
patos de Lorenz).
Educar
la conciencia moral es tarea imposible si no se viene a clase con una
conciencia embrionaria; por eso Platón no pudo hacerlo con el hijo del tirano
de Siracusa. Hay, en quienes han sufrido, corazones capaces de amar a pesar de
todo y por eso tienen suerte; pero la mayoría han sentido cegarse en ellos los
poros del corazón y ya no pueden cambiar aunque quieran. Es como el alfarero,
que sólo puede moldear la arcilla tierna; con la arcilla seca ya no puede hacer
nada. Para esculpir el granito hace falta cincel y martillo y el escultor puede
romper, voluntariamente o por error, el granito dándole un mal golpe en un
lugar donde ya no es posible rectificarlo; tampoco puede cincelar nada donde
los detalles esenciales de la figura tenían que surgir de las partes del
granito que estaban rotas. Las familias pueden cuidar el granito o romperlo.
Luego la escuela lo cincela. Y ninguna escuela puede cincelar la conciencia
moral de los niños, si sus familias han roto irremediablemente el material del
que estaban hechos sus sentimientos.
El sentimiento del deber y la conciencia moral se orientan, se crean, se moldean y eso es lo que trato de hacer con mis alumnos. Savater y Mariano Martín son mis aristas en este empeño... Rescato querida Lechuza: "Saber qué cosas tenemos que hacer: éste es el conocimiento moral o, como diríamos igualmente, la conciencia moral. Todos tenemos este tipo de conocimiento pero a veces nos distraemos y no nos fijamos cuando hacemos las cosas, por eso Sócrates también decía:
ResponderEliminarNo existe gente malvada, sino gente ignorante."