sábado, 19 de octubre de 2019

A VUELTAS CON SÓCRATES


  

A VUELTAS CON SÓCRATES   


 1. Sócrates.

            Para obrar bien hay que conocer el bien. “Conocer” significa varias cosas:

            a) Saber lo que pasa: a eso lo llamamos tener conciencia. Si yo me doy cuenta de que estoy en clase puedo decir que tengo conciencia de dónde estoy; si por el contrario no me doy cuenta de nada es porque estoy inconsciente (me he dormido, estoy bebido o me he mareado).
            b) Saber lo que debo hacer: a eso lo llamamos tener conciencia moral. Si me doy cuenta de que estoy copiando en un examen y sé que no debo hacerlo, tengo conciencia de dónde estoy pero también tengo conciencia moral; y si robo pero no sé que robar es malo es porque soy un inocente; y si sé que robar es malo y a pesar de todo robo soy un inconsciente. Somos inconscientes porque estamos enfermos (por ejemplo, porque somos psicópatas), o porque nos hemos distraído, o porque nos han educado mal o porque estamos mal acostumbrados.
            Sócrates seguramente se refería a lo segundo: conocer el bien es tener conciencia moral. Aunque también puede entenderse en dos sentidos:
(1) Saber hacer las cosas: son las destrezas adquiridas; saber montar en bicicleta, saber construir un puente, saber escribir. Se trata de conocer los medios necesarios para alcanzar el fin que buscamos (como saber leer y escribir para entender las cartas que nos manda nuestra familia).
(2) Saber qué cosas tenemos que hacer: éste es el conocimiento moral o, como diríamos igualmente, la conciencia moral. Todos tenemos este tipo de conocimiento pero a veces nos distraemos y no nos fijamos cuando hacemos las cosas, por eso Sócrates también decía:

            No existe gente malvada, sino gente ignorante.

            Ser malvado es olvidarse de pensar las cosas antes de hacerlas, perder la costumbre de pensarlas, o no haber sido enseñado de niños para reflexionar sobre todo; tener conciencia moral es sentir en nuestro fuero interno lo bueno y lo malo, con lo que darse cuenta de lo que está bien no es otra cosa que experimentar el goce de hacer el bien o el remordimiento (el arrepentimiento) que sentimos cuando hacemos cosas malas. Conocer es sentir.

2. Agustín de Hipona.

            Para obrar bien no basta con conocer el bien: además hay que quererlo.

            a) La conciencia puede ser de dos tipos: conciencia de lo que pasa y de lo que hacemos (por ejemplo, que estoy fumando) o conciencia de lo que puede pasar (por ejemplo, que si sigo fumando puedo enfermar de los pulmones; a esto último lo llamamos conocer las consecuencias de nuestros actos). Puede ocurrir que yo no conozca esas consecuencias (entonces si fumo es por ignorancia); y que, conociéndolas, siga fumando (porque me parecen tan lejanas que piense que nunca me van a pasar: “¡tan largo me lo fiáis!”, que dice Tirso de Molina): comportarse así es ser inconsciente.


b) La conciencia moral la tenemos cuando tenemos uso de razón; los niños pequeños parece que son inconscientes. Pero también hay inconscientes entre los adultos porque se han acostumbrado a hacer las cosas sin pensarlas, y son brutos; porque no sienten la diferencia entre el bien y el mal, y están enfermos. Hasta los brutos que tienen pocas luces tienen sentimiento moral, y son buenos.
Podemos distinguir, así, entre la inconsciencia perezosa (propia de quien sigue fumando aunque conozca los efectos del tabaco, sólo porque le da pereza dejar de fumar); y la inconsciencia afectiva (propia de quien no siente que algunas cosas están mal, como matar para el psicópata).
¿De cuál de estas dos formas de inconsciencia hablaba Agustín de Hipona? Tener conciencia afectiva es lo mismo que sentir el impulso de hacer el bien, como decía Sócrates: entonces con sólo conocerlo ya tenemos ganas de hacerlo, en eso consiste el instinto de hacer el bien, el instinto moral. Pero la conciencia perezosa no es un instinto, por eso conocer las consecuencias de las cosas no nos da un deseo irrefrenable de obrar bien; y fumamos aunque sepamos que no nos va a hacer bien.
¿De cuál de estas cosas hablaba Agustín de Hipona: de la conciencia perezosa o del instinto moral?

3. La conciencia.

            En resumen, podemos tener conciencia:

1. De lo que pasa (es decir, de los hechos). Estamos conscientes cuando nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor; de lo contrario nos habremos desmayado, o estaremos borrachos, con fiebre, o drogados… en una palabra: estaremos inconscientes.
2. De lo que hacemos (o sea, de nuestros actos). Se trata de todo lo que hacemos de manera consciente: comer, estudiar, pasear, ducharnos, ir al teatro… Como en el caso anterior, estar consciente y sobrio es lo contrario de perder conciencia.
3. De lo que debe pasar (o sea, de las consecuencias de lo que nos pasa y de lo que hacemos). Consecuencias de los hechos: si hay actividad volcánica es señal de que temblará la tierra; si cae algo en un vaso de ácido sulfúrico se disolverá; si llueve olerá después a tierra mojada. Consecuencias de nuestros actos: si nos acostamos tarde nos levantaremos tarde; si le dedicamos demasiado tiempo a los juegos electrónicos no nos quedará tiempo para leer; si cenamos tarde tendremos el sueño pesado; si no miramos donde pisamos nos caeremos. No pensar en las consecuencias es propio de la inconsciencia perezosa: nos resulta más cómodo no pensar.
4. De lo que sabemos hacer (es decir de nuestras capacidades y destrezas). Si somos conscientes de nuestra pericia o nuestra torpeza sabremos en todo momento lo que podemos intentar o no; si no sé que debo protegerme las manos con guantes o quitar los plomos, no será prudente empalmar dos cables para que haya corriente eléctrica; si no sé conducir no será prudente ponerme al volante; si no sé cantar no tendrá sentido meterme en un coro.
5. De lo que debemos hacer (es decir tener conciencia de nuestro deber). Todos tenemos el instinto de hacer las cosas buenas, el instinto de hacer el bien: ayudar al necesitado, desarrollar nuestro potencial, ser felices, llevar una vida placentera sin dejarnos dominar por el placer, ser los dueños de nuestras vidas: a eso lo llamamos tener conciencia moral.


Cuando alguien hace las cosas sin medir sus consecuencias, o hace cosas que no sabe hacer o cosas que no debe, decimos que es un inconsciente; el inconsciente se mete a hacer mal las cosas o a hacer cosas malas; tampoco es previsor, porque no tiene costumbre de ver las cosas antes de que se produzcan (sobre todo cuando esas cosas son consecuencia de sus actos). No es lo mismo estar inconsciente que ser un inconsciente; en el primer caso no nos damos cuenta de las cosas que hacemos ni de las  que nos pasan; y en el segundo no nos damos cuenta de lo que puede ocurrir, ni de que no sabemos hacer bien las cosas ni que no sabemos hacer cosas buenas. Los inconscientes no deben confundirse con los dormidos; y estar dormido es lo mismo que desorientarse, delirar, estar desvanecido o haberse desmayado.

4. Ejemplos.

            Vivimos una época de crisis: crisis económica (desde 2008); crisis política (desde hace unas décadas); crisis cultural y crisis social (sobre todo en los últimos años). Podemos pensar que la razón de la crisis es nuestra inconsciencia; veámoslo con algunos ejemplos.
            James Maddoz estaba consciente y en sus cabales; conocía perfectamente el mundo de la bolsa y se daba cuenta de lo que hacía, pero no midió sus consecuencias; sabía, sí, que ganaría un dinero considerable y eso fue lo que sucedió; sabía también que se hundiría la economía del mundo y eso no le importó: porque le faltaba el instinto moral (actuó, aquí, como el ser inconsciente que era); pero no supo prever que lo encarcelarían ni que acabaría suicidándose, dejándoles a sus hijos una herencia bien penosa; por quererlo todo se quedó sin nada y por perder habrá perdido hasta la vida (y, por supuesto, hasta el honor).
            Donald Trump es consciente de lo que hace y a veces de las consecuencias de sus actos; actúa como si conociera toda la realidad y sólo conoce una mínima parte, y por esa fisura se le escapa buena parte de las consecuencias de lo que hace; sabe también cuáles son las destrezas que maneja y conoce sus capacidades, pero le falta el instinto moral; no tiene olfato, no tiene buen gusto, no tiene el sentimiento de su deber aunque sí lo tiene en lo referido a sus deseos y a su actos; es un egoísta en quien los niveles éticos están muy por debajo de lo que necesita la realidad.
            La gente que no tiene trabajo tiende a pensar que es por culpa del extranjero. Le gustaría cerrar sus fronteras y que no pasara nadie. Ve al de fuera como un enemigo, alguien que va a allanar su morada, que le va a robar en la calle, a quitarle su trabajo, y por quitar, le quita hasta el seguro de desempleo y la asistencia sanitaria. Si viviéramos aislados, si no pasara nadie, si las puertas estuvieran cerradas y nos quedáramos solos: entonces estaríamos protegidos de los de fuera.
            Vienen entonces políticos que levantan vallas. Construyen muros para que no se pueda pasar, alambradas de espino, patrullas de policía, y volvemos a la gran muralla. No nos damos cuenta de que los mismos muros que les impiden a ellos entrar nos impiden salir a nosotros; y nos quedamos solos, sin vecinos y sin amigos, sin poder salir de casa, encerrados entre nuestras cuatro paredes, aislados del mundo, sin poder viajar, cautivos de las puertas que les poníamos a los demás; porque mientras protegíamos nuestro hogar no nos dábamos cuenta de que con tanto muro lo estábamos convirtiendo en nuestra cárcel.


            Vivir seguros, aislados de todos; o vivir comunicados y por consiguiente libres. Ser libre no es ponerse vallas para que no pasen los que, amenazándote, nos van a quitar la libertad. Ser libre es diluir las fronteras para que pasen nuestros vecinos: porque si ven que les damos confianza, lo más normal es que nos la devuelvan; sólo nos quieren atacar quienes se sienten rechazados; aunque también hay, por desgracia, gentes rechazadas por otras y que nos atacan a nosotros; pero si acabamos rechazando a todo el mundo resultará que al final no nos atacarán de vez en cuando unos pocos: nos acabarán atacando todos. Si vamos por el mundo tratando a los demás como malvaos, todos los demás acabarán tratándonos como malvados también; no es lo mismo encerrar los brotes malvados en un mundo de bondad que construir un mundo malo donde quedarán atrapados algunos brotes buenos.
            La gente siente temor en tiempos de crisis. Sus buenos instintos conviven en su alma con el temor de los peligros que producen los tiempos malos. En medio de la gente que siente las cosas sin decidirse entre ellas, hay gente que decide sin sentir o, peor aún, decide habiendo sentido en su vida cosas malas; unos pocos deciden habiendo sentido también cosas buenas: son los líderes; los caudillos, los jefes, los que saben mandar; son las voluntades que guían a quien no tiene mucha voluntad, los guías.
            Los guías pueden movilizar los sentimientos buenos que hay en nosotros: son los buenos líderes, los que tienen conciencia del deber. También los hay que movilizan los bajos instintos que duermen entre la población y son líderes que carecen de conciencia del deber: los que ponen su voluntad al servicio de su pasiones brutas; brutas y, las más de las veces, brutales; esos líderes conectan su sed de poder con el hambre que tienen los pueblos de ser guiados; Atila, Hitler, Moussolini, Lundendorff, Borgia, Almanzor, Calvino, Puigdemont, Trump, Boris Johnson… o Salvini. O Stalin. Muchos de ellos sufrieron de niños y aprendieron a llenar el mundo con los abusos que ellos mismos padecieron: Saddam Husein, el propio Hitler, Franco. El dolor sufrido por culpa ajena lo riegan entre los demás porque es lo único que tienen, lo único que les enseñaron. “Por qué acusarme?”, dice Bécquer; “¿puedo dar más de lo que a mí me dieron?”

5. Hacer bien las cosas y hacer cosas buenas.

            Cuando dice Sócrates que para obrar bien hay que conocer el bien ¿a qué tipo de cocimiento se refiere? ¿Es un conocimiento teórico? (No hay que tocar el enchufe con las manos mojadas porque las sales del agua son buenas conductoras de la electricidad). ¿Técnicos? (Para cortar los racimos de uvas hay que tirar del pedúnculo hacia arriba). ¿Se trata, por el contrario, de conocer los principios éticos? (No está bien matar). Los conocimientos teóricos y técnicos se adquieren estudiando, pero los principios éticos se aprenden sin estudio, solo como mirar dentro de sí y ver lo que tenemos escrito dentro. La ciencia y la técnica se aprenden mirando fuera; los principios éticos, mirando dentro; la experiencia como fuente de conocimiento debe ser completada con la conciencia. Ahora bien, la teoría y la técnica se aprenden en la escuela, pero la ética ¿puede también aprenderse en la escuela? No, si lo que se aprende en la escuela procede del mundo exterior.
            Muchos estudiantes están sensibilizados con los problemas medioambientales: y muchos de ellos se olvidan de vivir de acuerdo con esta sensibilidad. Todos sabemos buscar la papelera, pero a la entrada de las escuelas hay muchas papeleras vacías y papeles en el suelo. Hay técnicas para dejar de fumar, pero aunque conocemos los efectos del tabaco, nos falta fuerza de voluntad para usarlas. Y sabemos también que copiar en los exámenes es desleal e insolidario, pero resulta más cómodo copiar que estudiar. El mundo no echará a andar correctamente mientras no aprendamos a comportarnos con corrección; es decir según nuestros principios, no según nuestros deseos (los principios son los deseos del espíritu; los llamados deseos, deseos del cuerpo; los primeros son en sí mismos fuerza de voluntad; los segundos, voluntad dormida cuando vislumbramos la sombra de los primeros); el desarrollo sostenible viene de quienes, pensando globalmente, son capaces de actuar localmente; y esa capacidad sólo la tienen quienes saben lo que está escrito en su corazón, lo mismo que en su cerebro; y quienes, sabiéndolo, saben también cómo hay que hacerlo; pero saber cómo hay que hacer las cosas no sirve de nada si no sabemos qué cosas tenemos que hacer; y eso es imposible sin mirar dentro de nosotros, puesto que hay gente que no puede mirar porque tiene tapados los orificios por donde salen las cosas buenas que tenemos dentro.


6. Consecuencias para la enseñanza de la moral.

            Para estar consciente hace falta estar despierto; despierto de cuerpo (que es lo que comúnmente se entiende por estado de vigilia); y despierto mentalmente (o sea, aparte de no estar dormido, eso significa no estar alterado, drogado ni bebido). A eso lo llamamos tener conciencia, y es necesario para tener conciencia moral, pero no es suficiente; tener conciencia moral es otra cosa.
            Ser un inconsciente es lo contrario de ser responsable. Una persona responsable se adelanta a los acontecimientos leyéndolos antes de que ocurran; ve en las cosas que ocurren (nubes bajas, viento, pájaros que vuelan bajo) signos de lo que va a suceder (lluvia). Pero también se preocupa de prever las consecuencias de sus actos (si robo, violo los derechos de otro y me pueden meter en la cárcel). Y le preocupa sobre todo si sus propios actos son buenos o malos (es decir, le debería preocupar más faltarles al respeto a los demás que ir a la cárcel).
            Uno aprende a leer en la naturaleza conociéndola y estudiándola; nos sirven para ello la experiencia y la enseñanza; es necesaria la enseñanza para ampliar nuestra experiencia, como un buen complemento del aprendizaje.
            Uno aprende a cambiar la naturaleza teniendo ideas propias y aprendiendo tecnología y matemáticas; la creatividad se desarrolla hasta que se topa con unos límites; para desarrollarla más hacen falta las escuelas técnicas, aunque ya se empiezan a aprender cosas en la enseñanza general, tanto en la escuela media como en la escuela secundaria.
            Pero es más difícil aprender en la escuela el sentido del deber. El deber es un sentimiento que procede, en parte, de las cosas que sabemos, pero sobre todo de nuestros sentimientos anteriores; la conciencia moral es semejante a un átomo cuya atmósfera electrónica se configura en sociedad, pero su núcleo está en el corazón, y ese corazón viene ya prefigurado antes de ir a la escuela; Hitler aprendió a pintar, pero el escaso valor que les dieron en Viena a sus pinturas no hizo de él un ser rencoroso, sino el sufrimiento que había vivido en su casa, lo mismo que le pasaba a Franco; los sucesivos dictadores norcoreanos se volvieron implacables porque los acostumbraron desde niños a que era bueno imponer su voluntad sagrada; los incas creían natural matar a toda la familia de su adversario, como hizo Atahualpa con Huáscar, eliminando a las más de mil personas que constituían su panaca y bebiendo, sin ningún tipo de remordimiento, en el cráneo vaciado de su hermano. Octavio Augusto tampoco tuvo remordimiento en sembrar de crucificados los caminos que llevaban a Roma; y los talibanes más crueles fueron aquellos niños desamparados, huérfanos de la guerra, que habían sido recogidos en las madrasas; los mismos que, en manos de maestros fanáticos (niños desamparados igual que ellos), comieron un trozo de pan y tuvieron un sitio donde dormir a cambio de aprender el Corán y perforar con dios su corazón vacío: vaciándolo de cualquier sentimiento de compasión o misericordia.
            La educación moral puede dar forma al sentimiento del deber, pero no puede crear ese sentimiento. Ese sentimiento germina en el corazón de los niños que han sufrido privaciones y excesos; la privación del abandono y la desolación; el exceso de poder que han recibido desde que nacieron, y que tapó, probablemente para siempre, su capacidad de amar y respetar a sus semejantes.
            En otras palabras, la conciencia moral no se crea, pero se desarrolla. La escuela puede esculpirla con bellas formas en quienes ya la tienen, pero no puede inocularla en quienes carecen de ella: unos porque están enfermos (como los que son psicópatas)  y otros porque han cegado sus sentimientos desde su más tierna infancia (ya sabemos que lo primero que aprendemos queda grabado en nuestro corazón con tinta indeleble: como los patos de Lorenz).
            Educar la conciencia moral es tarea imposible si no se viene a clase con una conciencia embrionaria; por eso Platón no pudo hacerlo con el hijo del tirano de Siracusa. Hay, en quienes han sufrido, corazones capaces de amar a pesar de todo y por eso tienen suerte; pero la mayoría han sentido cegarse en ellos los poros del corazón y ya no pueden cambiar aunque quieran. Es como el alfarero, que sólo puede moldear la arcilla tierna; con la arcilla seca ya no puede hacer nada. Para esculpir el granito hace falta cincel y martillo y el escultor puede romper, voluntariamente o por error, el granito dándole un mal golpe en un lugar donde ya no es posible rectificarlo; tampoco puede cincelar nada donde los detalles esenciales de la figura tenían que surgir de las partes del granito que estaban rotas. Las familias pueden cuidar el granito o romperlo. Luego la escuela lo cincela. Y ninguna escuela puede cincelar la conciencia moral de los niños, si sus familias han roto irremediablemente el material del que estaban hechos sus sentimientos.




1 comentario:

  1. El sentimiento del deber y la conciencia moral se orientan, se crean, se moldean y eso es lo que trato de hacer con mis alumnos. Savater y Mariano Martín son mis aristas en este empeño... Rescato querida Lechuza: "Saber qué cosas tenemos que hacer: éste es el conocimiento moral o, como diríamos igualmente, la conciencia moral. Todos tenemos este tipo de conocimiento pero a veces nos distraemos y no nos fijamos cuando hacemos las cosas, por eso Sócrates también decía:

    No existe gente malvada, sino gente ignorante."

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