DOS FORMAS DE
EDUCAR
(ENTRE LA
MAYÉUTICA Y LA CULTURA)
Se prepara mejor un viaje cuando
conocemos la geografía de los lugares por los que queremos pasar; es más rápido
cuantos más detalles tenemos en la cabeza de nuestro trayecto; qué otras cosas
hay cerca de donde queremos ir, por qué caminos nos podemos desviar, cuándo
vale la pena apartarse de la autopista y viajar por carreteras secundarias…
También es más fácil pensar adónde queremos ir si tenemos el conocimiento de
muchos lugares entre los que elegir; si apenas conocemos nada nos veremos
obligados a buscar bibliografía al azar, sin ningún criterio; con el riesgo de
tardar mucho en encontrar un destino que encaje con nuestros gustos, con
nuestras posibilidades, sabiendo que cambiamos de clima si cambiamos de
hemisferio, qué ropa nos tenemos que poner según adonde vayamos, qué medidas
sanitarias tenemos que tomar, si hay alimentos que nos gustan o agua potable…
También corremos el riesgo, si apenas sabemos cosas de geografía, de ir adonde
han ido otros, después de que se nos hayan abierto los ojos al oír el relato de
sus viajes.
También conviene que sepamos cosas
de historia; para entender por qué sucede lo que sucede en cada país; por qué
insisten los catalanes en conseguir la independencia, a qué se agarran los judíos
para quitarles las tierras a los palestinos, con qué se justifican los vascos
para atacar y sentirse después víctimas de las gentes a las que atacan; y por
qué entre los sudamericanos se ataca tanto a España por haber descubierto su continente.
De gastronomía también hay que conocer cosas; y de biología; para saber qué
ingredientes debe tener una buena comida, qué debemos hacer para que esté rica,
cuándo debemos limitar nuestro consumo de sal, por qué hay que cuidarse mucho
con las grasas… Y no sólo nosotros: también los animales a los que cuidamos.
Siempre es conveniente conocer y
dominar la ortografía. Escribir sin faltas, manejar bien la sintaxis para que
nos entiendan, conocer el léxico adecuado, los giros de cada sitio, no emplear
las palabras en los lugares que no son los idóneos… De que sepamos hablar y
escribir correctamente depende a veces que encontremos trabajo; o que nos
entiendan nuestros interlocutores: no es lo mismo cábila que cavila, dónde que
donde, baca que vaca; y no es lo mismo escribir “la pérdida de tu mujer” que
“la perdida de tu mujer”. A veces han surgido conflictos por no haber sabido
entender lo que nos decían, o por no haber sabido expresarlo.
Conocer la historia de la música nos
habilita para disfrutarla mejor; y para elegir en cada momento lo que a nuestro
espíritu le apetece escuchar; conocer las distintas corrientes musicales es
sentir todas las sensibilidades, compararlas y entender los sentimientos de los
autores, y no menospreciar lo que no nos gusta, cuando sabemos que es bueno, y
no despreciar lo que ignoramos, cuando valoramos cosas de poco valor porque no
sabemos que hay cosas más valiosas, y hasta nos gustarían quizá si las
conociéramos. Conocer la literatura también nos ayuda a disfrutar más de los
libros que leemos, a elegirlos mejor según nuestro estado de ánimo, a entender
lo que nos dicen, a comprender, detrás de la historia, su mensaje, criticarlos
si no están bien escritos, aunque sean de Víctor Hugo, de Galdós o de
Cervantes; y a apreciar formas arcaicas de contar cosas para disfrutar con el Potemkin en vez de Torrente, con Tchaikovsky en vez del disco o el tecno, no tanto con
los culebrones como los relatos importantes.
Hay que saber muchas cosas para
enriquecer nuestra vida; adquirir muchos conocimientos para que nuestras
experiencias sean fecundas, empaparse del mundo que nos rodea para admirar su
belleza, aprovechar sus descubrimientos y protegernos de sus agresiones. Hay
que aprender biología cuando no somos biólogos, psicología, arte, sociología,
política, gastronomía, idiomas, cultura clásica, saber de todo aunque sólo nos
especialicemos en una cosa; saber matemáticas aunque no seamos matemáticos,
conocer las culturas de los demás sin tener que abandonar la nuestra, conocer
la religión aunque seamos ateos, conocer el pensamiento de los ateos aunque
seamos creyentes, y comprender a los unos y a los otros aunque seamos
escépticos o agnósticos. Saber de todo, sembrar en nuestra mente conocimientos
nuevos, plantar las semillas del mundo que nos rodea para que crezcan en ella.
Adquirir sabiduría es la mejor forma de aprender: lo decían los sofistas.
¿Pero de qué nos sirve saber cosas
si no las entendemos? La erudición no consiste en acumular datos, sino en reflexionar
sobre ellos, analizarlos, criticarlos. Aprender cosas sin entenderlas es como
comer sin digerir, tragar sin masticar, ahogarse, no tener criterio propio
entre las masas de datos. Lo importante no es saber: es saber pensar. Lo
importante no es adquirir conocimientos, sino sacarlos de dentro de nosotros;
que el maestro no demuestre los teoremas sino que obligue al discípulo a
demostrarlos; lo importante no es aprender cosas sino descubrirlas; porque esos
conocimientos están ya en nuestra mente y sólo tenemos que ayudar a sacarlos
fuera, y por eso el maestro es, más que el que alimenta nuestra mente, quien la
despierta; si aprender es dar a luz de lo que tenemos dentro, el aprendizaje no
es nutrición sino parto; más que comer cosas de fuera tenemos que sacarlas de
nosotros, y el maestro es como la comadrona, es el partero del espíritu.
Eso lo decía Sócrates. No se trataba de que el maestro nos diera
conocimientos como el pájaro alimenta a sus polluelos; se trata de que el
maestro nos ayude a sacarlos porque esos conocimientos ya los tenemos dentro.
¿Para qué aprender mal lo que otros saben en lugar de descubrir con fecundidad
lo que sabemos ya, pero no sabemos que lo sabemos? ¿No es preferible hablar con
voz propia antes que repetir lo que otros saben y convertirnos en sus ecos?
Somos como la lira de Bécquer:
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como
el pájaro duerme en las ramas
esperando
la mano de nieve
que
sabe arrancarlas!
Somos como liras llenas de cuerdas. Cuerdas
que apenas han vibrado y esperamos que llegue un maestro que sepa pulsarlas:
para arrancar los sonidos que estaban allí, pero estaban dormidas, no habían
sonado nunca porque nadie había venido a despertarlos. Observemos que el
maestro no pone las notas en la lira; esas notas ya estaban en ella como un
niño en gestación, sólo había que ayudarles a nacer.
La enseñanza de los sofistas se
parecía más bien a la guitarra del mesón. Así lo decía Machado:
Guitarra del mesón
que
hoy suenas jota,
mañana
petenera,
según
quien llega y tañe
las
empolvadas cuerdas.
La música de la guitarra no le sale
de dentro: la pone el músico que arranca sus notas. La melodía no está en la
guitarra sino en la cabeza del músico; por eso le dice Machado a la guitarra:
“no fuiste nunca, ni serás, poeta”. Porque para ser poeta no basta con hacerle
eco a la música que ponen otros en ti: tienes que
hablar tú con tu propia voz, sí, pero también con tu música; la voz la pone la
guitarra, pero la canción la pone quien la toca. Tampoco la lira de Bécquer
tenía dentro la melodía; sólo tenía, para que esa música se oyera, la vibración
de sus cuerdas.
Sacar conocimiento de dentro es
ayudar al parto; al parto del espíritu: “mayéutica”, en griego. Pero la
mayéutica sólo se puede aplicar a las matemáticas; y a la lógica. Intenta
conseguir que tu alumno demuestre un teorema y es posible que lo consigas. Pero
no intentes que saque de su cabeza dónde está París sin aprenderlo de su
maestro ni sacarlo de los relatos, los viajes y los libros: no lo conseguirá
nunca. Intenta aplicar la lógica para deducir el clima de Italia si no conoces
su latitud, su altitud, y las corrientes marinas que la rodean: no lo
conseguirá nunca.
Y es que la enseñanza no está ni en
Sócrates ni en los sofistas: está en los dos, conjugados a un tiempo. Si
aprendes cosas pero no las sabes razonar, eres como un loro que repite cosas
sin entenderlas. Y si aprendes a pensar pero no tienes en que aplicar tu
pensamiento, serás como un horno perfectamente programado, pero sin carne para
hornear. La lógica es como una red que la araña saca de sí misma: la lógica es
la telaraña del espíritu. Y la cultura es como las moscas que quedan atrapadas
en la telaraña: la cultura es el alimento del espíritu. Sólo que, a diferencia
de la araña, las redes del espíritu no sirven para enredar, sino para ayudar.
La mayéutica sirve para tañer las cuerdas de la lira, de la guitarra, para
sacar las notas que duermen en ella; y la cultura, como erudición, sirve para
ponerles melodía a estas notas que sacamos de allí. Enseñar es introducir cosas
en la mente del discípulo sacando de ella la inteligencia que sirve para
digerirlas; pero poner conocimiento sin despertar las redes del alma haciendo
que sus cuerdas vibren es tragar, tragar y tragar, sin que ninguna enseñanza
nos alimente. La verdadera enseñanza debe despertar las redes de la inteligencia
para entender las cosas y hacerlas vibrar para sentirlas. Pero no es sólo
pensar lo que tiene que enseñar la escuela: no sirve de nada si al mismo tiempo
no nos enseña a sentir lo que se piensa. La verdadera enseñanza (despertar al
dormido) es hacer vibrar las cuerdas de la guitarra y de la lira; pero también
(mirar el mundo antes y después de haberlo soñado) es tocar con el alma la
melodía que nos enseña el maestro: para que luego podamos nosotros componer
nuestras propias canciones. Sócrates y los sofistas a la vez. Conocimiento con
sensibilidad. Cultura con mayéutica.
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