EL JARDÍN SECRETO
Un
día llega una niña que se escapa de la caverna. De ese mundo de sombras donde
no se puede salir, gobernado por un ama de llaves, implacable y férrea,
empeñada en aislarlos de la vida para que sigan vivos. Para que su vida no
corra peligro. La niña, al escapar, se mete en un jardín prohibido; un jardín
donde algún día murió su tía, y su tío, sumido en la melancolía desde entonces,
lo mandó cerrar a cal y canto y esconder la llave. En el jardín descubre que la
naturaleza está viva. No hay flores, pero las ramas están creciendo: y brotarán
cuando brote la naturaleza; cuando eso sucede todo es una borrachera de
colores, un chorro de luz, una explosión de vida.
El
niño enfermo no conoce la luz: sólo a través de los cristales oscuros de su
ventana. No conoce el aire: sino el aire viciado que oxida las paredes,
encerrado y rancio, que rezuma por la casa. No conoce los colores: sino los
tonos grises y duros que salen de los muebles, los volúmenes pesados, los
espacios recargados, las maderas macizas, la vida marrón y oscura que gravita
inmóvil en torno a las tinieblas.
En
el jardín, afuera, bailan los pétalos y pían los pájaros; de los capullos salen
mariposas bellas, sublimes y alegres, con sus alas sin peso, con su danza etérea;
las ovejas paren corderos que no saben andar, y tienen que aprender solos,
renqueando, tropezando, desfalleciendo y cayendo, hasta que salen a la carrera.
Pero uno imagina que entre el follaje hay arañas, culebras y escorpiones,
ortigas y escolopendras; también hay cuervos y águilas, libres y bellas, pero
cazadoras, agazapadas y aciagas; el peligro acecha tras la alegría, la libertad
tiene un riesgo, hay setas de bellos colores cargadas de veneno, la muerte
acecha entre la belleza.
Mientras
tanto el niño enfermo vive, protegiéndose de la vida, encerrado en un palacio,
pesado, mortecino y ciego. Le tapan la boca con una máscara para no respirar
aire puro, porque tiene esporas; lo tienen siempre en la cama porque no puede
andar, y cuando anda lo hace, prisionero en su propia casa, atado en una silla
de ruedas; apenas le dejan salir y cuando sale, asustados, mandan llenar la
bañera de hielo y lo meten para que sufra porque es así como logrará vivir,
dejando de vivir, alejándolo de los peligros y temiendo que le fallen las
fuerzas. Porque ese niño morirá, lo saben todos; no llegará a mayor porque
nació con la enfermedad, nació para ser enfermizo y vive para esperar,
guardándolo de todos los peligros, la certeza inminente de la guadaña.
Es
la caverna de Platón. En ella está la falsedad, la pálida apariencia de las
cosas, las sombras que son reflejos, una vida sin vivir, una vida atenuada,
pesada y huera. Afuera está la verdad, el mundo
verdadero cuyas sombras penetran por las ventanas para oscurecerlas, no
para reflejarlas como son, el mundo lleno de colores y de luz, y de espacios y
libertad, y de alegría. Pero, ¡ay!, en ese mundo tan hermoso también hay
peligros. Y en el mundo oscuro de la habitación no hay peligro alguno. Unos han
elegido vivir a pleno pulmón aunque respiren los peligros de la vida, y otros
prefieren aislar al niño de esos peligros aunque lo condenen a una vida
disminuida. Hay que elegir. ¿No vivir por miedo a morir, o vivir aunque la vida
sea riesgo? La vida sin peligros es una vida apagada, disminuida y velada,
ensombrecida, mortecina.
Porque
el niño que descubre la realidad, la que le cierran el ama de llaves y los
muros de su casa, ya no quiere volver al mundo de sombras en que lo criaron
desde que nació; y, qué curioso, empieza a andar en cuanto prescinde de su
silla de ruedas; a respirar a pleno pulmón en cuanto se libra de la máscara que
lo protegía de las esporas; y su cuerpo se llena de energía en cuanto sale del
mundo mortecino que lo protegía de la luz. Igual que el prisionero de Platón;
el que se escapa de la caverna. El exceso de protección es un sinvivir, que es
la vida que se atasca entre los muros de la cueva; porque vivir, vivir, es
estallar de alegría en un mundo abierto donde los peligros acechan; que
aislarse de la vida por no morir es mala solución para el peligro de vivir
soltando todas las fuerzas; o morir en vida por miedo a la muerte, o vivir la
vida aun a riesgo de perderla.
Es
el mundo de Alicia. Alicia en el país de las maravillas. Sólo que el mundo de
Alicia está lleno de peligros. Su vida es un sueño de aventuras en lucha contra
la locura y la arbitrariedad: también la arbitrariedad de la reina que corta
cabezas. Si vives, tienes que luchar contra la vida: precisamente para vivir.
De lo contrario estás condenado a no luchar para no arriesgar la vida y esto sí
que es, desgraciadamente, un sinvivir; hay prisioneros que tienen miedo a salir
de su caverna; porque les falta fuerza; porque tienen la poca energía que da la
sombra, adonde no llega el sol, y los microorganismos fermentan o pudren las
cosas creando una energía disminuida y de poco rendimiento; a diferencia del
sol, que alimenta a las plantas produciendo en ellas borracheras de color y
derroches energéticos.
Es
como el mito de Orfeo. Sólo que Eurídice entra en la cueva para no volver y
aquí, cuando se sale al mundo, ya no se quiere volver a la cueva. La vida nos
ha enseñado a reír, pero también a llorar, lo vemos al final de la historia:
puro Nietzsche al final del cuento. Por eso esta película, además de
estimulante, entretenida y hermosa, tiene su moraleja. Se llama El jardín secreto. De Agnieszka Holland.
Una directora polaca que acabo de descubrir en el festival MUCES de Segovia.
Recomendable por todos los conceptos. Y quien tenga luces, que la vea.
Aunque de tema algo diferente al ce la "Cueva" de Calderón, me recuerda a "La faute de l'abbé Mouret" de Zola.
ResponderEliminarSí, creo recordar que el abad Mouret era virtuoso porque desconocía la vida, y en cuanto probó las mieles de la vida se olvidó de la virtud; eso sucede porque algunos confunden la ignorancia con el bien, y la ignorancia es esa enfermedad en la que caemos cuando no queremos reconocer que estamos sanos porque nos da miedo vivir; creo recordar que el abad de Zola también descubrió la verdad en un jardín, ¿no?
EliminarRescato: " La vida nos ha enseñado a reír, pero también a llorar, lo vemos al final de la historia", la enfermedad nos asusta, nos minimiza, una vez dominada nos vuelve fuerte y rearma como cor humano y si no , nos lleva al mundo del descanso, de la luz,a una caverna para ser quien se quiere ser...🎈💛
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo; a veces es más cómodo estar enfermo que luchar por la curación. El falso descanso de quienes se rinden les priva de las mieles de la superación, que es ante todo una superación personal.
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