viernes, 30 de noviembre de 2018

LOS ARCOS CANTARINES





LOS ARCOS QUE CANTABAN
  

             Es una plaza, secreta y abierta, escondida en los rincones de la ciudad. Noche. Los coches duermen en sus lechos de piedra, alineados unos con otros, como camas de hospital. Hay una luz negra que se ha desplomado como una lona. Hay un desierto de gentes caminando en otras partes. Hay una torre desgarbada, alta, espigada como un adolescente, con las ventanas cegadas clavándose en el cielo. La iglesia de San Esteban. Engullida toda ella en la cueva del silencio. Luces. Hay luces que se reflejan en sus ventanas, tal vez la luna.
            Cruzamos el empedrado torciendo los pies; por los lados; como si intentáramos no caernos al cruzar un río, de piedra en piedra. El río de la calle. Las voces del silencio. Cruzamos. Sus ojos dulces me miran atrapados en los ecos del silencio. Sus labios me gritan sin hablar, suaves, místicos y cálidos. La quiero. Llegamos a las paredes del edificio que sostiene entre sus brazos un peso de siglos. Paredes de piedra. Muros que se pierden en los tiempos pretéritos. Cuando los bares no salpicaban la calle, las casas no tenían cemento, las piedras dormitaban en la soledad y se podía oír.
            Pero había ruidos bárbaros en el pozo de los tiempos. Un arco románico cegado por el cristal, como el arco de la torre lo cegaba la argamasa, los arcos viejos: los arcos ciegos. Ruidos de la tribu temblaban tras de las piedras. Golpeaban la noche, retumbaban en su vientre, herían el silencio. Dentro del cristal se oían voces, gritos que retumbaban en las carcasas de los coches como mazazos, o explosiones, obuses que hacen temblar el suelo, impactos de las bombas: música de los jóvenes que han llevado la barbarie hasta asesinar la melodía, exterminar armonías y ritmos, y dejar, desnuda la música, asesinándola quizá, en un esqueleto oscuro. Golpes que retumban en la noche como explosiones, como truenos. Murmullo de voces que suenan sin hablar, como si hubiera gente bailando detrás de los muros de la iglesia.


            Miro sus ojos dulces. Ella me mira: mis ojos están atónitos; se han abierto, han salido de su ceguera; como si se hubieran vaciado de argamasa, ahora miran en la noche con sus destellos oscuros y negros; negros y sin brillo; la torre que mira desde la Edad Media; los arcos mudos; la piedra comida por el tiempo, los viejos sillares, el viento clavado en la erosión, en el silencio. Una música suena en el interior del arco. Luces que manchan la oscuridad; un templo sin ventanas, o de tenerlas, con los ojos pequeños: así miran desde la historia los ojos del templo.
            ¿Será verdad? ¿Me engañarán mis oídos cuando oyen lo que no quiero? ¿Jóvenes okupas bebiendo, bailando, profanando con sus tambores las voces del silencio? ¡No es posible!
            Me echo hacia atrás, sin volverme. Se echa hacia atrás, sin mirarme. Sus ojos atónitos no pueden creerlo, no quieren, no quiero creer lo que oigo en el templo de la fe: retrocedemos. Sin dejar de mirar a la ventana (un pozo oscuro salpicado de reflejos extraños), retrocedemos. Hasta tocar nuestras espaldas con el muro de enfrente. Entonces oímos otros ruidos, otras voces; que son los mismos pero saliendo de atrás, más allá de las casas, al otro lado de la calle, de las mismas fauces de un bar: música nocturna, noche de fiesta. Yo la miro y ella me mira, mis ojos se abren en sus órbitas, mi boca se abre como la suya, incrédula, y nos reímos: entonces desaparece el misterio; se va, con la sonrisa, toda la tensión que nos había agarrotado, y comprendemos.
            Era el eco. El eco de los bares que hay fuera de la plaza. Se habían metido en los arcos del templo y sonaban allí, como si estuvieran poblados de jóvenes, rebotando en el pasado, poblando el silencio con sus ecos. Era toda una metáfora. La metáfora del tiempo. Del presente que se mete en su pasado, como si la muchacha se metiera en su útero, y suenan; ahora, que ya no tañen en los arcos mudos; porque se han vuelto sustancia del silencio y presencia ausente, ahora, que el corazón encogido late en las ausencias, y se han escondido en la noche de los tiempos.





1 comentario:

  1. "(...)ahora, que el corazón encogido late en las ausencias, y se han escondido en la noche de los tiempos." Hermoso final para un artículo tan lírico querida Lechuza Literaria 💛✍️

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