MÁS PENSAMIENTOS
SOBRE LA EDUCACIÓN
1.
La escuela.
Hay quien dice que lo principal es
el amor de madre; ningún padre puede sustituir a una madre en casa; la madre se
ha convertido en el símbolo del hogar.
No es verdad. Lo que sí es verdad es
que si la madre está en casa mientras el padre está en el bar, los hijos sólo
le hacen caso a la madre. Pero si una madre se obsesiona con la casa y la cuida
más que a sus hijos, no es extraño que ella cuente tan poco como el padre que
está en el bar. Los hijos escuchan a quien juega con ellos; a quien habla con
ellos; a quien los ayuda cuando hace falta; no a quien está sin preocuparse por
ellos, esté en el bar o esté en la casa; mucho menos cuando no está.
La mano que mece la cuna es la mano
que maneja el mundo.
(Proverbio
norteamericano)
La escuela es el lugar donde se
imparte la enseñanza; desde la infancia hasta la universidad. La primera
escuela es la familia, aunque acostumbremos a distinguir entre familia y
escuela por comodidad. El padre y la madre son los primeros maestros. Y
cualquiera que está con ellos cuando el padre y la madre no están.
Hay madres ansiosas de tener hijos:
pero la naturaleza no se los ha dado. Hay padres que no han nacido porque sus
hijos tampoco han nacido: y tienen nostalgia de niño. Mecer la cuna es una
forma de imaginar al niño; es anhelo y es engaño; y es, en los dos sentidos de
la palabra, ilusión.
La pobre loca cuidaba la cuna,
lavaba la ropa, limpiaba pañales. Preparaba biberones, calentaba la leche,
hacía papillas... pero no tenía niño. Así también hay maestros que cuidan la
escuela y se olvidan del alumno. Pero cuidar la cuna no es cuidar al niño.
Y
hay padres y madres que sólo quieren niño para mostrarlo. Para pasearlo ante la
mirada de todos, dándole el biberón, jugando con él mientras parece que juegan
para él, llevando el carrito. Un muñeco, no más, es el bebé; o una muñeca; hay
madres que juegan con él como quien juega con la muñeca; y padres que ven
machotes donde no hay más que niños; si son niñas las dejan con su madre, se
marchan al bar y se olvidan de ser.
Adoran la educación y no educan.
Obligan a leer y no animan. Animan a disfrutar y desaniman. También se odia la
lectura haciéndola presencia vacía, tarea olvidada, enseñanza vana; y es un ídolo
lejano, un mito. El tiempo que se emplea en adorarla no es tiempo que se
invierte en vivirla.
Ha habido madres que han sido
mujeres de su casa; y han tenido sujetos a los hijos mientras fregaban con tal
de que no pisaran el suelo; les han prohibido sentarse en el sofá para no
estropearlo; y no les han dejado salir a jugar porque ¿qué tendrá la calle que
todos queréis salir?
Se han olvidado de cuidar al niño
para cuidar la casa. De enseñarle a hablar por reír sus gracias. De dejarle jugar
por no manchar el vestido. De correr y trotar para no llenarse de tierra, ni arrugar
la ropa planchada, ni deshacer el lacito en el pelo. Hay quien trata a los
niños como si fueran un escaparate.
Y hay escuelas que se ponen bonitas
cuando llega el inspector. Para quedar bien cuando vienen a mirarlas. Para deslumbrar
a los padres. Se acuerdan de enseñar cuando compiten por un premio; cuando
enseñar no es más que ganar títulos; cuando ser maestro no es más que un
diploma. A diferencia de aquellos otros que, enseñando bien, les da por apuntarse
a concursos; y ganar no es el sustituto de enseñar; los papeles no sustituyen a
la realidad; la realidad no es falsificada por representaciones; enseñar no es sólo
tener un diploma; y preocupa más el niño que su vestido; el juego más que los lazos;
la escuela no se pone guapa sólo para mostrarse; el mundo no se convierte sólo
en escaparate; y el maestro no se olvida del niño porque está cuidando la
escuela o porque se haya ido al bar.
Enseñan la escuela tan limpia y
bonita... pero es una momia. Es un armazón de huesos y pellejo cubierto de
cristal y pintado con mimo... pero no tiene cuerpo. Tiene el pulso frío.
2.
La maldad.
Ser malo es no tener empatía. Hacer
a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Estando sano. Ser malo
es no ponerse en el pellejo de los demás. No sentirte tú en el otro. No tener
misericordia, que misericordia es el corazón que late y sufre por las miserias
ajenas; que son nuestras propias
miserias. Sentir es comprender el mal de los demás, es querer curarlo: no
deleitarse morosamente en el sufrimiento, como hace la gente de televisión
cuando muestra historias desgraciadas; como hacen los melodramas explotando
nuestros sentimientos bajos: que es bajo querer llorar sin querer ayudar al
desgraciado; como hace esa falsa solidaridad que es la caridad espectáculo.
Hay quien no se siente reflejado en
los demás porque su egoísmo enturbia la visión del espejo que tiene en el alma:
y en un espejo que no es transparente no se puede ver. Algunos tienen corazones
translúcidos y opacos. Y son insensibles al sentimiento ajeno. Son fríos. Son
impenetrables.
Otros no sienten el dolor del
prójimo porque los ciega su propio dolor. Tienen en su alma un espejo
transparente, pero no miran en él. Están demasiado preocupados con mirarse a sí
mismos. No, no tienen tiempo para mirarse; si se miraran verían al prójimo en
sus propias carnes, se compadecerían de él. (Eso que ahora llamamos empatía se
llamó en un tiempo compasión. Com-padecerse: sufrir con el sufrimiento de los
demás. Y querer suprimirlo como queremos suprimir nuestro propio sufrimiento).
Y entre las muchas clases de maldad
está la del vago. La pereza es falta de energía para actuar, cuando queremos.
Es como el coche que tiene el motor intacto, pero le falta gasolina. La pereza
sabe que tiene que hacer las cosas, pero no puede; el motor de su cabeza le
dice lo que tiene que hacer, pero a su cabeza le falta gasolina. Cuando quieres
y no puedes porque tu voluntad es floja, te engañas y engañas a los demás
diciendo que no quieres nada; y disfrazas la pereza con la abulia, como la
fábula de la zorra; pero queremos las uvas aunque finjamos despreciarlas.
El perezoso ve que otros consiguen
lo que quieren porque su deseo es fuerte, pero su poder es flojo; y sienten
envida. El envidioso quiere rebajar al poderoso a su impotencia ya que él no
puede alcanzar el poder que el otro tiene: y, a falta de construir su mundo,
quiere destruir el mundo de los demás; para que no sean el espejo en el que se
mire, viendo que él no ha hecho cosas que los otros han podido. Por eso el
envidioso es malo. Porque tiene cegado el espejo de la compasión: es despiadado
con los demás a falta de ser compasivo consigo mismo; y entonces compadecerse
no es salir de la desgracia, sino hundirse en ella.
Son dos clases de maldad: la maldad
de los vagos, la maldad de los malos. El vago se porta mal aunque sea bueno; el
otro es malo.
La educación es auténtica cuando el maestro mira sin pereza y sin envidia, se entrega al estudiante para rescatarlo y activarlo en su aprendizaje fomentando su pensamiento crítico. Pero me ha permitido ,querida Lechuza, rescatar de tu escrito reflexiones sobre la maldad, sin ella el ser humano no sería tal y no tendría el minuto del perdón, la envidia es maldad y hay mucha en el ámbito educativo, a la que hay que hacerle diario quite... "cegado el espejo de la compasión: es despiadado con los demás a falta de ser compasivo consigo mismo; y entonces compadecerse no es salir de la desgracia, sino hundirse en ella". Contra la envidia, humildad y honestidad...
ResponderEliminar