MARX (2):
Y DESPUÉS VINO EL
VERBO
2. La superestructura.
Los chicos abrían unos ojos como
platos porque en Marx habían encontrado explicaciones sencillas, pero
convincentes; era una experiencia cotidiana, pero los embarcaba en una aventura
de conocimientos.
-¿Sabéis? –prosiguió Juan Luis,
aprovechando aquel momento de éxtasis, y de entrega; de admiración por las
cosas del saber-. Las relaciones de producción son como un motor organizador de
las fuerzas productivas; y pueden organizarse de varias formas. Pero hay otra
cosa más; por encima de ellas está el poder de las leyes, y de la política. Y
lo que pasa en política no es más que el reflejo de lo que pasa en economía;
como si la política fuese un espejo.
-Esto ya no lo entiendo –interrumpió
Sofía.
-Lo explicaré con un ejemplo. A ver,
vamos a centrarnos en los Reyes Católicos. Vosotros sabéis que Isabel la
Católica guerreó contra su hermana, Juana la Beltraneja; uno puede pensar que
si hubiera ganado Juana, quizá no habría entrado en España la monarquía
autoritaria. ¿No pensáis que podría haber sido así?
-Quizá –dijo Perico.
-En realidad, no –le corrigió Juan
Luis-. La monarquía absoluta era una necesidad de su tiempo, fuera quien fuera
el rey o la reina a quien le tocara gobernar.
-No entiendo –se sinceró Perico de
nuevo.
-Todo empieza con la actividad
económica. Los comerciantes recorrían la península de norte a sur, y en cada
pueblo les cobraban peaje. Además, cada pueblo tenía su propia moneda; y su
propio sistema de pesas y medidas. La única manera de poner orden en ese caos
era centralizar el poder: y lo hizo la monarquía absoluta; el reforzamiento
autoritario del poder era entonces una necesidad histórica. Por lo tanto,
aunque hubiese gobernado Juana la Beltraneja habríamos tenido en España una
monarquía autoritaria: como la de Isabel la Católica.
Los alumnos iban de sorpresa en
sorpresa. No estaban acostumbrados a estudiar así la historia, buscando las
causas profundas de todo.
-Por lo tanto –prosiguió Juan Luis-,
lo que pasa en política es un reflejo de lo que está ocurriendo en economía; y
no al revés. La sociedad es un edificio cuyos cimientos son la economía;
arriba, sobre ellos, está el edificio propiamente dicho, que tiene más de
comodidad y decorado. El derecho, las leyes, no son sino la plasmación escrita
de las relaciones de propiedad existentes. Y la política es sólo el reflejo
disfrazado de la economía; detrás del líder está el empresario. Como en un
espejo, el trabajador se ve reflejado en la izquierda; el empresario en la
derecha. Aunque hay veces en que uno ve reflejos de sí mismo en el espacio del
adversario, como les pasa a los obreros que votan a la derecha. Esa incapacidad
política de reconocer nuestros intereses recibe el nombre de alineación. Uno
está alienado, o loco, cuando se cree alguien que no es; muchos locos creen que
son Napoleón. Del mismo modo hay obreros que se creen de derechas cuando su
propia naturaleza los está orientando hacia la izquierda. También hay espejos,
cóncavos o convexos, que deforman nuestra realidad en lugar de reflejarla.
-El último espejo que nos devuelve
imágenes de la realidad es la ideología. La imagen de la ideología nos refleja
siempre una realidad deformada. Al contrario que la ciencia, que era siempre un
fiel reflejo de la realidad, más fiel cuanto más reales y eficaces son sus
consecuencias. La ciencia, si produce aplicaciones técnicas, es un espejo muy
exacto de la realidad. La ideología la deforma.
Pedro, inquieto, escuchaba sin estar
convencido. Por un lado le parecía coherente lo que les decía Juan Luis; pero,
por otro, era todo demasiado nuevo para aceptarlo así, sin más. En su mente
había conflicto. Ya había oído a los pedagogos decir que aprender es pelearse
con los conocimientos nuevos; uno se pelea desde el trampolín de los viejos
conocimientos.
-Volvamos a considerarlo todo desde
el principio –recapituló Juan Luis-. Todas las fuerzas que convergen en un
proyecto (trabajo, energía, materia) son ordenadas por la técnica; que es hija
de la ciencia, como espejo ajustado de la realidad. Los conocimientos técnicos
controlan las fuerzas que gobiernan los hechos; y estas fuerzas, a su vez, se
coordinan para producir hechos nuevos: son más conocimientos técnicos. La
ciencia, a la manera de Aristóteles, procura que el conocimiento coincida con
la realidad: tal es la teoría de la adecuación, o correspondencia. Y William
James llevaba más lejos esa exigencia pidiendo que no sólo las ideas
correspondan a las cosas, sino que también correspondan a las acciones: de esta
manera nuestras ideas nos conducirán al éxito; es el pragmatismo. Las ideas no
sólo son reflejos de la realidad, sino guías para la acción. En Marx
encontramos algo parecido. La ciencia, como conjunto de ideas que coinciden con
las cosas del mundo, produce también acciones eficaces sobre el mundo. En Marx
no hablamos de pragmatismo, como en William James, sino de filosofía de la
praxis; porque no se contenta sólo con la técnica físico-matemática, sino que
está creando una ciencia y una técnica de la sociedad; una ciencia que no se
limite a describir la sociedad (eso lo hace la sociología), sino que además
intenta cambiarla (socialismo). Y no se duerme soñando en cómo podría ser una
sociedad mejor; quiere crearla; quiere llegar a ella, desde las ruinas de esta
sociedad vieja. Su socialismo no puede ser utópico, sino científico. La praxis
política no debe limitarse a ser un sueño alejado de la realidad, sin
conexiones con ella; porque tal sueño no puede ser sino deformación del mundo:
tal es la ideología. Como un espejo deformante, la ideología nos da gato por
liebre; nos vende como reales ideas erróneas, fantasías equivocadas,
falsificaciones.
-¿Y las matemáticas? –interrumpió
Pedro-. Las ideas matemáticas ¿son o no son ideas ajustadas a la realidad? Voy
a poner un ejemplo: los infinitésimos son puntos en los que una línea es a la
vez recta y curva. ¿No es absurdo? ¿No es algo verdaderamente alejado de la
realidad? ¿Son las ideas matemáticas espejos fieles del mundo? ¿No son ideas
deformantes?
-En una palabra, ¿son las
matemáticas ideología?
Silencio.
-¿O son ciencia?
Más silencio.
Y Pedro dijo:
-Exactamente.
3. Ideología y política.
Entonces Juan continuó:
-Lo que está en juego aquí es qué
sea en realidad el método científico. Marx no se lo planteó así. Marx pensaba
en la dialéctica hegeliana y en la teoría de la correspondencia. Es verdad que
las cosas que pensaba Pitágoras de los números son pura ideología en sentido
marxista; o las ideas fantasiosas de Platón, de Kepler, y las especulaciones
cabalísticas. Todo eso es fantasía, ensueño, desvarío. Las matemáticas que
hacen ciencia son las que producen ecuaciones que se ajustan a los hechos. Pero
no me hables entonces de matemáticas infinitas, de física cuántica, de
relatividad, de supercuerdas. Diríamos que cuando los pensamientos son
demasiado generales, demasiado amplios, demasiado abstractos, no pueden ser
comparados con el mundo; no se los puede hacer corresponder con los hechos, no
se concretan en acciones, escapan al control experimental. No se puede decir
que sean ideología porque no deforman la realidad; simplemente no pueden ser
comparados con ella; pero por eso mismo tampoco son ciencia. Creo que Marx no
se planteó estas cuestiones en serio, y simplemente las tiró a la basura como
verborrea metafísica; como pensamientos estériles, como una pérdida de tiempo.
Juan Luis prosiguió mirando primero
a Pedro, después al resto de la clase.
-De modo que, simplificando, nuestra
conciencia es como un espejo abierto sobre el mundo; por arriba es un espejo
deformante, y por abajo refleja los hechos; las cosas. La ideología mistifica
las cosas, pero la ciencia reproduce la realidad como es. Veamos lo que pasa
con la política. Os he dicho que la técnica ordena las fuerzas productivas bajo
la égida de la autoridad; que no es más que capacidad de mando. Pero, por
encima, la propiedad dirige el mando hacia las metas que ella elige; porque la
propiedad es poder; voluntad que domina a los otros, dominación, apropiación de
la libertad de los demás. Pero el techo de la dominación es otro espejo. Al
otro lado del espejo los agentes sociales y económicos se disfrazan con ropajes
políticos. Un partido político es la ilusión (creada o creída) de que uno no
está defendiendo sus intereses, sino los intereses de todos. La política es un
teatro que funciona como reserva de combustible; si uno odia a su padre pero
sus escrúpulos le impiden reconocerlo, se crea unos adversarios políticos y
vuelca su odio sobre ellos para tener la ilusión de creer que lucha por su
padre: y lo único que hace, sin reconocerlo, es estar luchando contra él;
desviando su odio hacia otra gente para evitar reconocerse en esos impulsos
como parricida.
Juan Luis se tomó un respiro.
-La política es un disfraz. Un
uniforme de camuflaje con el que proseguimos nuestras batallas económicas, sin
reconocerlo. El derecho, por su parte, es el reconocimiento público de las
relaciones de propiedad. Si el código civil reconoce el derecho a la propiedad
privada, los tribunales me ampararán cuando los revolucionarios quieran
quitarme mi fábrica; porque me pertenece, y las leyes me lo reconocen. Por eso
los revolucionarios lo primero que hacen es cambiar las leyes; cambian las
reglas del juego. Las leyes, que mandan lo que hay que hacer, pueden
perfectamente no ser obedecidas (a diferencia delo que pasa con las ciencias
naturales); por eso hace falta un poder que imponga su cumplimiento; ése es el
poder político. El poder se fragua en el parlamento, se filtra en los ministerios,
y se vierte en la expresión pura de la fuerza: que son la policía y el
ejército. La realidad vivida es social y económica. Arriba, disfrazada, se
vierte en una representación, en un teatro, en una película: es el mundo del
derecho y la política; y arriba hay otros cortinajes tras de los cuales la
acción política queda convertida en ideas; es el debate ideológico, la lucha de
ideas, teorías y doctrinas, la lucha de idearios y religiones, el credo de la
política. Bajo ella, la lucha política no parece la del obrero contra el
burgués, aunque lo sea; parece lucha de un credo contra otro, como si todos los
credos fueran generosos; como si no hubiera intereses bajo la política.
4. El marxismo visto a través de un
ejemplo.
Y en este punto Juan Luis se atrevió a poner
otro ejemplo:
-Estáis preparando el viaje de
estudios. ¿Cuáles son vuestras fuerzas productivas?
Después de pensárselo un poco, Pedro
contestó:
-Los polvorones que vendemos para
sacar dinero. Y el dinero que manejamos. Y es, también, nuestro propio trabajo.
-Muy bien, Pedro. ¿Y consideras que
vuestra actividad sería más bien de tipo político? ¿O económico?
-¿Perdón?
-Vosotros os organizáis para abrir y
cerrar el bar, para asegurar el suministro, para vender los bocadillos durante
el recreo, para limpiar y barrer el suelo. Tenéis una hoja en la que figuran
cada día de la semana las responsabilidades de cada uno. Hay un responsable de
gestionar el dinero, otro que se encarga de que llegue la mercancía, otro de
ordenar el almacén... ¿Sois políticos organizados y es ése vuestro gobierno?
-¡No, no es eso! –interrumpió Iván-.
Aquí no hay partidos que luchan, ni hay debate ideológico... Esto no es más que
actividad económica. Sólo nos reunimos para ganar dinero.
Alejandra observó con perspicacia,
movida por la curiosidad:
-¿Quieres decir que quien maneja el
dinero se parece más al contable de una empresa que al tesorero de un partido?
Y Juan Luis, que entendió que la
pregunta iba por él, contestó en seguida:
-Sí. Es exactamente lo que he
querido decir. –Meditó, paseando su mirada por el vacío, durante unos breves
segundos-. Pienso que... No sé. Cuando vosotros os reunisteis, en asamblea,
para decidir a qué país iríais de viaje, quizá formasteis algo así como un
parlamento; quizá fuera eso un acto político... O no. Era la deliberación
previa a la toma de decisiones; quizás fuera más bien un acto social. Porque
vuestras reuniones iniciales para formar equipos de trabajo se parecían más a
la organización de una empresa; a la microeconomía.
Y luego preguntó, casi a bocajarro:
-¿De qué nos sirve todo esto si
queremos estudiar a San Anselmo? ¿Qué interés tiene? Marx nos pone en guardia
contra el vicio que tenemos los filósofos de discutir las ideas del teólogo sin
preocuparnos por mirar de dónde han salido. Marx nos recuerda que la filosofía
es, ante todo, historia de la filosofía. Las ideas de San Anselmo tienen algo
de ideología y poco de ciencia; el argumento ontológico se mueve en ese terreno
vago donde las palabras no enmascaran la realidad, pero se enredan. San Anselmo
perdía el tiempo en esas cosas porque tenía asegurado el sustento. Seguro que
en el monasterio de Canterbury había una huerta, ganado para tomar leche y
carne, telas para fabricarse los hábitos, herrería para las ollas, puertas y
celosías, y todo lo necesario para vivir; si no hubiera tenido todo eso, seguro
que no habría tenido tiempo de fabricar su famoso argumento. Pensad en la
ciencia desinteresada de los griegos: era un mito; sólo la buscaban quienes no tenían
problemas para subsistir, las clases acomodadas, los ricos, sobre todo los
nobles; para un campesino pobre no había tiempo libre para dedicárselo al ocio:
al ocio de pensar.
5. El papel de la filosofía.
Y ya entrado en materia, Juan Luis
se lanzó en su explicación por la recta final.
-Pensad en Aristóteles. Defendió la
esclavitud porque era la base de la economía de Atenas; esa parte de su
filosofía política emana de las fuerzas productivas atenienses. ¿Y por qué
defendió la idea de una ciencia desinteresada, sin preocuparse por sus
aplicaciones técnicas? Porque la técnica no era una fuerza productiva; el
trabajo de las máquinas lo hacían los esclavos. Estas ideas de Aristóteles no
son ciencia; son ideología.
Y proseguía desarrollando con entusiasmo
el hilo de su pensamiento:
-Otras afirmaciones suyas sí eran
científicas, aunque muchas no fueran correctas (era por la falta de medios para
poderlas contrastar): como que la vida no la da la mujer, sino el hombre; la
mujer sólo la recoge en su seno ya toda hecha. La división entre mundo sublunar
y supralunar, la concepción del pensamiento que se piensa a sí mismo, la teoría
no parabólica de la caída de los cuerpos, la idea de la virtud como término
medio...: son ideas probablemente más científicas que ideológicas. Otras, como
el hilemorfismo, la teoría de la potencia y el acto, el alma corruptible, su
concepción del arte poética y la lógica del silogismo, tendrían mezcla de
ideología, ciencia empírica y filosofía especulativa. Pero aunque Aristóteles
hiciera ciencia, su ciencia no era una fuerza productiva; era más bien una
forma de conciencia, en el mismo nivel que el pensar ideológico, pero en todo
caso no era ideología. En todas estas cosas yo interpreto a mi manera el
pensamiento de Marx, pero creo que él estaría de acuerdo conmigo. Lo que nos
proporciona es un método para estudiar la sociedad; y, por lo tanto, también un
método para hacer historia de la filosofía.
No supo si todas estas cosas las
dijo en una clase o si su mente enlazaba dos clases en una. En el cielo, por la
ventana, las nubes formaban estratos. Había uno más pesado, triste y oscuro,
que ocupaba la parte baja del cielo; en él creía ver la base económica de la
sociedad. Por encima, otros estratos más tenues parecían sobrevolar la realidad
material y dura; pero eran una realidad tenue y delicada, superestructura de
fantasías, realidad ideológica: era lo real maravilloso, pero realidad al fin y
al cabo. Y como una fina capa de niebla, flotando en el conjunto, la
interpretación de Juan Luis lo borraba todo porque a lo mejor sus palabras no
eran exactamente reflejo exacto de las palabras de Marx. Sopló una leve brisa.
El aire fresco aliviaba la mañana, voló una hoja y cruzaba un pájaro; en el
horizonte se escribía, con rasgos nerviosos, la faz del filósofo pensando que
ya era hora de comer; porque pensar requiere, aunque no lo parezca, llenar el
estómago de tanto en tanto. Preguntádselo a don Quijote. No vaya a ser que
creamos que esas cosas sólo las pensaba Sancho.
6. Epílogo.
Pensó en un equipo de fútbol. ¿Quién
manda en el equipo? Por un lado está el entrenador, que es el jefe técnico; el
presidente, por su parte, es el jefe económico. Pero al entrenador lo contrata
el presidente; luego está claro que la economía prevalece sobre la técnica. Al
mismo tiempo, el presidente hace las veces de ideólogo. Recuérdese lo que es la
ideología: una visión deformada de la realidad; todos saben que cuando el
adversario va a meternos un gol hay que pararlo con una falta táctica, pero la
ideología pregona siempre los valores de la deportividad. Está claro; una cosa
es lo que decimos y otra cosa lo que hacemos.
El líder sería quizá un jefe
ideológico; que sería el ideólogo si es autor de la teoría, o el guardián de
las esencias si es el transmisor de la ideología del fundador: un auténtico
jefe del culto; el sacerdote, el filósofo, el guía. Pero un equipo de fútbol no
tiene jefe político. Porque no tiene una escena en la que los intereses del
equipo puedan disfrazarse de acción desinteresada.
Un partido político tiene un
ideólogo, pero también un estratega u organizador; y él mueve la economía del
partido, cuyo jefe económico suele coincidir con el jefe técnico; o sea, el
estratega. Por debajo están los jefes económicos cuyas empresas resultarán
beneficiadas por la acción política del partido; empresas que financian (por
ejemplo con donativos) la acción del partido que defiende sus intereses.
Cuando un partido conquista el
poder, su estratega o su ideólogo se convierten en jefe político; de su poder
depende a su vez el jefe militar. Ya veíamos en Platón que el rey, entendido
como técnico social (el filósofo), tenía bajo su mando a los jefes del
ejército. Cuando una organización, que sirve a un jefe técnico y se identifica
con una ideología, tiene ejército y no tiene escenario político donde
camuflarse, es una organización mafiosa; sus fines son sólo económicos y no
tiene deseos de sublimarlos.
Tales eran las reflexiones que le
habían venido a la mente después de sus lecturas de Marx. Los equipos
deportivos y las organizaciones mafiosas tienen siempre una ideología, pero no
un partido que haga pasar la defensa de sus intereses por defensa del interés
general; no así un grupo guerrillero, que sí lo tiene (aunque sea en ciernes).
Dedujo que la autoridad del profesor
es un liderazgo técnico (a los profesores incompetentes no se los respeta);
pero la autoridad es mayor cuando la competencia se refuerza con el cariño (y
eso lo podríamos llamar liderazgo ideológico): ésa era la especie de carisma que
tenían él y Liberto sobre los alumnos. En otras palabras, si al profesor
capacitado se le respeta, al profesor que educa se le quiere; y el cariño ha de
ser también respeto, porque un buen educador también debe ser especialista en
un saber; no basta con ser especialista en enseñar. En cuanto al director y al
jefe de estudios, sólo se les respeta si saben mandar; y mandar no es aquí
enseñar, ni educar, sino solamente lo que decía Ortega: obligar convenciendo;
convencer ofreciendo un proyecto sugestivo de vida en común.
Radón carecía por completo de
liderazgo. Era un vago, y nadie se sentía arrastrado por las bondades de su
ejemplo. Quizá fuera competente en el conocimiento del latín, pero no lo era en
la técnica de su enseñanza; por eso muchos de sus alumnos suspendían. En cuanto
a su habilidad para la empatía, mejor no hablar de ella. ¿Qué clase de
autoridad podría tener sobre los chicos? Y se le llenaba la boca de reforzar la
autoridad del profesorado, de dignificar la función docente. Pero esas cosas no
se hacen por decreto; no al margen del trabajo cotidiano. Esas cosas se las
gana uno a pulso con su trabajo de cada día. No es honrado pedir respeto cuando
uno no sabe hacerse respetar; todavía menos cuando a los alumnos no se los
respeta.
El inspector, como hilo que viene
del gobierno y, en última instancia, de los ciudadanos que pagan sus impuestos,
representa en el instituto al poder económico. Pero Radón no sabía reclamar
cosas y defender los intereses del instituto. Como gestor, Radón era tan sólo correa
de transmisión de las órdenes que venían de arriba. No sabía influir en ellas.
Nada hacía por cambiarlas. Y así, su actividad se limitaba a dejar las cosas
como estaban y a cobrar a fin de mes. Eso le convenía a la dirección provincial
de Segovia. Y a la junta de Castilla y León, que estaba en Valladolid.
La rebelión de las masas sobreviene
cuando aquellos que no saben mandar se han atrevido a usurpar el mando. Y no
saben ni siquiera obedecer. Radón era un claro ejemplo de rebelión de las
masas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario