Dedicado especialmente a
los alumnos del colegio Markham de Lima. Su profesora, mi amiga Tana (a la que
ellos llaman cariñosamente Miss Burga), se dispone a empezar el curso con el
estudio de un libro de Fernando Savater, y me ha pedido que les escriba un
texto de bienvenida: aquí está; cada una de sus partes estará destinada a ser
leída al final de cada capítulo del libro y en ellas se descubrirán,
progresivamente, algunas de las fuentes donde ha sabido beber el autor en el
momento de escribirlo.
Desde España, para Perú,
con mis mejores muestras de respeto y de cariño.
LAS
FUENTES FILOSÓFICAS DE LA ÉTICA PARA
AMADOR
El
hijo de Fernando Savater se llama Amador. Cuando entró en la adolescencia, hace
ya unos cuantos años, su padre quiso darle unas sencillas nociones de ética
para que aprendiera a moverse por la vida; el resultado fue este libro: Ética para Amador. En él están
contenidos, de manera implícita, unos cuantos autores que son, desde hace
tiempo, verdaderos clásicos del pensamiento universal. Savater no ha querido
citarlos para no estropear la sencillez con la erudición, pero la amenidad no
tiene por qué estar reñida con el conocimiento y se pueden escribir cosas
eruditas, como quería Hume, sin dejar de decir cosas entretenidas. Los autores
están ahí, desperdigados por el libro, pero no se ven (como si no existieran, o
como si estuvieran ocultos); en las páginas que siguen voy a intentar ponerles
nombre.
1. De qué va la ética. (Sartre).
Kant distinguía
entre naturaleza y libertad. La naturaleza está programada, la libertad no.
Cuando soltamos una piedra, cae hacia abajo por efecto de la gravedad (siempre hacia
abajo, nunca hacia arriba); cuando un átomo de oxígeno (al que le faltan dos
electrones) se encuentra con dos de hidrógeno (que tienen cada uno un electrón)
se unen en un enlace covalente; cuando entra el sol por la ventana, la maceta
se orienta hacia ella por efecto de la fototaxia; y cuando huele un trozo de
queso, el ratón corre a buscarlo movido por su instinto: todas estas cosas
suceden por necesidad, y siempre son previsibles. Sin embargo, nadie puede
prever cuál va a ser nuestra reacción ante un problema, porque nos lo vamos a
tener que pensar antes de actuar y nadie puede conocer de antemano el resultado
de nuestros pensamientos. Kant sostenía que la razón nos hace libres, porque,
al obligarnos a pensar las cosas, nos evita que tengamos que reaccionar ante
ellas de manera automática. Sartre llegó a decir por eso que
estamos (valga la paradoja) condenados a ser libres.
Precisamente
porque somos libres podemos buscar en todo momento lo que nos conviene, y por
eso dice Aristóteles que somos animales racionales; la parte animal que
hay en nosotros debe ser guiada por la razón, y en eso consiste la ética. La
ética es el arte de saber vivir.
2. Órdenes, costumbres y caprichos. (Horkheimer).
A
la libertad, Kant la llama autonomía: somos autónomos cuando seguimos los
dictados de nuestra razón; pero cuando nos mueven a actuar las órdenes (por
miedo), las costumbres (por comodidad) o los caprichos (por ganas), es como si
no decidiéramos nosotros, como si tuviéramos dentro una especie de parásito
moral que nos mueve a hacer las cosas sin pensarlas: a esa forma irreflexiva de
actuar Kant la llama heteronomía (de héteros = otro, y nomos = norma: es como
si las normas nos las impusiera otro ser que tenemos dentro, y que no somos
nosotros).
Horkheimer
nos aclara un poco más cuál es el papel de la razón. Existe una razón
instrumental, que nos dice cómo tenemos que hacer las cosas (por ejemplo, puede
ser útil, para evitar que el barco naufrague, arrojar al mar a una parte de la
tripulación); pero sólo la razón crítica nos dice si está bien hacerlo (en
efecto, tirar a la gente para que se ahogue es inmoral, porque valen más las
personas que las cosas y es preferible que se pierda la mercancía a que se
pierda una sola vida humana). Aristóteles llamaba técnica
(“techné”) a la razón instrumental, y ética (o “praxis”) a la razón crítica. El
problema es que estamos invadidos por la técnica y vivimos esclavos de ella,
porque no se nos ocurre filtrarla a la luz de la praxis; por ejemplo,
aprendemos a hacer cosas nuevas pero no sabemos para qué las hacemos;
aprendemos a manejar los móviles (los celulares) sin darnos cuenta de que los usamos
para incomunicarnos (pues preferimos comunicarnos por WhatsApp con la gente que
está lejos, ignorando a la que tenemos a nuestro lado); sabemos fabricar
televisores y los utilizamos para no hablar con quienes comen a la misma mesa
que nosotros, pues en lugar de mirarlos a ellos miramos la pantalla; y
compramos cosas caras, que la publicidad convierte en caprichos, sin darnos
cuenta de que, en realidad, no las necesitamos.
3. Haz lo que quieras. (San Agustín).
Ésta
es una frase de San Agustín: “dilige et quod vis fac” (o sea: “ama y haz lo que
quieras”); si tus acciones están motivadas por amor, entonces no pueden ser
malas (y, hagas lo que hagas, necesariamente tiene que ser bueno). Savater,
como buen hedonista que es, asume explícitamente una cita de Rabelais:
que las personas libres sienten por naturaleza el instinto de huir del vicio y
de acogerse a la virtud.
Y
si la libertad consiste en no dejarse llevar por otros, uno tiene que darse
cuenta de lo que está decidiendo, y tiene que informarse para decidir por sí
mismo; el saber nos hace libres; la ignorancia nos hace obedientes. Esto tiene
que ver con el intelectualismo moral de Sócrates, que se enuncia así: para
obrar bien hay que conocer el bien, o lo que es lo mismo: no hay gente malvada,
sino gente ignorante; se porta mal quien
no sabe reconocer el bien. Por eso se ha comparado a Sócrates con Jesucristo,
que no consideraba malvados, sino ignorantes, a quienes disfrutaban con su
sufrimiento: “perdónalos porque no saben lo que hacen”.
4. Darte la buena vida. (Aristóteles).
Después
de aludir de pasada, implícita o explícitamente, a algunos de los autores que
ya han sido mencionados (Kant, Sartre, Rabelais), Savater se centra en lo que
le interesa: Aristóteles, que ha definido al ser humano como un animal racional;
de ahí tiene que deducir que es un
animal que habla (el resto de los animales tienen voz, que sirve para expresar
placer y dolor, y no palabra, que sirve para expresar lo justo y lo injusto).
Ahora bien, no se puede hablar si no hay interlocutores, y escucharlos es
tratarlos como a personas igual que nosotros; con lo cual llega la tercera
definición que da Aristóteles del ser humano: un animal social (o lo que es lo
mismo: un animal político). Al hablar aprendemos cosas, y por eso el lenguaje
es la base de la cultura.
Llegados
a este punto Savater vuelve a Kant: una persona (dice Kant) es un
ser que no puede ser utilizado como herramienta, como objeto; la prostitución,
por ejemplo, es inmoral porque la mujer deja de ser persona para convertirse en
objeto de placer. Hay otras versiones de la mujer objeto: la modelo que se
instrumentaliza hasta ser esclava de su cuerpo, sin importarle adelgazar hasta
volverse anoréxica; la que, en un concurso de misses, se anula a sí misma hasta
no ser más que un modelo de belleza. El esclavo también es un hombre convertido
en objeto: como tal, puede venderse y comprarse. Hay hombres que tratan a sus
novias como sus propiedades, prohibiéndoles salir de casa cuando no están
ellos.
La
buena vida, para Aristóteles, no es el placer desmedido de la juerga, sino el
intento de mejorar cada día más como persona: eso requiere un esfuerzo; sobre
todo un esfuerzo de la razón. Si yo valgo para tocar el piano porque tengo
talento musical, debo ejercitar ese talento y practicar mucho; así me
convertiré en un virtuoso del piano. La virtud, para Aristóteles, consiste en
hacer las cosas bien, y hacerlas cada vez mejor; pero ¿qué cosas debemos
perfeccionar? Las que están en nuestra naturaleza: la razón, el diálogo, la
sociedad. Por eso darse la buena vida es lo mismo que dar la buena vida; y por
eso Kane (el personaje de una película de Orson Welles: Ciudadano Kane), acostumbrado a comprarlo todo, nunca fue feliz:
porque a su lado nunca tuvo personas, sino objetos.
5. ¡Despierta, baby!
(Kant).
Kant ha
estado presente en todos los capítulos anteriores: éste parece estarle dedicado
de manera especial. Siguiendo con el ejemplo de Ciudadano Kane, Savater insiste en que si tratamos a los demás como
cosas, sólo cosas recibiremos de ellos; sólo si los tratamos como personas
recibiremos lo que sólo una persona puede darnos: amistad, respeto, amor;
porque eso se da entre iguales.
Kant
distinguía entre un yo empírico y un yo puro. Si veo que alguien pierde una
joya muy valiosa y yo la recojo del suelo y me la llevo sin decirle nada, habré
actuado por interés, por egoísmo, como el resto de los seres de la naturaleza:
soy un yo empírico. Pero si, venciendo mi codicia, se la devuelvo, habré
actuado libre de todo interés y egoísmo: y seré entonces un yo puro. Los
caprichos son propios del yo empírico, que nos vuelve heterónomos, como las
órdenes y las costumbres; pero la libertad, que hace de mí un ser desinteresado
y autónomo, me convierte en un yo puro. Todos los animales actúan por interés:
sólo el ser humano puede ser desinteresado al actuar. Si soy juez y debo juzgar
a mi amigo y lo absuelvo a pesar de saberlo culpable, estoy actuando como un yo
empírico; si soy justo y tengo que condenarlo aunque sea mi amigo seré,
verdaderamente, un yo puro. Hay poca gente pura en el mundo en que vivimos. Eso
pensaba Kant. En la película Los diarios
de la calle vemos cómo unos jóvenes que se crían en guetos marcados por su
origen étnico acaban teniendo problemas con la justicia; si uno de ellos tiene
que ser sometido a juicio, los testigos de su etnia tienen la obligación de
testificar a favor de ellos, aunque sean culpables; de lo contrario serán
perseguidos por los propios miembros de la etnia a la que pertenecen. Lo que
nos dice Kant es que sólo si actuamos de manera desinteresada seremos justos.
6. Aparece pepito Grillo. (Sócrates).
La
conciencia es esa voz interior que nos dice lo que está bien y lo que está mal.
Algunos quieren triunfar desoyendo la voz de su conciencia, haciendo cosas
perversas; otros prefieren hacer cosas buenas aunque la gente no los aplauda:
es lo que quería Sócrates. Hoy no está de moda ser bueno; por el contrario, la
gente aplaude a los que son “mosca”, a los “vivos”, a los pillos, a los
sinvergüenzas; incluso en el cine y la televisión los héroes suelen ser los
ladrones, los asesinos y los corruptos; e incluso a veces, cuando te llaman
bueno, en realidad te quieren llamar tonto; hasta el propio Antonio
Machado tuvo que aclarar que era, “en el buen sentido de la palabra”,
bueno; y Kant advertía con amargura que en este mundo a las personas
malas les va bien y a las personas buenas les va mal, y eso es injusto: pero es
así.
La
conciencia es ese olfato moral del que habla Savater; ese buen gusto moral con
el que nacemos, y que se desarrolla con la práctica por si alguien se olvida de
él. La conciencia es esa voz interior que nos habla sin engañarnos. Dice
Savater que tener conciencia es pensar en sí mismo, y no tenerla es, por el
contrario, convertirse uno mismo en su propio enemigo.
7. Ponte en su lugar. (Protágoras).
Dice
Frankestein que es malo porque es desgraciado; si eso es verdad resultará que
si, cuanto más felices somos, también somos más buenos, será bueno para
nosotros que quienes nos rodean también sean felices. Perseguimos a los
malvados, pero rara vez nos paramos a pensar qué piensan y qué sienten; para
comprender a los demás es necesario amarlos. Protágoras se esforzó en
comprender al adversario e inauguró la técnica del doble discurso: consistente
en defender lo contrario de lo que se piensa, ponerse en lugar del rival e
intentar sentir y pensar como él. Esto se llama hoy empatía, pero antiguamente
se llamaba compasión. Se trata de hacer un esfuerzo por ver las cosas como las
ven los otros, y nos sorprenderá descubrir que detrás de todas las personas que
hacen daño hay siempre una persona que está sufriendo.
8. Tanto gusto. (Hedonismo).
Hay
quien piensa que sufrir es bueno: son los puritanos. Y quien piensa que lo que
es bueno es el placer: son los hedonistas (“hedoné” en griego significa
“placer”). El problema es que no sabemos qué son los placeres.
Para
Aristipo
hay que buscar los placeres sensoriales: el placer del olfato (los
perfumes), del gusto (los banquetes), del tacto (el erotismo)… Ahora bien, hay
que tener un control de los placeres y no dejar que sean ellos los que nos
controlen a nosotros. Savater recuerda que el uso de los placeres nos enriquece
la vida, mientras que el abuso nos la quita; no hay que permitir (y en esto
sigue los pasos de Montaigne) que un placer te quite la posibilidad de disfrutar
de los otros; el tabaco te priva del sentido del gusto; el alcohol inhibe tu
capacidad sexual; las drogas te incapacitan para seguir disfrutando, porque el
síndrome de abstinencia es un continuo sinvivir. Cuando un placer te mata (dice
Savater) es un castigo disfrazado de placer, mientras que el placer intenso,
cuando es sano, disuelve la rutina y le pone emoción a nuestra vida.
Aunque
Epicuro
no estaba de acuerdo con esta forma de ver las cosas. Para Epicuro el
verdadero placer es la ausencia de necesidad (hay un refrán que dice: “no es
más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”). Los placeres sensoriales
siempre acaban en dolor: la borrachera acaba en resaca, la comida en
indigestión, la droga en dependencia, las competiciones siempre nos hacen
sufrir por el ansia que tenemos de ganar… Hay que buscar, por el contrario, los
placeres espirituales, que son también los
placeres tranquilos: la lectura, el paseo, la conversación de los buenos
amigos, el arte… Se ha criticado a los epicúreos porque viven una moral de
viejos: no beben porque tienen ácido úrico, no comen porque tienen colesterol,
no compiten en el estadio porque sus músculos ya no tienen fuerza; Savater, en
estas páginas, se muestra hedonista cirenaico, no epicúreo (Aristipo vivía en
la ciudad de Cirene); a diferencia de los animales, tenemos que transformar la
alimentación en gastronomía, el movimiento en atletismo, el sexo en erotismo:
es necesario disfrutar.
Pero
añade, inmediatamente, que hay que poner el placer al servicio de la alegría;
que la alegría es un sí espontáneo a la vida que nos brota de dentro; y que la
vida no sólo es placer, sino que abarca placer y dolor; e introduce, en todas
estas ideas, el planteamiento de Nietzsche. De ahí deduce que no hay
que abstenerse de los placeres, sino supeditarlos a la templanza, y define la
templanza como el arte de poner el placer al servició de la alegría; o sea, de
la vida.
No
aparece aquí Stuart Mill cuando valora los placeres en cantidad (hay que
buscar el máximo placer para el mayor número de personas), pero sí cuando los
valora en calidad: hay que preferir los placeres superiores a los inferiores;
entre beber una copa y admirar un cuadro, o entre Aquí no hay quien viva (infumable serie de televisión) o El acorazado Potemkin (una de las
mejores películas de todos los tiempos), siempre es preferible lo segundo. No sólo
hay que controlar los placeres, como decía Aristipo, sino que también hay que
seleccionarlos. Stuart Mill lo resume en una expresión muy gráfica: “es
preferible ser un hombre insatisfecho antes que un cerdo satisfecho”.
9. Elecciones generales. (Maquiavelo).
Ya
había dicho Aristóteles que el ser humano es un animal social: por lo tanto
la ética debe acompañar a la política. En este punto Fernando Savater hace un
pequeño resumen de las cosas que ha ido tratando en este libro: hay que tratar
a las personas como a personas, porque
tienen dignidad y no precio (Kant); ponernos en su lugar (Protágoras);
vivir en comunidad (Aristóteles); amar a nuestros semejantes (San Agustín).
Pero
nos advierte que tengamos cuidado con el maquiavelismo: al separar la ética de
la política, Maquiavelo admite (aunque
la literalidad de esta expresión no sea suya) que el fin justifica los medios;
que podemos cometer injusticias y atropellos si el fin que perseguimos es
bueno; y que los derechos de las personas están subordinados a los intereses
del Estado. Las bases del totalitarismo estaban ya en Maquiavelo (y, aunque
Savater no habla de ello, también las encontramos en Platón).
Lo
que sí queda claro aquí son los tres valores fundamentales que defiende Savater:
la libertad (la política coordina lo que muchos hacen con sus libertades); la
igualdad (la dignidad de la persona nos hace iguales al obligarnos a admitir
nuestras diferencias); y la solidaridad, que en otro tiempo fue una caridad
bien entendida (asistencia, simpatía, compasión). Y si en la esfera privada
Savater se nos presentaba como un hedonista convencido, en la esfera pública se
nos muestra como un firme defensor de los tres valores encarnados en el lema de
la Revolución
francesa.
Epílogo.
Como
podemos ver, Ética para Amador es un
compendio de algunas de las principales teorías que se han sucedido a lo largo
de los tiempos. El siguiente paso sería ordenarlas y sistematizarlas un poco,
pero eso ya queda para otro momento. Lo interesante ahora es comprender por qué
este libro ha tenido tanto éxito: y es que en un lenguaje natural, sencillo,
asequible y llano, ha sabido introducir los pilares más importantes de la
historia de la ética; eso sí, sin nombrarlos; sin pedantería; sin presumir de
ello; Fernando Savater ha sido catedrático de ética durante muchos años,
primero en Deusto, luego en Madrid. Sólo quienes saben mucho pueden decir tanto
en tan pocas palabras. Decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del
filósofo. Y Vargas Llosa, en la presentación de su último libro, en Madrid, ha
confesado que cuando era joven buscaba la complejidad, pero ahora es la
claridad lo que más le interesa; y es que es un error pensar que la profundidad
tenga que expresarse con oscuridades: se puede ser profundo sin llegar a ser
oscuro, por lo menos en algunas cosas. Fernando Savater, con la humildad que le
caracteriza, ha demostrado que no necesita hacer alarde de conocimientos y que
vale más que los grandes autores lleguen el gran público con palabras claras y
sencillas llenas de erudición, pero sin parecerlo. En eso estriba su calidad.
En eso estriba su modestia. Pero levantando el caparazón donde yacían dormidos
los datos históricos, he querido sacarlos a la luz: y los he puesto al desnudo.
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