FAUSTO
Y DON JUAN
-¡Tan largo me lo fiáis!
Juan pronunció la frase como
una cantilena, marcando las sílabas y alargando la a del final. Lo hizo como si
estuviera en un teatro, forzando y relajando la voz, aunque el esfuerzo
contenido mantenía la garganta en tensión.
-¿Qué os parece?
Los chicos permanecían en
silencio.
-¿Qué pensáis vosotros?
Maia pidió, con su voz
atropellada, un suplemento de explicación.
-Verás, Maia –dijo Juan Luis
tras el “¿eso, qué quiere decir?”-. Supón que yo te pido que estudies y te digo
que, con eso, aprobarás dentro de treinta años. ¿Qué dirías?
Maia se reía, enseñando los
dientes.
-¿Qué dirías, Maia?
La risa de Maia enseñaba las
encías inflamadas.
-¡Que estudie tu padre!-
concluyó, después de un silencio.
-¿Veis lo que dice?- enlazó
Juan Luis ante aquel exabrupto. Evidentemente, Maia no había hablado así para
ofender a nadie. Pero le salió porque era su forma habitual de expresarse; era
tosca, impulsiva, de movimientos recios. No era mala chica. Tenía buen corazón-.
Venga, hombre, no arméis jaleo- tuvo que exhortarlos para que dejaran de
reírse; las risas, y las voces, habían creado un murmullo que había acabado
convirtiéndose en ruido de fondo-. Venga –insistió Juan Luis-: ¿qué quiere
decir Maia?
-Que se puede morir de
aburrimiento- despachó Jorge, incisivo.
-¿Perdón?
-Que ya puede esperar sentada
–aclaró Marta-. De aquí a entonces habrá llovido y habrá escampado.
-Que espere tu tía –volvió a
aclarar Darío, con rudeza.
-Que como tenga que esperar
sentada le salen raíces.
-Se queda plantada.
-Sí- resumió Juan Luis,
recogiendo todos aquellos guantes-. Es para esperar desesperando. Por eso
contesta don Juan: “¡tan largo me lo fiáis!” Que es como decir: “ya puedes
esperar sentado”. Si piensas que voy a esperar tanto, estás listo.
-Apañado estás.
-Apañada estás, Maia. “No me
des plazos tan largos que me muero
esperando”; y, claro, esperando tanto uno puede morirse. ¿Sabíais por qué
cuesta tanto dejar de fumar?
Julia y Marta se miraron.
Ellas fumaban. Se metían por las mañanas, unas cuantas veces al día, en el
pequeño cubículo de fumadores.
-Fumar produce placer
inmediato. Pero a la larga, daña los pulmones. Y puede producir cáncer a largo
plazo.
Juan los miró a todos,
haciendo una pausa para mantener el interés. Era uno de aquellos trucos de
contadores de cuentos.
-Y la gente se dice a sí
misma: ¡tan largo me lo fiáis! “De aquí a que me dé cáncer ya me habré muerto;
puedo seguir fumando tranquilamente. A mí no me pasará nunca”. El placer de
fumar lo sientes en el acto. Sus efectos dañinos, por el contrario, están
lejos. Carpe diem. Tan largo me lo fiáis.
-Carpe diem-. Marta lo repitió
ensimismada, como haciendo una pregunta.
-Carpe diem- insistió Juan-.
Coge el día con tus manos, coge a manos llenas el placer de todos los días. Y
hazlo hoy, porque eso es lo que importa: el día de hoy, no el de mañana ni el
de ayer. Disfruta el día, aprovecha el momento. Hoy lo tienes todo para ti,
¿quién sabes si lo tendrás mañana?
Los chicos miraban en
silencio, entusiasmados. Aquellos ojos entregados fueron combustible en el
corazón de Juan.
-El placer de fumar lo
disfrutas en el momento: ¡carpe diem! Y es seguro. Las enfermedades del tabaco
tardarán en llegar: ¡tan largo me lo fiáis! Y no es seguro que las tengas. Ya
ves, Churchill era alcohólico y un fumador empedernido, y cuando se murió tenía
más de ochenta años.
Algunas bocas se abrieron,
pero no de sueño. Estaban en Babia.
-El placer inmediato te atrae;
el que se hace esperar mucho te deja frío. Por eso yo, si prometo aprobarte
dentro de treinta años, no conseguiré nunca que te animes a estudiar. La regla
que rige los placeres es el binomio que os acabo de nombrar. Carpe diem. Tan
largo me lo fiáis.
-Ayer nos dijiste- interrumpió
Cristal- que nos ibas a hablar de Fausto. ¿Tiene algo que ver con esto?
-¡Precisamente! –exclamó Juan,
alentado. La intervención de Cristal le iba a permitir enlazar con lo que había
dejado a medias-. Fausto desprecia el momento presente y vive sólo para el
futuro. Sacrifica los placeres del momento para labrarse los placeres futuros:
y se pasa la vida trabajando; al final se da cuenta de que no ha disfrutado.
Creía que trabajar para labrarse el futuro era aprovechar el tiempo, y al final
resulta que no solamente no ha ganado tiempo, sino que lo ha perdido.
Juan carraspeó un poco antes
de seguir. Todavía no se llevaba su botella de agua. Tenía vergüenza de beber
delante de los alumnos. Le parecía una falta de respeto.
-Su lema podría ser: “ríe
mejor quien ríe el último”. Pero no le da resultado, porque se pasa el día
trabajando y no tiene tiempo de reír. Y aunque lo tuviera, no es lo mismo
reírse sólo al final que reírse a todas horas. Fausto se ríe sólo una vez. Don
Juan se ríe siempre.
Juan los dejó pensando. Pero
no quería darles tregua.
-Don Juan vive el presente.
Fausto prepara el futuro. Pero ni Fausto vive el tiempo que prepara, ni don
Juan prepara el tiempo que vive; la vida de don Juan es una existencia
superficial; la de Fausto, una profundidad que no existe.
Juan se sorprendió a sí mismo.
Había descubierto un juego de palabras portador de un sentido de alto calado, y
lo había descubierto delante de los alumnos: mientras les daba clase. La
búsqueda de la sencillez para que le entendieran le había hecho navegar por
aguas profundas. Otras veces se acordaba de que, reflexionando a solas, bogando
por complejidades metafísicas, al no necesitar sencillez en la expresión se
había enredado en las palabras, que envolvían su pensamiento como los
tentáculos amenazadores de un pulpo, o los hilos que se enredaban en él pero no
como redes, sino como telarañas; no como herramientas para pescar conceptos,
sino como trampas. Y ahora, entre los alumnos, porque quería ser sencillo,
tocaba profundidad sin caer nunca en su propia trampa.
-Otros, sin embargo, viven del
pasado –prosiguió Juan. Su mente flotaba en las nubes sin ataduras, con una
claridad fecunda, entusiasta-. Es lo que le pasa al artista romántico. El goce
del pasado lo aleja del futuro, y no le deja disfrutar del presente. Se le paró
el reloj. Impotente para sentir los bríos del presente, medio vive el
sentimiento de la nostalgia. Como Fausto, vive una profundidad que inexistente.
El nostálgico también deja pasar la vida, y vive trabajando para nada.
-Pero don Juan –preguntó Cristal- vive sin
trabajar. Eso también es un fracaso; tanto como trabajar olvidándose de vivir.
–Hay quien vive para trabajar
–resumió Juan- y hay quien trabaja para vivir. La hormiga se pasa la vida
acumulando víveres; la cigarra, canta a todas horas sin acumular; y se queda
sin víveres para el invierno. Yo creo que son dos extremos igualmente
peligrosos: vivir el presente sin preparar el futuro, o preparar el futuro sin
tiempo para vivir.
Juan se calló un rato. Se puso
grave. Los miró de hito en hito.
-Ojalá vuestras vidas consigan
estar equilibradas. Que podáis vivir cada momento del presente, y con tiempo
para preparar el futuro. Preparar el futuro es quitarle tiempo al presente,
sacrificando una parte de vuestra vida para que vuestra vida, tomada
globalmente, empiece a cobrar sentido.
Juan se paró de nuevo y volvió
a mirarlos con su aspecto grave.
-Y que podáis vivir el pasado
de la misma manera que preparáis el futuro: arañándole tiempo al presente, pero
lo justo para no matarlo con vuestro sacrificio. Es una cuestión de equilibrio.
Y el equilibrio, amigos míos, es algo que nadie podrá enseñaros nunca. Cada uno
tiene su propio ritmo. Cada uno tiene su reloj interno, que es distinto al de
los demás. No hay recetas para todos en esto del arte de vivir, cada uno debe
encontrar la suya.
Y ya, entregado en el punto en
el que había dado a luz, el tiempo fue para él una mirada tranquila. Un
disfrutar fecundo del sacrificio. Un esperar feliz, a que sonara el timbre.
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