ECOS DE LAS VOCES BÍBLICAS
1.
EL INFIERNO
-Escucha, Juan, el evangelio de Lucas es
desconsolador, pero a veces contradictorio. No para de decir que al que se
arrepiente se le ha de perdonar, pero el arrepentimiento tiene un límite: la
muerte. Si te arrepientes en el juicio ya no hay perdón. Tienes que
arrepentirte antes del juicio, aunque
sea medio segundo antes de morir.
-Quizá sea porque uno debe arrepentirse de sus actos,
no de sus consecuencias.
-¿Te refieres al infierno?
-Efectivamente. Si te muestran el castigo que te
espera tú te arrepientes de haberlo merecido, no de haber obrado mal.
-Pero el evangelio nos dice por todas partes que
sigamos a dios para merecer el cielo. No nos dice que lo sigamos para buscar el
bien, sino para recibir un premio. El bien ajeno es el medio que dios nos da
para conquistar nuestro bien egoísta; el amor al prójimo, Juan, no es más que
instrumento del amor propio.
Juan se detuvo un instante. Levantó la vista y miró a
Hans a los ojos.
-¿Te das cuenta –dijo- de lo poco ortodoxo que es eso
que me cuentas?
-Sí.
-Pero estás en un seminario.
-Sí. Pero estoy lleno de dudas. Mi corazón está lleno
de fe, pero es una fe a la que se resiste mi cabeza. Lo que me dice mi pecho me
lo desdice la lógica. Lo que me dicen mis entrañas choca con la sensatez.
-Pero es sensato hacerle caso al corazón.
-El corazón me arrastra a la locura.
-Al corazón, Hans –lo miró de nuevo a los ojos-: no a
las tripas.
Hans se mantuvo en silencio mientras arañaba la tierra
con la punta de su zapato. Camino arriba, entre las lomas, se internaban en el
pinar.
-Luego están las escrituras –dijo-. Casi todo lo que
en ellas se dice me parece correcto. Pero mi corazón se niega a aceptar la
presencia del infierno. ¿Tú sabes lo que duele la salpicadura del aceite cuando
fríes un huevo? Pues eso mismo, repartido por todo el cuerpo, es el infierno de
Lucas; y, para colmo de males, dura toda la eternidad. ¿Esa crueldad sin
límites es propia de un dios bondadoso?
Juan callaba. Escuchaba. Por encima de la loma se
espesaba el pinar. A lo lejos, como un esquife, la silueta del castillo.
Hans prosiguió.
-Dios nos ha hecho libres de elegir. Pero nos niega el
derecho a equivocarnos. El error tiene fecha de caducidad.
Prosiguió, arrancándole voz al silencio.
-El hijo pródigo. El hijo que se equivoca y luego,
arrepentido, vuelve a casa en busca de perdón. Y no vuelve como hijo, sino como
empleado de su padre a cambio de un sueldo. Pero su padre lo recibe como hijo y
lo perdona. ¿No es eso dios para nosotros? ¿No somos todos hijos pródigos? El
hijo pródigo no volvió porque comprendiera que estaba mal dilapidar su fortuna.
Volvió porque acabó en la ruina. Y al final, en el juicio del padre, no le
esperaba el infierno: le esperaba el perdón.
El silencio perdió espesor mientras miraba la silueta
del castillo. Su corazón, aliviado, sintió alas y columbraba que podía volar.
Sentirse ligero, aliviar la pesadez de sus temores, le devolvió la alegría.
Sonrió bondadosamente a Juan.
-Lo que Lucas dice con la letra lo desdice luego con
el espíritu: en la parábola.
Las barbas de Juan se mecieron suavemente bajo la
brisa.
-Gracias –miró a Juan deteniéndose de nuevo-. Me ha
aliviado mucho hablar contigo.
-Pero si no he hecho nada…
-Me has escuchado. Y tu silencio ha sido un espejo
para mí. En él he visto mis dudas, en él me he mirado: y en el problema de la
duda he encontrado la solución.
El castillo, sobre la loma, sonreía con el aplomo de
un padre en la cordialidad de la lejanía.
2.
LOS MERCADERES DEL TEMPLO
Hans le daba vueltas a la cabeza. Había leído que en
la edad Media los gremios se reunían en los soportales de las iglesias. Sin
embargo, los evangelios decían que Jesús
echó a los mercaderes del templo. Era grande su perplejidad. Creía que la
iglesia debía estar atenta a lo que ocurriera en el mundo, abrir sus puertas a
la vida, ceder su espacio a las transacciones comerciales, a las conversaciones
de los artesanos. ¿No era el ágora en Atenas la plaza pública, donde se reunían
los ciudadanos? En la Edad Media no había ágora: y la gente estaba en las
iglesias.
¿Cómo, entonces, iba a echar Jesús a los mercaderes
del templo? ¿No era el templo la casa de todos? Claro, los gremios medievales
no se reunían dentro de las iglesias. Se reunían fuera: en los soportales. Pero
Hans se preguntaba si no debía la iglesia dar cobijo a la gente en lugar de
expulsarla. No aislarse del mundo, a pesar de que su reino no es de este mundo;
pero los fieles sí que están en él, y ahí tiene que venir a buscarlos. ¿Por qué
los expulsa Jesús?
Hans se quedó cabizbajo, mirando la lámpara que ardía
en su mesa. Sus ojos, absortos, miraban un punto hasta que la imagen empezaba a
flotar. Y así, con las formas suspendidas en un limbo, en un lugar del espacio
que era la niebla de su mirada, se quedaba ido con los ojos abiertos, miraba
sin mirar; y esa sensación de flotar con las cosas le hacía feliz.
Cogió la pluma y abrió el cuaderno. Miró de nuevo al
vacío y su mente, inquisitiva, volvió a volar. Buscaba entre tierra santa y la
Edad Media por qué Jesús, en lugar de acoger a la gente, la expulsaba a
latigazos. Pensó y pensó y las palabras fluyeron de otro mundo; como un
manantial arrebatado, como un caballo desbocado, como un torrente sin freno.
Una hora más tarde, cuando leyó lo que había escrito, pensó que era bueno. Leyó
las hojas queriendo que hablaran: bien oiréis lo que dirán.
*
Vosotros sois el templo de dios. En el templo uno se
recoge para sentir el espíritu. Si lo pueblan los mercaderes, el templo de dios
se llena de ruido. Y ya no es posible concentrarse para descansar.
Vosotros sois el templo de dios: entre otras cosas.
Porque también sois la plaza donde se pone el mercado. También vosotros tenéis
derecho a regatear, cuando se puede hacer ruido; pero no cuando os estáis
recogiendo para escuchar la voz del espíritu, el alma del cuerpo; la música del
alma que vibra en silencio.
Vosotros sois el templo de dios. El hogar del
alma. El espíritu, recogido en el
templo, es contemplación de la savia que penetra en los confines del mundo. Y
que viene del fondo del universo. Pero, recogido en el mercado, el espíritu es
amor. Los mercaderes que provocan el hambre no aman; y cuando se recogen en el
templo no son dignos de él, porque sin amor no se escucha la voz del espíritu.
Los mercaderes que hacen sufrir para alimentar su egoísmo son profanadores del
templo; no son dignos de dios.
Vosotros sois el templo de dios. Y los mercaderes
deben ser expulsados de él a latigazos. Cuando no se medita, el templo puede
prestar sus paredes para los días de mercado; pero deben salir cuando llega la
hora de meditar. Y si fuera posible, la ciudad debe construir un mercado fuera
del templo. Pero si no, el templo puede servir de mercado. No es una solución
perfecta porque, cuando se necesita silencio, ¿dónde se puede buscar con tanto
ruido?
Vosotros sois el templo de dios. Hay muchos lugares
que son el templo. Allí donde hay silencio, hay un templo. En las verdes
praderas que hay sembradas en el campo. En los riscos agrestes de la sierra. En
los bosques umbríos y el susurro de los árboles, en el piar de los pájaros. En
las aguas que descienden con un murmullo, en arroyos y manantiales, en los
ríos; y en torrentes salvajes con crepitar de piedras, que bajan en cascadas, y
rápidos atropellándose a rabiar. Allí donde los ruidos son el silencio, estarán
los templos.
Vosotros sois el templo de dios. Porque hay en
vosotros muchos sitios y rincones donde navega el silencio. Y siempre hay un
rincón del alma, cuando trepidan los otros rincones, donde hay un templo. Pero
el silencio no siempre es remanso de paz. Sólo es remanso de quien ha amado,
también los mercaderes. Cuando un mercader ha labrado su riqueza cimentándola
en la miseria, que no venga a vernos al templo; no encontrará la paz, no lo
queremos.
Y si no, echaré a latigazos a los mercaderes del
templo. A cuantos especulan en bolsa para ganar dinero. A cuantos envuelven y
engañan con sus cantos de sirena. A cuantos hunden empresas para ganar
millones. A cuantos no les duele el alma cuando crean miseria. A cuantos humillan
a los pobres como si fueran inferiores. A quienes se creen la élite con patente
de corso, con derecho a pisotear. A cuantos pisan el templo para rezar, después
de haber hundido las puertas del trabajo, para embolsarse el dinero. A todos
esos los echaré a latigazos. Los echaré a patadas. Se alejarán de mí. Los
echaré del templo.
El mercader tiene que vivir agradando a la gente,
rozando el engaño; que tenga cuidado, engañar no es bueno cuando se arruina al
hermano; cuando no merma sus ganas de vivir; cuando no rompe las posibilidades
de sus vidas. Porque si viven a costa del prójimo, ¡los echaré a patadas!
Triste es la vida para tener astucia, no la entristezcamos más matando al
silencio.
Porque la vida es bella, pues las pasiones son grandes
y los placeres buenos. Pues el frenesí descansa en las meditaciones del
espíritu. Pues el templo es rincón del alma donde descansa el mercado. Vosotros
sois el templo de dios, y si no lo cuidáis para cuando venga el cansancio, ¡nos
quedaremos sin templo!
3.
EN EL PRINCIPIO
*
En el principio era el verbo. Y el verbo era goce,
alegría, plenitud. La verdad era el verbo, y el verbo era dios.
Luego dios hizo el mundo. Y lo hizo escindiendo al
verbo en dos mitades: desde entonces caminan separados la palabra y el espíritu.
Y nos dejó en el mundo un eco de su ser, una sombra: el cuerpo, donde palabra y
espíritu están unidos. Pero, como un dios rebajado, el espíritu del cuerpo
aletea en un goce inferior.
El cuerpo es el templo de dios.
*
Cuando dios hizo el mundo se proyectó fuera, como una
sombra. El mundo era la sombra de dios, y como dios y el mundo estaban
separados, también el mundo era separación: separación entre la letra y el
espíritu, entre lo alto y lo bajo, entre el cuerpo y el alma.
Pero luego el amor los volvió a unir. El amor le dio a
la letra el espíritu que le faltaba.
*
La luz da sombra adonde llega, pero dios es fuente de
luz y no la tiene. ¿Cómo, entonces, puede ser la sombra de dios? Dios es el
único ser inaccesible al entendimiento. Dios no es lumen, es lux; fuente de
luz, no luz reflejada. Dios es misterio.
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