TRÍPTICO
1. El heroísmo pedagógico de los héroes
trágicos.
La tierra brillaba. Era
un aire gélido y las nubes manchaban el horizonte. Vetas frías se extendían al
fondo, a lo lejos; cuerpos rosados, pardos, grises, sobre un azul tenue, tiempo
aterido, azul de invierno. Había irisaciones en el campo, más allá de la carretera:
y era tierra encharcada. Juan miró por la ventanilla y vio una casa solitaria,
aplastada bajo el tejado a dos aguas, como huella de un paisaje de leyenda: las
tierras del norte. Volvió a mirar de frente y la carretera era atravesada por
un cuervo, que volaba bajo. El coche surcaba el asfalto y de las ruedas salía
frío: unas nubes de vaho que formaban furtivamente su efímera niebla. Avanzaba
hacia Baba. Urracas. Avefrías volando a ras del suelo. Y un frío que atravesaba
el coche y buscaba hambriento los poros de tu cuerpo.
Héroes. Seres valientes
que surcaban con su esfuerzo los límites de la naturaleza. Gentes ejemplares,
ansias que sirvieron de ejemplo. Una fuerza vital que se impuso a las
circunstancias. Yo no tengo la culpa de verte caer. Héroes. Cuando nos fallan
las fuerzas nos fijamos en los héroes. No son seres mágicos ni superiores. Son
como nosotros: de carne y hueso; pero con una voluntad de hierro. He oído decir
que la noche se cierne sobre quienes no tienen luz, y mueren bajo su peso.
Entre dos tierras se mueren, y no dejan aire que respirar. Héroes. Necesitamos
héroes. Gentes llenas de vida. Que tiran de nosotros con su ejemplo. Que no se
dejan abatir por la fortuna. No necesitamos nuevos héroes. Donna Hightower.
Héroes que matan, que emplean su fuerza para destruir, no los necesitamos.
Necesitamos a los otros héroes: los que se levantan cuando los tumba el
destino, cuando las fuerzas adversas se abaten sobre ellos y pueden vencerlas;
cuando el desánimo nos vence y surgen rompiendo sus flaquezas. Héroes. Has de
vivir como ellos, no te abandones. No te dejes llevar como las hojas el viento.
No te dejes gobernar como una marioneta. Resiste a Calipso, a Circe, a las
sirenas. Destruye tu caballo de Troya. En ti está la fuerza, no te abandones.
Yo puedo empujarte, pero caminas tú. No te caigas, no te tires al suelo. Yo no
tengo la culpa de verte caer. He estado siempre aquí para empujarte.
Silencio. Espacio. He
oído murmullos temblando por el desierto. Si vuelves atrás te esperarán las
huellas. Cuesta más borrarlas que seguir caminando. Y si caminas tragarás mucho
barro. No hay salida. El futuro tira de ti como tira el pasado. Eres una mota
de polvo en el tiempo, calla: es muy fácil opinar; no te justifiques. Sigue.
Avanza y no pierdas tiempo, no mires si no hay nada que mirar, no hables si no
tienes nada que decir. Héroes. Héroes del silencio. Voluntad que marca huella y
abre caminos para andar.
Porque si tú no has
andado yo no tengo la culpa de verte caer. Héroes. Los héroes del tiempo.
2. El valle de los caballos.
Pierdes la fe. Segovia,
valle de los caballos. Tierras llanas donde se pierde la vista. Guadarrama. Es
una tierra entre dos tierras, zona de contacto. Pie de monte donde sisea el
Tejadilla: una cueva larga, como una culebra, a la que se le ha caído el techo.
Tierras amplias de un verde húmedo salpicadas de bisontes. Fauna de la sierra y
fauna del llano. Allí se junta la vida en una zona de contacto. Cueva de la Zarzamora, cueva del
Búho. Tierras de vida enterrada cuando vivían los neandertales. Ciervos,
leones, lobos, hienas, uros, rinocerontes. Y sobre todo caballos. Muchos
caballos; el Tejadilla era el valle de los caballos.
Pierdes la fe. Tu mente
no puede creer que haya restos mejores, pero tu corazón lo quiere. Hay en el
valle muchas cuevas pero tienes que descubrirlas. Hay que creer en ellas,
porque si no crees ¿cómo vas a buscar? Y si no las buscas ¿cómo las vas a
descubrir? Has perdido la fe, cualquier esperanza es vana. Pero has abierto una
cueva y has encontrado huesos. En la tierra se han disuelto miles de
huesecillos. Parece arena. Los has cogido, los has cribado, los has separado a
mano. Luego los has lavado y los has llevado al laboratorio. Allí has medido el
tiempo y has encontrado los años. Cuarenta mil. Sabes que hace tanto tiempo
corrían neandertales detrás de los caballos. De los uros, de los lobos, de los
ciervos y de las hienas. Te lo está diciendo la tierra, sabes leer en ella y
sabes que hay más rastros. Sabes que el Tejadilla es terreno hueco, hay cuevas
inexploradas, simas llenas de huesos, tesoros que están esperando. Sabes que
existen, aunque no los has visto; no los has descubierto, esas cuevas tienes
que buscarlas; la lógica te dice que están, oye la voz de experiencia; las
huellas del pasado han quedado grabadas. Tienes que creer en ellas, sabes que
existen, y aunque no las has visto sabes que están esperando. Puedes tener fe,
no es de locos creerlo, fe es creer lo que no vimos: con los ojos del cuerpo,
pero sí con los del alma. Los ojos de tu imaginación, fecundados por los de la
lógica, se extienden por el valle y se cubren de hierba mojada. Tierras de
pradera, hierba fértil, uros, caballos pastando. Y una ráfaga de tiempo en una
cortina de valle. Niebla entre los fósiles, espíritu del aire; halo de vida que
se escurre entre los huesos, atmósfera dormida, agua que se agrupa entre la
carne, vaho del tiempo, ecos lejanos que reconstruyen la carne entre los
huesos. Segovia, valle de los caballos.
Has perdido la fe. Y
eres paleontólogo que lee entre la hierba los signos de neandertales: sabes que
tienen que aparecer aunque hoy no los veas. Creer es leer entre signos. Ver las
posibilidades nebulosas y estar dispuesto a buscarlas, cuando se disipe la
niebla. No crees, no tienes fuerza para buscar. Has perdido la fe y es porque
no tienes ánimo. Tu ímpetu, tu espíritu, tu pulso vuelto desgana. No crees y es
porque no tienes vida. Pero aunque no creas, en Segovia había neandertales.
Había alegría en tu cuerpo aunque no lo creas porque hayas dejado de mirarla.
Está en ti. Sólo tienes que mirar: razones tienes de sobra para saber que
existe; pero tú no quieres buscarla. No quieres porque crees que no puedes; y
sin embargo puedes: te ha faltado generosidad para creer que vales, y como no
vales nada le echas la culpa al mundo, a los árboles que te rodean, a la hierba
que pisas, le echas la culpa al valle. La tierra nutricia que te sostiene y tú
la maldices. Juan. Una mano amiga te alimentaba con las matemáticas: tú has
escupido en ella y la has arrojado, porque te da miedo mirar al valle. Tú no
quieres creer, pero la tienes delante: en el mismo valle del Tejadilla, mirando
con ojos fecundos, traspasándolos por el tiempo, allí está el valle de los
caballos.
Has perdido la fe y yo
no tengo la culpa; y es porque te estás desplomando. Detrás de ti las huellas
que quieres borrar. Delante, el barro que vas a tragarte. No tienes huevos para
ser un héroe. De los que no rompen las huellas, porque se tragan el barro.
Quieres ser héroe de los que matan la vida, destrozan la niebla, borran el
pasado. Porque no tienes huevos para tragarte la tierra: y es más fácil caer
que levantarse en el barro. Dar lástima que enderezarse cantando. Húndete si es
lo que quieres, deja de creer. Es más fácil, y no cuesta tanto. Lo grande, lo heroico,
es vencer al destino aunque te persiga en el barro. Da igual, no creas. Ahógate
entre dos tierras. No dejes respirar a nadie. Hunde a los que te están
ayudando. Pero no lograrás evitar que, aunque tú no lo creas, haya habido en
Segovia un valle de los caballos.
3. La cara de Salamanca.
Mírate. Tu cara llena de
pena. Y un caballo con alas se cierne sobre ti. Un caballo monstruoso; sus
patas son palmípedas, su cola de serpiente, y tiene orejas puntiagudas; en su
boca hay colmillos. Tú estás ahí, al lado de ese caballo infernal que se
retuerce. Tiene la boca abierta. Amenaza tu cuello. Tú miras de frente, como si
no lo vieras. Tu boca está abierta y en tus ojos hay abatimiento. Dos orlas
rotas salen a los lados, y te han dejado dos dientes del infierno. Tus ojos
están abiertos, arrugados como papel, y se caen hacia los lados. Tus cejas se
caen desde el centro de la frente, hundido el entrecejo; parece una columna
vertebral hundiéndose hasta el pelo. Tus ojos están hundidos. Dos cavernas
claman piedad bajo las cejas; dos profundas cavernas. Patéticas arrugas surcan
tu piel, cortándote la cara desde la nariz a la barbilla. Tristes arrugas,
penosas, trágicas. Tu cara hecha tendones parece sin carne, tu rostro anuncia
un esqueleto. Tus pómulos descarnados. Un dolor infinito refleja tu cara
saliéndose de dentro, un dolor que está en las facciones pero aflora en los
poros; mana de ti, y aunque falte el gesto, tú eres patético.
Eres tú, Arcadio. Eres
el hombre-demonio que hay en la cornisa de remate de la fachada de Salamanca.
Allí, donde está la rana. Tú eres, Arcadio, un hombre trágico. Un hombre
consumido por una pasión, un rostro amargo. Parece maldito, un rostro sin
esperanza, saliendo del juicio con los condenados. Un hombre desesperado. Un
hombre cuyo dolor ya no tiene remedio porque es dios en carne misma quien ha
puesto desolación en todos tus rasgos.
Si vas a la universidad
de Salamanca, créeme, allí estás tú en tu
muro congelado. En tu rostro ya no hay esperanza. Está desencajado para
llorar, pero en tus ojos no hay llanto. Un grito te traspasa desde dentro, de
lo más profundo de ti. Un grito mudo, un abismo. Como él, en ti hay dolor,
Arcadio. Tienes gritos que deforman tu cara, un alarido de dolor, una
deformidad desesperada. Tu rostro inspira la piedad, Arcadio. Como el rostro de
Salamanca. Hay un grito del silencio aferrado a ti, un agravio del corazón, un
arranque de las tripas, un impulso, un estallido de tus nervios, un silencio
desconsolado. Pero no eres un héroe, no te empeñes en escaparte. Te has hundido
en ti mismo. Te has vuelto hermético, has cerrado el corazón, lo has cerrado
con siete llaves. No gritas porque no puedes gritar, pero quieres. Y tus
lágrimas, que pugnan por salir, se pudren dentro de tus ojos. Todo tu ser es un
alarido que no puede expresarse: y por eso sufres tanto. Estás en la fachada de
Salamanca, en la cornisa superior, cercado por un monstruo como un caballo. Has
bebido loto y te has dormido; has perdido la memoria y te escondes en la risa,
en tu sueño feliz, en los finales felices, en la vana ilusión, en tu sueño
falso. Te has creado un mundo para meterte y odiar a todos, culpar de tu
desgracia al maestro de ahora, ver en todos ellos al de la uña: lo has hecho
omnipresente, has tejido un manto con su figura, has roto el espejo donde se
miraba, y ahora sus miles de facciones te miran de todas partes y te persiguen
y se te clavan en el cerebro, que es lo que estabas buscando: porque así,
echando la culpa al pasado, vistiendo con sus ropajes los rostros del presente,
te olvidas de que eres tú; y no quieres luchar porque te hace daño. Les echas
tu mierda a todos, los culpas de todo menos a ti, ellos son malos y tú eres
bueno, y quieres hundirte: pero no tengo la culpa de verte caer. Tú eres ese
rostro patético, Arcadio. El que ha preferido quedarse en el agujero. Que se
está sorbiendo a sí mismo como Caribdis. El que ha bebido una droga para
olvidarse. El que pierde la memoria para ser feliz, y no es más que un despojo
del pasado. Eres un lotófago, Arcadio. Un ser trágico que ha querido hundirse.
Pero del sufrimiento gratuito no salen los héroes, Arcadio. Sólo del
sufrimiento esforzado. El otro, el que se abandona, no es digno de ser imitado.
Te ahogas en silencio pero no eres más que pereza. Tu rostro gime en la
universidad de Salamanca. En lo alto de la cornisa, bajo las garras de un
caballo. Ese caballo eres tú mismo. Renunciando a la vida. Y echando la culpa a
quien te ayuda por no sacarte del hoyo. Cuando tú debieras sacarte, Arcadio. No
eres un héroe del silencio, aunque el silencio te esté mortificando. Has
perdido la fe. Es más cómodo. Creer, desde luego, te obliga a luchar. Y te
dejas caer. Es más fácil que levantarte del fango. Tú no puedes creer, aunque
lo puedas mirar en todas partes, que Segovia fue un día el valle de los
caballos. Es más fácil derrumbarse. La derrota te aligera, te libera del
esfuerzo, y además puedes pasar por un héroe trágico. Pero tú no eres un héroe,
Arcadio. Eres un pobre egoísta que no tiene agallas. Un desecho del tiempo, una
huella malograda, un rostro que se va borrando. Eres la desidia en persona,
amigo mío, eres… Eres un pobre diablo.
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