sábado, 8 de noviembre de 2014

Los orígenes de la filosofía en el Perú






LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA EN EL PERÚ


1. EL PROBLEMA DE LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA.

            La razón  no ha surgido luchando contra el mito como si el mito fuera irracional; por el contrario, ha salido del vientre del mito como un árbol que sale de su semilla. Y no surgió bruscamente, sino a través de una lenta maduración. No puede decirse que, de repente, después de una dura lucha de la razón contra las fuerzas irracionales, aquélla saliera victoriosa arrinconando a la ignorancia para siempre; a la ignorancia, a las creencias, a la magia, a la superstición. No ha habido un momento en que el mito acabara por retirarse para dejar paso al logos: para empezar, la razón estuvo siempre en el interior de los pensamientos míticos, pero estuvo dormida; y para seguir, el mito no se retiró tampoco de la escena de la historia cuando se produjo el desarrollo de la razón: por eso fue razón naciente antes de ser una razón nacida; también hubo una razón latente, herida, aletargada, que terminó por eclosionar.
            Suele considerarse a Homero y Hesiodo, en el siglo VIII antes de Cristo, como los representantes tardíos del pensamiento mítico en Grecia. Pero en los cuatro siglos que les precedieron, quizá el mito no era vivido de la misma manera; quizá pudiéramos hablar de mito I y mito II para referirnos a dos formas sucesivas de vivirlo a lo largo de los años. Paralelamente, quizá desde el siglo VIII hasta el VI, y hasta incluso el V, la filosofa no revistiera tampoco las mismas formas; quizá también pudiéramos hablar de filosofía I y filosofía II para caracterizar estas dos fases. El paso del mito a la razón sería una expresión simplista para referirse a un proceso complejo más dilatado. ¿En qué consisten esas fases de la razón de las que hemos hablado?

(1)     Llamamos razón atada a las épocas que producen pensamientos cautivos; épocas de la historia donde el pensador está sujeto al político. Corresponden a la fase de mito I y se trata de un pensamiento extensional imaginativo, porque lo que no es extensión se conoce imaginándolo. El mito en su primera fase (Kotosh, Chavín) se extendería del año -700 hasta el +100, y se caracterizaría por una experiencia sin analizar llena de personificaciones igualmente sin analizar; y el mito, como punto de llegada, era la culminación de las razones.

(2)     La razón naciente. Produce pensamientos sueltos (pero aún no verdaderamente libres). Conoce una liberación progresiva del saber con respecto al poder, y el mismo saber empieza a vencer los obstáculos epistemológicos. Es lo que llamamos primer pensamiento intensional reflexivo. Se despliega en dos fases:

·        Mito II.  (Paracas, nazca). Del año 100 al 800. Caracterizado por un análisis empírico defectuoso sobre un incipiente análisis de las personificaciones (nazca, paracas).

·        Filosofía I. (Mochicas, chimús, incas). Desde el año 800 hasta el 1532. Ahora el mito es sólo punto de partida. La inducción y la analogía se revisten de lógica (deducción) y el culto ha segregado crítica, y convive con la cultura. Ya hay un análisis conceptual explicativo, fragmentariamente desligado de la experiencia.

(3)     La razón nacida es generadora de pensamientos libres. La técnica va arrinconando a la magia y el mito deja paso a la filosofía: es lo que llamamos segundo pensamiento intensional reflexivo. Ya no se trata sólo de impulsos  racionales y liberadores, sino de proyectos liberadores de la razón. Corresponde a las fases de filosofía II y ciencia. 

·        Filosofía II.  (Perú colonial). Desde 1.532 hasta 1.800. La filosofía refuerza la porosidad urbana sobre la que se asienta, que es a la vez consecuencia y causa de su actividad; el mito es sustituido por los conceptos y sobre una técnica mejorada crece un análisis empírico cada vez más afinado.

·        Ciencia.  (Perú republicano). Desde 1.800 hasta hoy. Aquí surge, segregado por la experiencia, el experimento (que es una experiencia controlada). El pensamiento especulativo se transforma en ciencia experimental y las explicaciones, ancladas en los hechos, se vuelven abstractas (porque levantan el vuelo sobre el techo de lo cotidiano).

En Perú, el período de la razón nacida se escindiría en dos periodos:
A.    Razón suplantada. El logos autóctono es suplantado por el europeo.
B.  Razón plantada. El logos autóctono emerge, para emprender una síntesis, cuando se relajan las ataduras del europeo.

La tesis que defenderemos es la siguiente: que el pensamiento peruano precolombino alcanzó el estadio de filosofía I casi 1.500 años después de que los pensadores de Mileto hubieran alcanzado el umbral de la filosofía II. Y no avanzó más porque sus ciudades no eran suficientemente porosas; la ausencia de escritura impidió el desarrollo de la democracia, de la curiosidad y de la apertura no militar a otras culturas de su entorno. 

 
2. EL PROBLEMA DE LOS ORÍGENES PERUANOS DE LA FILOSOFÍA.

2.1. RAZÓN ATADA (PENSAMIENTO CAUTIVO).  

La constelación de la cruz del sur “destaca en el cielo nocturno entre los meses de marzo y agosto y puede observarse prácticamente toda la noche hasta junio y especialmente en el mes de mayo. Está constituida por estrellas brillantes y es visible desde el polo sur hasta el ecuador”. Gustavo Estremadoyro señala que “los habitantes de las antiguas culturas rindieron culto a la constelación de la Cruz del Sur, no como una divinidad sino como un sistema de orientación y como relación básica para su sistema de medida”;

1. CULTURA CHAVÍN .

            El templo de Chavín tiene galerías angostas, altas, frías, formando un laberinto donde es fácil perderse: hay una sensación de misterio. El presunto dios-jaguar, cuya cabellera está formada por haces de serpientes, inspira una mitología centrada en el terror. Así lo pinta Vargas Llosa.
Pero, más todavía que al temblor, al rayo, los aniegos y el huaico, la razón primordial de su pavor eran las garras y los colmillos del puma y el jaguar, o la mordedura del crótalo, que anidaban por doquier en estos bosques intrincados y que debían causar innumerables víctimas en las aldeas y caseríos. Por eso los convirtieron en divinidades y trataron de sobornarlos y aplacarlos, construyéndoles este majestuoso santuario”; imagina Vargas Llosa que “el miedo que sentían explica el salvajismo a que se entregaban, la inaudita violencia a que recurrían”. Porque “ese horrible dios, híbrido de pájaro, crótalo y felino”, estaba representado en el Lanzón; y el Lanzón “estaba impregnado de sangre humana, que chorreaba sobre él, de las víctimas sacrificadas por los sacerdotes, allá arriba, en el templo, en la piedra que era el ara propiciatoria, estratégicamente colocada de tal modo que la sangre del sacrificado bañara al dios de la caverna. Muchos peregrinos caerían fulminados, aquí, de terror y devoción”.
El mundo es un entorno hostil que impone un pensamiento afectivo: no puede, pues, haber ciencia, sino rudimentarios conocimientos empíricos. No se busca un arte realista que sea representación del mundo sensorial; el arte de Chavín es simbólico, metafórico y abstracto.


2. CULTURA PARACAS .

            No es lo mismo la naturaleza como conjunto de las cosas que hay que la naturaleza como totalidad con sentido; en el primer caso hablamos de la pluralidad; en el segundo de totalidad, de absoluto. Chavín no conoció enriquecimientos significativos de la experiencia que no estuvieran orientados a la explotación técnica del medio; y en cuanto a pensar lo absoluto, no hubo inquietudes destacables, ya que el pensamiento estaba guiado mucho por las emociones y poco por la razón. Paracas, contemporánea de Chavín, desarrolló una técnica elaborada de las trepanaciones, y produjo las telas más bellas de todo el continente americano. Técnica y arte, pero no experiencias protocientíficas ni interés por la trascendencia. El periodo Formativo se caracteriza por una ausencia de teología y por una liturgia orientada sobre todo al sacrificio.


 2.2. RAZÓN NACIENTE (PENSAMIENTO SUELTO).  

3. CULTURA MOCHICA.

En la cerámica mochica los astrónomos aparecen representados en forma de sacerdotes-búhos; ello se debe a que se interesaban más por la astronomía nocturna, centrada en la observación de las estrellas más que en el estudio del sol.
            Soldados-felinos, sacerdotes-búhos, pueblo-lagartija. La cerámica escultórica posee un “afán de retratar la vida cotidiana”, como los escritores y artistas del Siglo de Oro español; veremos que aquí aflora también una atmósfera picaresca. Se representan palacios, pero también casas humildes. La cerámica representa al médico, al idiota, al jiboso (reconocible por su rostro triangular), al ciego (“que ya no tiene necesidad de utilizar determinados músculos faciales”). Se representa “la cara del individuo (...): al pensativo, al enérgico, al sereno y al colérico, al que ríe y al que sufre, al de nariz carnosa y al de ojos almendrados; se representan “partos difíciles, hermanos siameses unidos por el costado, caras con huella de forúnculos, labios leporinos, sífilis de tercer grado, mal de Pott, bocio exoftálmico, hemipejia, rostros roídos por la uta, pies y párpados edematosos”. Por último cabe destacar el huaco pornográfico, que parece remitir a ritos sexuales sin afán moralizador.
            La cultura mochica también piensa la pluralidad, pero lo hace en sus apariencias, no en sus profundidades especulativas e inobservables. Frente a la metafísica intuitiva nazca podemos hablar de la extraordinaria observación científica de los mochicas: tal es la cantidad de los datos recogidos que cabe pensar en la presencia de verificaciones, y por lo tanto conocieron la experimentación, aunque fuese rudimentaria. Quién sabe si se dedicaron a describir más que a explicar, y por eso podría hablarse, salvando todas las distancias, de un positivismo mochica. Pero este interés por los datos se dio en la medicina, que también en Grecia supuso una avanzadilla de la ciencia entre las creencias religiosas y las especulaciones metafísicas; entre la cultura nazca y el propio clero mochica.
Se trata de una verdadera secularización, y es difícil no imaginarse a buena parte de la sociedad civil disputarle el saber, si no el poder, al sacerdote.
            El realismo adquiere carta de nobleza en la cultura mochica. Ya no se busca la metáfora y el símbolo que expresan lo indecible (y lo temible), sino una verdad concebida como adecuación a la experiencia cotidiana. Sigue habiendo dioses feroces: Aia-Paec todavía ostenta colmillos heredados del legendario dios-jaguar. La casta guerrera, extremadamente cruel como en las anteriores culturas, tiene como distintivo, “tal como se ve en la cerámica pintada, (...) la figura antropomorfa con cabeza de felino”. Pero los sacerdotes, siendo aún guerreros, también eran “grandes médicos y cirujanos”, como hemos visto. Su distintivo no es el felino que destruye, sino el zorro y el búho; el zorro, “animal conocedor de muchos secretos y gran amigo de la luna, como que le aúlla y conversa en la soledad nocturna”. El saber está relacionado con la noche, tanto en la figura del zorro como en la del búho: parece una intuición de la lechuza de Atenea.


4. CULTURA NAZCA.

Seguirán estudiándose las extensiones, con lo que no dejarán de desarrollarse las matemáticas y la astronomía (el calendario nazca da fe de ellos); pero ahora hay un interés por interpretar los fenómenos completando la imaginación con el pensamiento reflexivo, y matizando las intuiciones con la inteligencia.
Su interés se centra en la pluralidad circundante para resbalar de inmediato en la estructura profunda, huyendo de la apariencia. No busca, pues, enriquecer el universo empírico, sino metafísico. Trasciende la apariencia para penetrar en su corteza, auscultando lo que guarda: aquí metafísica no es teología.
     a) Sustancia. Hacia el siglo +VI la cerámica nazca huye del fondo que rodea la figura, y lo suprime dibujando seres que engendran dos seres cada uno, y éstos a su vez engendran cuatro; no se trata aquí de iteración yuxtapuesta, sino introducida dentro del motivo inicial, como si fuera una “mise en abîme”: hoy los llamamos fractales. El horror al vacío no es aquí una conceptualización como en Aristóteles; es un sentimiento. No describe, sino que prescribe. Proyecta el propio sentir sobre el objeto de arte. Y lo hace asomándose sin saberlo a la noción de fractal, que el siglo XX conceptualizará como espacio de un número decimal de dimensiones. Esta huida del espacio hace presagiar una ontología llena donde el vacío no tiene cabida; ontología intuitiva en que la sustancia reside en la forma, pues permanece la forma replegada sobre sí misma en reflejos infinitos y decrecientes. Pero es, en la cultura nazca, un sentimiento de artista, lejos aún de la abstracción del filósofo.
     b) Movimiento. Un autor anónimo esculpió la Procesión del Antarista, que representa a un músico junto a varios personajes; “si vemos a los personajes de perfil aparecen caminando, si los vemos de frente están detenidos: el secreto estriba en que cada personaje posee tres piernas”. Un recurso que va más allá de los bisontes de Altamira, que parece que corren porque tienen más de cuatro patas. Dos conclusiones hay que extraer de estas observaciones: la primera es que el artista nazca ve la naturaleza como un movimiento que subyace a las figuras que se mueven (el mundo es un vértigo que a escala humana genera quietud, como el equilibrio newtoniano es el resultado de desequilibrios y aberraciones cuánticas: la quietud es una apariencia y, al revés que en Parménides, la auténtica realidad es cambio); y la segunda observación es que el antarista es una imagen vista desde varios ángulos, una acumulación de perspectivas (algo que siglos después desarrollará el cubismo). Si recordamos que Ortega y Gasset veía a Dios como la reunión de todas las perspectivas, veremos en el antarista no un perspectivismo epistemológico sino metafísico.
Esta metafísica intuitiva de artistas (y, seguramente también, sacerdotes) quizá no fue capaz de generar una ética respetuosa de la condición humana. ¿O sí? La ausencia de textos es ahora mudo testigo de nuestra ignorancia.


2.3. RAZÓN DORMIDA (PENSAMIENTO LATENTE).  

5. CULTURA HUARI.

El pensador está sujeto al político, pero hay gérmenes de razón sembrados en el pasado. El retroceso huari supone, al parecer, una vuelta de la razón a las catacumbas: como si volviera Chavín. Parece oscurecerse la ilustración del periodo anterior, con el declive de los mochicas, cuya cultura mochica se renovará, atenuada, en la chimú. Entre ambas se extiende el Segundo Horizonte (de Huari-Tiahuanaco), caracterizado por una religión instalada como ideología más que mentalidad; de agitadores que predican la buena nueva, “con misioneros de Tiahuanaco” o bien “hombres de Huari y Ayacucho que visitaron el altiplano y tornaron inflamados con la fe de los conversos”. Surgió así un Estado al amparo de la nueva religión, “que pronto irradió sus ideas”. Sacerdotes, artesanos y mercaderes, y pastores. Tal un sistema patriarcal “convencido de su religión y que trata de imponerla por la fuerza”. Pachacámac, conquistada, “se convertirá en el gran centro sagrado de la costa”.


2.4. RENACIMIENTO DEL PENSAMIENTO SUELTO.  

6. CULTURA CHIMÚ .

El periodo clásico (de los maestros artesanos: de +100 a +800) continúa en un período posclásico (de los constructores de ciudades: de +1100 a +1450), y la cultura mochica se renueva, atenuada, en la chimú. Entre ambas se ha extiendido el Segundo Horizonte (de Huari-Tiahuanaco),


7. CULTURA INCAICA.

     a) Inmovilidad. La pintura de los keros (vasos) representa pájaros que vuelan sin avanzar como si estuvieran petrificados; lo mismo sucede al resto de los animales, y también a los seres humanos. El dinamismo mochica se trueca en ausencia de movimiento.
     b) Sustancia. La sustancia incaica, a diferencia de la nazquense, no reside en la forma: reside en la materia, concretamente en la dureza. El modelo es la piedra: naturaleza pétrea de los Andes, de la que derivan los duros y macizos edificios La dureza es inmovilidad, resistencia a la erosión, y por lo tanto permanencia. La sustancia-piedra es estable, compacta y de hondos relieves; mas no es un concepto forjado por los amautas, sino un sentimiento expresado por los artistas.
La cultura incaica, inspirándose en la mochica, representa en sus vasijas todo tipo de personajes: incas y coyas, príncipes y princesas, mujeres y niños[1]; aunque no tanto como explicación, sino como descripción y relato. La profundidad de las imágenes mochicas queda lejos de sus imitaciones incaicas; pero queda el modelo.
La physis, dominada con la técnica pero aún no comprendida por la teoría, tiene un doble especular: el estudio de la sociedad, entendido como técnica de dominación antes que como teoría del poder; en el plano teórico es sobre todo ideología de legitimación, nunca interés por comprender el mundo: con lo que lo religioso cubre interesadamente lo social en vez de entroncarlo con lo físico y metafísico.
     c) Libertad petrificada. El tiempo libre no existía para los jatun-runa: el ocio se identificaba con la pereza, hasta el punto de ser azotados quienes eran sorprendidos durmiendo de día[2]. Al ser el descanso una noción pecaminosa, también lo era el ocio (del que emana la cultura). El trabajo ha de ser penoso; no se concibe el trabajo agradable, pues es una contradicción en los términos.
            Libertad. No existía en el tawantinsuyo. Pasar el tiempo es tedioso, y en la mente del campesino no ha arraigado la idea de aprovecharlo en libertad, fuera de las obligaciones laborales. Entre los campesinos la cosa el ocio es pereza y por eso se castiga con el trabajo inútil; por ejemplo, bajando piedras al valle para luego volverlas a subir (verdaderos sísifos de los Andes).
Igualdad. No existe en el tawantinsuyo. Es más, la desigualdad no sólo es jurídica, sino ontológica. Hay una asimetría entre el inca y sus súbditos. Si el término “runa” significa “hombre” en quechua, entonces el inca, que es hombre, no sería runa; y es que (cito a Waldemar Espinoza) “los incas de sangre constituían una nación, y el nombre de ésta era incaruna”; el incaruna se divertía y gozaba, mientras el mitayo o jatunruna (el campesino) sólo debía “sufrir, padecer y callar”.
         Fraternidad. Fraternidad social: la minka o reciprocidad que, entre otras cosas, movilizaba a los campesinos para realizar trabajos para la comunidad (obras hidráulicas, por ejemplo). Aquí sí se vivía el trabajo como una fiesta; el trabajo comunitario, a diferencia del trabajo de interés individual, era vida, y dinamizaba voluntades compensando esfuerzos con cantos y comidas y bebida. Mas la fraternidad reposa sobre la voluntad de quien la practica, no sobre la obligación ni la recompensa. No puede, pues, hablarse de amor y fraternidad entre los jatun runas, sino de racionalización en la gestión de recursos y en el reparto de tareas.
            La ausencia de fraternidad queda bien ilustrada en el concepto de eficacia que tenía el tawantinsuyo. En un país donde la escritura o no existía o era patrimonio de la casta sacerdotal, los correos debían memorizar los mensajes relevándose unos a otros en su travesía de los Andes; el correo desmemoriado era ejecutado en la plaza de su pueblo “con cincuenta mazazos en la cabeza y luego, ya cadáver, se le quebraban las piernas”.
            También la ausencia de fraternidad se manifiesta en un desprecio a la vida (valor fundamental del pensamiento circumeuropeo). En la pena de muerte se llegaba incluso a “la muerte en masa de los inculpados”[3]. Las vírgenes del sol que perdían su virginidad podían ser despeñadas o quemadas, colgadas de los cabellos y abandonadas hasta la muerte, “hallándose determinado afán ejemplarizador en sepultarlas vivas con sus cómplices”; pero lo peor es que después se asolaba el pueblo de los culpables, matándose a todos los hombres.
            Los jatun runa son, pues, un pueblo sin alegría, sin amor, sin intimidad, casi está uno tentado de decir: sin derechos. Y ciertamente no tienen derechos individuales, sólo son titulares de derechos colectivos. Basadre y Belaúnde ven en el derecho incaico el más desarrollado de América precolombina, y si eso es verdad podemos certificar una cosa: que la cultura incaica estaba muy por debajo de la cultura española que la conquistó, por más que la Conquista y sus abusos hayan sido económica, política y militarmente una gesta inhumana; pero espiritualmente fue también una inyección de humanidad.
            Le faltaba también (esto lo podemos añadir ahora) una dimensión ética que no había en su moral. Pero algún atisbo de ello hay cuando, en el nombre de uno de los barrios del Cuzco, encontramos la palabra “munaysenca”. Munaysenca significa “relación de voluntad y amor”: este solo nombre es ya una huella de lo que debió ser pensamiento delicado y profundo. Obsérvese que este pensamiento surgió en el Cuzco; y eso indica que, frente a la moral pasiva de los jatun runa, seguramente se estaba desarrollando una actividad ética (filosófica y no sólo religiosa) en la sociedad de los inca runa. La voluntad es amor en San Agustín, y amor es para él “diligere” (elegir), no “amare”; querer presupone pensar, pero sobre todo es un amor sensible; así se desprende de esta palabra dejada como mudo testigo en el tiempo del Cuzco. ¿Qué anónimo amauta forjaba tales intuiciones, quizá en el propio barrio de Munaysenca?




2.5. RAZÓN NACIDA (PENSAMIENTO LIBRE).  

Después de la conquista ha eclosionado un pensamiento liberador coincidiendo con el nacimiento de la razón. Pero, por desgracia, no ha surgido de la semilla pacientemente plantada en los Andes; ha surgido de una semilla europea. El pensamiento andino es brutalmente perseguido, arrinconado, destruido, y sus manifestaciones reducidas a la nada por la codicia de los conquistadores; sus dogmas, tan distintos de los cristianos, son reducidos al silencio por los extirpadores de idolatrías. Como en un campo de maíz donde se arranca el maíz para plantar el trigo, el pensamiento andino desapareció sin dejar huella más que en la mente de los aldeanos; y de los cronistas
            En Perú se escindiría en dos periodos: el de la razón suplantada (desde el 1.532 hasta el año 2.000) y el de la razón plantada (del 2.000 en adelante).
El tema de nuestro tiempo sería entonces repoblar los Andes con la razón andina. Al lado de la europea. Sin que ninguna de las dos se convierta en cizaña que eche a perder los frutos de la otra. Será entonces una razón plantada. La tarea más importante de la filosofía peruana no es, hoy, buscar razones que ya posee, sino plantarlas en esas otras razones que laten dormidas en su suelo. Eso es renovarse el Perú desde sus orígenes: de él podrá brotar en el siglo XXI la razón plantada. 
 





[1] José Antonio del Busto, Perú incaico, Lima, Studium, 1986; p. 362.
[2] Luis Emilio Valcárcel, Historia del Perú antiguo, 1, Lima, Ed. Juan Mejía Baca, 1964; p. 648.
[3] Luis Emilio Valcárcel, ibídem, p. 642.

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