LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA EN EL PERÚ
1. EL PROBLEMA DE LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA.
La
razón no ha surgido luchando contra el
mito como si el mito fuera irracional; por el contrario, ha salido del vientre
del mito como un árbol que sale de su semilla. Y no surgió bruscamente, sino a
través de una lenta maduración. No puede decirse que, de repente, después de
una dura lucha de la razón contra las fuerzas irracionales, aquélla saliera
victoriosa arrinconando a la ignorancia para siempre; a la ignorancia, a las
creencias, a la magia, a la superstición. No ha habido un momento en que el
mito acabara por retirarse para dejar paso al logos: para empezar, la razón
estuvo siempre en el interior de los pensamientos míticos, pero estuvo dormida;
y para seguir, el mito no se retiró tampoco de la escena de la historia cuando
se produjo el desarrollo de la razón: por eso fue razón naciente antes de ser
una razón nacida; también hubo una razón latente, herida, aletargada, que
terminó por eclosionar.
Suele
considerarse a Homero y Hesiodo, en el siglo VIII antes de Cristo, como los
representantes tardíos del pensamiento mítico en Grecia. Pero en los cuatro
siglos que les precedieron, quizá el mito no era vivido de la misma manera;
quizá pudiéramos hablar de mito I y mito II para referirnos a dos formas
sucesivas de vivirlo a lo largo de los años. Paralelamente, quizá desde el
siglo VIII hasta el VI, y hasta incluso el V, la filosofa no revistiera tampoco
las mismas formas; quizá también pudiéramos hablar de filosofía I y filosofía
II para caracterizar estas dos fases. El paso del mito a la razón sería una
expresión simplista para referirse a un proceso complejo más dilatado. ¿En qué
consisten esas fases de la razón de las que hemos hablado?
(1)
Llamamos razón atada a las épocas que
producen pensamientos cautivos; épocas de la historia donde el
pensador está sujeto al político. Corresponden a la fase de mito
I y se trata de un pensamiento extensional imaginativo,
porque lo que no es extensión se conoce imaginándolo. El mito en su primera
fase
(Kotosh, Chavín) se extendería del año -700 hasta el +100, y se
caracterizaría por una experiencia sin analizar llena de personificaciones
igualmente sin analizar; y el mito, como punto de llegada, era la
culminación de las razones.
(2)
La razón naciente. Produce pensamientos
sueltos (pero aún no verdaderamente libres). Conoce una liberación
progresiva del saber con respecto al poder, y el mismo saber empieza a vencer
los obstáculos epistemológicos. Es lo que llamamos primer pensamiento intensional
reflexivo. Se despliega en dos fases:
·
Mito II. (Paracas, nazca). Del año 100 al 800.
Caracterizado por un análisis empírico defectuoso sobre un incipiente análisis
de las personificaciones (nazca, paracas).
·
Filosofía I. (Mochicas, chimús,
incas). Desde el año 800 hasta el 1532. Ahora el mito es sólo punto
de partida. La inducción y la analogía se revisten de lógica
(deducción) y el culto ha segregado crítica, y convive con la
cultura.
Ya hay un análisis conceptual explicativo, fragmentariamente desligado
de la experiencia.
(3)
La razón nacida es generadora de pensamientos
libres. La técnica va arrinconando a la magia y el mito
deja paso a la filosofía: es lo que llamamos segundo pensamiento
intensional reflexivo. Ya no se trata sólo de impulsos racionales y liberadores, sino de proyectos
liberadores de la razón. Corresponde a las fases de filosofía II y
ciencia.
·
Filosofía II. (Perú colonial). Desde 1.532 hasta 1.800. La
filosofía refuerza la porosidad urbana sobre la que se
asienta, que es a la vez consecuencia y causa de su actividad; el mito es
sustituido por los conceptos y sobre una técnica mejorada crece un análisis
empírico cada vez más afinado.
·
Ciencia. (Perú republicano). Desde 1.800 hasta hoy.
Aquí surge, segregado por la experiencia, el experimento (que es una
experiencia controlada). El pensamiento especulativo
se transforma en ciencia experimental y las explicaciones, ancladas en los
hechos, se vuelven abstractas (porque levantan el vuelo sobre el techo de lo
cotidiano).
En Perú, el
período de la razón nacida se escindiría en dos periodos:
A. Razón suplantada. El logos autóctono
es suplantado por el europeo.
B. Razón plantada. El logos autóctono
emerge, para emprender una síntesis, cuando se relajan las ataduras del
europeo.
La tesis que
defenderemos es la siguiente: que el pensamiento peruano precolombino
alcanzó el estadio de filosofía I casi 1.500 años después
de que los pensadores de Mileto hubieran alcanzado el umbral de la filosofía
II. Y no avanzó más porque sus ciudades no eran suficientemente
porosas; la ausencia de escritura impidió el desarrollo de la democracia, de la
curiosidad y de la apertura no militar a otras culturas de su entorno.
2. EL PROBLEMA DE LOS ORÍGENES
PERUANOS DE LA FILOSOFÍA.
2.1. RAZÓN ATADA (PENSAMIENTO CAUTIVO).
La constelación de la cruz del sur “destaca en el cielo
nocturno entre los meses de marzo y agosto y puede observarse prácticamente
toda la noche hasta junio y especialmente en el mes de mayo. Está constituida
por estrellas brillantes y es visible desde el polo sur hasta el ecuador”. Gustavo
Estremadoyro señala que “los habitantes de las antiguas culturas rindieron
culto a la constelación de la Cruz del
Sur, no como una divinidad sino como un sistema de orientación y como relación básica para su sistema de
medida”;
1. CULTURA CHAVÍN .
El
templo de Chavín tiene galerías
angostas, altas, frías, formando un laberinto donde es fácil perderse: hay una
sensación de misterio. El presunto dios-jaguar, cuya cabellera está formada por
haces de serpientes, inspira una mitología centrada en el terror. Así lo pinta
Vargas Llosa.
Pero, más
todavía que al temblor, al rayo, los aniegos y el huaico, la razón primordial
de su pavor eran las garras y los colmillos del puma y el jaguar, o la mordedura
del crótalo, que anidaban por doquier en estos bosques intrincados y que debían
causar innumerables víctimas en las aldeas y caseríos. Por eso los convirtieron
en divinidades y trataron de sobornarlos y aplacarlos, construyéndoles este
majestuoso santuario”; imagina Vargas Llosa que “el miedo que sentían explica
el salvajismo a que se entregaban, la inaudita violencia a que recurrían”.
Porque “ese horrible dios, híbrido de pájaro, crótalo y felino”, estaba
representado en el Lanzón; y el Lanzón “estaba impregnado de sangre humana, que
chorreaba sobre él, de las víctimas sacrificadas por los sacerdotes, allá
arriba, en el templo, en la piedra que era el ara propiciatoria,
estratégicamente colocada de tal modo que la sangre del sacrificado bañara al dios
de la caverna. Muchos peregrinos caerían fulminados, aquí, de terror y
devoción”.
El mundo es un
entorno hostil que impone un pensamiento afectivo: no puede, pues, haber
ciencia, sino rudimentarios conocimientos empíricos. No se busca un arte
realista que sea representación del mundo sensorial; el arte de Chavín es
simbólico, metafórico y abstracto.
2. CULTURA PARACAS .
No es lo
mismo la naturaleza como conjunto de las cosas que hay que la naturaleza como
totalidad con sentido; en el primer caso hablamos de la pluralidad; en el
segundo de totalidad, de absoluto. Chavín no conoció enriquecimientos
significativos de la experiencia que no estuvieran orientados a la explotación
técnica del medio; y en cuanto a pensar lo absoluto, no hubo inquietudes destacables,
ya que el pensamiento estaba guiado mucho por las emociones y poco por la
razón. Paracas, contemporánea de Chavín, desarrolló una técnica elaborada de
las trepanaciones, y produjo las telas más bellas de todo el continente
americano. Técnica y arte, pero no experiencias protocientíficas ni interés por
la trascendencia. El periodo Formativo se caracteriza por una ausencia de
teología y por una liturgia orientada sobre todo al sacrificio.
2.2. RAZÓN NACIENTE (PENSAMIENTO SUELTO).
3. CULTURA MOCHICA.
En la cerámica mochica los
astrónomos aparecen representados en forma de sacerdotes-búhos; ello se debe a
que se interesaban más por la astronomía nocturna, centrada en la observación
de las estrellas más que en el estudio del sol.
Soldados-felinos,
sacerdotes-búhos, pueblo-lagartija. La cerámica escultórica posee un “afán de
retratar la vida cotidiana”, como los escritores y artistas del Siglo de Oro
español; veremos que aquí aflora también una atmósfera picaresca. Se
representan palacios, pero también casas humildes. La cerámica representa al
médico, al idiota, al jiboso (reconocible por su rostro triangular), al ciego
(“que ya no tiene necesidad de utilizar determinados músculos faciales”). Se
representa “la cara del individuo (...): al pensativo, al enérgico, al sereno y
al colérico, al que ríe y al que sufre, al de nariz carnosa y al de ojos
almendrados; se representan “partos difíciles, hermanos siameses unidos por el
costado, caras con huella de forúnculos, labios leporinos, sífilis de tercer
grado, mal de Pott, bocio exoftálmico, hemipejia, rostros roídos por la uta,
pies y párpados edematosos”. Por último cabe destacar el huaco pornográfico,
que parece remitir a ritos sexuales sin afán moralizador.
La
cultura mochica también piensa la pluralidad,
pero lo hace en sus apariencias, no en sus profundidades especulativas e
inobservables. Frente a la metafísica intuitiva nazca podemos hablar de la
extraordinaria observación científica de los mochicas: tal es la cantidad de
los datos recogidos que cabe pensar en la presencia de verificaciones, y por lo
tanto conocieron la experimentación, aunque fuese rudimentaria. Quién sabe si
se dedicaron a describir más que a explicar, y por eso podría hablarse,
salvando todas las distancias, de un positivismo mochica. Pero este interés por
los datos se dio en la medicina, que también en Grecia supuso una avanzadilla
de la ciencia entre las creencias religiosas y las especulaciones metafísicas;
entre la cultura nazca y el propio clero mochica.
Se trata de una verdadera
secularización, y es difícil no imaginarse a buena parte de la sociedad civil
disputarle el saber, si no el poder, al sacerdote.
El realismo adquiere carta de
nobleza en la cultura mochica. Ya no se busca la metáfora y el símbolo que
expresan lo indecible (y lo temible), sino una verdad concebida como adecuación
a la experiencia cotidiana. Sigue habiendo dioses feroces: Aia-Paec todavía
ostenta colmillos heredados del legendario dios-jaguar. La casta guerrera,
extremadamente cruel como en las anteriores culturas, tiene como distintivo,
“tal como se ve en la cerámica pintada, (...) la figura antropomorfa con cabeza
de felino”. Pero los sacerdotes, siendo aún guerreros, también eran “grandes
médicos y cirujanos”, como hemos visto. Su distintivo no es el felino que
destruye, sino el zorro y el búho; el zorro, “animal conocedor de muchos
secretos y gran amigo de la luna, como que le aúlla y conversa en la soledad
nocturna”. El saber está relacionado con la noche, tanto en la figura del zorro
como en la del búho: parece una intuición de la lechuza de Atenea.
4. CULTURA NAZCA.
Seguirán
estudiándose las extensiones, con lo que no dejarán de desarrollarse las
matemáticas y la astronomía (el calendario nazca da fe de ellos); pero ahora
hay un interés por interpretar los fenómenos completando la imaginación con el
pensamiento reflexivo, y matizando las intuiciones con la inteligencia.
Su interés se
centra en la pluralidad circundante para resbalar de inmediato en la estructura
profunda, huyendo de la apariencia. No busca, pues, enriquecer el universo
empírico, sino metafísico. Trasciende la apariencia para penetrar en su
corteza, auscultando lo que guarda: aquí metafísica no es teología.
a) Sustancia.
Hacia el siglo +VI la cerámica nazca huye del fondo que rodea la figura, y lo
suprime dibujando seres que engendran dos seres cada uno, y éstos a su vez
engendran cuatro; no se trata aquí de iteración yuxtapuesta, sino introducida
dentro del motivo inicial, como si fuera una “mise en abîme”: hoy los llamamos
fractales. El horror al vacío no es aquí una conceptualización como en
Aristóteles; es un sentimiento. No describe, sino que prescribe. Proyecta el
propio sentir sobre el objeto de arte. Y lo hace asomándose sin saberlo a la
noción de fractal, que el siglo XX conceptualizará como espacio de un número
decimal de dimensiones. Esta huida del espacio hace presagiar una ontología
llena donde el vacío no tiene cabida; ontología
intuitiva en que la sustancia reside en la forma, pues permanece la forma
replegada sobre sí misma en reflejos infinitos y decrecientes. Pero es, en la
cultura nazca, un sentimiento de artista, lejos aún de la abstracción del
filósofo.
b) Movimiento.
Un autor anónimo esculpió la Procesión del Antarista, que representa a un músico
junto a varios personajes; “si vemos a los personajes de perfil aparecen
caminando, si los vemos de frente están detenidos: el secreto estriba en que
cada personaje posee tres piernas”. Un recurso que va más allá de los bisontes
de Altamira, que parece que corren porque tienen más de cuatro patas. Dos
conclusiones hay que extraer de estas observaciones: la primera es que el
artista nazca ve la naturaleza como un movimiento que subyace a las figuras que
se mueven (el mundo es un vértigo que a escala humana genera quietud, como el
equilibrio newtoniano es el resultado de desequilibrios y aberraciones
cuánticas: la quietud es una apariencia y, al revés que en Parménides, la
auténtica realidad es cambio); y la segunda observación es que el antarista es
una imagen vista desde varios ángulos, una acumulación de perspectivas (algo
que siglos después desarrollará el cubismo). Si recordamos que Ortega y Gasset
veía a Dios como la reunión de todas las perspectivas, veremos en el antarista
no un perspectivismo epistemológico
sino metafísico.
Esta
metafísica intuitiva de artistas (y, seguramente también, sacerdotes) quizá no
fue capaz de generar una ética respetuosa de la condición humana. ¿O sí? La
ausencia de textos es ahora mudo testigo de nuestra ignorancia.
2.3. RAZÓN DORMIDA (PENSAMIENTO LATENTE).
5. CULTURA HUARI.
El pensador
está sujeto al político, pero hay gérmenes de razón sembrados en el pasado. El
retroceso huari supone, al parecer,
una vuelta de la razón a las catacumbas: como si volviera Chavín. Parece
oscurecerse la ilustración del periodo anterior, con el declive de los
mochicas, cuya cultura mochica se renovará, atenuada, en la chimú. Entre ambas
se extiende el Segundo Horizonte (de Huari-Tiahuanaco), caracterizado por una
religión instalada como ideología más que mentalidad; de agitadores que
predican la buena nueva, “con misioneros de Tiahuanaco” o bien “hombres de
Huari y Ayacucho que visitaron el altiplano y tornaron inflamados con la fe de
los conversos”. Surgió así un Estado al amparo de la nueva religión, “que
pronto irradió sus ideas”. Sacerdotes, artesanos y mercaderes, y pastores. Tal
un sistema patriarcal “convencido de su religión y que trata de imponerla por
la fuerza”. Pachacámac, conquistada, “se convertirá en el gran centro sagrado
de la costa”.
2.4. RENACIMIENTO DEL PENSAMIENTO SUELTO.
6. CULTURA CHIMÚ .
El periodo
clásico (de los maestros artesanos: de +100 a +800) continúa en un período posclásico
(de los constructores de ciudades: de +1100 a +1450), y la cultura mochica se renueva,
atenuada, en la chimú. Entre ambas se ha extiendido el Segundo Horizonte (de
Huari-Tiahuanaco),
7. CULTURA INCAICA.
a) Inmovilidad.
La pintura de los keros (vasos) representa pájaros que vuelan sin avanzar como
si estuvieran petrificados; lo mismo sucede al resto de los animales, y también
a los seres humanos. El dinamismo mochica se trueca en ausencia de movimiento.
b) Sustancia.
La sustancia incaica, a diferencia de la nazquense, no reside en la forma:
reside en la materia, concretamente en la dureza. El modelo es la piedra:
naturaleza pétrea de los Andes, de la que derivan los duros y macizos edificios
La dureza es inmovilidad, resistencia a la erosión, y por lo tanto permanencia.
La sustancia-piedra es estable,
compacta y de hondos relieves; mas no es un concepto forjado por los amautas,
sino un sentimiento expresado por los artistas.
La cultura
incaica, inspirándose en la mochica, representa en sus vasijas todo tipo de
personajes: incas y coyas, príncipes y princesas, mujeres y niños[1];
aunque no tanto como explicación, sino como descripción y relato. La
profundidad de las imágenes mochicas queda lejos de sus imitaciones incaicas;
pero queda el modelo.
La physis,
dominada con la técnica pero aún no comprendida por la teoría, tiene un doble
especular: el estudio de la sociedad, entendido como técnica de dominación
antes que como teoría del poder; en el plano teórico es sobre todo ideología de
legitimación, nunca interés por comprender el mundo: con lo que lo religioso
cubre interesadamente lo social en vez de entroncarlo con lo físico y
metafísico.
c) Libertad
petrificada. El tiempo libre no existía para los jatun-runa: el ocio se
identificaba con la pereza, hasta el punto de ser azotados quienes eran
sorprendidos durmiendo de día[2]. Al
ser el descanso una noción pecaminosa, también lo era el ocio (del que emana la
cultura). El trabajo ha de ser penoso; no se concibe el trabajo agradable, pues
es una contradicción en los términos.
Libertad. No existía en el
tawantinsuyo. Pasar el tiempo es tedioso, y en la mente del campesino no ha
arraigado la idea de aprovecharlo en libertad, fuera de las obligaciones
laborales. Entre los campesinos la cosa el ocio es pereza y por eso se castiga
con el trabajo inútil; por ejemplo, bajando piedras al valle para luego
volverlas a subir (verdaderos sísifos de los Andes).
Igualdad. No existe en el tawantinsuyo.
Es más, la desigualdad no sólo es jurídica, sino ontológica. Hay una asimetría entre el inca
y sus súbditos. Si el término “runa” significa “hombre” en quechua, entonces el
inca, que es hombre, no sería runa; y es que (cito a Waldemar Espinoza) “los
incas de sangre constituían una nación, y el nombre de ésta era incaruna”; el
incaruna se divertía y gozaba, mientras el mitayo o jatunruna (el campesino)
sólo debía “sufrir, padecer y callar”.
Fraternidad. Fraternidad social: la
minka o reciprocidad que, entre otras cosas, movilizaba a los campesinos para
realizar trabajos para la comunidad (obras hidráulicas, por ejemplo). Aquí sí
se vivía el trabajo como una fiesta; el trabajo comunitario, a diferencia del
trabajo de interés individual, era vida, y dinamizaba voluntades compensando
esfuerzos con cantos y comidas y bebida. Mas la fraternidad reposa sobre la
voluntad de quien la practica, no sobre la obligación ni la recompensa. No
puede, pues, hablarse de amor y fraternidad entre los jatun runas, sino de
racionalización en la gestión de recursos y en el reparto de tareas.
La
ausencia de fraternidad queda bien ilustrada en el concepto de eficacia que
tenía el tawantinsuyo. En un país donde la escritura o no existía o era
patrimonio de la casta sacerdotal, los correos debían memorizar los mensajes
relevándose unos a otros en su travesía de los Andes; el correo desmemoriado
era ejecutado en la plaza de su pueblo “con cincuenta mazazos en la cabeza y
luego, ya cadáver, se le quebraban las piernas”.
También
la ausencia de fraternidad se manifiesta en un desprecio a la vida (valor
fundamental del pensamiento circumeuropeo). En la pena de muerte se llegaba
incluso a “la muerte en masa de los inculpados”[3]. Las
vírgenes del sol que perdían su virginidad podían ser despeñadas o quemadas,
colgadas de los cabellos y abandonadas hasta la muerte, “hallándose determinado
afán ejemplarizador en sepultarlas vivas con sus cómplices”; pero lo peor es
que después se asolaba el pueblo de los culpables, matándose a todos los
hombres.
Los
jatun runa son, pues, un pueblo sin alegría, sin amor, sin intimidad, casi está
uno tentado de decir: sin derechos. Y ciertamente no tienen derechos
individuales, sólo son titulares de derechos colectivos. Basadre y Belaúnde ven
en el derecho incaico el más desarrollado de América precolombina, y si eso es
verdad podemos certificar una cosa: que la cultura incaica estaba muy por
debajo de la cultura española que la conquistó, por más que la Conquista y sus
abusos hayan sido económica, política y militarmente una gesta inhumana; pero
espiritualmente fue también una inyección de humanidad.
Le
faltaba también (esto lo podemos añadir ahora) una dimensión ética que no había
en su moral. Pero algún atisbo de ello hay cuando, en el nombre de uno de los
barrios del Cuzco, encontramos la palabra “munaysenca”. Munaysenca significa
“relación de voluntad y amor”: este solo nombre es ya una huella de lo que
debió ser pensamiento delicado y profundo. Obsérvese que este pensamiento
surgió en el Cuzco; y eso indica que, frente a la moral pasiva de los jatun
runa, seguramente se estaba desarrollando una actividad ética (filosófica y no
sólo religiosa) en la sociedad de los inca runa. La voluntad es amor en San
Agustín, y amor es para él “diligere” (elegir), no “amare”; querer presupone
pensar, pero sobre todo es un amor sensible; así se desprende de esta palabra
dejada como mudo testigo en el tiempo del Cuzco. ¿Qué anónimo amauta forjaba
tales intuiciones, quizá en el propio barrio de Munaysenca?
2.5. RAZÓN NACIDA (PENSAMIENTO LIBRE).
Después de la conquista ha eclosionado un pensamiento
liberador coincidiendo con el nacimiento de la razón. Pero, por desgracia, no ha
surgido de la semilla pacientemente plantada en los Andes; ha surgido de una
semilla europea. El pensamiento andino es brutalmente perseguido, arrinconado,
destruido, y sus manifestaciones reducidas a la nada por la codicia de los
conquistadores; sus dogmas, tan distintos de los cristianos, son reducidos al
silencio por los extirpadores de idolatrías. Como en un campo de maíz donde se
arranca el maíz para plantar el trigo, el pensamiento andino desapareció sin
dejar huella más que en la mente de los aldeanos; y de los cronistas
En
Perú se escindiría en dos periodos: el de la razón suplantada (desde
el 1.532 hasta el año 2.000) y el de la razón plantada (del 2.000 en
adelante).
El tema de nuestro tiempo sería entonces repoblar los
Andes con la razón andina. Al lado de la europea. Sin que ninguna de las dos se
convierta en cizaña que eche a perder los frutos de la otra. Será entonces una
razón plantada. La tarea más importante de la filosofía peruana no es, hoy,
buscar razones que ya posee, sino plantarlas en esas otras razones que laten
dormidas en su suelo. Eso es renovarse el Perú desde sus orígenes: de él podrá
brotar en el siglo XXI la razón plantada.
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