sábado, 15 de noviembre de 2014

Enseñar con metáforas



El arte de enseñar viene a ser el de la metáfora. “Las palabras inusitadas las desconocemos, las palabras corrientes ya las sabemos, y es la metáfora la que nos enseña”.
            (Mosterín, enseñando a Aristóteles).



ENSEÑAR CON METÁFORAS


            -A ver si me he enterado –dijo Juani-. Has comparado la nutrición con un fuego. Cuando hacemos fuego necesitamos un combustible, que puede ser papel, carbón o leña.
            -O petróleo –interrumpió Charo.
            -O petróleo, o aceite, o lo que sea –prosiguió Juani-. Cualquier cosa que arda.
            -Exactamente.
            -Pues eso. Para encender una estufa, o un brasero, necesitamos echar oxígeno al combustible; y lo hacemos soplando con cualquier cosa: con la boca, con un periódico, con un fuelle. Has dicho que la función de nutrición la realiza el cuerpo de la misma manera. Necesitamos un combustible, que son los alimentos que tomamos; y oxígeno, que lo tomamos del aire por los pulmones. Luego tiene que juntarse la comida con el oxígeno, pero la comida está en el vientre, y el oxígeno en los pulmones; tiene que haber un sistema de transporte que los lleve hasta las células y allí los ponga en contacto; ese sistema de transporte es la sangre.
             -Así es, Juani, lo has entendido muy bien -dijo Juan, que se daba cuenta de que Juani estaba aprovechando el recreo para repasar con él.
            -O sea, que los aparatos digestivo, respiratorio y circulatorio desarrollan juntos la función de nutrición.
            -Claro –confirmó Juan-. Pero falta algo más.
            Juani se quedó pensativa, sin dar con ello. Juan la ayudó.
            -Mira esa estufa.
            Juani giró la cabeza para contemplarla.
            -Está apagada. Si la encendemos necesitaremos carbón y oxígeno, como has dicho. Pero si no tenemos por donde soltar los humos explotará.
            Juani levantó las cejas y se le encendieron los ojos.
            -¡Ah, claro, se me había olvidado! ¡Hace falta una chimenea!
            -Eso es. ¿Dónde están las chimeneas del cuerpo?
            -¡En la nariz! Ya me acuerdo. En la estufa soplamos con el fuelle por la trampilla  y sale el humo por la chimenea; pero en el cuerpo humano el aire entra por el mismo sitio por donde sale el humo.
            -Eso es. Del aire extraemos el oxígeno, y se lo llevan los glóbulos rojos. Y esos mismos glóbulos vuelven del cuerpo cargados con el dióxido de carbono, que es el humo que tenemos que expulsar.
            -Y cada vez que inspiramos tomamos oxígeno, y cada vez que espiramos expulsamos dióxido de carbono –completó Juani.
            Entonces volvieron los hombres a clase. Se frotaban las manos con fuerza para entrar en calor.
            -Mira –dijo Pili-; ahí vienen ésos de respirar cigarro.
            -Sí –confirmó Juan-: sólo que ellos, en vez de oxígeno, respiran veneno.
            Se rieron. Pili, que estaba deseando entrar en la conversación, le pidió a Juan una confirmación.
            -O sea, que los pulmones hacen a la vez de caldera y chimenea.
            -De fuelle y chimenea –corrigió Juan Luis-. Las calderas del cuerpo están en las células; se llaman mitocondrias, allí saltan las chispas que inician la combustión; allí se combinan los alimentos con el oxígeno para producir calorías. Es como si en el cuerpo hubiera millones de calderas pequeñitas, según la parte del cuerpo que quieren alimentar. Unas producen calorías para los brazos; otras para las piernas; éstas para el estómago (porque el estómago, para moverse, también tiene que comer); aquéllas para el corazón; todas las partes del cuerpo reciben su energía, reciben la fuerza para que puedan trabajar.
            -Y en la caldera –Pili quería repasar, hablando mejor que escuchando-; en la caldera se producen cenizas.
            -Muy bien –apostilló Juan Luis-. ¿Por dónde salen las cenizas del cuerpo?
            Pili lo estuvo pensando. También Carlos y Alberto. Pero Pili se adelantó.
            -¡Ya sé! Por el ano.
            -Exactamente. A diferencia de los pulmones, el tubo digestivo tiene dos orificios: uno de entrada y otro de salida. Y ahora viene la pregunta más difícil: ¿en qué se diferencia la estufa del organismo?
            Juan hizo durar el silencio, durante el cual todos intentaban recordar sin dar con la respuesta; entonces él los ayudó.
            -En los líquidos. La estufa no expulsa líquidos; nosotros sí.
            Todos hicieron el mismo gesto: abrir la boca, arquear las cejas y levantar las manos; señal de que lo sabían pero se habían olvidado, como si con el cuerpo dijesen casi sin querer: ¡qué tonto! ¿Cómo no me he dado cuenta? Juan, entonces, completó su explicación.
            -La estufa expulsa gases; nosotros también: por la nariz y por la boca. La estufa expulsa sólidos, que son las cenizas; nosotros también: por el ano. Pero la estufa no expulsa líquidos: nosotros sí: por el riñón. De modo que los aparatos que realizan la función de nutrición son...
            -¡El digestivo, el respiratorio, el circulatorio y el excretor! –resumió Charo atropellándose, para que nadie le arrebatara el placer de concluir.
            Juan sonrió. Miró entonces a los tres fumadores, que habían salido a intoxicarse a la calle. Ellos le devolvieron la sonrisa. Juan encontró una coda a la charla que habían tenido.
            -También expulsamos agua por la boca; pero no líquida, en forma de vapor. Si sopláis cuando hace frío en una ventana, el calor del cuerpo la deposita en los cristales empañándolos: es el vaho.
            Después de las sonrisas propias del reconocimiento se volvieron a sentar. Sí, uno sonríe cuando descubre cosas insólitas; pero también cuando reconoce, ordenadas en un sistema, experiencias espontáneas que siempre ha tenido. La enseñanza es eficaz cuando consigue sorprender al alumno, bien descubriendo cosas insospechadas, o bien descubriendo relaciones nuevas entre las cosas que conocía.
            Así desfilaron los días con su cortejo de experiencias. Y a los días les siguieron las noches. Unos y otras se fueron juntando para hilar la sustancia del tiempo, que iba dejando sus huellas y sus recuerdos. Con el tiempo, formaban un poso agradable en la memoria. Los tiempos de clase eran bonitos porque quien aprendía estaba deseoso de aprender, y eso reforzaba los ánimos de quien enseñaba. Y los recreos también eran bonitos, porque daban pie a un intercambio de experiencias que a todos enriquecía. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario