viernes, 23 de abril de 2021

MARÍA CORONEL

  

 

MARÍA CORONEL   

 


            José Luis Bartolomé ha sido profesor de literatura en tierras castellanas. Después de la literatura se interesó por la historia del arte y por la filosofía, cursando definitivamente estas tres carreras. Es poeta, dramaturgo y narrador, y después de hacer incursiones en el relato breve está embarcado actualmente en la redacción de varias novelas. Como dramaturgo ha escrito y representado El mojón, que forma parte de la trilogía de Tierra de Campos. María Coronel, una Bernardina para la historia le ha sido encargada para conmemorar el quinto centenario de la boda de María con Juan Bravo, el popular jefe comunero que tiene una estatua en la ciudad de Segovia.

 

RESUMEN.

 

            En 1492 se produce en España la expulsión de los judíos. El viejo consejero de la reina, Abraham Senneor, tiene que convertirse al cristianismo si quiere seguir viviendo en la tierra que le vio nacer; a partir de entonces se llamará Fernán Pérez Coronel. Su hija María se casará con Juan Bravo, el jefe comunero que, junto a Padilla y Maldonado, será decapitado en Villalar. María sólo ha tenido tiempo para disfrutar dos años de su matrimonio. Muerto Juan Bravo, será despojada de sus posesiones por el emperador y caerá en desgracia. Hasta que años más tarde le vuelva a ser restituido lo que se le arrebató. Ésta es la historia de María Coronel, que se casó en Bernardos y catapultó a este pueblo anónimo en volandas hacia la historia.

 


CRÍTICA.

 

            La referencia obligada es, para mí, El mojón: era aquélla una obra libre, de autor, mientras que ésta es una obra de encargo, de publicista, casi podría decir “de intelectual orgánico”; el objetivo de aquélla era la realidad descarnada de la tierra; el de ésta, su idealización y lucimiento; todo lo que había en aquélla de pintura realista es en ésta pincelada rendida y afán laudatorio. Puesto el marco en que se desarrolla la obra, vamos ahora con el cuadro.

            El cuadro es una loa a las virtudes admirables de María Coronel, vista no sólo como persona (que también), sino sobre todo como paisana. La historia evoluciona en cuatro actos y todos, excepto el último, tienen la misma estructura: en la primera escena aparece un juglar que canta, al igual que las canciones de Brecht (poniendo distancia con los personajes pero acercándonos a sus mitos para identificarnos con ellos), más al modo de los pliegos de cordel o cantares de ciego; en la segunda asistimos a un diálogo entre María y un hermano suyo (en él evocan el pasado y perfilan la historia); y en la tercera hay una escena con protagonistas y antagonistas donde ya ni cantan ni cuentan, sino que viven ante nosotros cuatro momentos cruciales de la historia: la conversión de Abraham Senneor, la ejecución de Juan Bravo y la restitución de los bienes confiscados; la última escena (la boda de María y Juan Bravo) se sitúa cronológicamente entre el primer y el segundo acto, pero se vive como un salto atrás al final de la obra porque el autor quiere que este episodio se reviva con todo su esplendor en los escenarios (la iglesia, la plaza) donde se cree que ocurrieron; la intención es una apoteosis final donde, al mismo tiempo que la protagonista, se luzcan como en un altar la propia iglesia y las calles del pueblo.

            El efecto está muy logrado. Los octosílabos del romance crean un animado espectáculo donde se recrean, a su vez, los antecedentes que necesita el espectador para entender la historia que se va a contar: éste es el equivalente del coro griego, sólo que en vez de insistir en el drama y la reflexión le dan a la historia aires lúdicos y épicos. Los diálogos entre los hermanos remedan el juego de las tragedias, donde se habla de las cosas que han sucedido sin que el espectador las vea. Y la escena con la que se cierran esas trilogías que son los tres primeros actos no dicen, sino que muestran: éste es el teatro de verdad, no los recuerdos; ni los cantos.

            Esta estructura es muy sencilla y está pensada para agradar al público, eliminando todo conato de crítica y favoreciendo esa identificación colectiva que arrastra a la gente en las grandes ocasiones. En esto el autor se muestra como el maestro que es. No obstante hay elementos de crítica velada: como cuando, pasando de puntillas, el autor dice por boca de su personaje que el movimiento comunero pudo ser una defensa de las clases marginadas, pero también un movimiento retrógrado que no iba con los tiempos (p. 30): el autor enuncia esas dos valoraciones sin tomar partido por ninguna, aunque se recrea en el sentimiento ingenuo de la gente que abrazaba la utopía soñando con igualdad y libertad, “sin tener en cuenta las consecuencias” (p. 31); y hasta se atreve a hacer una crítica silenciosa suponiendo que, si los comuneros hubieran ganado la guerra, nos hubiera ido peor. Pero se recrea en el espíritu del héroe; el héroe es el que sigue adelante aun cuando tenga la certeza de que la causa está perdida (p. 30). Esos aires épicos gustan de ser sazonados con declaraciones grandilocuentes: “seremos unos héroes a las puertas de la gloria” (p. 25); “traidores hacia los poderosos, mas no (…) para el pueblo”; en fin (parece como si hablara Fidel Castro), “la historia nos dará la razón” (p. 24). El autor hace que la realidad se desdoble: en la primera visión el corazón repite el eslogan en el que quiere creer el público con el optimismo de la voluntad; en la otra la cabeza muestra los argumentos que se imponen por sí solos con el pesimismo de la razón; y así, pareciendo decir lo que el público quiere oír, dice realmente lo que el sabio le tiene que recordar”.

            Es la historia de María Coronel un espectáculo con música, fiesta, escenografía y verso; pero debajo retumban, con un eco sordo, las voces sensatas que, lejos del espectáculo, se presentan como auténticas voces de la verdad. Parece que el autor dice lo que le piden que diga. Y al hacerlo suenan, como el eco de las voces, las razones que no quiere oír nadie pero que se oyen, acalladas por la fiesta. Porque el vino y el cordero y las vituallas y viandas son el espectáculo que parece apagar, sin conseguirlo, las voces que nos hablan desde la razón que está callada: y que se oye.

 

            En 1521 se produce la batalla de Villalar. Las tropas de Carlos V derrotan a los comuneros y sus principales cabecillas son decapitados.

Hoy se sabe que la lluvia mojó la pólvora y los cañones no pudieron disparar; quizá por eso los comuneros no ganaron la guerra y la historia de España no pudo seguir por otros derroteros. O no. Quién sabe si la monarquía autoritaria no se hubiera acomodado con las figuras de Padilla,  Bravo y Maldonado.

            Yo no envié a mis tropas a luchar contra los elementos.

 


 

 

 

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