viernes, 12 de febrero de 2021

 

 

ESTÉTICA DE LA SUCIEDAD

 


            He visto los perros colgados en los árboles y el olor de los arenques, las sardinas de Cuba y los albañales de las aguas sucias. El olor a muerto, el olor a orín, los muladares, el olor de los guarros y el olor a estiércol. Las arañas. Las arañas y las cucarachas me parecen feas; desagradables, sucias; como los filamentos de las telarañas formando algodones grises en la suciedad de los árboles; porque dentro de ellos, si metes la mano, te puede picar la araña, allí está el peligro. He visto los mosquitos, los piojos, las moscas y los grillos; las cucarachas son sucias porque las pisas y se derraman, vertiendo el jugo de su cuerpo asqueroso. El olor a corral y a cuadra, el olor de los burros y las mulas, ver las boñigas y olerlas. El barro entre las casas, en el cerro; el lodazal. Todas esas cosas son sucias como el petróleo, la pizarra o el carbón de Puertollano; están en el mundo idílico de los campos que nos cuentan los cuentos, pero los cuentos nunca nos hablan de la suciedad del campo aunque está en ellos; los cuentos sólo nos hablan de las cosas hermosas, limpias, de lo atractivo: nunca de lo que nos repugna. ¿Pasará lo mismo, pero al revés, con el carbón del Pueblo? ¿No hay un mundo idílico en Puertollano? ¿No hay una belleza escondida en lo sucio?

            Y no sólo hay suciedad en la naturaleza. También la hay en nuestra historia, y en nuestras leyendas, en nuestros cuentos. La bodega en la que se esconde el sosiego puede ser también lugar de borrachos. La escuela de cagones. El papel de estraza en la tienda, que siempre es un papel sucio. El papel de los periódicos huele a petróleo, y hasta hay un papel de dibujar que se llama, ironía de las cosas, papel guarro. Con la goma borramos el lápiz y con el secante quitamos los borrones, o más bien no los borramos, los secamos; quitamos la suciedad de la tinta que emborrona el papel y aunque siga siendo fea (a veces nos gusta) deja de estar sucia porque ya no puede mancharnos; cuando manchar es poner la tinta del papel en la mano, que es contagiarse. Como el chocolate que, por muy rico que esté, no deja de ser sucio porque nos mancha las manos; porque nos llena de sustancia como la tinta del papel, cuando no estaba seca, nos las mojaba. También estaban sucios los zíngaros que pasaban por el pueblo y el perro, y el mono, la pandereta, y el oso. Sucios son los churros, que nos llenan las manos de grasa; las manos y los morros. Pero el tamiz del tiempo vuelve lo sucio limpio y hermoso y los zíngaros, en la repulsión que nos producen, pasan a rodearse de aromas de leyenda, la suciedad del pasado la sentimos limpia y no deja, sin embargo, de estar sucia. ¿También le podría pasar a Puertollano?

            He visto los pollitos, los pastores, tiernas estampas que me parecen bellas. Pero los pastores tienen suciedad en las manos, polvo en el pelo y barro en los zajones; les huelen los pies. He sentido el viento, las hojas de otoño y los árboles floridos: y me parecen bellos. Y he comido algarrobas y espigas y pan con quesito y estaban ricos; el buen sabor es la belleza del gusto, esa belleza que no tenemos en el carbón de Puertollano. Ni en el petróleo. ¿O sí? Bellos son los tebeos, las historias, las leyendas; y Goliath,  y Crispín, y el capitán Trueno; aunque Doble Ron sea un borracho y esté sucio el doctor Salasso. Vulcano, el tártaro, las brujas, el infierno, el porquero Eumes, todos son bellos como la pulcritud de un via crucis; sin embargo son sucios. Son leyendas, son historias bellas, bellas porque las vemos lejos, aunque de cerca sean feas. ¿Acaso también, para encontrar la belleza de Puertollano, haya que marcharse del pueblo? ¿Verlo de lejos, en el tren, o cribarlo con la distancia del recuerdo? 

            Hay cosas feas en la naturaleza. Que son feas sin ser sucias, como por ejemplo la cigarra; porque tiene las alas de un gris blancuzco y desagrada la estridencia de su canto; y sin embargo, gusta. Feos son los grillos, los escorpiones, los cardos, los matojos, el sudor de la tierra, los charcos, el polvo, el barro; fea es la estepa, que es una tierra seca, estéril, llena de caminos pedregosos, polvorientos y bellos; y sin embargo ahora que los describo los estoy haciendo bellos; fea es la polvareda, feos los hierbajos, feo el rostro escuálido de don Quijote; los terraplenes, los gorgojos, la maleza, fea es la naranja con azúcar que no le gustaba a mi hermana. Y hay cosas que a la vez son feas y bellas como el resplandor, la lluvia, los rayos y los truenos; y cosas que, siendo hermosas, también son limpias: como la placa donde mi madre hacía la comida, la lumbre que se escapaba de la chimenea, que en el aire formaba hilos de humo, nubes grises, borrones de niebla; y, siendo humo,  no era feo como el de la fábrica, la locomotora, el carbón de las minas; porque la lumbre que encendía mi madre la encendía con carbón y siempre tenía a su lado la badila, el recogedor. El brasero que soplaba hasta las brasas, la ceniza que lo cubría como si fuera estufa, todo era limpio y bello aunque se ensuciaran las manos. ¿No podría ser igualmente bello el carbón de Puertollano? Como el color de la vida, que en el pueblo es en blanco y negro. Nosotros llevábamos ropa de colores pero los policías vestían de gris, y el gris y el color resultan, cuando se funden en la memoria, un cuadro bello.

            Como también es bella la libertad: que en Puertollano tenía un corsé, el corsé de la disciplina, que no dejaba mandar y sólo la obediencia era posible; el temor, el rumor, el rumor que sale del temor y multiplica el miedo, que se multiplica, a su vez, con el miedo lejano de la guerra; los terrores de la guerra se incrustaron en la memoria y ahora mismo nos han paralizado; y han entronizado la injusticia y han convertido al español en un perdedor.

El miedo está en la casa de baños. En la casa terrible de los golpes y los palos. Donde vino a bañarse el general Narváez y mucho más tarde, cuando Puertollano dejó de ser balneario, se convirtió en comisaría. Las palizas, los correazos, la bofetada de mi padre, los puños y las balas: los rumores. Donde no hubo libertad se agazapó la violencia y con violencia destruyeron el poder creador de la palabra; en la palabra atormentaban el corazón de la gente, machacaron la justicia, que crece en las manos del diálogo al que también destruyeron; todo lo que era bello lo hicieron feo y el color de nuestras ropas se fue volviendo gris; y por eso en Puertollano la vida era en blanco y negro; blanca como la cal, como la leche en polvo, y negra como el carbón. Lo bello es feo. 




1 comentario:

  1. En lo feo siempre veo algo bello, trato de mirar el gris de la vida que aunque me inquieta me empuja a ver belleza. Me hace pensar:
    "Donde no hubo libertad se agazapó la violencia y con violencia destruyeron el poder creador de la palabra; en la palabra atormentaban el corazón de la gente, machacaron la justicia, que crece en las manos del diálogo al que también destruyeron; todo lo que era bello lo hicieron feo y el color de nuestras ropas se fue volviendo gris; y por eso en Puertollano la vida era en blanco y negro; blanca como la cal, como la leche en polvo, y negra como el carbón. Lo bello es feo."

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