viernes, 24 de abril de 2020

COMPOSTELA




COMPOSTELA
           

                                                                       I.
   He viajado muchas veces en este tren.
He venido muchas veces por esta vía.
Por las noches lucen, si salimos de Ciudad Real,
las dulces luciérnagas que la noche olvida.
Mas no es en el cielo, en llegando a Puertollano,
no es en el cielo donde las estrellas brillan,
sino en la tierra: la faz del minero,
el sol del vagón, la negra orilla
de las vetas de polvo que en el rostro lucen,
negras como el carbón que brilla;
no es en el cielo donde hay luciérnagas,
millones de estrellas, millones de vidas:
es en la tierra; esas estrellas son
las luces de la fábrica, la luz de los muertos
rota en mil pedazos, muerta en vida:
eco de los mineros
que murieron en los brazos del grisú,
eco de los obreros
enterrados en los túneles de abajo,
allí donde la tierra monta en cólera
porque hurgaron en su vientre con pico y mina;
y allí, en el vientre de la madre,
donde los gases de una mala digestión
se juntan, allí explotan,
inflamándose en la luz del casco,
y aventan con su furia roca rota,
y alejan el carbón a trozos llenos  
cuajados de aristas: la explosión los fulmina;
y allá en el pueblo, a la luz del juego,
rompen a llorar, la desgracia grita,
el hijo, la mujer, la madre, el padre,
cuando cuenta el compañero las noticias:
ha habido una explosión (les dicen)
que lo ha enterrado en la galería
(y la cara es negra,
y los labios negros
llenos de carbón en la tierra mía,
tragando polvo mientras hablan,
escupiendo tierra si respiran,
y los ojos, blancos como una estrella
apagada,
lucen en la cara negra ya sin brillo,
y la falta de luz es la luz del compañero
que se acaba de apagar allí, en la mina.


                                                                       II.
   He llegado a Puertollano
arrastrándome en el tren de las lejanas vías,  
y allí, en el campo inmenso, sin hierba y sin olivos,
he visto las luces de la fábrica
como estrellas que brillaban en el suelo
mientras sobre el tren, sobre mi cabeza,
en el cielo, no he visto estrellas que lucían.
Un cielo sin estrellas es Puertollano,
un suelo estrellado bajo las ruedas vibra.
El campo inmenso en el traqueteo insomne
el campo de las estrellas parecía,
y una catedral, altar de peregrinos,
la torre más alta de la fábrica hundida.

                                                                       III.
   Campo de estrellas es mi pueblo,
lugar donde va la gente pobre
a respirar los humos  de la chimenea
(gas sulfúrico que hace llorar
los ojos de la gente que no la olvida):
ellos están, sentados y hablando, con los vecinos
que salen por la noche a buscar la fresca
y crujen sus pasos porque el suelo, forrado de costras,
es peregrinar de cucarachas;
los hombres charlan, las mujeres sientan
al niño sobre la silla por que él también lo sepa;
vete a jugar (le dicen), mas no te alejes,
que estamos respirando en la noche negra
y vienen los gases, picantes y traicioneros,
a picar los ojos y a cortar el pecho.



                                                                       IV.
   He venido a Puertollano: las luces de la fábrica
llegan hasta el tren con las bombillas,
y titilan, a lo lejos, como estrellas,
como un cielo que en la fábrica bajo el suelo entierra.
Quiero llegar. Quiero volver
al pueblo donde está mi infancia entera,
allí donde viví, calle Mestanza,
abierta en canal por la plazoleta.
Allí donde recuerdo a la cigarra
que cantaba en el árbol para la siesta,
allí donde arrullaron secretos grillos
el sueño de la noche que envolvió mis penas
(el rincón de la cal, la esquina de la Lucila,
las casas blancas que pintó la brocha
de día, cuando no había estrellas que lucieran).

                                                                       V.
   Hoy he vuelto a Puertollano. El rugir de las máquinas
en la calle en que jugaba no se oía;
Puertollano; un cielo de luces en el suelo
y en el cielo un suelo sin estrellas que dormía.
He pensado en los mineros
y en las chimeneas negras,
los obreros de oídos sordos que rompen las máquinas,
los mineros que la tierra cubre cuando el grisú crepita.
Y se me ha ocurrido que allí debajo,
donde la tierra se hunde porque los picos surcan,
abriéndole el intestino, las galerías:
he pensado que duermen los titanes
por debajo de ese mundo que está bajo el mundo;
y un día, si los dioses no lo remedian,
despertarán sus cadenas y temblarán de ira:
y no habrá quien recuerde que la noche, abajo,
alimentó al sol que nos iluminaba arriba.






2 comentarios:

  1. Solo palpo el regreso y andar hacia el cobijo de mi tierra, mi horizonte, rescato: "Quiero llegar. Quiero volver
    al pueblo donde está mi infancia entera,
    allí donde viví,(...)"

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  2. El pasado doloroso, nostálgico, de magníficas raíces imponentes frente a nuestro presente casi extraño, moderno y alejado con raíces escarbando la superficie, extendiéndose en el espacio.

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