viernes, 6 de marzo de 2020

LAS SOMBRAS DE NUESTRAS IDEAS




LAS SOMBRAS DE NUESTRAS IDEAS


1.

            -En el mundo –dijo Juan- no vemos las mismas cosas con los mismos cristales; para ti son verdes, y es porque llevas gafas verdes; para mí son azules, y no es a causa de las cosas: es a causa de mis gafas.
            -¿Por qué dices eso? –preguntó Beatriz.
            -Es por la pastora Marcela: unos la miraban con gafas acusadoras, otros con gafas comprensivas; pero Marcela, al fin y al cabo, era la misma. ¿No os ha ocurrido que a veces odiáis a las personas sin saber por qué? No os dais cuenta de que las miráis con ojos de odio. Si las mirarais con ojos cariñosos os parecerían simpáticas. –Y de repente Juan pensaba en Kant-. La gente no es como vosotros queréis que sea; la gente es como es.
            -Pero nosotros no queremos que la gente sea de ninguna manera- objetó Pablo.
            -Eso es lo que crees. A las personas las persigue una especie de sombra que hacemos con ellas; y esa sombra es como un retrato manipulado, igual que el fotógrafo retoca las fotos para que las cosas en sus imágenes sean mejores o peores que en la realidad. Nosotros, antes de dirigirnos a alguien, ya tenemos una imagen de él; o una idea; éste es feo, éste es guapo, éste simpático, éste inteligente… Cuando juzgamos a la gente no pensamos en lo que es; la comparamos con la imagen o con la idea que tenemos de ella; queremos que el original se parezca a su retrato, aunque es el retrato el que debería parecerse al original.
            Visi le escuchaba con interés.
            -A veces no miramos con los ojos sino con un espejo; los ojos deberían ser cristales que reflejaran la realidad, cristales transparentes; y que dejaran pasar las imágenes sin impurezas, no como los cristales sucios o ahumados.
            Tosió sujetándose la voz, en la boca, con el puño.
            -Pero a los demás los vemos como espejos; espejos donde proyectamos nuestras imágenes falsas, y queremos que la gente las refleje para nosotros; que se parezca a nuestros clichés, que nos los devuelva; que nos devuelva nuestra imagen para que la realidad sea un calco de nuestras ilusiones; de nuestros prejuicios.
            Volvió a carraspear.
            -Otras veces no miramos con un cliché individual, sino con un estereotipo colectivo. Así Marcela no es Marcela, es una mujer. Y queremos que sea como nos empeñamos que sean todas las mujeres: traidoras, ingratas, calculadoras, malvadas… Pero Marcela no tiene que ser así por ser mujer; es más, la mujer no tiene por qué ser como nosotros queremos que sea. Entonces Marcela, para defenderse, lanza su discurso.
            -Como una lanza que rompe el espejo con el que la miramos.
            -A veces es el único con el que podemos mirar; no sabemos que hay otros.
            Sombras de la caverna.
            -Para que vea don Quijote cómo es en realidad.
            -Y los cabreros, Elisa; y los cabreros.
            Elisa calló, y sus oídos fueron receptivos.
            -Hay que desembarazarse de prejuicios para poder ver. Quitar las sombras que nos nublan la vista. Las sombras, cuando están en los objetos, nos facilitan la visión, pero cuando están en nuestros ojos producen fantasmas, estorban y falsean, crean ilusiones…


            Juan se daba cuenta de que hablaba de las sombras de las ideas. Los prejuicios. Los cabreros no se engañaban con la cara de Marcela: captaban su belleza deslumbrante, sus encantos; pero igual que los cuerpos parecen deformados por el punto de vista, así también se deforman las ideas por la manera de pensar. Los prejuicios nos llevan a conclusiones disparatadas: no nos dejan discurrir; puede que nuestros razonamientos sean correctos, pero nuestras ideas no; y hacemos ideas de desechos como madalenas; cuando echamos basura en los moldes nos salen madalenas buenas, pero nos salen mal.
            Los prejuicios son las sombras de las ideas; de las ideas discutidas; y (pensaba) también hay sombras para todas las ideas que no podemos expresar.
            Ver la realidad es romper los filtros que tenemos en los ojos: los del cuerpo como los del alma. Ver la realidad es tener espejos que no lanzan sombras al interior de nuestra cabeza, imágenes que se confunden con las de los objetos que acabamos de mirar. Y cuando esos fantasmas no son de luz, sino de palabras, la claridad del cuerpo se vuelve transparencia de otro tipo: es, desde luego, una claridad intelectual. Hay tres tipos de sombras: las de la vista, que son sombras en sentido propio; las de las palabras, que son prejuicios; y las de las intuiciones, que son locuras; deformaciones de nuestra vitalidad; son, también, las de nuestra sensibilidad. (No la sensibilidad informativa, sino la expresiva; aquella para la que sentir es segregar sentimientos desde el fondo del alma; aquella para la que el entusiasmo es lo propio de la idea, el sentimiento fundamental).
            Sentir ideas es captar su latido más íntimo, su calidez entrañable; sentir prejuicios es llevarlas al borde de la locura: empaparlas con su visceralidad.


2.

            Unas veces no sabemos ver, otras no sabemos ver bien. Como decía Unamuno[1], unas veces tenemos telarañas en los ojos y otras visiones dentro de ellos. Los carlistas no podían entenderse con los liberales; mutuamente se condenaban a la exclusión. La exclusión es incomunicación por encima de todo.
            Juan pensaba mucho en Arcadio: su mente estaba llena de telarañas (paralizado por el miedo, Arcadio era incapaz de confiar); no confiaba en sí mismo; y, como él se veía en los otros, no confiaba tampoco en los demás. Se sentía bien poca cosa. Le parecía increíble que una chica pudiera fijarse en él. Nuestras intuiciones son al mismo tiempo ilusiones del corazón, porque el ánimo se viste con la alegría de conocer; pero cuando no tenemos confianza nuestra intuición se vuelve ilusa y las alegrías se tornan desilusión. Arcadio sentía visiones y pensaba que era un inocente, incrédulo, un tonto; se sentía desilusionado porque en cada gesto y en cada palabra de cada chica continuamente sentía que lo rechazaban.
            ¡Pobre Arcadio! Su frente abatida denotaba una absoluta falta de entusiasmo. Pero su desengaño no se debía a que sus intuiciones fueran acertadas: por el contrario, eran paranoias; se creía que la gente lo perseguía para reírse y no veía que nadie quería hacerle daño. Pero cuando tenemos corazonadas nos envuelven como la niebla y nos arrastran en su estela, y no tenemos un faro que nos pueda orientar en el océano. ¿Cuándo son obsesiones? ¿Cuándo impulsos del corazón? ¿Cuándo impresiones fieles? ¿Cuándo deformamos en nuestra mente nuestra visión? No hay frontera clara entre la ilusión y la locura, y unas veces soñamos estando cuerdos y otras, entre los sueños, perdemos definitivamente nuestra razón; la ilusión nos hace ilusos y desorientados, perdidos, mezclamos el placer con sufrimiento; no hay nada en nuestra razón que nos ilumine cuando pretendemos, con esa seguridad que tienen los necios, querer hacer el bien regándolo de dolor.





[1] Miguel de Unamuno. Paz en la guerra.

1 comentario:

  1. Rescató: " Los prejuicios son las sombras de las ideas; de las ideas discutidas; y (pensaba) también hay sombras para todas las ideas que no podemos expresar." ����

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