PENSAMIENTOS
SOBRE LA EDUCACIÓN
1. El profesor.
El
profesor debe ser un fiscal cuando plantea retos, un abogado cuando ayuda a
resolverlos, un juez cuando los sanciona y un notario cuando apunta los
resultados. A muchos profesores les gusta el papel de fiscal, juez y notario; a
muy pocos el de abogado.
2. Los alumnos.
Como los cristales de colores de las
catedrales, la luz brilla en la escuela que ha sido creada para enseñar. Es la
pintura que tienen fuera lo que brilla, no las luces negras de su interior. Los
alumnos, que tenían que brillar con ellos, son luces apagadas en sus colores;
por eso no los podemos ver.
3. La siembra.
La cosecha del maestro es puro
sentimiento kantiano: una parte le es dada; la otra la pone él. El alumno le da
su trabajo y él pone el resto; si el maestro no abona bien la tierra, ¿cómo va
a fructificar el alumno? ¿De quién es la culpa si el alumno no trabaja? Y si
trabaja ¿de quién es el mérito?
La culpa es del alumno que no
trabaja. Pero si trabaja, el mérito es del maestro. Eso es lo que dice el
maestro.
Pera otros, más rigurosos y
consecuentes, dicen que los éxitos son, como el fracaso, la responsabilidad
exclusiva del alumno.
Yo os digo que los méritos y los fracasos son
un trabajo conjunto. El maestro pone el abono. El discípulo la semilla. El
esfuerzo del discípulo nace de su naturaleza recogida en un óvulo, fecundada
por el maestro; de la semilla del que aprende, brotando del abono del que
enseña. El esfuerzo es la acción conjunta del maestro y el discípulo. Aunque
hay discípulos que pueden esforzarse sin necesidad de maestro.
Y maestros que sólo saben sembrar
teoría, y no son capaces de sembrar esfuerzo.
4. La escuela.
I.
La escuela ha parasitado a los
alumnos. Nació para ayudarles a vivir y ha acabado viviendo a costa de ellos.
El cuaderno de lectura debía animarles a leer, y ahora leen para presumir de
cuaderno de lectura. Los programas nacieron para servir al alumno, y ahora los
alumnos están para servir al programa; deberían premiarlos por educar, pero
sólo educan para que los premien; ¿qué tipo de educación es ésa? Una escuela,
tan sólo, que les chupa las ganas de aprender como los parásitos nos chupan la
sangre. Y a fuerza de forzar la educación ya no queda de la educación más que
el nombre. Un fantasma, no más, es ya la escuela: una realidad prostituida. Los
maestros nos han robado la educación, ¡que nos la devuelvan!
II.
Al centro educativo lo habéis
vaciado de contenido y sólo es un órgano vacío. Ahora no es más que el centro,
pero ¿el centro de qué?
La educación era el centro de la
escuela y ahora la escuela es el centro de la educación. La escuela, nacida
para educar, ha suplantado a la educación y eso es un golpe de estado. El
educador es una paradoja porque vive a costa de su cometido; se alimenta de
ella y es ella la que de él se tenía que alimentar.
La escuela es una impostura, una
impostora que está en un sitio que no es el suyo; un actor que se interpreta a
sí mismo y no interpreta su papel, un parásito que vive a costa de los otros;
un engaño que da gato por liebre, un teatro que ahoga la realidad para
convertirla en ficción. La escuela, que no educa sino que vive de mostrarse sin
hacer, es, en realidad, una mentira. Hace cosas que realzan su figura: no las
cosas que realzan su misión.
5. Los títulos.
La educación está montada al
servicio de un ídolo. Y el ídolo está sediento de sangre, de sangre joven para
alimentarse. Profesores hay a su servicio. Al frente, viene en perfecta
formación la dirección del instituto. La carne para el sacrificio son los
propios alumnos; allí están, dispuestos para el holocausto. Detrás vienen las
familias. Las madres y los padres desfilan como comparsas, metidos en su papel
de padres, vestidos con él como en un disfraz. Todos juegan el papel que les
tienen asignado: burdos personajes de un retablo, sombras de ficción
suplantando la verdad. El tótem se levanta como una figura imponente, de
redención a la par que amenazadora, extendiendo su sombra sobre los muñecos que
lo adoran. Y nada se mueve si no lo quiere el tótem, convertido en ideal,
hermosa máscara de un monstruo que se alimenta de nosotros; el colmo de las
perversiones es hacernos creer que nos alimenta con su fuerza.
El ídolo al que adoramos se llama
selectividad. Se cierne como una amenaza sobre los estudiantes, condenados a
vagar sin rumbo si no aceptan el sacrificio. Sus sacerdotes, los profesores,
custodian las formas sagradas en el santo de los santos; los ritos, los
exámenes, los sufrimientos, la sumisión al espíritu del tótem, la entrega de la
vida por el ideal de la vida... Todo, en este templo maldito, conspira contra
la vida para que nadie respire.
Antaño había un pequeño tótem que
estaba en el altar con él, acompañándolo como si fuera un dios menor: era la
formación profesional. Hoy se ha ido desmoronando hasta desaparecer casi. Los
sacerdotes del bachillerato han ido socavando su figura, se han comido a los
dioses menores que le hacían sombra al gran ideal. El dios supremo, el sagrado
bachillerato que es eso: un ser sagrado, cruel, intocable, un mito y un tabú. Y
ha extendido su mano como un pantocrátor implacable, severo; un dios del
antiguo testamento que castiga con fuego a los sodomitas, con ira y con rabia a
los desobedientes, diluvios devastadores que se llevan a las gentes que se
atrevieron a vivir. Y fueron todos, curiosidad castigada, un ansia de atravesar
los límites para conocer el más allá; castigados fueron todos por ser la vida
con soberbia; castigados por el hambre, para el parto con dolor; y fue el trabajo
entonces no más que una cadena. Expulsados del paraíso, excomulgados, exiliados
en el mundo por haberse atrevido a sentir, a querer; por haberse atrevido a
pensar; por haberse atrevido a vivir.
6. El saber.
Saber es poder, porque los
conocimientos facilitan la acción. Pero reconocer que alguien sabe, a través de
un título o un diploma, es darle derecho a trabajar, a cobrar un sueldo, a
tener sustento; y así, cuanto más elaborado sea el saber mayor será el
reconocimiento: mayor será el sueldo; dinero y estatus es lo que ganamos con
estudiar.
Estudiamos para ganar un sueldo: no
para saber. El maestro quiere que sus discípulos se ganen la vida y su reto es
aprobar. ¿Pero y si no pueden? ¿No tienen derecho a vivir bien los que no le
tienen apego al estudio?
Luego están los que estudian para
aprender. Con ellos el maestro no tiene por qué sufrir si no aprueban; no les
va en ello la vida.
Enseñar para competir. Enseñar para
ser competente. A veces hay gente competente y competitiva, pero los más compiten
con un título que les reconoce competencias que no tienen. He aquí el dilema
del educador.
7. La realidad
prostituida.
Desde hace muchos años hemos buscado centro cosas que mejoran la
educación, y ahora las hacéis todas para que mejore el centro: a costa de la
educación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario