viernes, 17 de noviembre de 2017

MARX (1): EN EL PRINCIPIO ERA LA MATERIA





MARX (1):
EN EL PRINCIPIO ERA LA MATERIA


1. La infraestructura.

            -La sociedad se levanta sobre la economía; eso es lo que pensaba Marx. Ninguna sociedad sobreviviría sin el trabajo, la técnica, la materia o la energía. La economía es la base de todo; la materia, no el pensamiento.
            -Perdona –interrumpió Luis-. No estoy de acuerdo. Yo soy lo que quiero ser, y pienso lo que quiero; si yo no hubiera decidido ir a selectividad no estaría aquí, estudiando bachillerato. Mi vida no depende de la materia, de los árboles, de mi cuerpo; mi vida depende de mi voluntad; de mi pensamiento, de lo que siento, de mi espíritu.
            -Voy a hacer de abogado del diablo, Luis –dijo Juan-: lo que dices no es verdad. Si tus padres no te dieran de comer no estarías estudiando. Si tuvieras sed, si no soportaras las ganas de orinar, si tuvieras sueño, si estuvieras enfermo, no podrías pensar ahora; no estarías hablando conmigo. Tu pensamiento depende de tu cuerpo.
            -No: hay gente que vence al cuerpo con la mente. Piensa en los ascetas. Los fakires. Pueden tumbarse sobre una tabla de clavos y con la mente controlan el dolor.
            -Para serfakir hay que prepararse primero; y uno no se prepara si tiene hambre. Valga la paradoja, para llegar a soportar las privaciones no puede uno estar privado. Para echar a correr hace falta carrerilla. Mira, te voy a poner un ejemplo que es todo una paradoja; quien necesita dinero y no lo tiene se lo pide prestado al banco, ¿verdad?
            -Sí, claro.
            -Pues el banco no se lo presta a quien no lo tiene. Lo primero que hace es pedir garantías de que el dinero le será devuelto, y si estás arruinado no puedes dárselas. Sin embargo una empresa millonaria recibe todos los préstamos para invertir. Vaya paradoja, nadie te da si no tienes, y si tienes te darán lo que pidas. En otras palabras, aquí no se ayuda al que más lo necesita, sino al que necesita menos; si me apuras un poco, la gente da a quien no le hace falta.
            La clase quedó en silencio, sumida en la perplejidad.
            -Os decía, entonces, que para Marx lo que mueve el mundo es el trabajo, la técnica, la materia y la energía; después viene el pensamiento. Tú, Álvaro, estás aquí porque quieres sacar la selectividad. Para eso pones tu trabajo, por supuesto. Pero sin libros, sin lápices, sin fotocopias, sin profesores, no podrías estudiar.
            Álvaro no tuvo más remedio que asentir.
            -Y los libros no los regalan. Hay que pagarlos. Hace falta el dinero y el dinero os viene de los padres, ¿no es así?


Las fuerzas productivas.

            Por la clase rodó un silencio de curiosidad, una atmósfera de expectativa.
-No necesito deciros de dónde sacan vuestros padres el dinero. Si no trabajaran no tendríais libros, y sin libros no habría selectividad.
-Pero la enseñanza es gratuita –objetó Diana.
-En efecto, lo es. Lo es por decisión política. ¿Pero de dónde saca el Estado el dinero para pagar a los maestros? ¿Con qué construye las escuelas, mantiene la calefacción en invierno, con qué compra bibliotecas y ordenadores? Con el dinero que recauda a través de los impuestos. Y los impuestos los pagan gentes como tus padres; trabajadores que cobran un sueldo a cambio de hacer funcionar las máquinas, que marchan con petróleo, para transformar las materias primas. Todo, hasta la educación, depende del trabajo, la técnica, la materia y la energía. Sin trabajador, sin máquinas, sin materias primas y sin petróleo, no funcionaría nada.


            -¿Y qué son las materias primas? –inquirió Álvaro después de un breve silencio.
            -Los materiales que hay que transformar. Una fábrica de automóviles necesita acero para el motor y plástico para la carrocería; para fabricar papel hay que cortar árboles; para hacer ropa necesitamos fibra vegetal, por ejemplo el lino… El acero, el plástico, los árboles y el lino son materias primas. Son los materiales a los que damos en la fábrica la forma que queremos.
            Juan Luis dijo, por fin, lo que estaba esperando:
            -El trabajo, la técnica, la materia y la energía son las fuerzas productivas. Ése es el vocabulario de Marx. Y, veréis, cuando las personas se ponen a producir contraen necesariamente unas relaciones de producción entre ellas; apuntaos esta nueva expresión que habéis oído, forma parte de la filosofía marxista.
            Juan Luis levantó los ojos, que se perdieron sin mirar a ningún sitio en particular: estaba buscando un ejemplo; algo con lo que lograr explicar este nuevo concepto. Lo encontró en seguida y sus ojos volvieron a la realidad. Los alumnos lo notaron porque antes de hablar se oyó un suspiro. Una aspiración silenciosa y discreta. Y en su cara se dibujó una luz que procedía de la mente: era un “fakir”.
            -¿Quién manda en vuestra casa?
            “Mi padre”, dijeron unos. “Mi madre”, dijeron otros. Otros dijeron que mandaban ambos. Y hubo algún cretino que todavía contestó con cinismo: “mando yo”.
            -Lo normal es que mande quien controla la economía. El reflejo de la economía es la sociedad. La sociedad se organiza económicamente, y el resultado de esa organización son las relaciones sociales. ¿Os acordáis de Aristóteles? Decía que la sociedad está organizada cuando hay unos que mandan y otros que obedecen. Los griegos eran muy dados a relacionar el mando con la capacidad: Platón decía que sólo podía gobernar el experto, el sabio, el filósofo; no se podía ser rey sin ser filósofo, aunque muchas veces haya algún filósofo que no sea rey; y muchas otras haya impostores que se arrogan el título de reyes sin saber filosofía. Para Platón, ser filósofo era casi lo mismo que ser rey: Platón, y Aristóteles, y muchos otros que vinieron después, definieron el gobierno de “los mejores”. Para Marx, sin embargo, los mejores no son los que mandan; los que mandan son los propietarios de las máquinas, los que controlan el desarrollo de la técnica; ellos son quienes tienen capacidad de decidir.
             Hizo un silencio para recobrar aliento.
            -¿Quién es en vuestra casa el dueño de las máquinas? ¿Quién gana el dinero con el que se compran la lavadora, el frigorífico, el microondas o el televisor? ¡Ése es el que manda!
            Se oyó en la clase un murmullo. Y en lo que los chicos hablaban unos con otros se podía oír: “¡anda, pues es verdad!” El poder, el control, la capacidad de decidir, el mando, lo tiene quien maneja el dinero; y así, en algunas casas el dinero lo gana el hombre y manda él; en otros es al revés y es la mujer la que manda; y cuando los dos traen el dinero a casa, lo normal es que su autoridad esté compartida. Hay excepciones, por supuesto, pero ésa es la regla.


            -El dueño de los medios de producción es el que manda. Los medios de producción son las máquinas. El poder, así, no lo tiene el que está más capacitado, ni tampoco el que más trabaja, sino el que tiene dinero, el propietario de la energía, las materias primas y las máquinas; y si no es propietario del obrero porque el trabajador no es un esclavo, es propietario de las decisiones que le afectan en el centro de trabajo. El que manda es dueño de la voluntad de los trabajadores, al menos en lo que toca al proceso económico de producción. El obrero puede ser en sus horas libres dueño y señor de su vida: al menos en teoría, porque en la práctica las largas jornadas laborales y el embrutecimiento por el alcohol le quitan el control de su existencia. Quien manda en el fondo en su tiempo libre es también el dueño de la fábrica.
             Aquello estaba haciendo reflexionar a los alumnos. Hacían comentarios sobre su vida cotidiana, identificando en ella las cosas que Juan Luis les estaba diciendo. No se habían dado cuenta hasta ahora, si bien eran cosas que intuían. Les venía a la conciencia un sentimiento dormido en el fondo del inconsciente. Juan Luis aprovechó para volver a la cuestión que había planteado al principio.
            -Estamos en plena revolución industrial, en Inglaterra; ésa es la época en que se desarrolla el pensamiento de Marx. Pensad un poco; si uno de esos obreros hubiese querido que estudiaran sus hijos, ¿lo habría podido hacer?
            La clase quedó dubitativa en un murmullo. Después Antonio materializó con una pregunta las dudas de todos;
            -No entiendo, ¿qué quieres decir?
            -Quiero decir que el salario de un obrero sólo daba para mal comer y malvivir; y para olvidarlo, emborrachándose en su tiempo libre. En aquel tiempo no había becas. ¿Con qué dinero iba a pagar el estudio de sus hijos?
            -Sí, es verdad –contestó Álvaro-. Tienes razón.
            -El obrero tenía en la mente lo que quería hacer: sin embargo no podía; le faltaba el dinero. No era fácil materializar los deseos y los proyectos. ¿Qué pensáis ahora que manda en nosotros? ¿La materia? ¿O el pensamiento? –Prosiguió, después de un breve silencio-. ¿Mandamos nosotros o mandan las circunstancias? ¿Se impone la realidad o la moldeamos con nuestras ideas?
            La mente inmadura de un adolescente no busca contraejemplos para el profesor; y si los  busca, no es fácil que los encuentre. Así, la clase se escinde en una mayoría que se convence de lo que le dicen y algún escéptico que, o lo rebate, o duda; cuando faltan argumentos el espíritu crítico, incapaz de rebatir, se queda dudando.


Las relaciones de producción.

            -Os voy a poner un ejemplo. Trasladaos, mentalmente, al neolítico. Los hombres estaban acostumbrados a cazar mamuts, y el mamut era la base de la economía de aquel tiempo: ellos mandaban. Las mujeres, en silencio, recolectaban hierbas y adquirían un profundo conocimiento de las plantas medicinales. Pero ese conocimiento no tenía tanta utilidad como el de las técnicas de caza; como la destreza en manejar el arco, la fuerza para cavar fosos donde tender la trampa al mamut, y cosas semejantes. No dudéis de que en aquellas sociedades de cazadores el que mandaba era el hombre; y entre los hombres, mandaba el jefe. ¿Y quién era el jefe? El que sabía cazar mejor y conducir a los cazadores a la victoria; pero también contaban los que hacían las flechas y las lanzas. En aquel tiempo el poder estaba ligado a la competencia; a la capacidad, al saber, a la pericia: a la destreza; la autoridad la daba la preparación tanto como la propiedad de los instrumentos.
            Juan Luis miraba para sí mientras hablaba. No estaba con ellos. Estaba con ellos, y respondía a sus preguntas, pero a veces se ensimismaba y hablaba como si estuviera solo; ése era uno de aquellos momentos. Se abstraía porque las cosas que sabía se cuestionaban entre ellas, y él, que estaba acostumbrado a repetirlas, perdía el control sobre ellas y se encontraba de repente dudando de los viejos hábitos mentales; la duda, en aquellos casos, era un conflicto en las ideas que dolía como si la mente estuviera pariendo.
            ¿Quién tenía más poder entre los cazadores? ¿El que sabía organizar la caza? ¿El que dominaba el fuego? ¿El que poseía las flechas? ¿Por qué le obedecían todos cuando les mandaba? ¿Qué le daba autoridad sobre los demás, qué era lo que lo marcaba como jefe?
            -No hay que confundir –dijo, sintiendo de repente una iluminación- el poder que da la capacidad con el que viene de la posesión de las cosas. El verdadero jefe, el que tiene capacidad de liderazgo (el guía, el príncipe, el caudillo), es escuchado porque tiene autoridad; porque sabe cosas para que sobreviva el grupo y el grupo sabe que las sabe; porque de su competencia depende la suerte de todos. El dueño manda porque tiene las cosas en su poder; el líder, por el contrario, manda porque tiene poder sobre las cosas. La autoridad correspondería a las relaciones técnicas de producción: el que manda es el que sabe; el que domina la técnica. Y no hay que confundirlas con las relaciones de producción basadas en la propiedad. Saber es poder; tal sería la divisa de las primeras. Tener es poder; tal es la divisa de las segundas.
            Sintió un placer que lo inundaba por dentro al descubrir lo que decía en el mismo instante en que lo estaba descubriendo; ese alivio es la felicidad que nos llena en los momentos de creatividad.
            -Sigamos con nuestro ejemplo. El saber técnico del jefe era útil a la tribu, y por eso le obedecían. Pero el saber botánico de las mujeres no era tan importante. Si os parece podemos llamarlo poder baconiano. Pero también existe algo a lo que  llamaremos poder marxista; el poder, el mando, como queráis llamarlo. El primero es un liderazgo; el segundo una dominación.
            Su verbo se animó de repente y se sintió poseído por una especie de frenesí.
            -El saber es una fuerza productiva; la ciencia, inseparable de la técnica. Pero la propiedad establece relaciones de producción. Pues bien, de repente se produjo un cambio climático en Europa. Se detuvo la glaciación, se retiraron los hielos y empezaron a escasear los grandes mamíferos. Cada vez había menos mamuts, menos osos de las cavernas, menos rinocerontes lanudos. El saber de aquellos cazadores, en poco tiempo, dejó de servir a la tribu. Ya sólo cazaban conejos, armiños, pequeños mamíferos. Y entonces, poco a poco, el saber de las mujeres se fue haciendo imprescindible. Su conocimiento de las plantas, de su cuidado, de las semillas, fue la base de la agricultura. Se produjo la revolución neolítica. El descubrimiento de la agricultura, en gran medida, fue obra de las mujeres.


            Los alumnos escuchaban con admiración. Nunca antes habían considerado así la revolución neolítica.
            -Observad cómo el poder pasó a manos de las mujeres. Se pasó de un patriarcado a un matriarcado. Hasta que el cuidado de los ríos, que regaban los campos, dependió nuevamente del trabajo masculino; cuando se construyeron diques, presas y grandes obras hidráulicas; entonces, el mando volvió a caer en manos de los hombres.
            Ya tenía explicado lo esencial de aquella cuestión.
            -Quien paga, manda. Y quien sabe manda también. La propiedad es poder. Y el saber es poder también. Fijaos en la relación entre chicos y chicas. Cuando el chico invita, está afirmando su poder sobre la chica. Y no sólo porque se cobre en especie (lo que boca come, culo paga); sino sobre todo porque si él lo paga todo, todo pasa a depender de su voluntad; puesto que es él el que tiene el dinero, con su dinero comprará todo lo que se necesita para satisfacer las necesidades de la casa.
            -Pero el matrimonio no es una fábrica –dijo Inés.
            -El matrimonio es una empresa –dijo Juan Luis-. Casarse es repartirse el trabajo entre el hombre, que trabajará fuera de casa, y la mujer, que trabajará dentro. Y ocurre que el trabajo externo genera dinero; el trabajo doméstico no. El trabajo doméstico rinde, satisface las necesidades del hogar (comer, vestirse, descansar): necesidades biológicas ante todo; pero la mujer no cobra por su trabajo; tan necesario es, que nadie se da cuenta de ello; nadie se da cuenta de las cosas que tiene resueltas porque ya no siente su necesidad; y nadie se lo agradece a las mujeres. Es el hombre el que lo compra todo, incluidas las herramientas de la mujer, porque él lleva el dinero a casa.
             -Y en esa empresa ¿cuáles son las materias primas?
            -Los alimentos que se compran en el mercado; la mujer los elabora en la cocina. La energía muscular es completada por el carbón, el gas, la electricidad… La técnica que se maneja son los conocimientos de cocina y de limpieza que posee la mujer; y las herramientas que utiliza (la plancha, la escoba, el fregadero, la placa, los detergentes…). Como veis, la casa es un conjunto de fuerzas productivas. A la mujer la obedecen todos porque sabe manejar las cosas; sabe cómo hacerlo todo, ella es guía, es líder, es el alma de la casa. Pero ese poder baconiano, que dan la ciencia y la técnica, tiene sobre su cabeza un poder económico, el que da la propiedad de las cosas; el que nos hace poseerlas. El hombre, sustento de la casa, es su dominador, su propietario; la mujer, lejos de dominar poseyendo las cosas, las domina conociéndolas; por eso ella, siendo alma y guía, no es sin embargo quien manda.
            Y dijo, como en un aparte:
            -Manda quien paga.
  




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