DIÁLOGOS LIBRES EN
TORNO A NIETZSCHE (3)
5. El instinto.
-En
cualquier momento va a sonar el timbre. No tengo idea de cuánto tiempo llevamos
hablando, pero las clases no duran más de cincuenta minutos –se miró al reloj-.
Volvamos atrás y recordemos cómo os he empezado a hablar de Nietzsche; con
vosotros. Vuestra generación, acostumbrada a tener de todo, no valora nada;
todo parece que os lo deben, como si hubierais nacido mereciéndolo. Lo tenéis
todo y no vivís nada. Llamáis vivir a las borracheras, a las drogas, al
derroche, al desperdicio. Sois borregos incapaces de vivir fuera del rebaño.
-¡Bueno,
bueno, menos lobos!- interrumpió Raúl.
-¡Tampoco
te pases! –se quejó Antonio.
Y
concluyó Roberto:
-Vosotros,
los viejos, disfrutáis despreciando a la juventud.
Pero
Adriana era más cuerda y más incisiva. Cuando apuntaba disparaba a matar. Ella
no usaba balas de fogueo. Con muy buen criterio, Adriana dijo:
-Supongamos
que sea cierto lo que acabas de decir; en todo caso no sería más que cumplir el
programa de Nietzsche. ¿No has dicho que hay que olvidarse todos en uno,
perdiéndose fuera de la razón y la conciencia? ¡Eso es la borrachera! Y la
gente se emborracha. Por otro lado Nietzsche ensalza la libertad, renunciando a
vivir en el rebaño: porque libertad es liberarse del espíritu gregario. Y sin
embargo hay que fundirse todos en uno perdiendo la razón, como en un rebaño.
Nietzsche se contradice, ¿no crees?
-¡Bien!
–dijeron todos al unísono, aplaudiendo como si un misterioso resorte los hubiera
puesto de acuerdo, los hubiera puesto en hora, los hubiera comunicado. ¡Eso era
sentirse todos en comunión! Roberto, el más gallito, dijo en tono de reto.
-¡A
ver cómo sales de ésta!
Juan
Luis recogió el guante:
-Nietzsche
escribió en lenguaje poético. No hay que entender al pie de la letra lo que nos
dice, sino que hay que captar el espíritu. Y el espíritu no se pierde en el
detalle; emana de la visión de conjunto. A continuación hay que recordar que se
entienden las cosas sintiéndolas, no entendiendo los conceptos separados de la
sensibilidad. Cuando Nietzsche habla de la ebriedad quiere retratar el
instinto, el impulso vital, que emerge de nuestro ser con ímpetu arrollador: la
fuerza de sentir el movimiento, moviéndose. Pero la borrachera nos debilita; un
borracho, a diferencia del espíritu apasionado de Nietzsche, pierde fuerza, se
funde con los demás en el desfallecimiento, no en el poderío. Sentir al unísono
es saberse fuertes, sentir la borrachera es ponerse flojos. El vino, como
imagen de la ebriedad, es una metáfora; y Dionysos, como dios del vino, no debe
ser tomado al pie de la letra. Dionysos es la fuerza vital, que, como un
torrente, fluye incontenible.
La
clase se calló, sorprendida.
-Cuando
te emborrachas te pierdes la fiesta. Te quedas vomitando, ahí solo, en un
rincón, olvidado de todos. Cuando te emborrachas renuncias a la vida; te
duermes. Como la virtud. La virtud es para los moralistas amodorrarse en las
bondades soporíferas: así hablaba Zaratustra; “la sabiduría consistía en dormir”.De
modo que la virtud es la borrachera del alma, y el vino la borrachera del
cuerpo.
Nuevamente
desenroscó la botella, bebió unos tragos y la volvió a enroscar.
-Además,
la vida es lucha. Y el borracho no lucha. Ignoro si, al decir esto, estoy interpretando
correctamente a Nietzsche; lo que sí sé es que estoy llevando su pensamiento
hasta las últimas consecuencias. Vivir contemplando es aceptar las cosas tal y
como son, renunciando a cambiarlas; y como el mundo es cruel nos refugiamos en
otro mundo; un mundo ensueño donde todo acaba bien, como en los cuentos de
hadas, como en la novela rosa, como en las películas de Hollywood: el happy
end. La vida, sin embargo, no tiene siempre un final feliz. Y la vida es
impredecible, nunca se sabe cómo va a acabar; por eso es misterio, y en tanto
que misterio, reto; como todo reto, tiene riesgos, y asumir esos riesgos es
verdaderamente vivir. Quien se duerme soñando renuncia a arriesgarse. Quien
vive despierto acepta el reto y, por el contrario, su vida no es la debilidad
de renunciar, sino la fuerza de combatir; no es sentir remordimientos, sino
llenarse de alegría; no es sentirse cobarde, sino embriagarse de valor; y no es
resentimiento y envidia, sino fortaleza y plenitud. No es malo tener un cuerpo
débil (Nietzsche, de hecho, lo tenía); lo malo es tener debilidad en el
carácter, lo malo es la debilidad de renunciar, de no atreverse a asumir las
riendas de nuestro destino, lo malo es negarse a luchar.
El
silencio, voz de expectativa, en algunos se estaba convirtiendo en cansancio, y
aquellos espíritus flojos consultaban el reloj. Pero los espíritus fuertes,
como Adriana, mantenían la expectación.
-Unos
se ponen a hacer cosas, otros miran a quienes las hacen. Unos son activos,
otros se ahogan en la pasividad. Pero la vida es pasión. –Juan Luis miró un
instante, como cuando estaba inspirado, al vacío. Y siguió hablando tras aquel
silencio-. El romanticismo se ha fijado en dos formas de vivir. Y sus dos
estilos extremos de vida son el soñador y el impulsivo. Como todos los
extremos, son sólo cabezas visibles de todos los matices que hay en medio. Son
dos formas opuestas de dejarse llevar por el instinto. Una consiste en una
descarga rápida de energía; la otra es una descarga lenta. Bécquer y
Espronceda, el tierno y el bruto, el flojo y el enérgico. Pero Bécquer, cuya
poesía es un ensueño, se deja llevar por la fuerza bruta.
¡Llevadme,
por piedad, adonde el viento
con
la razón me arranque la memoria!
Y en seguida se ve que su
sufrimiento no es fuerte:
¡Tengo miedo de quedarme
con
mi dolor a solas!
Espronceda, que brama de ímpetu
al oír la cabalgata de los cosacos, siente las ensoñaciones del estudiante de
Salamanca, o entre las nieblas melancólicas de Ossian. Sin embargo no es vida
dejarse llevar por el ímpetu, sino que ese arrebato te llene las ganas de
vivir, rebosen las fuerzas de la vida. Y yo diría, interpretando a Nietzsche,
que si el ensueño te llena de fuerzas hasta hacer estallar tus ilusiones, el
ensueño es bueno. Por encima de las palabras de Nietzsche, porque el ensueño
también nos embriaga; y no lo hace siempre como el vino, que nos quita fuerzas,
sino como las voces en el coro, que las multiplica.
Juan
Luis estalló al nombrar al músico.
-¡Wagner!
¡Los nibelungos! El canto a las fuerzas primitivas, a los instintos aún no
descastados por la sociedad, a la naturaleza no debilitada por la cultura. Las
walkirias son unas diosas terribles, las hijas de Odín. El Walhalla es la
batalla permanente, la borrachera de la noche, la fuerza en el combate, los
golpes poderosos, la lucha por el día. No es extraño que los vikingos
rechazaran el cielo, porque los cristianos renunciaban a la fuerza y se pasaban
el día llorando; a los curas les encantaba prohibir y “la vida sin ellos era
mucho más divertida”[1]; no
se trataba de trocar libertad por piedad, impulso por atonía, ánimo por
depresión, fortaleza por anemia. ¿Por qué se fijaba Nietzsche en Wagner? Porque
en Wagner todo era un canto a las fuerzas más profundas de la vida. Sin
embargo, yo siento la necesidad de pararle los pies a Nietzsche. El canto a la
fuerza no tiene que ser un canto bruto a la violencia. Y en Nietzsche las dos
cosas parece que se identifican. Mas no es así. El propio Nietzsche nos
recuerda que la fuerza produce amor y generosidad, no muerte y violencia; pero
no por compasión, sino por “una necesidad imperiosa de dar lo que se tiene”[2],
cuando se desborda; “una demostración de plenitud y poder”: así lo resume
lapidariamente Nicéforo Tejedor. La fuente no renuncia a una parte de su agua
para dársela al río, sino que su agua, que no cabe en la fuente, se desborda y
fluye sobre la tierra creando el río. La fuerza de la voluntad crea el río de
Heráclito en cuyas aguas no podemos bañarnos dos veces seguidas. Pero las
metáforas de Nietzsche son excesivas. No hay que tomarlas al pie de la letra y
admitir que el fuerte tiene derecho a matar al débil. Lo que sucede es que el
espíritu fuerte mata al débil, que no quiere decir que mata al espíritu; mata
su debilidad, restituyéndole la fuerza. Si recordamos, además, que la debilidad
reprobable no es la del cuerpo, sino la del carácter, entenderemos cabalmente a
Nietzsche. Sus palabras no son patente de corso para que los ejércitos maten,
torturan, despedacen; y mucho menos para que se ensañen con los débiles (los
débiles siempre son los viejos, las mujeres y los niños; y, en general, los que
están desarmados y no han aprendido a manejar las armas: ya se sabe que en las
guerras los que mueren son casi siempre los civiles, mucho más que los militares).
Mirando
al reloj que anunciaba ya la hora, Juan Luis apuró sus últimos minutos.
-Recordad
lo que antes os he dicho; para Nietzsche no se trata de negarnos en nombre del
prójimo, pero lógicamente tampoco hay que negar al prójimo en beneficio
nuestro; lo que significaría que la vida no puede ser identificada con la
muerte, ni la fuerza con la violencia, ni el castigo con la crueldad, ni la
firmeza con el ensañamiento. Por último, hay quien ha querido asociar a
Nietzsche con el nazismo: craso error; para Nietzsche la vida es el triunfo de
la voluntad, pero el nazismo es el triunfo de la obediencia; porque la fuerza,
la arrogancia, el desprecio, no es para el nazi la vida libre, sino un
someterse embriagado, emborrachado por las palabras, a la voluntad del führer.
La embriaguez no es buena cuando no transporta en sus entrañas las fuerzas de
la vida, sino los hilos de la muerte: no lo olvidéis nunca.
6. La razón.
Llegó
otra mañana y sonó otro toque de timbre. El velo del alba había sido rasgado
por el día. Era el momento en que uno se siente descansado y fresco, y por la
mente fluyen, relajadas y tranquilas, las ideas. Juan Luis quiso hacer unos
comentarios más o menos libres sobre la obra de Nietzsche.
-Hay
un par de cuestiones que han quedado en el aire –dijo-. Veréis. El espíritu
apolíneo, si lo recordáis, representa para Nietzsche el ensueño, la retirada de
la vida; es el momento en que uno prefiere pensar en las cosas antes que
vivirlas. Representarse el mundo antes que estar en él. Evadirse para no hacer
acto de presencia. Es como si la vida fuera para nosotros una película de
evasión, nos refugiamos en las novelas, en el juego, en el deporte, nos
refugiamos en mundos felices para no tener que enfrentarnos a nuestros
problemas; porque los problemas nos hacen pensar, nos obligan a asumir retos, a
estar en tensión. Y, claro, siempre es más fácil contemplar la lucha de los
otros que sumergirnos en nuestra propia lucha.
Había
legañas en los ojos dormidos; telarañas en las mentes cansadas. Muchos de
aquellos chicos se acostaban tarde y se levantaban con sueño; y muchos,
también, se iban a clase sin desayunar.
-Abrid
bien vuestros ojitos cerrados. Afinad los oídos. Sacudid vuestras entendederas.
Atentos a lo que voy a decir. Atentos. Apolo, relacionado con Helios, es el
dios de la luz. Y la luz es la razón. El siglo de las luces: ¿os dice algo?
Frente a él está la ignorancia, el oscurantismo, la inquisición; frente a él
está la Edad Media, que representa para los ilustrados todo lo que hay que combatir.
Y aquí es donde viene el problema: la razón es fría; y los sueños, cálidos; la
razón es descarnada y el ensueño es entrañable. ¿Cómo es que dos cosas tan
diferentes, la razón y la ensoñaciones, vienen a ser lo mismo? El mismo
espíritu, el espíritu apolíneo, parece identificar a la razón y los sueños,
como si fueran una misma realidad. ¿Cómo es posible?
La
bruma de la perplejidad se extendió sobre los chicos. Habían venido dormidos a
clase, pero Juan Luis los había despertado. Sin embargo, no sabían qué
contestar.
-La
razón neoclásica –prosiguió Juan Luis-. Hay quien piensa que Nietzsche se
rebeló contra su frialdad. Y, sin duda, está en lo cierto. Las reglas frías, el
equilibrio. Recordad que para Nietzsche la vida no puede estar equilibrada,
porque la tensión de vivir es impredecible, y tan pronto se queda corta como
conduce a los excesos. Lo único equilibrado es la muerte. Lo único predecible.
Todos sabemos cómo se va a comportar un cadáver; sin embargo, es imposible
adivinar lo que hará un ser vivo. Nietzsche no puede aceptar el equilibrio. Un
álbum de fotos puede ordenarse, porque representa la vida cuando ésta ya ha
pasado. En un álbum siempre sabemos qué lugar debe ocupar cada foto, cuál es el
sitio que le corresponde. Pero la vida no puede ordenarse. Si la ordenamos la
matamos. Vivir es partir en busca de un orden y toda búsqueda es desordenada.
Vivir es como rodar una película; siempre tenemos un guión previo, pero la
película definitiva se aparta muchas veces del guión. Si tenemos que rodar una
tempestad y resulta que no llueve, y pasan los días esperando y no logramos
encontrar las condiciones de luz y movimiento que queremos filmar, entonces nos
apartamos del guión; lo cambiamos; porque el productor no nos da más tiempo
para seguir buscando las imágenes que queremos. Vivir es cambiar continuamente
el guión. El guión es el ideal que buscamos, pero sólo nos sirve como
referencia; no es algo que se pueda, ni convenga, alcanzar. La búsqueda de la
perfección de los griegos clásicos parte de que la vida es un guión que tenemos
que realizar con nuestro esfuerzo; pero no contempla que tengamos que
apartarnos de él. En ese apartarse de los caminos trazados para abrir nuevos
caminos está la aventura de vivir. Está lo imprevisible. Muy bien lo supo decir
Machado:
Caminante,
no hay camino.
Se
hace camino al andar.
Todos los profesores preparamos
las clases. Pero lo más normal es que las clases no salgan como las habíamos
programado. Porque las clases están vivas. Porque un día –dirigiéndose a Raúl- me
haces una pregunta que me obliga a contaros cosas que no estaban en el guión, y
yo me aparto del guión. O un día matan a Miguel Ángel Blanco y yo no puedo
seguir dando la clase como si nada hubiera pasado, algo tendré que decir de
ética, de política, aunque la programación fuese de metafísica. Pero hay
profesores que se niegan a hablar de lo que no está en el programa; con esos
profesores, las clases están muertas, son insensibles a lo que ocurre,
insensibles a la vida; les falta pulso y no vibran, y… claro, no pueden
transmitir al alumno sus vibraciones; porque no las tienen. Yo diría más; no es
que esos profesores sean inflexibles en sus programaciones, es que no
programan; su único programa es el libro, tema tal, página cual, epígrafe tal y
cual; aquí lo hemos dejado; aquí seguiremos mañana; haga sol o caigan chuzos de
punta. Es como la planificación de la Unión Soviética: si se ha previsto regar
los campos tal día y tal día llueve, ese día se riega. Y nos quedamos tan
oreados.
Una
pausa para el descanso. Que fue aprovechada por Roberto para preguntar:
-¿Todos
los profesores programan? ¿Y tú programas siempre tus clases?
-Tengo
un calendario en el que establezco, de principio a fin de curso, cuánto tiempo
me va a llevar cada tema. Pero las clases tienen vida propia, ya lo sabéis; no
sería la primera vez que tenía previstas seis sesiones para un tema y luego me
ha llevado catorce; o al revés. En cuanto a los profesores en general, sucede
lo que le pasa a la moral de Nietzsche: unos hacen sus propias programaciones,
y son ellos los que mandan; otros se limitan a seguir el libro de texto, y son
esclavos del libro. Ser libre cuesta más, porque te obliga a trabajar en el
guión. Lo más fácil es ser esclavo, porque te dan el guión ya hecho. Para emplear
un símil de informática: la gente libre trabaja a nivel de programación, la
gente esclava lo hace a nivel de usuario. Vosotros vivís con vuestros padres y
lo tenéis todo resuelto, pero se hace la voluntad de los padres. Podréis
emanciparos y se hará vuestra voluntad, pero ya no lo tendréis todo resuelto.
Ser señor cuesta trabajo, pero nos hace felices; y ser esclavo es más fácil,
pero nos da pocas alegrías. Todos tenemos que trabajar ejecutando proyectos;
pero unos se ponen el guión, y a otros se lo imponen. ¿Qué preferís ser
vosotros: libres o esclavos?
-Yo,
libre –dijo Roberto.
-¡Yo,
señor! –añadió Antonio.
-¡Y
yo! –siguió Raúl haciendo eco; aunque en broma.
-¿Y
tú? –preguntó Juan Luis a Adriana.
-Señora,
por supuesto.
-Yo
no.
Todos
miraron hacia él. Era David, el as de los vagos.
-Yo
prefiero hacer lo mínimo, que me lo den todo hecho.
Tuvo
que contestar a las miradas que lo asaeteaban.
-Se
vive mejor.
-Obedeciendo
–advirtió Juan Luis.
-Claro.
Es que si todos mandaran no quedaría nadie para obedecer.
-...Bueno,
Nietzsche también dijo algo parecido.
Era
Juan Luis. Y cortó aquel intermedio porque quería reanudar lo que estaba
diciendo. No quería que los comentarios y los ejemplos le hicieran perder el
hilo.
-Vamos
a ver, la pregunta de esta mañana tenía que ver con el espíritu apolíneo: ¿qué
tienen que ver los sueños con la razón? Ya en Heráclito aprendemos a
distinguirlos; los sueños son pensamientos privados, y con ellos es imposible
ponerse de acuerdo; porque cada uno tiene sus propios sueños y cada uno vive,
así, cosas diferentes. Pero la razón nos une a todos cuando no estamos
dormidos; la razón nos pone de acuerdo porque sus conclusiones son inapelables,
infalibles; la razón siempre está despierta, ya lo dijo Goya: el sueño de la
razón produce monstruos. ¿Cómo van a estar juntos en Apolo la normalidad y los
monstruos, como si fuesen lo mismo?
Juan
Luis lanzó una mirada inquisitiva sobre los pupitres. Sabía que el reto era
difícil y que no sabrían contestar; Adriana tampoco. Consciente de que aquélla
era una pausa retórica, se contestó a sí mismo:
-Yo
creo que la clave está en Platón. La otra clave es la vida. Si la razón es lo
predecible y la vida es, por esencia, imprevisible, está claro que la razón no
es vida. La razón resbala sobre la vida como el agua resbala por la mano y se
escurre entre los dedos; no puede penetrar en ella; y a falta de meterse en sus
entrañas, la razón se ve condenada a dar vueltas sobre la superficie de la
vida. La razón, lo previsible, es incapaz de penetrar el misterio. Por eso
Nietzsche no amaba la Grecia clásica; la del equilibrio, la de la luz, la de la
mesura. Nietzsche prefería la Grecia arcaica, y allí encontró a Dionysos; con
la borrachera, la desmesura, con su desaforado instinto sexual (Dionysos,
insaciable sátiro, perseguidor de las ninfas). Dionysos emergió de las
profundidades de la noche. Su instinto indómito, imparable y misterioso, es una
borrachera de fuerzas en la oscuridad; fuerzas irracionales, porque pierde
fuerza todo lo que se somete a la razón; la razón contiene las cosas, y el
instinto es incontenible. Quizá sea ese un primer motivo en la respuesta que
buscamos; tal vez los sueños no tengan mucho que ver con la razón, pero como el
instinto es irracional, y el instinto es lo contrario del ensueño (fuerza
incontenible el uno, contenido sin fuerza el otro), se concluye por simple
simetría que el ensueño es lo mismo que la razón.
Adriana
estaba cavilando, dándole vueltas a la simetría.
-La
razón es la luz. Y la razón anula la vida. Luego la luz tampoco es vida. Sin
embargo este silogismo no está de acuerdo con los principios básicos de la
biología; hoy sabemos que la vida es luz capturada en las hojas por la
clorofila; y la clorofila es verde; por eso la vida es, a decir de Vernadsky,
el fuego verde. Primera contradicción, las fuerzas poderosas de la naturaleza,
en Nietzsche, emergen de la oscuridad. Sin embargo la oscuridad genera vida
mortecina, mirad en las cuevas: alejadas de los vivificantes rayos del sol, sus
galerías, a medida que se hacen más profundas, contienen formas de vida
(animales, o plantas) cada vez más apagadas, más lentas, con menos energía. El
viaje de la luz a las sombras es un viaje de la fuerza a la inercia; de la
energía propia al peso; las cosas, cuando pierden fuerza, se someten a la
atracción de otras fuerzas y se hacen más pesadas.
Adriana
había entrado en un mundo que antes era insospechado; y el recorrido de sus
salas era una aventura en las sombras, una búsqueda de luz en la oscuridad, un
derroche de pasión y maravillas. Y escuchaba a Juan Luis.
-La
luz es vida y para Nietzsche es muerte. La oscuridad es inercia y para
Nietzsche es la fuente de las fuerzas, no de la debilidad inmóvil, de la
materia inerte. La luz se despliega en el espacio; la pintura, la escultura,
son las artes del espacio que paralizan y embelesan, haciendo de la vida una
contemplación, un espejo de ensueño. Pero la noche, sumida en la oscuridad,
cabalga a lomos del tiempo, que corre con ímpetu desplegando las fuerzas de a
vida, el impulso, el instinto, no se detiene a contemplar, vive; corre, danza,
rompe, vive. Vive sacando impulsos de las artes del tiempo: la danza; la
música; las que nos hacen vibrar; las que nos hacen sentir la fuerza y su
sentir el ritmo. El ímpetu de vivir, no el revivir apagado de las cosas
muertas; el frenesí que agita, no el encanto que paraliza; la música dinámica y
no la estática pintura; no es la pintura, sino la danza; no el espacio, sino el
tiempo. Del tiempo surgen las voces ancestrales que nos arrastran, desplegadas
sin ataduras, lanzamiento sin tensión.
Y
llegó Juan Luis adonde quería.
-Platón.
Del equívoco de Nietzsche tiene Platón la culpa. Platón atrapó la vida en una
cueva, y en su oscuridad la dejó prisionera. Y la razón, que es un ingrediente
de la vida, la sacó de este mundo y se la llevó a otro: al mundo de la luz.
Así, la luz fue para Platón señal de vida y la oscuridad la asoció a la muerte.
Pero el mundo de la luz platónica era el de Parménides; donde nada se movía,
todo estaba quieto, y las cosas, perfectas, eran un cuadro congelado. El de las
sombras fue para Platón el mundo de Heráclito: el del movimiento. La luz
inmóvil era buena; la oscuridad en movimiento era mala. La luz era el alma; las
sombras el cuerpo. Y Nietzsche, que le dio la vuelta a todo, cambió el
adjetivo, pero no las definiciones. Dijo que la oscuridad en movimiento era
buena, pero se olvidó de que el movimiento no surge de la oscuridad. El big
bang fue un estallido de luz que lo puso todo en movimiento. Antes del estallido,
en la terrible oscuridad, no se movía nada; todo era tiniebla en un grano
inerte en el que se concentraba toda la materia del universo. Como veis,
Nietzsche hizo bien el trabajo, pero lo hizo a medias; rescató la música de las
entrañas del ser, y las entrañas son oscuras; y se olvidó de rescatar la luz de
la prisión del mundo de la luz; porque la vida (fuego verde) es luz atrapada en
los árboles, sol capturado por la tierra, energía transportada al cuerpo, luz,
calor y movimiento. ¿Qué es calor? Agitación molecular. El movimiento no puede
existir sin luz.
Y
llegó Juan Luis al meollo del pensamiento.
-Los
dos mundos platónicos los ha copiado el cristianismo: las ideas pasaron a ser
el cielo; los cuerpos quedaron presos en la tierra. Nuestro mundo, la tierra,
receptáculo de vida, fue existencia proyectada más allá: más allá de este
mundo; se despreciaban las cosas terrenas para pensar sólo en las celestes.
Como decía Nietzsche por boca de Zaratustra, el alma despreciaba al cuerpo y
por eso prefería un cuerpo flaco, repugnante y esquelético; y trataba de
evadirse del cuerpo y de la tierra. Nietzsche también desprecia a la gente que
no ve más allá de sus narices. El hombre debe superar sus posibilidades, debe
ir más allá: al superhombre; porque es un puente tendido entre el animal y el
superhombre. Pero el más allá no está en otro mundo: está en éste. El bien no
está en el cielo, sino en la tierra. Y en esto se resume la filosofía de
Nietzsche: una invitación a vivir.
El
sonido del timbre fue, tiempo después, una invitación a vivir. Pero Adriana no
salía. Se quedaba dentro. Prefirió embelesarse dentro de clase con la agitación
de las ideas, vivas, como el agua de un torrente, chisporroteantes, como una
botella de champán, y se negó a salir al otro mundo: a ese que los atraía a
todos con la perfección de sus ideas engañosas; al patio, en quien los chicos
acababan por ver no un torrente de vida, sino un bálsamo de pureza: la
parálisis del ser.
Y
comprendió que el desprecio a la razón surgió del desprecio a las ideas;
redondas, hermosas, perfectas; brillantes como una bola de cristal. Las ideas,
intocables piezas de museo de la exposición de las perfecciones, estaban
muertas; y por eso Nietzsche entendió que las mató la razón. Y lo que sucedió
fue al revés. La razón, que estaba llena de vida, fue asesinada por aquellas
ideas que engendró. Y murió porque se había olvidado del cuerpo. La razón, al
alejarse de la cueva, se durmió. Soñó y sucumbió a sus propios monstruos, ya lo
decía Goya: los monstruos de la razón; las ideas en que la razón se hunde y
deja de funcionar.
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