LA HISTORIA DE SIGRID
-Sigrid, tú no eres mi hija.
-Pero padre, ¿qué decís?
-Voy a contarte una historia, pequeña mía. Voy a
contarte tu historia.
Hace muchos años, antes de que tú nacieras, las tierras, muy al
norte, estaban divididas en dos grandes reinos: el reino de Klingsor y el de
Thorwald, tu verdadero padre. Aquellos reyes se hostigaban constantemente, y al
fin de una guerra que duró largos años, su supremacía hubo de decidirse en una
gran batalla: la batalla del valle de Odín.
En aquella batalla, yo, el
capitán Ragnar Logbrodt, estuve al lado de tu padre, que era como los héroes
guerreros de nuestras sagas. Pero, pese a nuestro optimismo, fue Klingsor quien
venció. Klingsor, el tirano más cruel de cuantos oprimieron las tierras del sol
de medianoche. El pueblo de Thorwald habíase acostumbrado a vivir del pastoreo
y la agricultura. El pueblo de Klingsor, en cambio, vivía de la guerra, la
opresión y la rapiña. No podíamos vencer.
Siguió una pavorosa retirada,
hostigada constantemente por las guerrillas de Klingsor. Una retirada llena de
desesperación, hacia el mar. Odín, el padre de los dioses, nos había
abandonado. Ahora, montado en su corcel Sleipnir y acompañado por los cuervos
Hugin y Munin, dirigía las legiones de nuestros muertos hacia su última morada:
el Valhalla.
Llegados a la costa,
emprendimos el éxodo. Zarpaban nuestras naves del puerto y ya la ciudad
ribereña donde embarcamos era invadida por las hordas de Klingsor. Thorwald,
solitario y taciturno en la proa de la nave capitana, se despedía para siempre
de nuestra hermosa tierra. Me acerqué a él.
-Majestad, lamento molestaros,
pero tengo que marcar el rumbo. ¿Adónde debemos dirigirnos?
-Ah, mi fiel Ragnar. Acércate,
no me molestas. Compartí todas las victorias contigo, y ahora mi orgullo no me
impedirá compartir también la derrota definitiva. Como sabes, hace muchos años,
un navegante llamado Leif llegó a una tierra, más allá de los mares, a la que
llamó Vinland. Me propongo llegar hasta allí.
Siguiendo sus instrucciones,
pusimos rumbo a Vinland, la lejana tierra a la que un día llegara el fabuloso
Erik el Rojo. Pero, cuando llevábamos cuatro días de navegación, Thor, el dios
del trueno, nos anunció la proximidad de la tormenta. Fue en tan críticos
momentos, mientras nuestros drakkars crujían hasta el último de sus maderos,
por causa de la tormenta que se estaba iniciando, cuando tú naciste, Sigrid.
(Víctor Mora)
1.
La mirada se pierde entre
perfiles diluidos en el lago. Una gélida brisa sacude nuestras mejillas y ya el
sol, asomando entre las nubes, dibuja sobre manchas rojas los sentidos de la noche. Cae la tarde. Sobre ese
lago que parece una lámina de acero fluyen ondas, apenas visibles, en esos
perfiles borrados que dirigen el mirar sobre las aguas; pero no se adentran en la superficie, buscando allende
profundidades que penetra una prístina mirada. Hace frío y el aire corta. Un
cuchillo helado está ardiendo en el verano.
También mi alma hambrienta
despierta sobre Sigrid. Busca en la hondura su historia ignota y apenas la
recuerdan las gentes de la niebla. Grutas del norte. Hay una bruma espesa que
cubre el lago de plata, y sobre esa bruma esfuma sus perfiles la triste
historia. Muere el sol y cae la tarde. Yacen los vikingos en la bruma y desde
ella se levantan, como espectros manando sangre, huellas del pasado, hilos de
humo tejiendo la historia de la bella Sigrid de Thule. Hilos de historia para
hacer ovillo: se van juntando y de ellos emerge también la silueta épica del
capitán Trueno. Es un cuerpo negro que
viene a fundirse con el misterio de la noche.
Sigrid nació en el mar, camino
del exilio, cuando ya su padre Thorwald dejó para siempre las bellas montañas
de su patria. Odín guiaba las legiones de los muertos hacia su última morada.
Allí quedaron, en el suelo de la sala del viento[1]
(perdida tierra), las grutas profundas manando lágrimas. La senda de los
barcos, tierra de las redes y de los vientos, anillo de las islas, sangre de
Ýmir, el mar[2], desliza sus dedos por
debajo de los corceles del viento[3]. Y
caballo de las aguas o corcel de las olas, el barco de Thorwald surca caminos
indómitos en busca de morada. Es invierno: tiempo de ventiscas[4].
Fuego del cielo y fuego del aire, sol[5]
apenas emanación bajo los voraces azotes del viento: el terror del mástil[6]. El
hermano del fuego, el viento[7],
azota todas las casas que quedaron en la costa; allá en su amada tierra,
barridos por Klingsor el de la espada larga. Thorwald, escondido en el recuerdo
de Ragnar, musita su queja.
Odín, el padre de los dioses,
nos había abandonado. El vuelo del águila desciende lentamente sobre Odín y
cierne sus alas sobre la oscura silueta, que se recorta dibujada en una zona de
inmensas nieves. El águila baja majestuosamente describiendo onduladas sendas
en el viento del norte, y pasa por delante barriendo, con sus lentas alas, el
espacio que mira melancólico el padre de todos los dioses. Odín, el padre de
los dioses, nos había abandonado. Montado en su corcel Sleipnir, sus ocho patas
de nada sirven cuando no es velocidad lo que quiere el gran viajero sino
silencio. Todo el aire gira en torno a él y es él una imagen mecida por el
mundo, juguete del universo, él que es padre de todas las cosas. También los
padres sufren y a veces se sienten flotar en el cielo. Como si su corazón
derrotado le hubiera quitado las fuerzas que hacían de él un bajel lleno de
vida, irresistible en un océano de misterio.
Odín, el padre de los dioses,
nos había abandonado. Ahora, montado en su corcel Sleipnir, era un jinete
abatido caminando lentamente por las sendas de ninguna parte. Odín, Gagnrad, el
gran viajero, no sabía adónde ir. Hugín volaba buscando conocimiento,
pensamiento del alba que se había vuelto crepuscular. Y Munín, memoria perdida
en el Valhalla, buscaba entre los vientos a Saga, la diosa de la historia,
encargada de mantener viva la memoria de los pueblos. El pueblo de Thorwald
había desaparecido. Exterminado. Borrado. Ahora nunca existió.
¿Dónde estaba el vendaval, la
furia, el arrebato de Odín? Odín, el padre de los dioses, estaba derrotado. El
viejo viajero de larga barba, sombrero ancho y capa gris: mago, hechicero,
hombre de conocimiento, Odín, perdió un ojo en la fuente sagrada; queriendo
buscar los tesoros de la ciencia, tuvo que dejar un ojo en prenda de su saber.
Odín el tuerto. Ahora sus ojos eran los cuervos Hugín y Munín, que volaban
hasta los confines del mundo y volvían por la tarde para contarle lo que habían
visto. Odín, el gran viajero, dueño de la ciencia y la sabiduría, tuvo en Snora
a la diosa de la ciencia. Pero ni Snora ni Saga en estos momentos le eran de
gran alivio. Thorwald, su paladín, su protegido, sería borrado de la faz de la
tierra por los siglos de los siglos. Vencido por el vómito del tiempo,
Klingsor, azote de la memoria y aniquilador del conocimiento.
Odín, el padre de los dioses,
nos había abandonado. ¿De qué le servía su furia? Ygg, el terrible. Ygg, el
pensador profundo. No hay nada más terrible que el pensamiento cuando se
adentra en las profundidades del frío. Furia: eso es y no otra cosa significa
la palabra Odín. Pero furia en éxtasis y arrebato, este estado de trance en que
inspiraba a los poetas. Como Moisés, como Edipo: el saber es terrible y nos
hace daño; a nadie le gustaría saber las verdaderas cosas de la vida y del
tiempo. La sabiduría duele. El profundo pensamiento era en Odín al mismo tiempo
profundo sufrimiento.
Odín, el padre de los dioses,
nos había abandonado. Los lobos que le acompañaban, (Freke, la audacia, y Geri,
la ambición) palidecían en él y apenas su espada Gugner, la espada de la
determinación, se acordaba de que antiguamente nada había podido desviarla de
su rumbo. Odín había perdido la memoria, vacilaba su sabiduría, palidecía en
ambición y su audacia era una sombra del pasado. Por un momento había dejado de
ser él mismo, destrozado por el martillo de Klingsor que se había atrevido a
violar sus designios. La furia de Odín.
Odín, el padre de los dioses, nos había abandonado. De nada
servía el fresno Yggdrasil hundido en las raíces del mundo, si al final del
camino nos íbamos a encontrar en el infierno. Sentado junto al pozo del árbol
sagrado estaba Mímir, la cabeza que piensa, el consejero de Odín. Allí estaba
la fuente de la sabiduría, fuente sagrada adonde Odín iba todos los días a
beber. Y junto a aquella fuente estaban, a los pies del árbol, junto a Odín,
las tres nornas, diosas del tiempo, que regaban el árbol con el agua de la
fuente. Sleipnir venía a comer de sus ramas. Quizá el veloz caballo, también,
como el jinete tuerto, había bebido el fondo del conocimiento y era su rapidez
saber furibundo que navegaba por el firmamento, como los vikingos navegan en
los corceles de las olas.
Odín, el padre de los dioses, nos había abandonado. ¿Por qué
llamaban a Odín el enemigo del lobo? No había sabido proteger a las gentes de
las dentelladas de Klingsor, y en aquel valle se había hundido el mundo y los
lobos se habían hecho dueños de la mies, y de la vida de tantas y tantas gentes
que habían creído en él.
Hace muchos años, antes de que tú nacieras, Sigrid, las tierras, muy
al norte, estaban divididas en dos grandes reinos: el reino de Klingsor y el
reino de Thorwald. Aquellos reyes se hostigaban constantemente y, al final de
una guerra que duró largos años, su supremacía hubo de decidirse en una gran
batalla: la batalla del valle de Odín.
Siguió una pavorosa retirada,
hostigada constantemente por las guerrillas de Klingsor. Una retirada llena de
desesperación, hacia el mar. Odín, el padre de los dioses, nos había
abandonado. Ahora, montado en su corcel Sleipnir y acompañado por los cuervos Hugin
y Munin, dirigía las legiones de nuestros muertos hacia su última morada.
Nada
servía ya la ilusión en aquella batalla perdida. Thorwald, escondido en el
lamento de Ragnar, tiene una pena. Y queda sólo, postrada ante el lecho y la
mirada de su padre, la lágrima y la pena y el lamento de Sigrid.
2.
Ragna: dioses. Rok: fatalidad. Ragnarok: destino fatal de los
dioses. Rokrr es la oscuridad, las tinieblas, el crepúsculo. Ragnarokrr es el
crepúsculo de los dioses. Así en el siglo XII los escritores nórdicos pensaron
el crepúsculo a partir del destino. Y pensaron con él una densa atmósfera llena
de muerte y desolación, la bóveda celeste partida en dos y el universo entero
desplomándose sobre nosotros.
Sigrid contemplaba en la tenue penumbra el
ocaso de Ragnar. Había llegado para él el tiempo de las ventiscas. En el suave
crepitar de una antorcha, apoyada en la pared de aquella estancia, palpitaba la
llama vacilante de su vida. Era el momento en que las cosas están entre dos
luces, a caballo entre dos distancias, huésped de Midgard y viajero hacia el
Asgard, buscando el Valhalla. El vuelo del águila desciende lentamente sobre
Sigrid, y cierne sus alas sobre la oscura silueta de Ragnar; silueta que
recorta una zona de inmensas nieves. El águila baja majestuosamente
describiendo onduladas sendas sobre el viento del norte, y pasa por delante
barriendo, con sus lentas alas, el espacio que mira melancólico el padre de
todos los hijos. Ragnar, el padre de Sigrid, la había abandonado.
Su cabeza se inclinó al exhalar
el último suspiro. Dos lágrimas transparentes resbalaban por sus mejillas, y
apenas sin aliento el murmullo del viento la oyó decir:
-Papá... Papá...
Adiós, hermosos valles. Adiós a
las montañas, al cielo de acuarela fría, adiós al suelo. Adiós amado sol, ríos
y mares, lagos y ríos, hermosas nieves sobre los fiordos en el tiempo de las
ventiscas. Adiós, aire transparente, hielos cristalinos, estrella de la noche,
adiós, padre. Ya no verás los campos bellos de una noche estrellada, ni el
silencio del día ni el ruido de la noche, ni a tu amada, padre, ni a tu amada.
Ya el corazón de Sigrid se encoge en su pecho
frágil que no conoce el odio; está abierto sólo
al amor, a la música, a la poesía, al alma. Quizá el triste Ragnar no
pudo vibrar al unísono de otro pecho, incapaz de verse sintiendo en el espejo
de otros ojos, ocupado como estaba en el bruto ejercicio de la guerra. Sigrid,
en el umbral desconocido de la muerte, miró al vacío y vio sombras; y se quedó
alelada en lo más profundo de su sueño. Por su mente pasaban gentes enhiestas,
escudos sombríos y lanzas erguidas, yelmos calados dividiendo rostros,
partiéndolos por la nariz, haciendo nacer en los semblantes metálicas figuras.
Vio oscuras nubes cubriendo el cielo, y sintió el azote de los furiosos vientos
que empezaban a levantarse en aquel lugar terrible. Vio a Vigrid hundida por el
paso de los corceles, bajo un sol sangriento poniéndose para siempre, y en vez
de música sólo había un silencio que lo impregnaba todo. No era aquello el
crepúsculo de una vida, la muerte de su padre. Era el crepúsculo del universo
entero. Había empezado el Ragnarokkr.
3.
¿Para qué quiero yo lagos y
ríos en las mañanas cristalinas?, se lamentaba Sigrid. Se acaba el mundo.
Adiós, música errante, sangre de la tarde, ojos que me miran. Adiós a esta
música callada cuando ya el universo se hunde en el estruendo. Adiós, reino de
la noche, lagos plateados, música del viento, abrazo del alba. Adiós,
crepúsculos de oro, cantos y danzas, ondas que tejen la noche, adiós. No he de
gozarlos ya puesto que el mundo acaba. ¿Para qué quiero ya la naturaleza
conmigo?
Sigrid miraba, y en sus ojos
había un destello que se encendía en el espacio. Allí donde ella estaba,
perdida la conciencia y envuelta la mirada en una nube, en aquel tremendo vacío
la bruma de su ensueño la había transportado a la tierra del norte. Allí estaba
el blanco manto de nieve, las tersas ondulaciones en las que se hundía la mano.
Estaba el río que discurría entre su abrazo, abierto apenas como suave chorro que
la nieve cortaba. Y aquel agua cristalina parecía una lámina de plata
inmovilizada en la corriente, como si el aire fuera incapaz de rizarla. A lo
lejos, los árboles. Mudos abetos pelados, buscando el cielo, con sus ramas
blancas tal un limpio esqueleto de invierno. Y el cielo blanco, blanco de azul,
blanco celeste, adiós, abetos queridos, adiós.
¿Para qué quiero yo en mi cara
el abrazo de la brisa? ¿Para qué quiero la caricia gélida del aire rondando mis
mejillas? En su corazón estaba el bosque, borracho de verde, desde la hierba y
el musgo hasta las verdes copas de los abetos. Adiós, húmedas piedras, suelo de
acuarela, claros del bosque, bosques sin claros, tupidas selvas. Adiós. El
momento de la muerte de mi padre es el momento en que se acaba el mundo.
Niebla el desvarío de Sigrid,
en su frente volaban los hijos de Múspel en ese otro crepúsculo que le habían
descrito los poetas. Apenas ayer, ¡ay, qué tristeza!, aquel viejo de las
luengas barbas le había cantado viejas historias al amor del fuego. Ella no
sabía que su padre estaba mortalmente herido, y su corazón juvenil se extasiaba
ante la belleza de los versos. Recordaba el Voluspaasaga donde estaba la
misteriosa visión de la adivina. Y ahora, sumida en la tristeza, le venían a la
mente los hermosos paisajes, la grandiosa majestad de su tierra, y aquellas
duras leyendas. Todo se mezclaba en su cabeza cuando la pérdida de su padre se
parecía a la pérdida de sí misma.
Se acaba el mundo. Entonces
sentía a su lado la silueta amable del capitán Trueno, y su sola presencia
bastaba para infundir paz a su espíritu. Era sólo por momentos. Entretanto,
entregada a su desvarío, la mezcla de tristeza y temor se agolpaba en sus
sienes forjándole un mundo de pesadilla. Ya no eran los bellos crepúsculos del
atardecer, junto a su amado. Ahora era el Ragnarokkr: el terrible y dramático
crepúsculo de los dioses.
4.
Se acaba el mundo. Entre carne
y huesos arrancados por las armas, (trozos de cuerpos esparcidos en el barro
sanguinolento), Odín fue uno de los primeros dioses en caer. Lo habían predicho
las nornas. Su cuerpo a cuerpo con el lobo Fenrir le resultó fatal, y de nada
le sirvió que Thor estuviera cerca; de nada, porque el propio Thor tuvo que
enfrentarse a la serpiente Jormungand, a la que acabó matando y bajo la que
pereció abatido por el veneno que la serpiente moribunda vomitaba. También se
había soltado Garm, el perro que custodiaba la entrada del infierno. Atado ante
la gruta Gnipa, lugar de acceso al inframundo, el monstruo de Hela se enfrentó
con Tyr y se mataron ambos el uno al otro. También Heimdal se enfrentaba con
Loki, y también se mataron entre ellos: lo había predicho La visión de la
Adivina.
¡Cuán tristes nombres tenían
algunas diosas! La del hermoso llanto, Freya. Balder también era el dios del llanto.
Y Hod, el as ciego, el engañado, el matador de Balder. (Las maldades, manando
de la conciencia de Loki, que en los ases no manan de su conciencia: el mal lo
saben a ciegas). Y ahora, cuando la música final llenaba el Ragnarokkr del
éxtasis, su postrer apoteosis traía aromas de venganza. Se oye en Vídar la voz
del silencio: aplastando con su pie la mandíbula inferior del lobo, en venganza
de su padre.
Surt, el ser más antiguo que puebla el
universo, agitaba su espada desprendiendo extensas llamaradas: como en el
abismo primordial que dio origen al universo. El fuego llegó a Yggdrasil, que
lo trasmitió en seguida a los nueve mundos: todos fueron exterminados de la faz
de la tierra, todo quedó sepultado en un mar de agua hirviendo, y sólo la oscuridad
reinaba ya sobre la muerte. Reducido a cenizas el mundo, otro nuevo verá la luz
como polvo de estrellas. Curvará nuevamente el espacio el escenario de otro
ciclo cósmico.
Thorwald, escondido en el
recuerdo de Ragnar, musita su queja. Y sólo queda, postrada ante el lecho de su
padre, la débil huella en la derrotada tarde del lamento de Sigrid.
[1] El suelo de la sala del
viento: kenning para nombrar la tierra en la poesía skalda.
[2] El mar se dice de varias
maneras: senda de los barcos, tierra de las redes y de los vientos, anillo de
las islas, sangre de Ýmir.
[3] Barco se dice corcel del
viento, corcel de las olas y caballo de las aguas.
[4] El invierno es el tiempo
de las ventiscas.
[5] El sol es fuego del cielo
y fuego del aire.
[6] El viento es el terror del
mástil, de la vela, del cordaje.
[7] El fuego es el hermano del
viento.
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