¿PARA
QUÉ SIRVE EL ARTE?
Un
día operaron de apendicitis a una niña. Cuando fui a visitarla le conté unos
chistes y se rió; ella quería reírse, pero no podía porque la herida le hacía
daño. Luego le hablé un poco más en serio, pero con la sonrisa en los labios, y
le pregunté: ¿para qué sirven los médicos? “Para curar”, me dijo ella. ¿Para
qué sirven los coches? “Para viajar”, prosiguió. ¿Para qué sirve la risa?
Entonces la niña sonrió, titubeando un poco, sin saber lo que decir. La dejé
pensar un poco y al cabo de un rato yo mismo respondí: “para nada”.
Para nada y sin embargo la necesitamos.
Necesitamos médicos que nos curan, necesitamos coches para viajar, necesitamos
fruta para comer, y necesitamos la risa a pesar de que no sirve para nada.
¿Cómo podemos necesitar algo que no tiene utilidad? ¿Par qué reímos? Para
sentirnos felices. ¿Y qué conseguiremos con ello? ¿A qué fin destinamos la
felicidad? A ninguno. La felicidad es la máxima finalidad de la vida. Decía
Kant que la belleza es una finalidad sin fin; como la felicidad, la buscamos
para nada; simplemente estamos a gusto con ella, y en ese estar a gusto, en ese
goce que nos da la plenitud, estriba la vida. La vida no es vencer a la muerte,
eso no es vivir, sino sobrevivir. ¿Entonces qué es vivir? La única respuesta
que se nos ocurre es ésta: vivir es ser feliz.
Ser: ser plenamente lo que somos,
desarrollar nuestra naturaleza, volcar en el mundo nuestra capacidad; existir
sin que la existencia borre nuestro ser. Feliz: naturaleza plena; si yo soy la
mitad de lo que puedo ser seré menos feliz que si lo soy del todo: en eso
consiste la plenitud; saciarse por encima de nuestra necesidad no es plenitud,
es hartazgo; no es lo mismo llenarse de ser que llenarse de existencia, saciar
nuestro ser en la existencia que saciar la existencia con nuestro ser:
emborrachándonos de cosas; una existencia que nos desborda no es saciedad, sino
exceso.
Sobrevivir es ser a medias; vivir es ser
del todo: un ser pleno y realizado que no tiene nada que ver con un ser hambriento,
un ser mediocre. El infeliz tiene hambre de sí mismo y no está saciado.
Podremos tener hambre de comida y la saciamos comiendo, hambre de agua y la
saciamos bebiendo, hambre de dormir y la saciamos durmiendo; pero el placer de
comer, beber y dormir se localiza en distintas partes del cuerpo, y si no se
derrocha se puede derramar sobre todo el cuerpo sin satisfacer ya a ninguna
parte concreta del alma: es un bienestar corporal, un bienestar general, que
nos hace sentirnos bien (nos “llena de satisfacción”). “Satis” en latín
significa “bastante”: la satisfacción es hacer lo bastante para saciar (o
colmar) alguna de las partes de nuestro ser; o nuestro ser entero. La
satisfacción corporal es el bienestar que surge cuando el momento presente
siente realizado nuestro ser. La satisfacción espiritual surge cuando esa
realización desborda sobre el pasado; o sobre el futuro; o sobre la ausencia de
tiempo; o sobre todas esas cosas a la vez. El ánimo que procede del cuerpo
satisface nuestros sentidos separados, y hasta en su conjunto; el que procede
del alma nos satisface dentro y fuera de la temporalidad. La felicidad puede
entenderse como bienestar corporal (placer de los sentidos) o como bienestar
espiritual (placer de todo nuestro ser dentro y fuera del tiempo; deleitarse en
la esencia).
La risa de la niña que estaba en el
hospital era felicidad: por eso no servía para nada más que para ser; para ser
feliz, eso es todo. Mientras que el médico sirve para curar, y la curación
sirve para que funcione nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo sirve para ser; ser él
mismo a su paso por el mundo; ser feliz. Los médicos, los albañiles, los
fontaneros, los arquitectos, los ingenieros, sirven para que funcionen las
cosas. Los cómicos, los artistas, los escritores, los actores sirven para que
funcione nuestro ser. Ésa es la diferencia entre las artes y las ciencias; la
ciencia sirve para que funcionen las cosas, el arte sirve para que esas cosas
que funcionan hagan funcionar nuestra esencia; y no lo adulteren, prostituyan o
desnaturalicen.
Siendo yo adolescente estaba un día en
clase de química. La profesora hablaba de unos músicos callejeros, de melenas
largas, extrañas maneras y vestir extravagante, que gritaban al cantar o
parecían no saber cantar, a la moda rockera o a la manera de los Beatles; o de
los Rolling Stones, peor todavía. La profesora decía que eran unos vagos. Y que
nosotros estábamos en clase para no ser como ellos, porque la cultura haría de
nosotros, no unos parásitos, sino unos hombres de provecho. Muchas veces me he
preguntado desde entonces: de provecho ¿para qué? ¿O para quién? Servir para que
funcionen las máquinas nos convierte en servidores de las máquinas, no en sus
dueños. Servir a la voluntad de otros no nos hace seres libres, sino siervos.
Si a eso se reducía ser científicos, estudiar para convertirnos en cirujanos,
aparejadores o ingenieros era lo mismo que estudiar para servidores o siervos.
¿Dónde quedaba entonces la libertad? En
los artistas. En los gamberros. Los melenudos. Ver las cosas de esa manera es
lo mismo que preparar el bienestar de nuestro cuerpo sin molestarse en preparar
el del espíritu. El artista, el escritor, son como la cigarra; que se pasa la
vida cantando sin hacer cosas de provecho. Y el científico es como la hormiga,
que se pasa la vida trabajando sin disfrutar de la vida. ¿Qué es mejor: pasar
por la vida sin beberla o llenarse de vida? ¿Vivir sin trabajar o trabajar para
vivir? ¿Ser científico o ser artista? Siempre me ha admirado esta fábula porque
resume lo esencial de la cultura. Y porque es falsa, sobre todo: la única
manera de llenarse de vida es trabajar para la vida; no se puede ser hormiga
sin ser cigarra, ni ser cigarra sin ser hormiga; es absurdo elegir entre ser
vagos o trabajadores; el cerdito que tocaba el violín no se molestaba en
construir su casa… para vivir tocando en ella; y el que se había construido una
buena casa nunca supo tocar el violín. ¿Las artes o las ciencias?
Cada parte de nuestro cuerpo sirve para
dos cosas: una, para cumplir una función; otra, para sentir placer. La comida
no sirve sólo para saciar el hambre, también sirve para disfrutar comiendo. La
vida sexual no sirve sólo para reproducirse, también sirve para gozar del
erotismo. Y el sueño tampoco sirve sólo para descansar, también sirve para
soñar. Estas dos vertientes pueden disociarse: yo puedo disfrutar de un pastel
aunque no tenga hambre, disfrutar del vino aunque no tenga sed, o vivir el
placer sexual sin intentar reproducirme: a nadie le amarga un dulce; y como no
es pecado degustar un pastel tampoco lo es el placer sexual o la embriaguez del
vino; el único requisito es que el placer corporal no nos prive ni hoy ni
mañana de los placeres del espíritu; lo que prohíbe los excesos y las
adicciones.
La ciencia nos hace vivir; el arte nos llena
la vida. Sin arte sólo sobreviviríamos; sin ciencia ni sobreviviríamos
siquiera. Por arte entendemos una destreza o habilidad para hacer algo: el arte
de amar, por ejemplo; el arte de pintar, el arte de beber, el arte de la
guerra. Esa destreza se aprende normalmente con la experiencia: que a vivir se
aprende viviendo, al fin y al cabo. El pintor debe saber mezclar los colores y
construir volúmenes, el amante debe conocer las técnicas amatorias, el bebedor
debe conocer los vinos, el arquitecto debe dominar el arte de la construcción,
el militar debe saber mucho de estrategia. El arte como saber hacer es lo
propio de la técnica: en el terreno de la ciencia estamos hablando de
tecnología; y en el de las artes, hablaremos de conocimiento del oficio o cultura
experimentada.
Pero el arte también se puede entender en
un segundo sentido: como actividad inspirada que no sirve para nada concreto,
sino para el cultivo del espíritu. El científico y el tecnólogo también conocen
la inspiración (ellos la llaman intuición, olfato, y los psicólogos hablan de
comprensión súbita y estado de flujo). Pero su actividad se dirige a un objeto
concreto (la física, la química, la historia, la psicología). El artista (el
pintor, el bailarín, el músico), cuando está inspirado, habla de entusiasmo, de
rapto y hasta de éxtasis, de olvido de sí mismo; y su actividad se dirige, bajo
el prisma de un arte concreto, al conjunto del alma: buscando eso que llamamos
satisfacción, plenitud, felicidad, saber vivir. La sabiduría del filósofo es un
arte; la erudición del científico es contemplación y técnica; la cultura está
hecha de conocimientos (filosóficos, científicos, artísticos); de técnicas
(intelectuales, manuales, estéticas); y de inspiración, creatividad y fantasía
(intuiciones intelectuales y axiológicas, felicidad, deleite, maravilla).
La vida está llena de anhelos que viajan
por un camino de obstáculos. Para salvarlos es necesaria la ciencia; para andarlos
es necesario el arte; la filosofía está a caballo entre el arte y la ciencia, y
ambas tienen sus propias técnicas. Nuestra naturaleza es un ser, o más bien una
forma, o una forma de ser, y caminamos entre el resto de la naturaleza, que
llena el molde de la magdalena. Vivir es salir al mundo, volcar nuestro ser en
él, buscarnos a nosotros mismos; y ese ser buscando entre sustancias es nuestra
existencia. La lucha por la vida es ante todo lucha por resistir: por vencer
los ataques del mundo a nuestra naturaleza, a nuestra esencia; y luego es lucha
por existir, por buscar la plenitud, superando las limitaciones del mundo en
que vivimos. La ciencia pone a nuestra disposición los medios para lograrlo; y
el arte, partiendo del confort que nos dan esos medios, busca la plenitud, la
felicidad, el deleite, lo sublime, lo bello. Las letras y las artes ponen la
sal a la ensalada del vivir: le ponen magia. Y como una vida sin artistas sería
lo mismo que una sociedad tecnificada sin pasiones que vibran, así también una
estética sin ciencia nos sumiría en oscurantismo y en ignorancia; y la magia sería
sumisión y no deleite, y la hormiga sería la esclavitud que nos espera a la
vuelta del camino: si el trabajo no llenara también la plenitud de la cigarra
que camina hacia la esencia.
Estando de acuerdo en todo, he de afirmar que en la ciencia también se alcanza en ocasiones la plenitud del sentimiento. Es la satisfacción del entender. Por supuesto que se habrá usado las técnicas y conocimientos aprendidos, y se habrá conseguido un resultado, al igual que lo habrá hecho el artista, pero una vez conseguido se consigue una satisfacción intelectual que te acerca a la felicidad instantánea. Copérnico, Fleming, Pasteur y otros muchos seguramente no solo tuvieron la satisfacción del resultado, sino también el éxtasis del comprender, del entender algo hasta ese momento vedado, y en ese punto la ciencia se convierte en arte en la libertad de pensamiento y en la creatividad, y en ese punto el artista y en científico convergen en un estado mental idéntico.
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