sábado, 20 de agosto de 2016

¿Para qué sirve el arte?





¿PARA QUÉ SIRVE EL ARTE?

 

Un día operaron de apendicitis a una niña. Cuando fui a visitarla le conté unos chistes y se rió; ella quería reírse, pero no podía porque la herida le hacía daño. Luego le hablé un poco más en serio, pero con la sonrisa en los labios, y le pregunté: ¿para qué sirven los médicos? “Para curar”, me dijo ella. ¿Para qué sirven los coches? “Para viajar”, prosiguió. ¿Para qué sirve la risa? Entonces la niña sonrió, titubeando un poco, sin saber lo que decir. La dejé pensar un poco y al cabo de un rato yo mismo respondí: “para nada”.
      Para nada y sin embargo la necesitamos. Necesitamos médicos que nos curan, necesitamos coches para viajar, necesitamos fruta para comer, y necesitamos la risa a pesar de que no sirve para nada. ¿Cómo podemos necesitar algo que no tiene utilidad? ¿Par qué reímos? Para sentirnos felices. ¿Y qué conseguiremos con ello? ¿A qué fin destinamos la felicidad? A ninguno. La felicidad es la máxima finalidad de la vida. Decía Kant que la belleza es una finalidad sin fin; como la felicidad, la buscamos para nada; simplemente estamos a gusto con ella, y en ese estar a gusto, en ese goce que nos da la plenitud, estriba la vida. La vida no es vencer a la muerte, eso no es vivir, sino sobrevivir. ¿Entonces qué es vivir? La única respuesta que se nos ocurre es ésta: vivir es ser feliz.
      Ser: ser plenamente lo que somos, desarrollar nuestra naturaleza, volcar en el mundo nuestra capacidad; existir sin que la existencia borre nuestro ser. Feliz: naturaleza plena; si yo soy la mitad de lo que puedo ser seré menos feliz que si lo soy del todo: en eso consiste la plenitud; saciarse por encima de nuestra necesidad no es plenitud, es hartazgo; no es lo mismo llenarse de ser que llenarse de existencia, saciar nuestro ser en la existencia que saciar la existencia con nuestro ser: emborrachándonos de cosas; una existencia que nos desborda no es saciedad, sino exceso. 

 

      Sobrevivir es ser a medias; vivir es ser del todo: un ser pleno y realizado que no tiene nada que ver con un ser hambriento, un ser mediocre. El infeliz tiene hambre de sí mismo y no está saciado. Podremos tener hambre de comida y la saciamos comiendo, hambre de agua y la saciamos bebiendo, hambre de dormir y la saciamos durmiendo; pero el placer de comer, beber y dormir se localiza en distintas partes del cuerpo, y si no se derrocha se puede derramar sobre todo el cuerpo sin satisfacer ya a ninguna parte concreta del alma: es un bienestar corporal, un bienestar general, que nos hace sentirnos bien (nos “llena de satisfacción”). “Satis” en latín significa “bastante”: la satisfacción es hacer lo bastante para saciar (o colmar) alguna de las partes de nuestro ser; o nuestro ser entero. La satisfacción corporal es el bienestar que surge cuando el momento presente siente realizado nuestro ser. La satisfacción espiritual surge cuando esa realización desborda sobre el pasado; o sobre el futuro; o sobre la ausencia de tiempo; o sobre todas esas cosas a la vez. El ánimo que procede del cuerpo satisface nuestros sentidos separados, y hasta en su conjunto; el que procede del alma nos satisface dentro y fuera de la temporalidad. La felicidad puede entenderse como bienestar corporal (placer de los sentidos) o como bienestar espiritual (placer de todo nuestro ser dentro y fuera del tiempo; deleitarse en la esencia).
      La risa de la niña que estaba en el hospital era felicidad: por eso no servía para nada más que para ser; para ser feliz, eso es todo. Mientras que el médico sirve para curar, y la curación sirve para que funcione nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo sirve para ser; ser él mismo a su paso por el mundo; ser feliz. Los médicos, los albañiles, los fontaneros, los arquitectos, los ingenieros, sirven para que funcionen las cosas. Los cómicos, los artistas, los escritores, los actores sirven para que funcione nuestro ser. Ésa es la diferencia entre las artes y las ciencias; la ciencia sirve para que funcionen las cosas, el arte sirve para que esas cosas que funcionan hagan funcionar nuestra esencia; y no lo adulteren, prostituyan o desnaturalicen.
      Siendo yo adolescente estaba un día en clase de química. La profesora hablaba de unos músicos callejeros, de melenas largas, extrañas maneras y vestir extravagante, que gritaban al cantar o parecían no saber cantar, a la moda rockera o a la manera de los Beatles; o de los Rolling Stones, peor todavía. La profesora decía que eran unos vagos. Y que nosotros estábamos en clase para no ser como ellos, porque la cultura haría de nosotros, no unos parásitos, sino unos hombres de provecho. Muchas veces me he preguntado desde entonces: de provecho ¿para qué? ¿O para quién? Servir para que funcionen las máquinas nos convierte en servidores de las máquinas, no en sus dueños. Servir a la voluntad de otros no nos hace seres libres, sino siervos. Si a eso se reducía ser científicos, estudiar para convertirnos en cirujanos, aparejadores o ingenieros era lo mismo que estudiar para servidores o siervos. 

 

      ¿Dónde quedaba entonces la libertad? En los artistas. En los gamberros. Los melenudos. Ver las cosas de esa manera es lo mismo que preparar el bienestar de nuestro cuerpo sin molestarse en preparar el del espíritu. El artista, el escritor, son como la cigarra; que se pasa la vida cantando sin hacer cosas de provecho. Y el científico es como la hormiga, que se pasa la vida trabajando sin disfrutar de la vida. ¿Qué es mejor: pasar por la vida sin beberla o llenarse de vida? ¿Vivir sin trabajar o trabajar para vivir? ¿Ser científico o ser artista? Siempre me ha admirado esta fábula porque resume lo esencial de la cultura. Y porque es falsa, sobre todo: la única manera de llenarse de vida es trabajar para la vida; no se puede ser hormiga sin ser cigarra, ni ser cigarra sin ser hormiga; es absurdo elegir entre ser vagos o trabajadores; el cerdito que tocaba el violín no se molestaba en construir su casa… para vivir tocando en ella; y el que se había construido una buena casa nunca supo tocar el violín. ¿Las artes o las ciencias?
      Cada parte de nuestro cuerpo sirve para dos cosas: una, para cumplir una función; otra, para sentir placer. La comida no sirve sólo para saciar el hambre, también sirve para disfrutar comiendo. La vida sexual no sirve sólo para reproducirse, también sirve para gozar del erotismo. Y el sueño tampoco sirve sólo para descansar, también sirve para soñar. Estas dos vertientes pueden disociarse: yo puedo disfrutar de un pastel aunque no tenga hambre, disfrutar del vino aunque no tenga sed, o vivir el placer sexual sin intentar reproducirme: a nadie le amarga un dulce; y como no es pecado degustar un pastel tampoco lo es el placer sexual o la embriaguez del vino; el único requisito es que el placer corporal no nos prive ni hoy ni mañana de los placeres del espíritu; lo que prohíbe los excesos y las adicciones.
      La ciencia nos hace vivir; el arte nos llena la vida. Sin arte sólo sobreviviríamos; sin ciencia ni sobreviviríamos siquiera. Por arte entendemos una destreza o habilidad para hacer algo: el arte de amar, por ejemplo; el arte de pintar, el arte de beber, el arte de la guerra. Esa destreza se aprende normalmente con la experiencia: que a vivir se aprende viviendo, al fin y al cabo. El pintor debe saber mezclar los colores y construir volúmenes, el amante debe conocer las técnicas amatorias, el bebedor debe conocer los vinos, el arquitecto debe dominar el arte de la construcción, el militar debe saber mucho de estrategia. El arte como saber hacer es lo propio de la técnica: en el terreno de la ciencia estamos hablando de tecnología; y en el de las artes, hablaremos de conocimiento del oficio o cultura experimentada. 

 

      Pero el arte también se puede entender en un segundo sentido: como actividad inspirada que no sirve para nada concreto, sino para el cultivo del espíritu. El científico y el tecnólogo también conocen la inspiración (ellos la llaman intuición, olfato, y los psicólogos hablan de comprensión súbita y estado de flujo). Pero su actividad se dirige a un objeto concreto (la física, la química, la historia, la psicología). El artista (el pintor, el bailarín, el músico), cuando está inspirado, habla de entusiasmo, de rapto y hasta de éxtasis, de olvido de sí mismo; y su actividad se dirige, bajo el prisma de un arte concreto, al conjunto del alma: buscando eso que llamamos satisfacción, plenitud, felicidad, saber vivir. La sabiduría del filósofo es un arte; la erudición del científico es contemplación y técnica; la cultura está hecha de conocimientos (filosóficos, científicos, artísticos); de técnicas (intelectuales, manuales, estéticas); y de inspiración, creatividad y fantasía (intuiciones intelectuales y axiológicas, felicidad, deleite, maravilla).   
   La vida está llena de anhelos que viajan por un camino de obstáculos. Para salvarlos es necesaria la ciencia; para andarlos es necesario el arte; la filosofía está a caballo entre el arte y la ciencia, y ambas tienen sus propias técnicas. Nuestra naturaleza es un ser, o más bien una forma, o una forma de ser, y caminamos entre el resto de la naturaleza, que llena el molde de la magdalena. Vivir es salir al mundo, volcar nuestro ser en él, buscarnos a nosotros mismos; y ese ser buscando entre sustancias es nuestra existencia. La lucha por la vida es ante todo lucha por resistir: por vencer los ataques del mundo a nuestra naturaleza, a nuestra esencia; y luego es lucha por existir, por buscar la plenitud, superando las limitaciones del mundo en que vivimos. La ciencia pone a nuestra disposición los medios para lograrlo; y el arte, partiendo del confort que nos dan esos medios, busca la plenitud, la felicidad, el deleite, lo sublime, lo bello. Las letras y las artes ponen la sal a la ensalada del vivir: le ponen magia. Y como una vida sin artistas sería lo mismo que una sociedad tecnificada sin pasiones que vibran, así también una estética sin ciencia nos sumiría en oscurantismo y en ignorancia; y la magia sería sumisión y no deleite, y la hormiga sería la esclavitud que nos espera a la vuelta del camino: si el trabajo no llenara también la plenitud de la cigarra que camina hacia la esencia.

 









1 comentario:

  1. Estando de acuerdo en todo, he de afirmar que en la ciencia también se alcanza en ocasiones la plenitud del sentimiento. Es la satisfacción del entender. Por supuesto que se habrá usado las técnicas y conocimientos aprendidos, y se habrá conseguido un resultado, al igual que lo habrá hecho el artista, pero una vez conseguido se consigue una satisfacción intelectual que te acerca a la felicidad instantánea. Copérnico, Fleming, Pasteur y otros muchos seguramente no solo tuvieron la satisfacción del resultado, sino también el éxtasis del comprender, del entender algo hasta ese momento vedado, y en ese punto la ciencia se convierte en arte en la libertad de pensamiento y en la creatividad, y en ese punto el artista y en científico convergen en un estado mental idéntico.

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