EL LABRADOR Y LA SERPIENTE
Un
labrador cogió una serpiente aterida un día. La metió en su pecho para darle calor
hasta que volvió a la vida, y entonces la serpiente le mordió; la ingrata acabó
matando al que la salvó del frío.
El judío errante.
Hay
largas masas de refugiados. Gentes sin casa, sin paz, sin lugar donde dormir,
hombres, mujeres y niños, jóvenes y viejos recorriendo Europa en busca de un
hogar; no buscan siquiera un mundo mejor, tan sólo buscan un mundo; donde nadie
muera y se pueda respirar y encontrar
refugio: un mundo donde vivir.
Hay
niños que duermen a la intemperie. Niños que pasan frío y sed, hambre; niños
que mueren sin sus padres y que lamen las olas de la playa, lejos de las barcas
que los vieron venir; y dejaron su casa porque huían de las bombas, dejaron su
país, cuando estar en un mundo mejor era simplemente estar vivos.
Dinamarca
quiere quitarles el dinero: el que llevan encima; sus ahorros para encarar la
nueva vida: aparecen Estados piratas, Hungría los patea con cámaras de
periodistas, las fronteras se llenan de alambradas, las estaciones se vacían de
trenes, y, en el destierro, esperan un barco que posiblemente no llegue nunca.
Y
no es que haya que abrir las casas para meter a más gente de la que cabría; es
lógico que Europa esté asustada, el fantasma que la recorre tiene el corazón
partido; y no será solución acoger a todos, pero nada ganaremos robándole el
dinero al que lo necesita. Europa nació libre y solidaria, equitativa: si
perdemos solidaridad, ya no será Europa; será como el capitán Acab, que se
volvió monstruoso cuando combatía al monstruo en su delirio.
Ya
no nos acordamos de cuando errábamos por el mundo. España se desparramó por
Europa llenándola de emigrantes, se desparramó por América; Polonia se desplomó
en los campos de concentración, y hasta los judíos, que sufrieron exterminio,
ya no se acuerdan de ello cuando exterminan a los demás; que quitarles la
tierra a los otros no es el mejor camino para volver a Sefarad.
El capitán Acab.
Hay
entre los refugiados hijos de Satanás haciendo infiernos en el mundo; cuando
encuentran un país de acogida se vuelven contra él, y matan a sus vecinos: como
la serpiente que mordió al labrador cuando tenía frío.
En
el mundo han anidado las fuerzas del mal. Las águilas terribles. Hoy se
disfrazan de religión, mañana se vestirán de patriotismo. Viven de la muerte,
están despertando al ser violento que espera dormido en el fondo de nosotros,
el monstruo que no debe despertar nunca. Lo dijo el poeta cuando el monstruo
había sido vencido: “todavía es fecundo el vientre de la bestia inmunda”.
Gentes
que viven de la muerte porque no les importa morir: para matar. Se alimentan de
muerte como un narcótico que enciende su locura. El leviatán vencerá cuando el
hombre al que hizo daño se vuelva diabólico también, no cuando nos mate aunque
pueda; sino cuando consiga que dejemos de ser lo que fuimos; cuando lo queramos
matar a él, que es lo que quiere: y Europa dejará de ser Europa, la solidaridad
se volverá venganza, estaremos sedientos de sangre como el loco que nos atacó: y
al hacerlo nos inyectó su veneno y consiguió que nos alimentáramos de la
muerte; se habrá vuelto monstruoso matando al monstruo como le pasó al capitán,
cuando se heló su sangre y mató a los suyos; perderemos nuestro ser para
conservar la vida.
El buen samaritano.
Samaria
no se llevaba bien con Galilea. Eran, por así decirlo, enemigas: rencillas de
los pueblos, que juegan a pegarse cuando están cerca como si no supieran ser
vecinos; Palazuelos y Tabanera, San Rafael y El Espinar, España y Cataluña.
Un
hombre de Galilea fue socorrido por otro de Samaria. Sin guardarle rencor, sin
preguntar de dónde era, sin esperar nada a cambio. Nada tenían el uno contra el
otro salvo la barrera de sus orígenes, porque no se conocían. Pero mucha gente
vive las fobias de sus ancestros como si fueran suyas; capuletos que odian a
los montescos porque sus antepasados los odiaron; franceses con ingleses,
indios con europeos, chinos con japoneses, suecos y noruegos, turcos y griegos,
cartagineses y romanos. Y atacaron a Romeo y a Julieta; a los que amaban a sus
enemigos; atacaron a Jean Jaurès, al buen samaritano. Amar a los amigos lo hace
cualquiera, pero el amor verdadero, el grande, es el que se entrega a quien nos
quiere hacer daño como si no fuéramos vecinos; al que se empeña en hacernos
enemigos siempre. Se puede matar el huevo de la serpiente, sí, pero también se
puede salvar a la serpiente; para que no piense ya en matar, y ser, por entonces,
buenos vecinos.
Hay
un mundo nuevo entre el Mediterráneo y el polo, entre los Urales y el
Atlántico, y ese mundo es Europa; espíritu de solidaridad, de buen samaritano:
Europa creció acogiendo pueblos, reuniendo culturas, lanzando palabras: hoy
quiere desconfiar de los que huyen, matar a quien la mata, y no es que los que
vienen sean todos buenos, pero como decía el mismo dios: por uno solo que sea
justo salvaré a todo el mundo. Europa es una idea que nació en el corazón del
tiempo, cristalizando en un lugar: la idea de amor, la de bondad, la de pasión
y tolerancia, la de entender a quien no piensa, y a quien no piensa igual que
ella, y escuchar antes de hablar y nunca hablar a tiros: con palabras; con
palabras pelearemos, con sentido. Ser Europa es acoger a todo el mundo, a todas
las culturas y los cultos, resolver las diferencias sin que el desacuerdo sea la
muerte: en Europa cabe el islam, cabe el cristianismo, el judaísmo y los ateos,
en Europa caben todos. Vivir en paz con los que están en guerra, como el buen
samaritano, enseñar a ser vecinos.
Pero
puede reventar si hay más gente de la que cabe. El problema de Europa no es que
venga el islam, sino que deje de ser la misma. Una Europa que odia es el suicidio
mismo de Europa: es el fin del ideal que con tanto esfuerzo construimos.
Coda.
Desde
luego que es perverso secar el manantial. Pero más perverso es envenenar el
agua y matar la sed y pasar a matar a quien bebía.
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