sábado, 3 de octubre de 2015

La pasión de educar








LA PASIÓN DE EDUCAR



1.

            Las celdas de la cárcel no nos dejan salir; la correa del perro le impide escapar; el miedo y las amenazas nos obligan a obedecer. Se puede mover uno, sí, pero sin horizonte; miras por la ventana y lo que ves son caminos que nunca podrás tomar; territorios por los que no pasaremos; tierra prometida que no probaremos nunca. El perro, desde el borde de su lazo, ve el mundo, pero no se mueve por él; se mueve sólo por el trozo de mundo que le permite la longitud de la cuerda; no es su territorio, sino el territorio del amo. Tu territorio, tu mundo, es el trozo de universo que necesitas para vivir; el espacio vital; si tuvieras el mundo entero no sabrías nunca donde moverte, porque en el mundo hay tantos caminos que nos perderíamos por ellos. Necesitamos caminos por donde andar, pero también criterios para elegir los caminos. No necesitamos el mundo, necesitamos nuestro mundo, ese trozo de mundo que hemos hecho nuestro, con eso nos basta; y la inmensidad enfrente para conquistar nuevos mundos: cuando haga falta. En nuestro mundo está la comida, la casa, la madriguera, el espacio amigo en el que nos sentimos acogidos; están la familia, los amigos, los compañeros de fortuna, está mi paradero, ¿para qué más? ¿Para qué ambicionar el mundo entero si en su libertad sin límites nunca encontraremos nuestra casa? Pero necesitamos también nuevos horizontes. 


2.


El adolescente no necesita que le den la mano, ni que le lleven en coche, el adolescente quiere ir en su propio coche: que son sus piernas. Diríase que los padres, más que sobrarle, le molestan; los necesita, sí, pero como mecánicos que arreglan sus averías; unos mecánicos a los que no quiere recurrir cuando no los necesita, pero que bien le alegran la vida cuando los encuentra tirado en la carretera: como si fuera por casualidad. El adolescente quiere que nadie limite sus horizontes, pero sin renunciar a esa seguridad que tenía cuando tenía límites. La naturaleza del adolescente es una tierra de nadie, un estar sin ser, una renuncia al pasado sin mirar los sinsabores que laten en el futuro; por eso necesita a sus padres aunque reniegue de ellos; el arte de ser padres consiste en estar ahí sin que se note, y para eso se necesita una paciencia infinita; y saber que el abandono no es falta de amor, sino quererte de otro modo. Amar así es una de las formas más ingratas de sentimiento, porque consiste en dar favores sin recibirlos y en recibir desprecios sin darlos; sabiendo que lo que parece desprecio no es más que un no darse cuenta de lo mucho que tus hijos te quieren, porque los ojos que ven el horizonte abierto no pueden ver los horizontes cercanos; la pasión de buscar lejos nos hace transitoriamente ciegos para lo que tenemos al lado, porque el amor de los padres lo tenemos seguro y no necesitamos esfuerzo para conquistarlo; y todos los esfuerzos los concentramos en los horizontes lejanos: el mundo apasionante que está abierto delante de  ti, el que tú necesitas, y necesitas aprender a leer en sus misterios insondables. La belleza de esa aventura es espectacular.


3.


            Pero el joven que se libera ¿ya no tiene ataduras? ¿No tiene donde agarrarse cuando corre peligro de caer? Sí: el joven que se suelta va tejiendo nuevos lazos, que la vida es un montón de hilos y vivir es tejer, tejer… Uno de esos hilos viene de sus padres. Y es de los más robustos. ¿Pero cómo se mantendrá, si se ha debilitado la vigilancia? ¿Si se han desarrollado sus ojos y ya no necesita los tuyos para ver? ¿Cuál es ese hilo de plata, tan tenue como la seda, pero duro y fuerte como la roca, irrompible como una telaraña? ¿Cuál es ese hilo de seda que ya parece roto pero no se va a romper nunca?
            La confianza. Si los padres han sabido soltar a sus hijos cuando llegaba el momento, el hijo habrá aprendido a confiar en ellos; y viceversa. Los padres que ven con temor cómo se van los hijos miran con tranquilidad la fe que los une; en cambio los que no sueltan su mano y se aferran a ella como si fuera su propiedad tendrán siempre miedo de que sus hijos crezcan, porque no les habrán enseñado a valerse por sí mismos; ninguna confianza habrá entre ellos porque se habrán acostumbrado a que la vida es una cárcel y siempre tendrá que haber vigilancia; y cuando conozcan la libertad no sabrán usarla: no hay peores libertinos que los que han estado atados toda la vida; y un día, de repente, se rompen las ataduras; otros siguen congelados en una cárcel imaginaria que es la prolongación de aquella donde sus padres los tenían atados.
            Disciplina es ahora saber gobernarte tú mismo; no que tus padres te gobiernen. Las comisiones de convivencia, los expedientes, los castigos, sirven sólo para resolver los problemas a corto plazo, para los de largo plazo hay que educar la voluntad. La disciplina externa sirve para cuando estamos cerca, pero cuando ya no estamos ellos tienen que tener su propia disciplina; y pasar los semáforos en verde, y respetar las reglas del juego, aunque no haya árbitros ni policías que te estén mirando.
            Es el joven el que tiene que obligarse, no nosotros; decirle siempre lo que tiene que hacer y castigarlo cuando no lo hace es acostumbrarlo a necesitarnos siempre. Un joven tiene que saber rechazar la droga cuando no estamos nosotros. Y así, adquirir autonomía es tener una voluntad sin padres aunque el corazón palpite siempre con la huella de los padres.
Ya no hay que agarrarle de la mano para cruzar la calle, y cada vez que la cruce solo sabrá que nosotros estamos tranquilos, porque le habremos enseñado el arte de la prudencia. Ese lazo tenue, ese enlace irrompible, esa fuerza que le une a nosotros es un hilo de seda: tierno como el peluche, duro como la piedra. El hilo de la confianza. La confianza (fe en los demás, fe en nosotros) surge del amor, y de ella brota la esperanza: la esperanza es la fe en los buenos instintos de nuestros hijos; los que puso la naturaleza en el fondo de su ser, aquellos que le hemos inculcado; y educado; como el que cuida las patatas no hace más que desarrollar lo que hay en la semilla, así también cuando criamos a los hijos alimentamos, para que se desarrollen, los instintos que tienen dentro; que son siempre buenos; lo malo es cuando sembramos en esos instintos semillas que no van con su naturaleza; como sembrar papayas donde crecen patatas; entonces se vuelven malos.
Dicen que el espacio está hecho de radiaciones. El espacio humano está hecho de hilos, hilos de fe, hilos de confianza. Y el espacio infantil, como el de los animales, de barreras que no nos dejan pasar, y de prisiones; o de cadenas. Crecer es transformar las cadenas en hilos; unirnos sin atarnos. Si vivir es amar, amar a los niños es soltarlos con cadenas y verlos crecer es desencadenarlos.

Pero en el lugar donde estaba la cadena queda un hilo: el que estuvo allí siempre; un hilo de fe, parido y alimentado por el amor; y tiene en su interior, como una médula en el hueso, la esperanza. Esperanza es creer que te van a hacer el bien, que te seguirán queriendo muy a pesar de todo. La vida es una cadena y dentro hay una columna vertebral (el amor que mantiene viva la cadena); dentro de sus vértebras hay una membrana, que es la fe, que es la confianza; y por ella corre, en su interior, una médula que extiende por todo el cuerpo la esperanza en el bien de la vida. El amor es la columna vertebral que lo sostiene todo. Si no hay amor, la cadena se vuelve odiosa y te lleva al mal, a la desesperación, a la cárcel: porque el amor engendra la fe que produce la esperanza, y todo ello es alimento para la libertad; que una libertad hambrienta es desolación y ruina.
            Sólo el amor sabe atarte. Te ata para alejarte del peligro y luego, sabiamente, cuando no hay peligro, te suelta. Eso lo hace cuando no sabes pensar, pero brota la inteligencia y entonces el amor ajeno suelta la cadena y se eclipsa, te la entrega en tus manos. Entonces la cadena será movida por tu propio amor, ya maduro y más derecho; y él, que sabrá gobernarte en el mundo, limará las cadenas para que se rompan y brille, en el esplendor de la libertad, un hilo de plata.


4.

            Dos transformaciones te he explicado: cómo el amor se transforma en cadena y cómo la cadena, agrietada por los tiempos del amor, se suelta. La cadena no confía en nadie; pero la fe confía. La cadena se ha vuelto fe. Y un misterio esencial has entendido: que no hay atadura más fuerte que la falta de cadenas.
            Son las ataduras del amor. Del amor, que está dotado de inteligencia. La educación es un amor inteligente. Por eso se desborda en la pasión si limites, pasión de ser, de bondad, de belleza; pasión, y en eso estriba su valor, por los misterios insondables y los entresijos de la ciencia.




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