LA PASIÓN DE EDUCAR
1.
Las
celdas de la cárcel no nos dejan salir; la correa del perro le impide escapar;
el miedo y las amenazas nos obligan a obedecer. Se puede mover uno, sí, pero
sin horizonte; miras por la ventana y lo que ves son caminos que nunca podrás
tomar; territorios por los que no pasaremos; tierra prometida que no probaremos
nunca. El perro, desde el borde de su lazo, ve el mundo, pero no se mueve por
él; se mueve sólo por el trozo de mundo que le permite la longitud de la
cuerda; no es su territorio, sino el territorio del amo. Tu territorio, tu
mundo, es el trozo de universo que necesitas para vivir; el espacio vital; si
tuvieras el mundo entero no sabrías nunca donde moverte, porque en el mundo hay
tantos caminos que nos perderíamos por ellos. Necesitamos caminos por donde
andar, pero también criterios para elegir los caminos. No necesitamos el mundo,
necesitamos nuestro mundo, ese trozo de mundo que hemos hecho nuestro, con eso
nos basta; y la inmensidad enfrente para conquistar nuevos mundos: cuando haga
falta. En nuestro mundo está la comida, la casa, la madriguera, el espacio
amigo en el que nos sentimos acogidos; están la familia, los amigos, los
compañeros de fortuna, está mi paradero, ¿para qué más? ¿Para qué ambicionar el
mundo entero si en su libertad sin límites nunca encontraremos nuestra casa?
Pero necesitamos también nuevos horizontes.
2.
El adolescente
no necesita que le den la mano, ni que le lleven en coche, el adolescente
quiere ir en su propio coche: que son sus piernas. Diríase que los padres, más
que sobrarle, le molestan; los necesita, sí, pero como mecánicos que arreglan
sus averías; unos mecánicos a los que no quiere recurrir cuando no los necesita,
pero que bien le alegran la vida cuando los encuentra tirado en la carretera:
como si fuera por casualidad. El adolescente quiere que nadie limite sus
horizontes, pero sin renunciar a esa seguridad que tenía cuando tenía límites.
La naturaleza del adolescente es una tierra de nadie, un estar sin ser, una
renuncia al pasado sin mirar los sinsabores que laten en el futuro; por eso necesita
a sus padres aunque reniegue de ellos; el arte de ser padres consiste en estar
ahí sin que se note, y para eso se necesita una paciencia infinita; y saber que
el abandono no es falta de amor, sino quererte de otro modo. Amar así es una de
las formas más ingratas de sentimiento, porque consiste en dar favores sin
recibirlos y en recibir desprecios sin darlos; sabiendo que lo que parece desprecio
no es más que un no darse cuenta de lo mucho que tus hijos te quieren, porque
los ojos que ven el horizonte abierto no pueden ver los horizontes cercanos; la
pasión de buscar lejos nos hace transitoriamente ciegos para lo que tenemos al
lado, porque el amor de los padres lo tenemos seguro y no necesitamos esfuerzo
para conquistarlo; y todos los esfuerzos los concentramos en los horizontes
lejanos: el mundo apasionante que está abierto delante de ti, el que tú necesitas, y necesitas aprender
a leer en sus misterios insondables. La belleza de esa aventura es
espectacular.
3.
Pero
el joven que se libera ¿ya no tiene ataduras? ¿No tiene donde agarrarse cuando
corre peligro de caer? Sí: el joven que se suelta va tejiendo nuevos lazos, que
la vida es un montón de hilos y vivir es tejer, tejer… Uno de esos hilos viene
de sus padres. Y es de los más robustos. ¿Pero cómo se mantendrá, si se ha
debilitado la vigilancia? ¿Si se han desarrollado sus ojos y ya no necesita los
tuyos para ver? ¿Cuál es ese hilo de plata, tan tenue como la seda, pero duro y
fuerte como la roca, irrompible como una telaraña? ¿Cuál es ese hilo de seda
que ya parece roto pero no se va a romper nunca?
La
confianza. Si los padres han sabido soltar a sus hijos cuando llegaba el
momento, el hijo habrá aprendido a confiar en ellos; y viceversa. Los padres
que ven con temor cómo se van los hijos miran con tranquilidad la fe que los
une; en cambio los que no sueltan su mano y se aferran a ella como si fuera su
propiedad tendrán siempre miedo de que sus hijos crezcan, porque no les habrán
enseñado a valerse por sí mismos; ninguna confianza habrá entre ellos porque se
habrán acostumbrado a que la vida es una cárcel y siempre tendrá que haber
vigilancia; y cuando conozcan la libertad no sabrán usarla: no hay peores
libertinos que los que han estado atados toda la vida; y un día, de repente, se
rompen las ataduras; otros siguen congelados en una cárcel imaginaria que es la
prolongación de aquella donde sus padres los tenían atados.
Disciplina
es ahora saber gobernarte tú mismo; no que tus padres te gobiernen. Las
comisiones de convivencia, los expedientes, los castigos, sirven sólo para
resolver los problemas a corto plazo, para los de largo plazo hay que educar la
voluntad. La disciplina externa sirve para cuando estamos cerca, pero cuando ya
no estamos ellos tienen que tener su propia disciplina; y pasar los semáforos
en verde, y respetar las reglas del juego, aunque no haya árbitros ni policías
que te estén mirando.
Es
el joven el que tiene que obligarse, no nosotros; decirle siempre lo que tiene
que hacer y castigarlo cuando no lo hace es acostumbrarlo a necesitarnos
siempre. Un joven tiene que saber rechazar la droga cuando no estamos nosotros.
Y así, adquirir autonomía es tener una voluntad sin padres aunque el corazón
palpite siempre con la huella de los padres.
Ya no hay que agarrarle
de la mano para cruzar la calle, y cada vez que la cruce solo sabrá que
nosotros estamos tranquilos, porque le habremos enseñado el arte de la
prudencia. Ese lazo tenue, ese enlace irrompible, esa fuerza que le une a
nosotros es un hilo de seda: tierno como el peluche, duro como la piedra. El
hilo de la confianza. La confianza (fe en los demás, fe en nosotros) surge del
amor, y de ella brota la esperanza: la esperanza es la fe en los buenos instintos
de nuestros hijos; los que puso la naturaleza en el fondo de su ser, aquellos
que le hemos inculcado; y educado; como el que cuida las patatas no hace más
que desarrollar lo que hay en la semilla, así también cuando criamos a los
hijos alimentamos, para que se desarrollen, los instintos que tienen dentro;
que son siempre buenos; lo malo es cuando sembramos en esos instintos semillas
que no van con su naturaleza; como sembrar papayas donde crecen patatas;
entonces se vuelven malos.
Dicen que el
espacio está hecho de radiaciones. El espacio humano está hecho de hilos, hilos
de fe, hilos de confianza. Y el espacio infantil, como el de los animales, de
barreras que no nos dejan pasar, y de prisiones; o de cadenas. Crecer es
transformar las cadenas en hilos; unirnos sin atarnos. Si vivir es amar, amar a
los niños es soltarlos con cadenas y verlos crecer es desencadenarlos.
Pero en el
lugar donde estaba la cadena queda un hilo: el que estuvo allí siempre; un hilo
de fe, parido y alimentado por el amor; y tiene en su interior, como una médula
en el hueso, la esperanza. Esperanza es creer que te van a hacer el bien, que
te seguirán queriendo muy a pesar de todo. La vida es una cadena y dentro hay
una columna vertebral (el amor que mantiene viva la cadena); dentro de sus
vértebras hay una membrana, que es la fe, que es la confianza; y por ella corre,
en su interior, una médula que extiende por todo el cuerpo la esperanza en el
bien de la vida. El amor es la columna vertebral que lo sostiene todo. Si no
hay amor, la cadena se vuelve odiosa y te lleva al mal, a la desesperación, a
la cárcel: porque el amor engendra la fe que produce la esperanza, y todo ello
es alimento para la libertad; que una libertad hambrienta es desolación y
ruina.
Sólo
el amor sabe atarte. Te ata para alejarte del peligro y luego, sabiamente,
cuando no hay peligro, te suelta. Eso lo hace cuando no sabes pensar, pero
brota la inteligencia y entonces el amor ajeno suelta la cadena y se eclipsa,
te la entrega en tus manos. Entonces la cadena será movida por tu propio amor,
ya maduro y más derecho; y él, que sabrá gobernarte en el mundo, limará las
cadenas para que se rompan y brille, en el esplendor de la libertad, un hilo de
plata.
4.
Dos
transformaciones te he explicado: cómo el amor se transforma en cadena y cómo
la cadena, agrietada por los tiempos del amor, se suelta. La cadena no confía
en nadie; pero la fe confía. La cadena se ha vuelto fe. Y un misterio esencial
has entendido: que no hay atadura más fuerte que la falta de cadenas.
Son
las ataduras del amor. Del amor, que está dotado de inteligencia. La educación
es un amor inteligente. Por eso se desborda en la pasión si limites, pasión de
ser, de bondad, de belleza; pasión, y en eso estriba su valor, por los
misterios insondables y los entresijos de la ciencia.
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