DE LA RAZÓN A LA VIDA (1)
El
mundo es la emergencia cronológica de la razón. La razón no es sólo la
estructura de las formas, sino también la energía que las impulsa.
Las
formas dinámicas se mueven atraídas
por sus complementarias, como si cada una funcionara como un signo que solamente
llama a las formas afines; como si todo lo que hay en el mundo estuviera en una
perpetua búsqueda de su media naranja. Por ejemplo, cada anticuerpo actúa sólo
sobre un antígeno (sobre el virus que está preparado para identificar, no sobre
los otros). Y cada enzima se activa sólo con un tipo de sustancia: la que se ha
especializado en atacar (por ejemplo, la fosfatasa sobre el fosfato).
La
razón es dinámica, y la energía es un producto de la razón; también lo es el mundo
de la materia inerte, el reino mineral; y el de la conciencia. Sus formas son, por
orden de complejidad, la causalidad, la teleonomía, la teleología y la
autoconciencia.
La muñeca rusa.
Las mariposas
pasan por la fase de huevo antes de convertirse en larvas, y por la de larvas
antes de transformarse en crisálidas; cada estadio de su metamorfosis es como
un envoltorio al que hay que acceder para llegar al otro; y como no se puede
llegar a las habitaciones sin pasar antes por el vestíbulo, así tampoco puede
el huevo convertirse en crisálida sin pasar por la fase de larva; no se pueden
saltar fases, no se pueden quemar etapas; el jugador de ajedrez no puede sacar
al alfil si no ha roto primero la barrera de los peones; solo el caballo puede
saltarla.
Todas las
posibilidades envueltas unas en otras formarían una especie de huevo; un huevo
que contiene numerosas capas: ésa es su estructura concéntrica. Cada ser tiene
su futuro codificado en su propio huevo de posibilidades, que contiene las
posibilidades propias de su naturaleza; las de un reptil, por ejemplo, no son
las mismas que las de una araña y por eso el devenir de cada especie es
distinto; el genoma de una araña (el huevo de sus posibilidades) impide que la
araña se convierta en reptil, en mamífero o en mosca; sólo puede convertirse en
araña.
El huevo cósmico.
¿Podría haber
un huevo que contuviera todos los huevos? ¿Un genoma en el que estuviera
codificado todo el devenir de la tierra, del sistema solar, del universo
entero? Ese huevo de huevo sería el huevo cósmico. Existiría antes de que se
formaran todos los seres del mundo, antes de que surgiera el universo.
Pero los
proyectos también forman parte de la realidad. Hay realidades germinales y realidades
nacidas, aunque llamamos realización a la transformación de las primeras en
las segundas; en lenguaje cotidiano llamamos, por abuso de lenguaje, realidad
solamente a las realidades nacidas, como si negáramos la condición de realidad
a las realidades germinales o virtuales
(es decir, a las realidades no nacidas).
Llamaremos
ontotaxia a la inmanencia. La trascendencia es ontosemia.
Causalidad.
La causalidad es tendencia; fuerza
insensible. Una piedra tiende a caer porque la atrae la fuerza de gravedad. La
causalidad es inercia. Los individuos movidos por causas naturales están
programados por la naturaleza para reaccionar sin sentir; para dejarse mover
por fuerzas exteriores a ellas.
Teleonomía.
La teleonomía es reflejo, fuerza
sensible. La raíz de una planta se mueve hacia la tierra porque se siente
atraída hacia ella, y este geotropismo no es causalidad pura, porque va
acompañada de sensibilidad; y la sensibilidad es deseo; podríamos decir que la
planta siente la atracción de la tierra a diferencia de la piedra, que no
siente la fuerza de gravedad que la hace caer.
Los
seres programados por la naturaleza son de tres clases: los inertes (que, como hemos visto, son los
minerales); los inconscientes o
teleonómicos (que se mueven por reflejos y abarcan desde los vegetales
hasta los animales inferiores, como los celentéreos); y los seres conscientes o teleológicos (que son el
resto de los animales).
Los
seres inertes están programados para ser
pasivos; los inconscientes están programados para encontrar; y los conscientes están programados para buscar, o lo que es lo mismo, para
programar: son los animales teleológicos.
Programados
para programar: ésa es la naturaleza de los animales. El mundo animal se
escinde, pues, en tres grandes grupos: los teleonómicos o inconscientes; los
conscientes o teleológicos de primera clase; y los autoconscientes o
teleológicos de segunda clase. O lo que es lo mismo, los instintivos, los inteligentes
y los racionales; la forma más
racional del instinto es la intuición, por lo que los racionales son también intuitivos.
Adaptación.
El
agricultor necesita saber cuándo es la época de la siembra, de la siega, de la
trilla; para ello se construye un calendario.
Tal
animal necesita acceder al pistilo para chupar el néctar; pero el pistilo es
estrecho y profundo y necesita un pico largo y estrecho (si es pájaro) o una
lengua larga que se pueda enrollar (si es insecto); entonces a la especie, al
correr del tiempo, le van saliendo esos órganos que necesita. Cuando en algún
sitio aparece una necesidad, tarde o temprano aparece una forma de
satisfacerla; cada problema tiene su solución, cada pregunta tiene su
respuesta.
Donde hay una
necesidad siempre acaba apareciendo un órgano para realizarla. Toda necesidad
satisface su función creando un órgano, una estructura que lo materialice, y
eso ocurre siempre: ya lo dijo Lamarck. En términos económicos, una necesidad
puede ser comparada con una oferta y un órgano con una demanda; hay
constelaciones de ofertas y demandas, pero sólo acaban funcionando las que se
complementan, las demandas que corresponden a necesidades, y viceversa.
Llamamos existencias nacidas a las esencias que
pueden relacionarse con el mundo exterior. Una esencia es un conjunto de funciones (es decir, una forma de actuar);
una función es una esencia
elemental. Pues bien, toda función
necesita de una ocasión propicia
para desarrollarse. Esa ocasión es el medio
en el que cada naturaleza se desenvuelve.
Llamamos
adaptación a los movimientos de los
seres naturales para permanecer en la existencia;
es la búsqueda de una estructura para una función
que se ha hecho necesaria; la atracción adaptativa hace que, si un
individuo necesita ver, pronto le saldrán ojos; si un animal busca la vida de
los árboles, a sus patas les saldrán manos; es lo que podríamos llamar atracción
lamarckiana, y Jacques Monod lo llamaría, simplemente, teleonomía.
En
el mundo causal las naturalezas permanecen inalterables: un oxígeno sigue
siendo un oxígeno aunque deje se ser ion y esté integrado en una molécula; y un
carbono sigue siendo carbono cuando está en el grafito y cuando está en el
diamante.
Eso
es lo que sucede en el mundo de la causalidad. Pero en el de la adaptación unas
esencias se transforman en otras aunque estén hechas de los mismos elementos;
así, el eohippus se transformó en mesohippus y el mesohippus se convirtió en
caballo.
La
atracción química se rige por reglas invariables; el acoplamiento entre átomos
viene a ser automático. Pero la atracción adaptativa aparece cuando a
medida que pasa el tiempo las reglas van cambiando (sin que cambien las reglas
fijas que gobiernan el intercambio entre los átomos). Cada aparición de un nivel
nuevo de complejidad es la emergencia de formas materiales cada
vez más organizadas; formas que estaban ocultas en cada uno de los átomos como
negativos complejos envueltos en otros negativos más simples; negativos,
representaciones,
reflejos,
espectros
o fantasmas.
La teleonomía
es el mundo vegetal donde la causalidad eficiente de la anataxia es
sutituida por una causalidad final.
Teleología.
Pensemos
en una rosa. Antes de ser flor era capullo. El capullo contenía todas sus hojas
plegadas unas sobre otras, apretadas en un botón; al abrirse el capullo se
despliegan sus pétalos, se abren al mundo, y aparece la flor; la flor es una
capullo que se va llenando de aire, abriendo espacios vacíos para que se puedan
abrir las hojas. Primero se abren los sépalos, que estaban apretados sobre los
pétalos; luego los pétalos, que estaban abrazados, pegados, a los órganos
reproductores; y luego los órganos reproductores.
La
vida y la existencia está hecha de pétalos que se superponen; de láminas que se
solapan; y que forman, según estén cerradas o abiertas, existencias enrolladas
o desenrolladas; realidades nacidas o germinales.
La
realización de los individuos es el despliegue de sus envoltorios. La atracción
causal contiene a la atracción teleonómica que, a su vez,
está envolviendo a la atracción teleológica. ¿Qué es la
atracción teleológica? Es la intención del individuo. La
teleonomía era una potencia programada; ahora el individuo programa sus
acciones, es dueño de sus actos; es la teleología.
Los animales
no sólo se encuentran, como les pasaba a las plantas, sino que se buscan; si el
instinto (decía Bergson) es la capacidad de encontrar sin necesidad de buscar
(como la araña, que sabe hacer su tela sin que nadie se lo enseñe), la inteligencia nos permite buscar lo que
necesitamos aunque muchas veces no demos con ello: eso es la teleología (que
Jacques Monod distinguía de la teleonomía); un saber programar nuestros deseos,
que va más allá del hecho de estar programados. El macho no solamente necesita
a la hembra: la busca.
Y
por último están esos seres que se dan cuenta no solamente de lo que buscan en
el mundo, sino que también se dan cuenta de sí mismos: son los seres
autoconscientes; la fuerza que los mueve no sólo es la inteligencia, sino que
va más allá: es la inteligencia abstracta, la capacidad de captar los géneros
más allá de los individuos, es la razón. La razón humana es capaz de buscar los
intereses de los individuos sin violar los intereses de la especie y, por
encima de todo, los de la naturaleza entera.
Los
animales comparten con los vegetales el envoltorio de la teleonomía; pero lo
tienen rodeando a otro envoltorio que no contienen los vegetales: la
teleología.
En
síntesis: un animal, en tanto que está hecho de materia, está programado
causalmente; en tanto que fuerza vegetativa, está programado teleonómicamente;
pero en tanto que fuerza animal, más que estar programado, programa.
Causalidad, reflejo e intención son esas tres fuerzas superpuestas. La intención
está envuelta en el reflejo, al cual envuelve a la causalidad,
a la cual envuelve a su vez a la necesidad lógica.
Desarrollo.
Adaptarnos a
la vida es dejar de ser nosotros para plegarnos al mundo. El mundo nos impone
sus condiciones y nosotros las aceptamos; aun a costa de perder nuestra
identidad.
Si no me
adapto al mundo no puedo desarrollarme en él, pero si no hago más que adaptarme
tampoco me desarrollo: viviré como quiere el mundo que viva, no como yo quiero;
y no me desarrollaré en el mundo, sino que el mundo se desarrollará en mí y a
costa mía. Si la circunstancia que ser mejorada, yo no tengo por qué aceptarla
con sus imperfecciones; tengo que aceptarla, sí, pero como algo mejorable; para
corregirla en lo que sea posible; para que se adapte a mis necesidades, para
poder desarrollarme en toda la riqueza de mi naturaleza, para llegar a ser todo
lo que puedo ser.
La
trascendencia va más allá de la circunstancia. La acepta y en esa aceptación
somos inmanencia (ontotaxia); pero también la superamos obligando a la realidad
a plegarse al ideal (sin renunciar a ella), y en esa rebeldía también somos
trascendencia (ontosemia). Desarrollarnos es así hacer que nazca nuestra
semilla, hacer realidad nuestras posibilidades, llegar a ser todo lo que
podemos ser. No conformarnos con ser brutos cuando podemos desarrollar nuestra
inteligencia. Para ello tenemos que dar dos pasos; el primero es adaptarnos a
la realidad, y sólo entonces podemos pasar al segundo: hacer que la realidad se
adapte a nosotros.
Llamamos desarrollo a los movimientos de la
naturaleza por realizar su esencia;
por sacarla a la luz.
Autoconciencia.
Por la
autoconciencia me adueño de mi propia vida. Es el mundo de los animales
superiores que no sólo viven, sino que se dan cuenta de que viven. Lucha por existir, en ella caben los
lances psicológicos, sociales, políticos, religiosos, militares: dramas y
alegrías, tragedias y tristezas.
El yo se despliega en el
mundo vivido a través del mundo observado, pero él también forma parte del
mundo observado. Con él se inaugura el mundo del conocimiento (noosfera). La vida de experiencias susceptibles de ordenarse en épocas, eras, lapsos
más o menos dilatados (historia) constituye la erótica de los tiempos; si el
tiempo vivido supone un obstáculo al erotismo, estamos ante una patética: tragedia (si es erótica del tiempo negado) y mística (si
es erótica del tiempo infinito).
Trascendencia.
Pero
también está la lucha por ser. Vivo en el mundo pero el mundo no me
gusta como es; entonces me aíslo y sueño cómo me gustaría que fuera; pienso en
otros mundos diferentes del mío, imagino gentes y países del futuro, o del
pasado, y me recreo en ellos; voy lejos del mundo, más allá del que me ha
tocado vivir, trascendiéndolo, cambiándolo, recreándolo, sustituyéndolo; no me
preocupa la supervivencia porque no hay peligros que me amenacen, y me rodea un
ambiente sin violencia, relajado y seguro. Como diría María Zambrano, estoy
ensimismado. Creo mundos nuevos y los recreo a mi gusto. Quiero que sean como a
mí me gustan. Para que le den sentido a mi ser, para que me den satisfacciones,
para que me llenen.
Conclusión.
El
árbol tiende hacia la luz, pero además la siente; el perro tiende a comer, pero
además lo siente (siente hambre), y además busca la comida (porque es
inteligente). Es como un edificio que tiene su base; el edificio de los
instintos y de la inteligencia se levanta sobre la causalidad porque la causalidad,
tendencia o inercia, es la base, es el cimiento que la sujeta. Todos los seres,
inertes o vivos, tienen su base en la inercia, que es como el trampolín desde
el que se catapultan hacia la vida.
A
la unión
causal la llamamos contacto; y a su estructura
causal, valencia; la diferencia entre la valencia y el contacto es que
en la primera hay cercanía.
Podríamos definir la lejanía como un contacto latente.
La fuerza que
une a los dos elementos de una estructura es como una atracción entre ellos;
una especie de simpatía, un erotismo (si entendemos por erotismo
la fuerza que impulsa a un ser a unirse a otro). Un imán sería erotismo igual
que el amor, sólo que el amor contendría otros elementos que no tiene
el imán, y que le darían más densidad al contacto. Lo mismo cabe decir de la amistad,
y de la piedad, y de la admiración.
La ontosemia
es una erótica que contiene atracciones, como las piedras, pero
también intenciones; intención es lo que les falta a las piedras, a los
líquidos, a los gases, y en general a todo el mundo mineral.
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