sábado, 26 de septiembre de 2015

EL ESPACIO Y EL TIEMPO EN KANT






EL ESPACIO Y EL TIEMPO EN KANT
 

            Estaba explicando a Kant. Quería que entendiesen aquellas cosas extrañas que son el espacio y el tiempo, tan difíciles de percibir para quienes están acostumbrados a ver las cosas. El espacio, desde luego, lo vemos; lo vemos en los lugares que ocupan las cosas, lo vemos en los recintos donde se junta la gente, lo vemos en los cercados donde están las ovejas, y en otros rediles, en otros apriscos, en otros espacios. Pero el tiempo no lo vemos. No lo sentimos. Pasa y no lo vemos pasar, tan sólo sabemos que nuestra cara no es la misma que en la foto que nos sacaron hace años. El tiempo sirve para medir, pero no sabemos lo que medimos con él.
            El tiempo y el espacio son formas a priori de nuestra sensibilidad. ¿Qué es eso? Como gafas que llevamos puestas al nacer, que nos hacen ver el paisaje en tres dimensiones y sentir que siempre vamos hacia el futuro.
            -Mirad- dijo Juan Luis-. Creo que sabéis, por lo que habéis visto en biología, que en el oído interno tenemos los canales semicirculares. Son tres. Uno está colocado a lo largo, otro a lo ancho y otro a lo alto; por eso vemos el mundo en tres dimensiones. La geometría de Euclides es la geometría de nuestro aparato sensorial. Si tuviéramos sólo dos canales veríamos las cosas planas. Y si tuviéramos cuatro percibiríamos el espacio de Riemann.
Vaciló un momento, y le pasó por la mente un pensamiento fugaz. Consideró que si tuviéramos cuatro uno de ellos estaría entre los otros, porque los canales semicirculares ocupan en el oído un espacio euclídeo, tridimensional; por lo tanto no son ellos los que determinan cómo debemos percibir el espacio, sino que hacen perceptibles para nosotros las dimensiones del espacio en el que existen; no más, pero sí menos.
Apartó esa duda de su mente porque hablar de ella sería meterse en un nivel avanzado de filosofía; y él, ahora, tenía que explicar las cosas para sus alumnos; sus alumnos estaban en el último curso de bachillerato.
-Para Kant las cosas que percibimos las percibimos en un espacio de tres dimensiones y un tiempo unidireccional orientado hacia el futuro. Si no tuviéramos órganos sensoriales capaces de captar el espacio y el tiempo; si no tuviéramos, por ejemplo, canales semicirculares, seríamos incapaces de captar los fenómenos de la naturaleza. Sólo percibiríamos un caos de sensaciones; un maremagnum de estímulos que nuestra sensibilidad sería incapaz de interpretar.
Ahora se sentía lanzado en un terreno que compartía con los alumnos. Algunos lo escuchaban con la boca abierta.
-Intentad recordar situaciones en las que habéis perdido el control de las cosas. Por ejemplo cuando, no sabiendo nadar, habéis creído que podíais ahogaros. El agua estaba profunda y perdíais pie. Gesticulabais desesperados bajo la superficie, y allí, sumergidos, obsesionados por salir a flote, ya no sabíais si nadabais hacia arriba o hacia abajo. Porque no sabíais nadar. Sólo movíais las piernas, los brazos, sin saber hacia adónde. Vuestros ojos miraban sin ver, sólo colores grises caóticos distorsionados por el agua, y no podíais oír. Las únicas sensaciones las teníais en la nariz, en la boca, que se llenaban de agua; olores y sabores que se iban confundiendo a medida que aumentaba vuestra desesperación.
Para hacer explícita la conclusión creyó útil hacer una pausa:
-Pues bien- concluyó-, en esa situación límite estáis sintiendo las cosas fuera del espacio y del tiempo. Ésa sería una buena aproximación del caos de sensaciones en el que pensaba Kant. 
  -¡Yo tengo un ejemplo mejor!- intervino rápidamente Helga. 
 
  
-Tú dirás, Helga.
-El vértigo. Hay en la feria carruseles con cápsulas que giran como una peonza. Tú te metes en uno y el carrusel empieza a girar, y al mismo tiempo la cápsula gira sobre sí misma; al cabo de un rato todas las cosas te dan vueltas y acabas mareado; a veces hasta devuelves. Lo mismo me pasaba cuando era pequeña: mi madre me agarraba de las manos y empezaba a girar sobre sí misma, y mis pies se levantaban del suelo y giraban como una prolongación de sus manos. Aunque después he comprobado que más marea el dar vueltas; cuando se lo he hecho a un sobrino mío he acabado atontada. 
-Hum, bien. Me parece que es un buen ejemplo. 
-Verás. Cuando giraba se borraban las cosas, y se convertían en círculos de colores rotando en torno a mí. No veía nada, ni sentía nada, y a mis oídos llegaba una confusión de sonidos, el tiempo se detenía, no podía darme cuenta de las cosas. 
Juan Luis creyó necesario puntualizar:
-El tiempo desaparecía de tu horizonte, pero el espacio estaba: veías círculos de colores. ¡Qué curioso! En el momento en que el espacio desaparece, y, con él, desaparecen tus percepciones, tú te conviertes en espacio. O quizá el espacio no desaparezca del todo. Desaparece el de tu percepción externa, pero quizá surja en su lugar otro espacio donde tú sientes dentro de ti.
-No sé... quizá. Sólo sé que cuanto más rápidas son los giros y más vertiginosos, mayor es la sensación que tienes de perder la conciencia. Hay un momento en que ya dejas de sentir hasta los círculos de colores.
Juan Luis reflexionó nuevamente, otra vez apenado por el alcance de sus cavilaciones. Temía verse arrastrado por su pensamiento a profundidades difíciles de captar por los alumnos. 
-El espacio y el tiempo son necesarios para que esté despierta nuestra conciencia. No hay tiempo ni hay espacio cuando dormimos; son sustituidos por espacios interiores en los que los planos pueden confundirse; y el tiempo puede volver hacia atrás. 
 Pensó en María Zambrano. 
 -Cuando estamos inconscientes (quién sabe si en coma) ni siquiera tenemos sueños. Simplemente no estamos. Perdemos el conocimiento, tanto objetivo como subjetivo. No nos enteramos de nada. ¿Y qué pasa cuando estamos muertos
Concluyó, después de una breve pausa. 
-Bueno, tampoco hay que sacarle tanta punta al asunto. Baste con saber que sin tiempo ni espacio no sólo no conocemos nada, sino que tampoco sabemos que sabemos. No tenemos conciencia de las cosas ni conciencia de nosotros. Por eso el espacio y el tiempo son previos a toda experiencia; sin ellos no podemos sentir nada; son necesarios para vivir. Diremos, con Kant, que son formas a priori; el escenario indispensable de nuestra sensibilidad.
                                                                     


3 comentarios:

  1. ¡Curioso! A mí me parecía que las sensaciones eran anteriores al espacio y el tiempo. ¡Interesante! No conozco a Kant en asboluto, sólo por su nombre y su importancia en la filosofía.

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  2. En efecto, las sensaciones previas al espacio y al tiempo constituyen lo que Kant llama un caos de sensaciones; para que ese caos adquiera sentido hace falta que se ordenen en el espacio y en el tiempo subjetivos; el primero está en el oído interno, el segundo no lo sé: algún día tendré largas conversaciones con algún amigo médico y se lo preguntaré. Konrad Lorenz los ha comparado con unas gafas, pero yo creo que las gafas son precisamente los órganos de los sentidos (los peces lo ven todo en azul y verde debido a las "gafas" sensoriales que llevan puestas; las nuestras, en cambio, nos permiten captar los "siete" dolores del arco iris). Pienso que los órganos de los sentidos son las gafas con las que venimos al mundo, y el espacio y el tiempo son la pantalla donde se proyecta todo lo que vemos con esas gafas. Sin gafas (sin órganos de los sentidos) no hay pinceladas de sensaciones, pero sin pantalla, sin lienzo (es decir sin espacio y sin tiempo) esas pinceladas serían caóticas y no configurarían nada que pudieramos percibir con sentido.

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  3. El tiempo de Kant es subjetivo (por eso cuando nos aburrimos el tiempo nos parece eterno y cuando nos divertimos parece que vuela; y los enamorados por eso quieren que el tiempo se detenga). En cambio para Newton el tiempo es objetivo y, además, absoluto; y para Einstein es relativo al observador. En este mismo blog he escrito una entrada intentando reflejar literariamente el tiempo de Einstein ("Einstein", marzo de 2015) y otra reflejando, de manera también literaria, el tiempo de kant ("Kant", mayo de 2015).

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