CUANDO LOS BUENOS NO SON LOS MEJORES
La
selección natural nos habla de la supervivencia de los más aptos. Como en la
escuela, las notas van de 1 a
10 en función del grado de aptitud de los alumnos; a más nota, mayor aptitud;
si todo fuese como debe ser, los mejores alumnos tendrían las mejores notas.
Pero
no es así. La selección natural no garantiza la supervivencia de los más aptos,
sino de los más adaptados; y los adaptados no siempre son los mejores; los
pícaros y los pillos, no los buenos; no sobreviven los inteligentes, sino los
listos. La picaresca es una forma de inteligencia (la inteligencia darwiniana)
que le cierra el paso a otra forma de inteligencia: la que no es interesada,
aprovechada o pícara (la podemos llamar inteligencia libre). La inteligencia es
capacidad, la picaresca capacitación; estamos hablando de la diferencia que hay
entre aptitud y adaptación. Se puede ser fuerte por ser apto o por estar
adaptado, y el primero es un ser libre: el segundo es un esclavo de la
sociedad. Los más aptos son los mejores porque son capaces de crear; y, como
diría Machado, hacen camino al andar. Pero los mejor adaptados son como
Vicente, que van donde va la gente; por eso sobreviven. El que se ha hecho
fuerte por haber sabido acomodarse es como el camaleón que adopta el color del
lugar donde está. El que es fuerte por haberse atrevido a ser libre pinta los
lugares con sus colores, y hasta sabe respetar, si hace falta, los colores del
terreno. Pero en este mundo donde vivimos la fortaleza de la libertad sale
derrotada por la de la picaresca; y sacan más nota los pillos que saben copiar
que los buenos que no han copiado; así se aprueban los exámenes.
El
martes 25 de abril de 2012 el Barça fue eliminado de la champions por el
Chelsea. Para quien viera el partido con un tanto de objetividad, había buenos
jugadores en ambos lados (y no me refiero sólo a Drogba); pero el Barça era
superior. Sucede que ser bueno es lo mismo que ser fuerte. A los débiles no les
queda otra opción que ser pillos, ya lo dijo Torres al final del
enfrentamiento: no habían hecho un buen fútbol, pero ésas eran las armas que
tenían. Para vencer al fuerte lo mejor es no dejarle jugar, y eso se conseguía
atándolo. El Chelsea blindó su portería con dos líneas cerradas que funcionaban
como un doble muro de contención; imposible atravesar ese muro, había más
cuerpos que aire; y sin embargo el Barça lo atravesó; dos veces; dos goles, uno
de ellos anulado; porque era el más fuerte; sólo una fortaleza titánica puede
atravesar un muro de cemento; el Barça lo hizo; pero, con mala fortuna,
sucumbió dos veces en sendos contraataques; dos escapadas solitarias para tirar
a portería vacía.
El
azar juega un papel importante en la selección natural. No el mérito. El azar
quiso que el Chelsea ganara sin merecerlo. Las palabras de Torres describiendo
su juego hablan por sí solas: no somos fuertes (vino a decir); hemos hecho lo
que podíamos. No dejar jugar al fuerte. Recurriendo a la picaresca. No a la
excelencia. El azar quiso que, cuando el Barça ya era victorioso, el Chelsea
marcara en el descuento de la primera parte. Una jugada afortunada. Pero
injusta. Si la suerte hubiera sido otra es muy posible que el Chelsea hubiera
tenido que jugar al fútbol; olvidarse de su doble muro de cemento, de su obstrucción,
de su trinchera; y en esas condiciones, jugando uno contra otro, es posible que
hubiera sido goleado. Pero la fortuna quiso que pudiera atrincherarse. Que
hubiera un partido donde unos jugaban y otros no dejaban jugar. Y que, para colmo
de las paradojas, ganara el que no jugaba. El pícaro le ganó el pulso al bueno,
el débil ganó al fuerte. El camaleón al hombre.
Un
cúmulo de fatalidades fue el segundo tiempo. Un penalty que el portero no paró
(pero que Messi tiró al larguero). Dos tiros al palo que hubieran sido goles.
Un gol anulado en esa penetración extenuante por la muralla del Chelsea. Y un
contraataque solitario en el que, sin jugar, el Chelsea metió un gol, como en
el primer tiempo. El azar es una fuerza poderosa en el juego de la evolución.
Es una injusticia que pierdan los que juegan porque otros se hayan negado a
jugar. Suele ocurrir lo mismo en la sociedad de todos los días. Hay
profesionales muy preparados que no han estado en el lugar adecuado en el
momento preciso; y otros, mediocres, han sabido trepar con picardía. Ya lo dijo
Ortega: el problema surge cuando se produce la ausencia de los mejores; cuando
en los puestos de mando no tenemos a los mejores, sino a los trepas; y cuando,
empeñados en silenciarlos, consiguen hacer lo necesario para que no puedan
jugar. Un país va al desastre cuando los mediocres consiguen lograr la ausencia
de los mejores. Mozart eliminado por Salieri. El Barça por el Chelsea.
Pero
hay diferencias: Salieri fue malvado (el Chelsea sólo listo); el Barça supo
perder (otros hay que, sin felicitar al adversario, se meten con el árbitro, se
enredan en la camorra, airean errores, escatiman méritos). El Barça, en medio
de la adversidad, se reivindicó abrazando al vencedor, asumiendo la derrota;
Guardiola en cabeza. En su deportividad está su grandeza: reconocer el mérito
del adversario (porque el Chelsea, a pesar de todo, supo defenderse). Y aunque
sus líneas fueron perforadas, hace falta saber fútbol para defender con la
intensidad con que defendieron. Pero no fueron creadores en el terreno de
juego; fueron, por el contrario, destructores de la creación. Eran buenos, pero
no los mejores: por eso se hicieron nihilistas; a falta de crear juego,
destruyeron el que había.
Así
es la sociedad. Como decía Kant, los buenos suelen salir perdiendo. Nos encontramos
a Benjamin, a Ortega, a María Zambrano. Por eso los perdedores nos resultan tan
simpáticos, y eso era lo que representaba, para nosotros, Fernando Fernán
Gómez. Hay épocas de crisis en las que vencen los que destruyen a las fuerzas
creadoras; las tierras estériles se enseñorean de las tierras fértiles.
Entonces nos acordamos del Barça. En su derrota está su grandeza. En su nobleza
está el juego, en su respeto del adversario: porque supo ganar, supo perder.
Bien está que el bueno le gane la partida al malo, pero no está bien que los
buenos ganen a los mejores porque entonces el notable vale, por supuesto, mucho
más que el sobresaliente. La lucha por la vida le gana el pulso a la lucha por
la excelencia (porque llamamos vivir al sobrevivir cuando la vida verdadera es
vida plena y desbordante: la excelencia, que pierde las batallas frente a la
mediocridad).
Se
hace camino al andar, que decía Machado: pero otros van por los caminos
trillados. Sobrevivir, en este mundo, vale más que vivir plenamente. Luchar por
la supervivencia vale más que la voluntad de ser mejores, y en el mundo impera,
como decía Ortega, la ausencia de los mejores.
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