LO QUE ES LA CIENCIA PARA KANT
-Recordaréis
que toda la filosofía se resume para Kant en tres preguntas: qué puedo saber,
qué debo hacer y qué me cabe esperar; empecemos por la primera.
Juan se
pasó los dedos por las comisuras de los labios mirando por la ventana. Esos
silencios en él equivalían a un punto y aparte. Era como terminar un párrafo y
empezar el siguiente. Más que un párrafo, una parte de un capítulo; una
sección.
-¿Qué
puedo saber? En la biblioteca de Hume había libros de física y era bueno
guardarlos. También nos podrían ser útiles los libros de matemáticas. Pero los
de metafísica (sugería Hume) había que arrojarlos al fuego, porque no hacen más
que sembrar en nuestras cabezas enredo y confusión. Sin embargo Kant quería
salvar la metafísica. Él la consideraba la parte más noble del saber, y para
salvarla había que demostrar que era digna de confianza. De modo que la
pregunta estaba lanzada: ¿es la metafísica una ciencia?
Ése era
el gran reto. Y mientras miraba al aire de la habitación deteniéndose en un
punto del espacio, sin llevar su mirada hasta la pared, hilvanó sus
cavilaciones.
-Para eso
tendríamos que saber lo que es la ciencia. Todo lo que podemos decir lo expresamos
en forma de oraciones; o como decía Kant, usando una palabra de Aristóteles: de
juicios. Un juicio es la unión de un sujeto y un predicado; por ejemplo “yo
como”. Y un predicado es un verbo acompañado de complementos; por ejemplo,
“como pan”. Pues bien, los juicios de la ciencia ¿son de fiar? Hay que pensar
que sí, porque si no, no nos habríamos fiado de lo que dicen los científicos.
Normalmente nos creemos lo que dicen los astrónomos, pero no siempre creemos a los astrólogos, adivinos y
charlatanes; solemos creer a los médicos más que a los curanderos, y a los técnicos
más que a los magos. ¿Por qué? ¿Qué hay en las palabras de un astrónomo, un
médico y un técnico que no haya en las de un astrólogo, un curandero y un mago?
¿Por qué la palabra de unos tiene más crédito que la de otros? Respondemos
habitualmente que por boca de unos habla la ciencia, y por la de otros no. Pero
¿qué tiene la ciencia para inspirarnos tanta confianza?
Juan se
detuvo un momento para respirar.
-Kant
pensaba en la ciencia como la garantía máxima del saber. Podríamos creer a un
científico más que a un cura. Porque por boca de uno habla la razón y por boca
de otro habla la fe, y para Kant todas nuestras creencias deben ser razonables.
De acuerdo con la religión, sí, pero no a costa de la razón.
Los
alumnos escuchaban concentrados.
-¿Y cómo
habla la ciencia? ¿Cómo están hechos sus juicios, sus afirmaciones y
negaciones, cómo separan con acierto lo verdadero de lo falso? Dicho de otro
modo: los juicios de la ciencia deben ser infalibles; infalible quiere decir
universal y necesario. Universal. Que valga siempre y en todas partes; ¿os
imagináis que la ley de la gravedad funcionara en mi casa y no en la del
vecino? Y necesario: que no puede ser de otro modo. ¿Os imaginéis que los
cuerpos cayeran hacia arriba en lugar de caer hacia abajo? Si así fuera
flotaríamos en el espacio hasta salir de la atmósfera, a lugares donde no
habría oxígeno y no podríamos respirar.
Carraspeó.
-En
tiempos de Kant todos estaban sorprendidos por la física de Newton. Les parecía
que ningún conocimiento podría tener un grado mayor de perfección. ¿Y cómo es
la física de Newton? ¿Cómo están hechas sus afirmaciones? Sus afirmaciones (sus
juicios) son, ya lo hemos visto, universales y necesarios. Os voy a dar un
ejemplo de juicio universal y necesario: “cinco minutos antes de morir todavía
estaré vivo”.
Helga,
Cristina y Julián se rieron a destajo.
-Claro,
tenéis razón en reíros. Suponed que llegáis a casa y vuestros padres os
preguntan qué habéis aprendido en clase. Y vosotros contestáis que cinco
minutos antes de morir todavía estaréis vivos. Y entonces, después de reírse en
vuestras narices, os dirán: ¿y para eso vais a la escuela? No les faltará
razón. Porque los juicios infalibles, aunque sean universales y necesarios, no
nos enseñan nada que no sepamos ya. No amplían nuestro conocimiento. No nos
sirven para aprender.
Juan hizo
de nuevo una pausa didáctica.
-Pero
resulta que los juicios de la ciencia son infalibles sin ser vanos. A los
juicios vanos los llamamos verdades de perogrullo. Que un hombre viudo es un
hombre cuya mujer ha muerto, que las dos menos cuarto es la una cuarenta y
cinco o que cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo, son
perogrulladas. Se ríen de nosotros cuando hablamos así. Pero que las plantas se
alimentan por fotosíntesis, que Demóstenes resistió a Filipo o que la torre
Eiffel está en París: eso sí que son conocimientos que amplían nuestra cultura.
Pero tienen un inconveniente: no son seguros; no son infalibles, no son
universales y necesarios. La torre Eiffel está en París hoy, pero no lo estaba
hace doscientos años; y además podría no estarlo; podría haber ocurrido que no
le hubieran encargado a Eiffel que la construyera. Demóstenes también podría
haber nacido en otro sitio, y no habría combatido la invasión de Filipo. Y las
plantas también podrían haberse alimentado sin fotosíntesis: por fermentación,
por ejemplo.
Juan miró
al reloj y se tapó la boca. Después prosiguió su explicación abriendo los
brazos.
-Ése es
el dilema: o aprendemos cosas nuevas que no son seguras, o cosas seguras que no
son nuevas. Suponed que sois antropólogos y vais al Amazonas. Entrevistáis a
los indios y anotáis todo lo que os cuentan. ¿Vais a volver a la universidad,
escribir un libro y contar todo lo que os han dicho? ¿Cómo sabéis que no os han
engañado? ¿O que no se han equivocado en lo que os decían? Para que os tomen en
serio en la universidad es necesario que lo que digáis cumpla dos requisitos.
El primero es que sean cosas nuevas, que nadie las conozca: a nadie se le va a
ocurrir inventar ahora la dinamita; y el segundo es que esas novedades sean de
fiar, o sea que podáis estar seguros de ellas. Pero, como ya hemos visto, si
nuestros conocimientos son seguros no nos enseñan nada nuevo, y si son
novedosos no tenemos la garantía de que sean seguros. Da la impresión de que la
ciencia es imposible.
Juan
carraspeó un poco. Se le estaba secando la boca. Y tenía que abreviar, porque
se le acababa el tiempo. Volvió a mirar el reloj.
-Kant lo
resolvió con una varita mágica: los juicios de la ciencia son novedosos y
seguros; no son afirmaciones hechas a la ligera. Ahora vamos a ver lo que
significan estas dos palabras.
Abrió los
brazos mientras hacía otra pausa didáctica.
-Algo es
novedoso cuando el predicado no está incluido en el sujeto. Helga –señaló hacia
ella con el dedo-, tu jersey es rojo. Pero en la naturaleza de Helga no está el
jersey rojo; mañana quizá venga vestida de azul y seguirá siendo Helga. Cuando
pensamos en ella pensamos necesariamente en un ser bípedo, inteligente y de
sexo femenino, pero no necesariamente en una chica vestida de rojo. “Helga
viste de rojo” es un juicio: su predicado no expresa una característica de
Helga, sino que es algo que se le añade, que no forma parte de ella; ese juicio
es la síntesis de un sujeto (Helga) y un predicado (su ropa roja): es un juicio
sintético.
Todos
escuchaban con atención; pero ninguno tomaba apuntes. Juan proseguía.
-Los
juicios sintéticos aportan informaciones novedosas, pero no son seguros. Si yo
digo que Helga viste de rojo y vosotros la habéis visto ayer, ¿pensaréis que
digo la verdad? Puede que sí. O puede que no. Que Helga vista hoy de rojo no es
seguro. Es sólo probable.
Juan
levantó el dedo para proseguir.
-Ahora
fijaos en los juicios infalibles. Por ejemplo, que antes de morir todavía
estaré vivo. El predicado (estar vivo) forma parte de la naturaleza del sujeto
(yo antes de mi muerte). No se le añade, sino que está ahí. Para ver si es
verdad no hay necesidad de verme, bastará con analizar el sujeto y dentro de él
encontraremos el predicado: es un juicio analítico. Los juicios analíticos son
seguros, pero no nos enseñan nada. No hay nada en ellos que nos aporte
experiencias nuevas, y en realidad nos quedamos como estábamos.
Juan bajó
las manos para apoyarlas sobre la mesa.
-Los
juicios analíticos son seguros, pero están vacíos; suelen ser juicios a priori,
porque no necesitamos recurrir a la experiencia para conocer lo que dicen; no
son fruto de la observación, sino que los sabemos de nacimiento. Son conocimientos
innatos.
Nueva
pausa didáctica.
-Los
juicios sintéticos nos hablan de lo que vamos aprendiendo en nuestra
experiencia cotidiana, ya sea porque no paramos de observar lo que nos rodea, o
porque nos lo cuentan otros que lo han visto: eso quiere decir que son juicios
a posteriori, fruto de nuestra experiencia. Pero los juicios a posteriori no
son seguros.
Juan se
detuvo un momento para encadenar estas dos ideas.
-Kant
sostiene que hay juicios que son seguros y nos enseñan cosas: son los juicios
de la ciencia; unos juicios sintéticos a priori. Amplían nuestro conocimiento
(por eso son sintéticos), pero al mismo tiempo son seguros (por eso son a
priori). La ley de la inercia es un
juicio sintético, porque antes de que nos la enseñaran no la conocíamos; y es a
priori porque nunca falla; por eso es un juicio científico.
Ahora
daba vueltas de una pared a otra, de la puerta a la ventana; estaba la pizarra
a su lado, y tenía las manos en los bolsillos.
-Los
juicios a priori proceden de nuestra naturaleza. Tienen una estructura lógica,
contienen el arte de pensar: por eso son innatos; nosotros venimos al mundo con
las leyes lógicas en la cabeza, y esas leyes son verdaderas aunque no las
apliquemos. Otras especies animales no tienen una estructura de pensamiento racional
como la nuestra. Un perro, por ejemplo, no puede poner un molde lógico a las
representaciones que tiene de la realidad. Pero nosotros sí. Cada ser vivo
tienen sus esquemas mentales, que son como moldes de magdalenas; la realidad es
una masa de magdalenas y la misma masa la vemos unos y otros de forma distinta,
según sea la forma de los moldes que le ponemos. El conocimiento tiene dos
partes: la realidad en sí misma, que viene a ser como una masa amorfa; y la
jaula en la que la atrapamos, que tiene forma predeterminada y, al darle forma,
la moldea. Lo que la realidad pone es el contenido: las cosas que aprendemos,
el contenido sintético. Y lo que ponemos nosotros es el recipiente para
recogerlo, que es a un priori porque no procede de la experiencia; es el cubo
con el que vamos a recoger los datos de la experiencia, igual que cuando
cogemos con un cubo el agua de lluvia. Si nadie tiene cubos y vasos, será muy
difícil que recoja agua del cielo.
Juan
había ido calculando lo que faltaba para que sonase el timbre. Faltaba poco.
Los últimos minutos de clase los empleó en explicar cómo encadenaría el próximo
día la epistemología kantiana con lo que les acababa de explicar. Y como una
espada de Damocles, cuando tenía que sonar el timbre, sonó.